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Salvando a Grace: Engáñame Una Vez, #2
Salvando a Grace: Engáñame Una Vez, #2
Salvando a Grace: Engáñame Una Vez, #2
Libro electrónico130 páginas2 horas

Salvando a Grace: Engáñame Una Vez, #2

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Titulado previamente Caído en Gracia, esta novela clásica de amor y comedia de Jill Barnett, se sitúa en las Highland escocesas, donde el Clan McNish ha sido asaltado y abandonado a morir de hambre por sus amargos rivales, los McNab. La nieta del laird, Grace McNish, decide que es su deber capturar a uno de los viles McNab para pedir rescate. Pero ella y su clan de inadaptados, capturan por error al hombre equivocado, Colin Campbell, Conde de Argyll y Lord de las Islas, quien va camino a decidir el destino de los dos clanes en guerra. Para los fanáticos de Julie Garwood y Jude Deveraux.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento7 abr 2019
ISBN9781547581641
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    Salvando a Grace - Jill Barnett

    El diablo siempre es bueno con los principiantes.

    —Antiguo proverbio escocés.

    Capítulo Uno

    El hombre se hallaba inconsciente.

    Grace McNish se sentó encima de su pecho, mirándolo. Bien, pensó; tenía la cabeza sorprendentemente clara, considerando que acababa de resbalarse y caer del viejo árbol de serbal y había tenido la bendita buena fortuna de aterrizar encima de un vil McNab.

    Lo recordaba cabalgando por la vereda como si le perteneciera, con el despreciable tartán McNab envolviendo su gran humanidad, hinchado como el mismísimo diablo. Recordaba haber halado su daga. Hasta recordaba haber alcanzado una rama más baja para poder saltar encima de él, en el exacto momento perfecto. El problema era que no recordaba aquel exacto momento perfecto.

    Se inclinó más con su daga en un puño, ceñuda, tratando de parecer malvada, arrogante y astuta. Como los McNab.

    Buscó señales engañosas en su rostro. Era bien sabido en todas las Highland, que no se podía confiar en un McNab. Sentían un hambre infinita por poseer tierras y cualquier cosa de valor, particularmente aquellas pertenecientes al Clan McNish, de quienes se alimentaban de la misma manera que las sanguijuelas se alimentaban de la sangre.

    Acercó el filo de la daga a su cuello.

    No se movió.

    ¿Estaría muerto?Rebotó encima de él un par de veces.

    Su respiración salió con un zumbido suave.

    Lo observaba de cerca, muy muy de cerca.

    Lentamente inhaló de manera superficial, como aquellos que duermen o que se hallan inconscientes. En la frente tenía un bulto del tamaño de un huevo, justo encima de sus delgadas cejas oscuras.

    Se frotó su propia frente y frunció el ceño. El bulto de él igualaba al suyo. Se habían golpeado las cabezas mutuamente, lo que ella suponía, deleitaría a su abuelo, pues, comentaba con frecuencia las maneras en que podía darle buen uso a su cabeza.

    Presionó la punta de su daga contra el cuello del hombre. Si se movía, lo apuñalaría. Miró alrededor del valle buscando señales de más McNab. A veces viajaban solos y a veces en manadas como lobos en busca de corderos para devorar. Pero la cañada estaba vacía. De hecho, el único cambio en el pequeño claro era un punto de helechos pisoteados por donde su caballo espantado había huido.

    Déjaselo a un McNab, demasiado diestros con el ganado para controlar un pobre caballito. Dio un soplido de repugnancia. De todas formas, el caballo probablemente era robado.

    Se inclinó un pequeñísimo poco más cerca, hasta que su nariz casi tocaba la de él. Su respiración era suave, tibia y dulce, como si acabase de comer una manzana. Estaba tan hambrienta en este instante, que se habría comido el corazón de una manzana de hace un día y habría estado feliz. Respiró profundamente. ¡Aléjate, hambre!

    Con la mano libre, buscó en el torso del hombre en caso de que tuviese algo para comer. Pero no. Nada de manzanas. Nada de pan. Nada de queso. Ni siquiera un corazón de manzana.

    En aquel momento, decidió que de verdad despreciaba a este hombre, quien no pudo manejar su caballo. El animal, seguramente llevaba comida en los fardos de la montura. Se inclinó hacia abajo y le echó una mirada que lo hubiera cocinado y abofeteado el pelo de su mejilla, para que pudiera verlo y maldecir con sus ojos esa alma sin corazón.

    La mayoría de los McNab eran más feos que el pecado. Este no lo era. Su ceño era amplio y su cabello rubio era largoy le llegaba casi hasta los hombros. Su rostro era fuerte y de rasgos marcados como las montañas en la distancia. Tenía la mandíbula cuadrada limpiamente afeitada, una rareza para los McNab, quienes usualmente, llevaban barbas para esconder sus débiles mentones.

    Exhaló de nuevo. Su aliento barrió los labios y la nariz de ella.

    Manzanas. Pastel de manzana. Pudín de manzana. Tartaletas de manzana. Jalea de manzana. Bollitos con mantequilla de manzana. Chorlitos rostizados con relleno de manzanas...

    Su estómago rugió. Conocía bien el hambre, sabía que obligaba a la gente hacer cosas que no harían de otro modo. Lo miró larga y duramente para ver si de verdad estaba inconsciente o fingiendo solamente.

    Pero su respiración era todavía superficial, así que se relajó.

    Una ramita crujió en el bosque hacia su derecha.

    Se petrificó. Sujetó con más fuerza la daga. Sin mover la cabeza, lanzó una mirada furtiva a la derecha y luego a la izquierda. Reconoció un murmullo familiar y puso los ojos en blanco. No más de un segundo más tarde, sonó como si alguien estuviese nadando en los arbustos cercanos.

    Nadando o hundiéndose en ellos.

    Fiona, llamó Grace.

    ¡Sí! Soy yo. Estoy atascada. Sonaba como si un par de bueyes caminase pesadamente en el bosque.

    Grace esperó.

    Fiona McNish tropezó saliendo de los arbustos, retorciéndose de acá para allá, mascullando y girando como derviche mientras trataba de liberarse y a su tartán de un grueso arbusto espinoso.

    Grace no sabía si reírse o gritarle.

    Libre finalmente, Fiona se volvió y caminó de puntillas hasta colocarse al lado de Grace. Se arrodilló cerca del hombre, se inclinó y lo observó detenidamente. Después de un momento, se giró y alzó la mirada hacia Grace, pasando la mano nerviosamente por su cabello rojo rizado. ¿Está muerto? Lo miró de nuevo. ¡Oh Dios en lo alto de los cielos, Grace McNish! ¡Por favor, dime que no mataste al hombre!

    Grace deslizó la daga de nuevo en su cinturón. No está muerto. Sólo golpeado y sin sentido. Es un buen estado para un McNab.

    Fiona no se reía con ella. Se veía como si estuviese lista para correr de regreso al anciano laird con cuentos frescos del último error de Grace.

    Grace estiró los brazos y con gentileza posó las palmas a cada lado de la cabeza de Fiona. La giró para poder hablar en su oído izquierdo, pues el derecho se hallaba casi sordo. Somos afortunadas, Fiona McNish, de que este hombre esté inconsciente, ya que debes haber hecho suficiente ruido como para despertar hasta al Viejo MacAfee.

    Fiona frunció el ceño. El Viejo MacAfee está muerto.

    Sí, exactamente mi punto.

    Fiona la contempló, confundida y dijo, Oh. ¿Hice mucho ruido? Mi tartán se atascó.

    Se suponía que te quedarías escondida entre los arbustos por el camino hasta que te llamase.

    Estaba escondida en un arbusto.

    No donde te dije que te escondieras.

    Sí, pero me preocupé por ti.

    ¿Te preocupaste por mí? Ahora, ¿por qué habrías de preocuparte por mí?

    Es un hombre grande, Grace.

    Grace hincó un dedo en el pecho del hombre ¿Este patán? ¡Ay de mí! Se dio la vuelta y cruzó los brazos con repugnancia. Escocia sería una mejor tierra con un McNab menos.

    No era él quien me preocupaba, Grace, sino tú.

    ¿Yo?

    Sí. Gritaste tan fuerte que te escuché con mi oído derecho.

    ¿Gritar como una mujer asustada? ¿Yo? ¡Bah! Yo, ¡jamás! Grace hizo un ademán con la mano en el aire como si su garganta todavía no estuviese rasposa e irritada, como si no hubiera sacado a gritos sus malditos pulmones cuando cayó. "No necesitabas preocuparte por mí. La sangre de antiguos guerreros corre por mis venas. Fiel y valiente. Soy la nieta del laird".

    Creí que habías golpeado algo.

    Lo hice. Lo golpeé a él... de su montura. Se echó a reír y reír. Pero Fiona aún no reía.

    No te preocupes por mí. Mira aquí. He pillado a un McNab. Grace la miró a la cara. Te prometo que nada irá mal esta vez.

    Fiona miró a Grace como si acabase de prometerle viajar a la luna.

    Es un McNab, Fiona. Mira el tartán.

    Sí. Puedo ver que lo es. No lo dudo. Creo que piensas que todo irá bien, pero hay una vasta diferencia entre lo que piensas, Grace, y lo que realmente sucede. La expresión de Fiona incrementó su severidad. Veo venir problemas.

    El único problema que viene se llama McNab", replicó Grace y trató de levantarse.

    Algo la detuvo y aterrizó de nuevo en el pecho del hombre con un ¡plop! Su tartán estaba atrapado debajo del patán. Se

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