La leyenda de don Juan Tenorio
Por José Zorrilla
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El argumento se basa en la leyenda de Don Juan pero esta vez representa a un libertino alardoso, al que sólo puede enmendar el amor y un final arrepentimiento de sus pecados para alcanzar la vida eterna.
El siglo XIX, con el romanticismo, cambió el tratamiento del personaje. Hasta ese momento don Juan siempre acaba castigado por sus pecados en el infierno; el romanticismo, que se sentía atraído por personajes rebeldes y amantes de la libertad, se sintió fascinado por esta figura, analiza su satanismo y teoriza sobre si el seductor, que encarna el mal, se siente culpable o no, y si puede salvarse.
En la obra se encuentran diversos efectos fantásticos y sobrenaturales. La acción, transcurre en Sevilla durante el año 1545. Los cuatro primeros actos transcurren en una sola noche y los otros tres cinco años después y en una única noche. La obra tiene un final feliz ya que el amor triunfa y también que podemos ganar el cielo con un arrepentimiento oportuno: "...que si es verdad / que un punto de contrición / da al alma la salvación / de toda una eternidad, / yo, santo Dios, creo en ti..."
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La leyenda de don Juan Tenorio - José Zorrilla
José Zorrilla
La leyenda de Don Juan Tenorio
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: La leyenda de don Juan Tenorio.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9897-445-4.
ISBN rústica: 978-84-9816-282-0.
ISBN ebook: 978-84-9897-895-7.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
La leyenda de Don Juan Tenorio 11
I 13
II 19
III 29
IV 37
V 41
VI 53
VII 63
VIII 83
IX 95
X 105
XI 115
XII 119
XIII 123
XIV 133
XV 141
XVI 151
XVII 157
XVIII 177
XIX 189
XX 197
XXI 201
XXII 217
XXIII. Conclusión 225
Libros a la carta 227
Brevísima presentación
La vida
José Zorrilla (Valladolid, 1817-Madrid, 1893). España.
Tras estudiar en el Seminario de Nobles de Madrid, fue a las universidades de Toledo y Valladolid a estudiar leyes y poco después abandonó los estudios y se fue a Madrid. Las penurias económicas le hicieron a vender a perpetuidad los derechos de Don Juan Tenorio (1844), la más célebre de sus obras. En 1846, viajó a París y conoció a Alejandro Dumas, padre, George Sand y Teophile Gautier que influyeron en su obra. Tras una breve estancia en Madrid, regresó a Francia y de ahí, en 1855, marchó a México donde el emperador Maximiliano lo nombró director del teatro Nacional. Publicó un libro de memorias a su regreso a España.
La leyenda de Don Juan Tenorio
I
En tiempos del cuarto Enrique,
a quien la historia y la gente
apodan el impotente,
lo cual no hay quien certifique,
andaba toda Castilla
levantadiza y revuelta;
y, por más rica, más suelta
de todo freno Sevilla.
Hirviendo en esta ciudad
de antigua discordia el germen,
sin que le atajen ni mermen
fuerza, ley ni autoridad,
los nobles y los pecheros,
partidos en banderías,
se daban a tropelías,
venganzas y desafueros;
y no hubo lugar sagrado
ni hombre honrado ni doncella
a quien la borrasca aquella
no dejase atropellado.
Germinaba cada día
por cada nueva ambición
una nueva rebelión
o una nueva bandería:
y los ricos y los nobles,
cuando las calles cruzaban,
en pos sus gentes llevaban
con hierro y defensas dobles:
y en llegando a anochecer,
de su posada al salir,
nadie podía decir
cuándo podría volver.
¡Fue aquel un tiempo sin par!
El Primado de Toledo,
tan sin fe como sin miedo
conspirando sin cesar,
tiró la mitra en el coro
y, a su cabildo olvidando,
campeó, una hueste pagando
de sus rentas con el oro.
De Santiago y de Sevilla
los prelados, a su ejemplo,
saliéronse de su templo
a merodear por Castilla;
y para aumentar su clero
tamañas calamidades,
se presentó en sus ciudades
agresivo y pendenciero.
Es lo que la historia arroja,
no una calumnia villana:
lo dice el padre Mariana
a vuelta de cada hoja.
Villena y los principales
de Aragón y de Castilla
ser no hubieron a mancilla
traidores y desleales;
y más potentes que el rey,
diéronle por impotente,
nombrándole descendiente
contra su gusto y la ley;
y no dudando afirmar
lo imposible de saber,
a la hija de su mujer
por no suya osaron dar.
En Ávila su persona
en efigie colocando
sobre un cadalso, quitando
la fueron manto, corona,
espuelas, cetro y espada,
de un pregonero a la voz,
y al fin con escarnio atroz
fue su estatua derribada.
El infante Don Alonso
su hermano, a quien todavía
barba en la faz no nacía,
mancebo impúber e intonso,
presenció tamaño ultraje,
y se dejó coronar
y de la efigie ataviar
con las insignias y el traje.
Fue aquel un siglo en el cual
no vio el pueblo de Castilla
más que crecer la mancilla
del menguado poder real:
y aquel pobre rey Enrique,
tengo yo por evidente
que, si hay por qué de impotente
el título se le aplique,
es porque con nadie pudo
y todos más que él pudieron,
a los que le escarnecieron
sirviendo él mismo de escudo.
Todo vástago postrero
de raza que degenera
sufre de su raza entera
el peso desde el primero.
Su abuelo Enrique, al dosel
al subir a puñaladas,
no le dejaba sembradas
más que traiciones a él.
Creyó ganar con larguezas
la fe de los corazones,
y fomentó las traiciones
que procuraban riquezas.
Perdonó a todos mil veces
una y otra avilantez,
y salieron cada vez
todos del perdón con creces.
Creció en poder la nobleza,
en vicios la clerecía,
la milicia en osadía,
y el rey en mengua y vileza;
y al escándalo y la mofa
de la autoridad real
haciendo eco universal
la gente de baja estofa,
a costa del soberano
nobleza, clero y milicia,
do pudieron, sin justicia
ni ley metieron la mano.
Sin fuerza, pues, ni decoro
el rey, sin prestigio el clero,
todo el pueblo en desafuero
y en las fronteras el moro,
llegó España a extremo
que sin fe, ley ni recato,
solo atendió en tal rebato
su agosto a hacer cada cual.
Tal era la situación
del reino y rey de Castilla
cuando a la alegre Sevilla
nos lleva esta narración.
II
¡Gran tierra es Andalucía!
La gente allí alegre toma
la vida efímera a broma,
y hace bien por vida mía.
Con un clima siempre sano,
bajo un cielo siempre puro,
afán no pasa ni apuro
por lo que no está en su mano;
y en un suelo siempre abierto
a doble y feraz cosecha,
sobre él duerme y cuentas no echa
con un porvenir incierto.
Gran tierra es Andalucía,
y la flor de aquella tierra
es Sevilla, porque encierra
la flor de cuanto Dios cría.
Los moros sobre Granada
pusieron su paraíso,
mas nadie en él entrar quiso
si hizo en Sevilla jornada.
Quien a Sevilla no vio
no vio nunca maravilla,
ni quiso irse de Sevilla
nadie que en Sevilla entró.
«¡Ver Nápoles y morir!»
dicen los napolitanos;
mas dicen los sevillanos:
«¡Ver Sevilla, y a vivir!»
Fenicia, romana, goda,
árabe y al fin cristiana,
de toda la raza humana
la flor atesoró toda:
árabes, godos, romanos
dejaron al paso en ella,
de su genio con la huella,
los primores de sus manos,
y de ellos tiene a millares
modelos, tipos y ejemplos
de acueductos, puentes, templos,
alcázares y alminares:
porque los siglos su frente
fueron tocando a porfía
con la flor de lo que hacía
de cada siglo la gente.
Sevilla cristiana o mora,
por Mahoma o por Castilla,
fue siempre una maravilla
lo mismo antaño que ahora:
y bizantina o moruna,
fue, predilecta del cielo,
el manantial del consuelo
y el mimo de la fortuna.
Antídoto de pesares,
depósito de primores,
mina rica de cantares
y nidal de ruiseñores,
entre un vergel de azahares
que aroma con sus olores
las florestas de olivares
que son sus alrededores,
es semillero de flores
donde, harto de andar lugares,
labró el amor sus hogares
y el nido de los amores.
Su gente es como Dios quiso
hacerla en su juicio eterno,
con un tizón del infierno
y un rayo del paraíso.
Hija del fuego infernal
y de la luz del Edén,
es capaz de todo bien
y propicia a todo mal.
Es la Sevilla de hogaño,
como la de Alonso onceno,
de cuanto hay de malo y bueno
conjunto gentil y extraño:
mas la de hoy y la de antaño
mezclan tan bien en su seno
la triaca y el veneno,
que la mezcla no hace daño.
Sevilla, a margen de un río
que con sus aguas fecunda
tierra en donde todo abunda,
jardín de invierno y estío,
poblada de hombres sin cuitas
y mujerío sin par,
es pueblo tan singular
cual sus torres y mezquitas.
Dejó en Sevilla el fenicio
su espíritu comercial,
y a nadie falta caudal,
ya por virtud, ya por vicio.
Dejó en Sevilla el romano
su espíritu de grandeza,
y nadie allí en su pobreza
tiene en más a un soberano.
La Edad media tiempos góticos
diéronla su tinta mística,
de ortodoxa y cabalística
con extremos estrambóticos.
En Sevilla dejó el moro
su guzla y su pandereta,
y en cada calle y placeta
hay de alegría un tesoro.
Su gente, gran narradora
de consejas y leyendas,
las cuenta y las cree muy sendas:
mas las cuenta que enamora.
Y como allí en cada esquina
se tropieza una antigualla,
tras de cada esquina se halla
una invención peregrina.
Creyente, como es corriente
que sea el pueblo de España,
la verdad y la patraña
creyendo con fe la gente,
Sevilla meridional,
de rica imaginativa,
es