No transige la conciencia
Por Fernan Caballero
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No transige la conciencia - Fernan Caballero
instante.
Capítulo I
Así como en las desiertas costas del mar se ve blanquear un nido de gaviotas en la concavidad de una peña, así aparece Cádiz en la concavidad de sus murallas. Hanla labrado tan denodadamente entre las olas, que la tierra alarga un brazo para asirla. Lleva este angosto brazo de piedra y arena, como un brazalete, la Cortadura, esto es, una fortaleza construida en tiempo de la gloriosa guerra de la Independencia; separa las violentas olas del Océano de las tranquilas aguas de la ba-hía, y conduce a la ciudad de San Fernando, que en el fondo de la ensenada abre sus ar-senales de la Carraca, como hospitales, a los barcos que, heridos y maltratados en sus azarosas carreras, regresan a sus lares. ¡Pobres barcos, a los que los huracanes dicen:
¡Marcha! ¡marcha!, como los acontecimientos se lo gritan a los hombres, y que al llegar a su patria se asen a ella con sus áncoras, co-mo niños con sus manos al cuello de su madre!
Pasada la ciudad de San Fernando, gallar-da y digna vecina de Cádiz, que ostenta su Calle Larga parecida a un estrado, y sus casas brillantes y sólidas corno si fuesen de plata maciza, y atravesando el puente Zuazo, tan antiguo que se atribuye su construcción primitiva a los fenicios, el camino se divide en dos: el de la izquierda sigue costeando la bahía, y el de la derecha se dirige a Chiclana.
Se entra en este precioso pueblo por una ar-boleda de álamos blancos, que toman asiento entre verdes huertas, a la manera de nobles ancianos encanecidos, estimulando con su susurro a las plantas pequeñas y tiernas a crecer y fortalecerse, para resistir como ellos a los vendavales. El pueblo es grande, y el río Liro lo divide en dos mitades como un cuchillo de plata.
Dominábanlo otras veces sobre dos altu-ras, una torre morisca ruinosa, como imagen de lo pasado, en la una, y una lindísima capilla, como imagen de lo presente, en la otra.
De pocos años a esta parte la torre ha des-aparecido, y la capilla es una ruina.
Era un templo, era un altar
donde llora el desvalido:
yo lloré; volví a pasar...
¡Y era polvo consumido,
que también me hizo llorar!
Era esta capilla (dedicada a Santa Ana) de construcción redonda, y estaba ceñida de una columnata, que formaba en su alrededor una galería, desde la cual se admiraba un hermoso panorama, esto es, una bella vista circular.
La aislada y abandonada torre tenia a sus pies el cementerio, como si los hombres muertos buscasen simpáticamente la sombra de la muerta torre! Esta torre, que parecía un sello de piedra que ostentase los archivos del pueblo, que era una herencia de generaciones guardada por la comarca, como la momia de un vencido caudillo, embalsamado por los aromas de las flores del campo; esta torre austera, que no tenía conexiones ya sino con los muertos, que a su alrededor se volvían esqueletos; con las aves noturnas, que en sus oscuros antros huían del bullicio y de la luz del día, y con los vientos, que venían a gemir tristemente en las brechas, que podían considerarse como heridas causadas por el tiempo;¡esta torre inofensiva no pudo esca-par al moderno vandalismo! ¡Ni el respeto a los recuerdos que evocaba, ni el respeto al cementerio que tan expresivamente presidía, ni lo romántico de su aspecto, ni