Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Una vida casi perfecta: Saga de Misterio Louise Golden
Una vida casi perfecta: Saga de Misterio Louise Golden
Una vida casi perfecta: Saga de Misterio Louise Golden
Libro electrónico391 páginas5 horas

Una vida casi perfecta: Saga de Misterio Louise Golden

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El hermano de Louise es todo lo que su madre quería, alguien exitoso, con dinero, la vida resuelta y con familia. Pero esta historia no trata sobre él. De hecho nuestra protagonista, Louise lleva una vida totalmente diferente a lo que la sociedad considera éxito. Pero eso no importa, luego de un evento muy trágico ella decide mandar todo al demonio y se va muy lejos. Al paradisiaco Hawái. Tiene un trabajo muy normal: reparte el correo.

El punto es, ¿Qué hace especial a Louise? ¿Por qué deberíamos interesarnos en la vida de una simple cartera?

Esta también es una novela de misterio, ¿Cúal es el misterio? No es alguna leyenda hawaiana, muy interesantes por cierto. En fin Incluso en un lugar donde nunca pasa nada y la vida es muy tranquila no todos son quienes aparentan ser.

Puedes identificarte con Louise si tu vida no es lo que esperabas que fuera pero sigues siendo una persona pura de corazón.

Viaja con Louise a Hawái y acompañala en un viaje donde debe encontrarse a sí misma y sobrevivir la noche más oscura de su vida.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento6 abr 2019
ISBN9781547580415
Una vida casi perfecta: Saga de Misterio Louise Golden

Relacionado con Una vida casi perfecta

Libros electrónicos relacionados

Misterio para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Una vida casi perfecta

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Una vida casi perfecta - Laurie Hanan

    Capítulo 1

    ––––––––

    Al abrir mis ojos sentía la luz gris, la que se ve antes del amanecer. Las aves todavía no empiezan a volar. Solo se puede oír el crujir de las plantas de jengibre. El viento que sopló a través de la ventana abierta traía una sensación de calma y el característico olor del follaje tropical, la sensación de que pronto lloverá -es el olor que me hace sentir en casa. Era otro día perfecto, perfectamente ordinario en el paraíso.

    Así es, yo vivo en un paraíso. A veces no me lo creo. Soy una viajera que ha venido desde los Estados Unidos continentales, lo que los locales llaman un malihini, o un haole. Siete años atrás, el amor, la pérdida y una serie de increíbles coincidencias se confabularon para traerme a estas islasy he vivido aquí desde entonces.

    Los colores verde y azul en Hawái me tranquilizan. El aire cálido y húmedo además de la suave briza es como un bálsamo que me inunda dulcemente. La lluvia se siente como manos frescas y amorosas en mi rostro. La gente aquí es un amable. Tienen algo que llaman aloha. La mayoría de las personas que vienen de los Estados Unidos continentales eventualmente desarrollan la fiebre de la isla, una sensación terrorífica de que no se puede conducir por más de treinta millas en cualquier dirección. Bueno, eso no me ocurre a mí. Ver las orillas que encierran mi mundo me hacen sentir seguro y protegido. Los constantes y tranquilizadores sonidos del océano hacen que mi alma cante.

    Caminé por el frío piso de madera hasta llegar a la ventana y miré al cielo. Cuando el sol salió sobre Diamond Head este se veía oscuro por las nubes espesas. Me lavé mis dientes y pasé un cepillo por mi corto y ondulado cabello rubio. Mi cabello es exactamente como recuerdo que era el de mi madre. También tengo sus mismos ojos azules. Tengo pecas en mi nariz, la cual es lo único que heredé de mi padre. Estoy acostumbrado a ella, pero oculta la belleza irlandesa que mi madre tenía.

    Cuando era niña, yo era poco atractiva -escuálida y descuidada, con un torpe caminar y mi cabello rubio oscuro. Desde que tenía seis años, mis ojos azules estuvieron escondidos detrás de unos gruesos lentes. Antes de eso, nadie se dio cuenta cuán miope era. Yo veía y percibía el mundo a mi manera sin pensar que otras personas podían percibirlo de forma diferente. Durante mis primeros años mi madre fue la única persona que pudo entender mi confusión. Ella era la única persona que era real para mí. Mis padres me llevaron con especialistas para determinar porque tenía tan pobres habilidades motrices y mis fracasos en la escuela. Los doctores hicieron de todo enmí, pero al final no encontraron ninguna enfermedad en la cual diagnosticarme.

    Finalmente, un astuto profesor de primer grado le sugirió a mis padres que me hicieran un examen de la vista. El examen mostró que mi visión era 20/200 y me recetaron lentes con una graduación alta. El mundo, hasta entonces era para mí una serie de sonidos y colores apagados, de repente era totalmente claro. Quizás pienses que era algún tipo de milagro, pero para mí fue desagradable. Ver el mundo en 3-D era demasiado intenso para mí, y muy a menudo me quitaba los lentes en lugar de intentar acostumbrarme al cambio. El siguiente gran avance para mi visión fue usar lentes de contacto a los doce años. A pesar de sentir una gran mejoría comparado con mis anteojos, los lentes de contacto eran difíciles de quitar. Salieron al mercado los lentes de contacto rígidos y yo era la paciente más joven de mi oftalmólogo. Recuerdo lo fascinada que estaba con sus ojos de color gris claro y su rostro envejecido. Su atractivo era una nueva forma para mí de entendercómo debe lucir un hombre.

    Cuando cumplí treinta años, la cirugía láser dejó mi vista perfecta pero el paso del tiempo y el trabajo mucho ha hecho que mi miopía empeore. Ahora soy lo que se diría musculosa en lugar de una enclenque. A menos que mires de cerca pensarás que tengo menos que mis treinta y siete años. Demasiada exposición al sol y pocos momentos alegres me han causado arrugas alrededor de mi rostro. Para ir al trabajo me visto con lo que parece aquí un uniforme de invierno: pantalones largos y una chaqueta impermeable. Todos aquí en Hawái saben que las sandalias son las mejores para caminar bajo la lluvia, pero las regulaciones de la oficina de correo me obligan a utilizar calcetines y botas con mi uniforme. Al final del día, mis pies están arrugados como pasas.

    Pero yo amo entregar el correo, me encanta trabajar al aire libre y no me molesto ni cuando llueve. El trabajo duro me mantiene sana y no necesito ir a un gimnasio. Adoro ver la forma en que se iluminan los ojos de mis clientes al verme. Me encanta la capa de invisibilidad que uso con mi uniforme, la forma en cómo me confundo con el exterior y me convierto en parte de él. Olvídense de Xena, la princesa guerrera. ¡Aquí viene Louise, la cartera!

    Cuando me fui al trabajo a las siete en punto, el cielo estaba tan poco iluminado como una mañana opaca en febrero. Los gorriones cantan en los árboles y los pájaros mináse pelean en mi techo. Abrí mi pequeño convertible Z-3, entré y lo encendí. Sonaron las noticias matutinas con Perry a mi izquierda y Price a mi derecha. Conduciendo por el acantilado me encontré con una prologada llovizna.  Mi pequeño BMW toma las curvas como un vehículo de carreras, me hace sentir como Magnum P.I. conduciendo el vehículo de James Bond.

    ¡Toma esa, Xena!

    El programa de noticias terminó, y yo canté la de StevieNicks sobre navegar por la marea cambiante del océano. La señal de la radio se perdió en el túnel, pero yo seguí cantando, ¿"Can I handle the seasons of my life? Uh huh ... yeah, I’m getting older too...".

    Llegué al final del túnel y me encontré con una dura tormenta donde era imposible ver. Cerré las ventanas y puse los limpiaparabrisas a su máxima velocidad, me incliné hacia adelante pensando que así podría ver a través de la lluvia. Gruesas gotas de lluvia golpeaban el techo de lona del vehículo y los limpiaparabrisas se iban aporreando contra el vidrio.Encendí la radio justo a tiempo para escuchar a Michael W. Perry comentando el precio actual del oro y cuantos yens se pueden comprar por un dólar.

    En la autopista Kam, me dirigí a un pequeño centro comercial e hice una larga fila en el autoservicio de Starbucks. Cuando llegué al altavoz, apenas abrí la ventana. Me estaba empapando mientras ordenaba un latte triple venti.Entonces cerré la ventana, encendí la radio y escuché a C y K cantando Highway in theSun mientras me inclinaba hacia adelante. Sentí el olor del café caliente antes de llegar a la última ventanilla. Una jovencita que no creo que esté en edad de trabajar me entregó mi latte. Le di un billete de 5 dólares y le dije que podía quedarse con el cambio.

    Mi ruta de entregas me llevo a la sección de Kāne‘ohedonde las casas de multimillonarios se ubican en la cima de largas y empinadas autopistas, detrás de murallas altas y muchísima vegetación tropical. Los residentes tienen piscinas, canchas de tenis y vista panorámica de Kāne‘oheBay y el océano pacífico en el horizonte. El resto de las calles están rodeadas de casas sencillas hechas de madera que seguro seven igual que cuando fueron construidas hace medio siglo atrás. Con el pasar de los años, algunas casas se han construido para agregar una planta baja hecha de bloques de concreto debajo de las estructuras iniciales hechas de madera. Otras casas tienen habitaciones adicionales, lānais o cocheras cubiertas con puertas automáticas. Las casas están muy al fondo de las calles detrás de hermosos jardines muy bien cuidados, medio ocultas por densos árboles de aguacate, frutipan, árboles de mango todos cargados de frutas que están madurando. En las grandes extensiones de áreas verdes de Kāne‘ohe’s abundan los brillantes colores amarillos, rojos y rosados de las flores tropicales. El aroma de la plumeria, jengibre y el pīkakees es tan fuerte que casi puedes cogerlo con tus manos. Los jardines están rodeados de paredes hechas de rocas de lava llenas de musgo, pensadas más para evitar que haya deslizamientos de tierra que para mantener afuera a los intrusos.

    Muchos de mis clientes son de avanzada edad. Han vivido en sus casas desde que eran jóvenes y han criado a sus familias allí. Algunos de sus hijos se han mudado a los Estados Unidos continentales buscando algo mejor que lo que las islas pueden ofrecer. Estacioné mi camión de correo al lado de la calle, me puse mi casco, abroché mi chaqueta impermeable y me lancé hacia el aguacero.Me coloqué sobre mi hombro la bolsa de correo totalmente llenay me aseguré de ponerle el seguro a mi camioneta, aun cuando solo tardaría unos pocos minutos. La regla de seguridad número tres para los carteros además de cargar repelente para perros y usar calzado apropiado es: siempre ponerle el seguro a la camioneta.

    No había aceras en el viejo vecindario. Caminé sobre césped, rocas y lodo con mi pesada carga, teniendo cuidado de no torcerme un tobillo, pero quería darle mi toque personal al mi trabajo. Me he detenido a charlar con los clientes que me esperan a diario y entregarles su correo en sus manos. ¿Dónde estaba la señora Santos? Era raro no verla esperando afuera de su casa. De hecho, ella nunca pasó un día sin verme junto a su buzón. Lloviera o tronara ella estaba allí, acompañada por su pequeño perro con un casi ridículo aspecto, Pipsqueak.

    La señora Santos vivía sola a sus 80 años. Pudo arreglárselas sola por un tiempo, pero últimamente las cosas han cambiado. Mientras su cuerpo envejecía, su mente se hacía más joven. Nunca recibía cartas ni de la hija ni del nieto que decía tener en California, pero es posible que mantuvieran en contacto por teléfono. Nadie le envía una carta echa a mano a la señora Santos, ni siquiera en Navidad. Le traje algunos catálogos y revistas extras, que no pudieron ser entregados y de todas formas serían reciclados. Aun sabiendo que podría perder mi trabajo por eso, lo hice, sólo para hacerla feliz. Cada navidad, le di regalos que recibía de los clientes durante mi ruta. Me daban tantos que no sabía qué hacer con todos ellos, y pensé que serían los únicos regalos que ella alguna vez recibiría.

    ¿Se le habrá olvidado? Caminé por la agrietada acera, pasé por el garaje abierto y toqué la puerta principal. La casa no tenía canaleta y la lluvia caía por el tejado, salpicado lodo marrón por el corredor y las paredes.

    ¿Señora Santos?¿Hola? ¿Señora Santos?.

    No hubo respuesta.

    Es Louise, su cartera. Le traigo su correo.

    La señora Santos no escucha muy bien. Tal vez no escuchó cuando toqué debido al fuerte sonido de la lluvia. Toqué de nuevo, más fuerte esta vez, y esperé. Intenté abrir la cerradura. Estaba sin llave. La antigua puerta, hinchada por la humedad, hizo un fuerte crujido al empujarla. Justo atrás de la puerta, estaba Pipsqueak mirándome. Ella movía su cola golpeándola contra el piso. Era el único perro en mi ruta que nunca me ladraba. No me ladró incluso ahora, aún al haber entrado a la casa.

    Lo primero que noté fue el olor. Olor a perro sin bañarse y algo más que no sabía que era. Esperé mientras mis ojos se acostumbraban a la luz tenue. Muebles grandes de bambú con cojines sublimados con detalles azules de Hawái estaban por toda la sala –dos sillas, un sofá, una mesa de centro y mesitas con lámparas que hacen juego.

    Fui a la cocina y puse el pesado saco de correo en la barra de la cocina. Me acariciaba el hombro mientras inspeccionaba la casa. La lluvia chocaba contra la ventana de persianas que está arriba del lavabo. Me acerqué a ella para cerrarla. Los platos estaban lavados y ordenados; las encimeras también están limpias. Nada parece estar mal. Entonces, ¿por qué presiento que algo no anda bien?

    Las uñas de las patas de Pipsqueakhacían ruido en el piso de linóleo al seguirme por la cosa. Ya en el pasillo pude ver un baño abierto y dos puertas cerradas. Una puerta al final del pasillo estaba entreabierta, toqué la puerta suavemente.

    ¿Señora Santos? Soy Louise, su cartera.

    Empujé la puerta. La habitación parecía estar vacía.

    ¿Señora Santos? ¿Hola?.

    Entré a la habitación y di un vistazo. La cama matrimonial estaba muy bien arreglada con cubierta de tela Chenille desgastada. Una cómoda se apoyaba en la pared, con su pintura despegándose por el paso del tiempo. Un marco de plata en la cómoda contenía una foto de una sonriente pareja joven en el día de su boda. No estaba seguro si era la señora Santos de joven o posiblemente, la hija de la que ella ha hablado. No había más muebles además de una mesa de noche junto a la cama.

    Cuando iba cruzando el cuarto, me golpeó el recuerdo de una tarde hace veintidós años atrás. Había regresado de mi escuela a mi casa y encontré mi apartamento vacío. Fue algo extraño. Mi madre siempre estaba en casa cuando yo llegaba. Caminé por el apartamento, gritando, ¿Mamá? ¿Estás allí? ¿Mamá? ¿Dónde estás? Finalmente, la encontré, ella estaba recostada en el piso, escondida detrás de su cama. Me agaché al lado de ella y me acerqué para tomarla de la mano. ¿Mamá? ¿Qué te ocurre? ¿Qué ha ocurrido? Ella respiraba, pero no se movía. En ese momento supe que la enfermedad de mi madre no era una prolongada gripe, como me habían hecho creer. Desde ese día, vivo con el temor constante a como la vida cambia radicalmente en un instante.

    ¿Podría estar la señora Santos atrás de la cama? De repente, no había suficiente oxígeno en la habitación. Me detuve, paralizado, quedándome sin aliento. Hice todo lo posible por respirar. Respiré una vez, y luego otra vez. Cuando mi visión se despejó, me hice caminar alrededor de la cama y luego miré el suelo. Mis piernas finalmente cedieron.

    La señora Santos no estaba allí.

    ¿Y ahora qué?

    De vuelta en el pasillo, toqué en una de las puertas que estaban cerradas.

    ¿Señora Santos?.

    La puerta no tenía seguro, la empujé, pero no se abría. Puse todo mi peso contra ella e hizo un crujido al abrirse. Por el olor, parece ser que este cuarto ha permanecido cerrado por años. Las paredes eran de un color lavanda pálido. Una capa de polvo cubría los muebles color blanco de princesa. La pequeña niña que vivió en esta habitación debe haberla adorado. Una cama doble tenía muchos peluches maltrechos –un osito, un conejo, un gato con un solo ojo. Era imposible saber cuál había sido alguna vez el color de la sábana descolorida. Una colección de muñecas estaba puesta en un estante de diversas formas, desvestidas y con la mirada pérdida. Unas cortinas teñidas tipo Priscilla se acomodaban a travésde unas persianas bien cerradas. Con un vistazo rápido me di cuenta de que la señora Santos no estaba en su habitación. Salí de allí y cerré la puerta que está detrás de mí.

    La otra puerta se abrió de forma mucha más fácil, con solo un empujón.

    ¿Hola?.

    Fui pasando cajas de cartón, una máquina de coser marca Singer, una mecedora, una bicicleta rosada tipo Stingray. Toqué las serpentinas en el manubrio de la bicicleta y pasé mi mano sobre el sillín. Yo soñaba con tener una bicicleta como esta cuando era niño.

    La señora Santos no estaba en la bodega.

    La primera vez que atraveséel pasillo, el cuarto de baño a oscuras parecía estar vacío. Pero para estar completamente segura, me acerqué y prendí la luz. Me asusté cuando un ruidoso y viejo ventilador me cayó por encima.

    Okay Louise. Cálmate. Respira hondo.

    El baño medía solo seis pies cuadrados. Puse la cortina llena de moho a un lado. La señora Santos no estaba en el baño. Ella no estaba en ninguna parte.

    Capítulo 2

    La grava crujía debajo de mis botas al andar con dificultad a través de riachuelos llenos de fango. La lluvia caía por el borde de mi gorra y me impedía ver.

    La señora Fujioka me esperaba bajo el refugiode su garaje.Ohio gozaimas, Louisa-san. Ella hizo una pequeña reverencia.

    Le entregué una pila de correo. Su hermano le envía una carta hoy.

    Ella sonrió cuando vio que el sobre venía de Japón.

    La señora Fujioka, una profesora de kindergarten jubilada ahora traduce libros para niños al japonés. Ella estuvo en Hiroshima cuando la bomba estalló y los altos niveles de radiación hicieron que no pudiera tener niños. Su esposo eventualmente la abandonó por irse con una mujer más joven. La señora Fujioka nunca se volvió a casar.

    ¿Usted conoce a la señora Santos? Apunté hacia la casa de la señora Santos. Ella vive unas cuantas casas abajo.

    La señora Fujioka echó un vistazo con sus gruesas gafas que le cubren casi la mitad de su amable y arrugado rostro. Yo sé quién es. No hablo con ella muy a menudo.

    ¿La ha visto hoy?.

    No, no desde ayer.

    Estoy un poco preocupada por ella. Ella siempre espera por mí en su buzón y hoy no está allí.

    Estoy segura de que está bien. Probablemente solo anda caminando por allí.

    Tal vez podría estar pendiente de ella. Avíseme si la ve.

    Lo haré. Ella hizo una reverencia de nuevo. Domo arigato.

    El señor Kaminaka apenas levantaba la vista desde donde estaba tallando su tiki cuando yo caminé cerca de él. Él es un hombre en forma con un poco más de sesenta años, él pasa día tras días en su garaje esculpiendo sus tikis. Le toma alrededor de una semana en terminar uno, y luego inmediatamente empieza a hacer otro. Escuché que él los vende en eBay.

    Al señor Kaminaka le hacen falta la mayoría de los dedos en su mano derecha y sus vecinos especulaban que pudieron haber sido los Yakuza. Yo pensé que era más probable que estuviera relacionado con la motocicleta que ocupa el resto del espacio en su garaje. Al inicio, trate de saludarlo. Él nunca respondió más que con una mirada fija. Luego de hacer un par de intentos por conversar, me di por vencido. Había una señora Kaminaka también, quien trabajaba en el turno nocturno en el Hospital Castle y dormía por las mañanas.

    ¡Buenos días, Louise! decía desde su garaje la señora Shimabukuro, sentada en una silla de ruedas. Recientemente tuvo su segundo reemplazo de caderas.

    Caminé hacia la entrada. Buenos días, señora Shimabukuro. ¿Cómo está su nieto?.

    "¡Oh!, está de maravilla. Ayer lo estuve cuidando y me pidió lápiz y papel. Él escribió todos los números desde el uno hasta el doscientos de forma perfecta—in kanji!".

    Estoy impresionada. Él solo tiene tres años, ¿verdad?

    Correcto. Solamente tres.

    Ella se sentía orgullosa de ser abuela, y era afortunada. Su hijo vive en la isla y ella puede ver a su nieto seguido.

    ¿Usted conoce a la señora Santos que vive calle abajo?.

    Ella agitó una mano y sacudió su cabeza. ¡Ah!, ella. Siempre está metiéndose en asuntos ajenos. Le gusta pasar mirando por las ventanas de las personas.

    ¿La ha visto recientemente?.

    Quizás hace un par de días atrás. Paseando con su perro. No hablé con ella.

    Estoy un poco preocupado. Parece ser que está perdida.

    ¿Perdida?

    Ella normalmente espera por mí y hoy no estaba. Solamente este pendiente de ella, ¿podría hacerlo?.

    Por supuesto.

    Puse su correo en sus manos que habían sido hinchadas y torcidas por la artritis, luego empujé su silla de ruedas en una pequeña rampa para que entre a su casa.

    A medida que salía de esa calle, unos niños pequeños gritaron diciendo ¡Hola tía!, detrás de la puerta de vidrio. Adoro la forma en que los niños aquí me dicen Tía. Me hace sentir que soy parte de una gran familia.

    Tenía una carta certificada para la señora Kalama. Ella abrió la puerta junto con un pequeño niño de alrededor de dos años con la cara sucia y usando pañales que estaba junto a su cadera.

    Buenos días, señora Kalama. Necesita firmar esto. Le di la carta y un lapicero.

    Ella movió el niño hacia su otra cadera y empezó a llorar. Ella firmó el recibo.

    Luego lo desprendí y le di la carta. ¿Conoce a la señora Santos, que vive calle abajo?.

    Ella miró en la dirección en que apunté. "¡Oh!,Ella".

    ¿La ha visto últimamente?.

    Ella siempre anda paseando con su perro, mirando a través de las ventanas de los demás.

    ¿Cuándo fue la última vez que la vio?.

    Anoche. Su tono de voz se hizo un poco más fuerte. Había regresado a mi casa desde Walmart y se acercó a mi carro y empezó a husmear en mis bolsas de compras para ver que traían. Debo darme prisa y meter mis cosas dentro de la casa y luego cerrar la cortina.

    ¿Alguna vez la ha visto ir a algún lugar en bus, o en elHandi-Van?.

    A veces el Handi-Van viene a recogerla. Ella me cuenta que tiene una cita médica por su corazón. Pero no he visto el Handi-Van hoy.

    Le agradecí a la señora Kalama y continué calle abajo, preguntándole a todos los que estaban en casa si habían visto a la señora Santos. Todos sabían quién era la señora Santos, pero nadie la conocía bien. Sus vecinos parecían considerarla una molestia y la evitaban. Nadie recordaba haberla visto desde ayer. Nadie había visto un Handi-Van en la calle recientemente.

    De vuelta en la estación, me senté en una banca de madera que está en medio de los casilleros, me quité mis empapadas botas y mis calcetines. Tomé un par de sandalias de mi casillero y puse mis fríos y arrugados pies en ellas.

    Mi ropa todavía esta mojada, pero al menos mis pies podrían secarse. Parte de mi entrenamiento como cartero consiste en estar atento a señales que indiquen que los clientes de edad avanzada en mi ruta estén en problemas. Si el correo se empieza a acumular en sus buzones, se espera que contacte al consejo para la protección de la tercera edad. Entonces queda en manos de ellos llamar a las autoridades.

    ¿Pero cuánto tiempo podría tomar? ¿Qué tal si la señora Santos necesitara ayuda en este momento? Nadie la extrañaría. Nadie la estaría buscando. No podía soportar la idea de que esté deambulando, perdida y desorientada bajo la lluvia. O tirada en el suelo herida en algún lugar, esperando que alguien llegue a ayudarla mientras su correo se acumula en su buzón. Si alguien iba ir a buscarla, tendría que ser yo. Y no iba a esperar a que su correo se acumule. Tenía que llamar a la policía -mientras antes mejor.

    La estación de policía de Kāne‘ohe se encuentra atravesando la autopista Kam desde la oficina de correos.Paso en coche por allí muchas veces al día, pero afortunadamente nunca he tenido que entrar. Giré en dirección a Waikalua Road, entré al pequeño estacionamiento, y salí de mi carro. Abrí la puerta polarizada, miré adentro, y entré.

    Tras ver programas sobre crímenes en la televisión, sé que la policía normalmente no tomaría el reporte de una persona perdida hasta que esa persona no haya aparecido desde hace cuarenta y ocho horas. Y sabía que la única excepción era en el caso de que se sospeche un crimen. Así que, aunque no creía que pudiera hacerlo, traté de pensar en cómo probar que el caso de la señora Santos calificaba como un posible crimen. Esperaba que eso agilizara el proceso y conseguir que un equipo de búsqueda la localice lo antes posible.

    Sentí automáticamente un sentimiento de solidaridad con la mujer policía que estaba en el escritorio. Allí estábamos, servidoras públicas con sus uniformes, mujeres trabajando en empleos que tradicionalmente ocupan hombres, iconos de la comunidad.

    Su cabello estaba recogido dentro de una apretada cola de caballo y no utilizaba maquillaje. Pese a su pequeña estatura, no creo que ella tenga ningún problema en derribar a cualquier criminal desquiciado. Su nombre, según el bordado que tenía sobre su bolsillo, era Wong.

    Sonriéndole a la oficial Wong dije. Hola. Soy Louise Golden.

    Ella levantó la mirada desde un puñado de papeles, pero solo me respondió levantando su ceja. Ella ya me había superado sin siquiera intentarlo.

    En el interés de acelerar las cosas, dije, Trabajo como cartera aquí en Kāne‘ohe. Lo cual no era necesario decirlo. Mi uniforme empapado y mi desaliñada apariencia hablaban por si mismas.

    La oficial Wong me dio una mirada fija.

    No estaba segura si era una invitación a entrar, pero entré. Hoy una de mis clientes no estaba en casa cuando llegué a entregarle su correo. Deseo hacer el reportarla como desaparecida.

    La oficial Wong respiró profundo. Más parecía un suspiro, a decir verdad. ¿Qué le hace pensar que ella está desaparecida?.

    Bueno... ella siempre espera que yo llegue a dejarle su correo. Es la parte más importante de su día.

    Quizás le surgió algo asunto más importante. Dijo la oficial Wong, como si recibir el correo no fuera importante en lo absoluto. ¿Cómo sabe sino se fue de compras o fue a arreglarse el cabello?.

    El estar atrapada en un trabajo de oficina hace que ella sea gruñona, ¿no es así? Ella no suele ir a que le arreglen el cabello Quizás tenía una cita con el médico.

    Me empecé a sentir como una tonta. Yo he hecho esta ruta por dos años y ella nunca ha dejado de esperarme en su buzón.

    La oficial Wong sacudió su cabeza y suspiró otra vez.

    Estaba perdiendo terreno, pero seguí adelante. "Yo toqué su puerta y la llamé bastantes veces, pero ella no contestó. Me preocupaba que pudiera necesitar ayuda. Traté de abrir la manija. No tenía seguro, así que abrí la puerta. Su perro estaba ahí, y ella siempre anda junto a su perro. La llamé de nuevo, pensando que tal vez estaba en

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1