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Mamá y papá están solteros
Mamá y papá están solteros
Mamá y papá están solteros
Libro electrónico185 páginas3 horas

Mamá y papá están solteros

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Dos pasados que dejan huella: Él, Massimo, un divorcio reciente y una exmujer sofocante que usa a su hija para hacerle chantaje emocional. Ella, Susanna, que lleva una vida errante para escapar de un gran dolor, con el único deseo de construir una vida serena para su hija Mia.

Gracias a la amistad entre las dos niñas su vidas se cruzan.

Amigos para salvar las apariencias, amantes gracias a un pacto. ¿Conseguirán huir de sus prejuicios?, ¿de sus miedos?, ¿de su orgullo?

¿Se puede empezar una relación al revés, pasando del sexo a la amistad sin complicaciones?

Entre incomprensiones, discusiones y sonrisas se desarrolla esta historia romántica e irónica.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento17 feb 2019
ISBN9781547563210
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    Mamá y papá están solteros - Francesca rossini

    Mamá y papá están solteros

    Francesca Rossini

    Traducción de María Rosario Girón Moreno

    Mamá y papá están solteros

    Escrito por Francesca Rossini

    Copyright © 2016 Francesca Rossini

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducción de María Rosario Girón Moreno

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    1

    Martes, 15 de septiembre

    Susy

    Un sol que anuncia un día de bochorno de los de agosto y una marea de personas que habla en voz demasiado alta, niños desbocados que todavía reclaman la libertad veraniega, cuellos almidonados dentro de sus babis nuevos. Es el primer día de colegio y aquí estamos, un pueblo nuevo, gente desconocida, me siento un poco perdida y emocionada en medio de este caos.

    Cojo de la mano a mi hija, que sonríe con sus coletas un poco torcidas –me pregunto por qué nunca me salen simétricas – mientras observo a las otras madres, las madres modelo, que muestran a sus niñitas perfectas, con sus trenzas largas hasta el trasero o peinados que, para hacérselos, las tienen que haber despertado al amanecer. Suspiro; yo, aunque la hubiese despertado en las navidades del año pasado, no habría conseguido el mismo resultado y de hecho, el pelo de mi hija Mia solo llega hasta los hombros y nunca podría trenzarlo de esa manera.

    Me acuerdo de las carreras con el cepillo persiguiendo a mi brujilla. No, mamás-peluqueras uno, servidora cero, y es solo el principio. En fin. Lanzo el primero de los que creo que serán un montón de suspiros a lo largo de la mañana, echo un vistazo a la plaza abarrotada.

    Nos quedamos un poco al margen: nos hemos mudado aquí este verano y Mia, al igual que yo, no conoce a nadie.

    «¿Con quién quieres que le toque al tuyo?, ¿con Romero o con Sebastiani?» dice la mamá de una niña rellenita con el pelo rubio suelto que le llega hasta el trasero y una corona de margaritas artificiales en la coronilla. Ella no es para menos: un mechón fucsia- no ciruela, exactamente fucsia- peinado en una trenza de espiga y el resto del pelo, tan largo como el de la hija, cae formando ondas que parecen más falsas que los frisé. El bolso de una marca famosa y carísima- o a lo mejor es una buena imitación; la verdad no sabría decirlo – y unos tacones de aguja tales que la peor parte de mí se pregunta si va a hacer la calle.

    «Naturalmente con Sebastiani, lo he pedido expresamente. Al final nos libraremos de todos los más rebeldes de la clase B y verás que avanzarán maravillosamente con el programa.

    Por supuesto la maestra Sebastiani es más severa, la otra no tiene carácter, además, tiene dos niños pequeños, ¿sabes la de veces que faltará? Ya verás que se quedarán todos rezagados».

    «Esperemos que no les toque a Aasim en clase, ¿sabes lo que eso significaría?, tampoco le han puesto el profesor de apoyo este año».

    Observan llegar a una mujer con velo en el pelo, vaqueros y chanclas en los pies.

    «Hola cielo, ¿habéis pasado unas buenas vacaciones?» exclama la primera, con una enorme sonrisa falsa.

    «Aasim, ¡te has convertido en todo un hombrecito!» dice la mamá del mechón fucsia con la misma hipocresía.

    Me quedo horrorizada y tiro de la mano de Mia. Estoy deseando que nos hagan entrar, esta feria de las falsedades me descoloca. ¿Va a tener que crecer Mia en este ambiente? Espero que ella sola consiga elegir a sus amigos y que no se deje lavar el cerebro con este montón de estupideces.

    «¡Hola!» la oigo exclamar. Miro en la misma dirección que ella y sonrío: es Martina, una niñita muy linda que conocimos en el parque; para ser sinceros, la madre es bastante menos agradable: una de ésas que no se calla ni un momento, que tiene una solución para todo y una crítica para todos y cada uno. Ella también va vestida de punta en blanco; me parece que es una moda del pueblo, a lo mejor antes o después me contagian a mí también. Miro mis zapatillas de deporte agujereadas en la punta y niego con la cabeza; no, conmigo es prácticamente imposible. A pesar de la madre, la niña parece ser el alma gemela de mi hija Mia: una coleta desenfadada en la coronilla y una mochila azul con la misma Minnie que la mochila de Mia. Sí, almas gemelas pienso feliz, mientras su carita despierta sonríe tirando del brazo del padre. Un tipo de esos que se creen todavía chavales, con el pelo de punta engominado, rubio oscuro, la camiseta ajustada y un par de bonitos ojos claros, no sé si verdes o azules. Guapo, pero a primera vista demasiado pijo, digno marido de su mujer. Espero que no sea tan charlatán. De todos modos, él parece tan desorientado como yo. Bueno, gracias a Dios no soy la única persona cuerda en este pueblo.

    «Buenos días», extiendo la mano para presentarme. «Susanna...Susy, conocí a su mujer en el parque».

    «Ah, encantado, Massimo Ginepri». Me aprieta la mano con firmeza. Genial, me encantan las personas que tienen un apretón de manos firme. No me fío de quien te da la punta de la mano o te la da floja.

    «¡Qué caos!, es mejor un estadio lleno de hinchas que un jardín lleno de madres ansiosas, se oye el cuchicheo a un kilómetro de distancia». Sonrío y él se ríe, tan brevemente que no me da tiempo ni de apreciar lo guapo que está con esa bonita sonrisa, que pena. Se acerca corriendo una mujer, la reconozco, es la misma del parque.

    «Te había dicho en el aparcamiento de detrás de la iglesia, ¿es tan difícil respetar los acuerdos?», suelta sin saludar a nadie.

    «Mamá, mira qué guapa estoy con el babi azul» interrumpe Martina contentísima.

    «Claro cariño, estás fantástica, mamá quería hacerte una foto en la entrada, pero tu padre ha pensado que lo mejor era hacerte entrar él solo». Él se queda callado y me doy cuenta de que hay algo entre ellos que no funciona. Echo un vistazo a sus manos: ningún anillo de boda, nada entre ellos funciona.

    «¡Ah, hola! saludo patosa, ¿te acuerdas?, nos vimos en el parque».

    «Sí claro, esperemos que vayan juntas a clase, Marti irá con la maestra Sebastiani».

    Sonrío y me alejo un poco porque la mujer, parece querer reanudar el delicado tema con su marido.

    «Otra patochada como ésta y a tu hija no la ves ni en pintura, ¿está claro?»

    «Cálmate Livia, Martina quería entrar, ya estaban todos allí».

    «He dado tres vueltas antes de encontrar aparcamiento, solo te había pedido que me esperaras y que me hicieras disfrutar del primer día de colegio de mi hija, pero no, tienes que hacer siempre lo que tú quieres de todos modos».

    Me voy sin saludar, es mejor desaparecer.

    Mientras tanto sale el bedel:

    «¡Al gimnasio!» grita y la oleada de madres arregladas y de niñitas de punta en blanco, dejan de lado la delicadeza femenina y empiezan a empujar como una manada de búfalos enloquecida. Me dan un codazo en las costillas y pierdo el equilibrio además de la respiración. Noto que me sujetan. El señor Ginepri me sostiene y mientras, intento no perder la mano de mi hija.

    Él, mientras tanto, ha cogido a la suya en brazos mientras que su mujer se ha adelantado, el mechón fucsia le ha reservado un sitio en primera fila. Nosotros nos quedamos de pie pegados a la pared.

    Livia se levanta y, haciendo aspavientos con los brazos, llama a su hija para que vaya con ella. Veo la cara del padre desencajarse, pero la deja bajar de sus brazos quedándose de espaldas a la pared, impasible en su sitio en la última fila.

    Toma la palabra la directora: una mujer joven y guapa, inspira simpatía, sé que es nueva, como yo; espero que no se la coman viva.

    «Con el fin de evitar continuas peticiones de cambios y quejas y, para conseguir el objetivo principal, que es el bienestar de vuestros hijos, este año no se han admitido peticiones o preferencias, las clases han sido formadas por una comisión especializada, con criterios establecidos por el claustro de profesores. Las dos clases son homogéneas tanto por nivel, como por la distribución de los niños»; veo que Livia alza una ceja, parece sorprendida y enojada. «Las maestras llamarán a los niños y éstos las seguirán hasta su clase; os deseo a todos un año escolar tranquilo y de colaboración con los profesores y con el centro educativo».

    ¡Muy bien! me parece una chica valiente a pesar de su aspecto dulce. Sonrío cuando veo a Livia indecisa mientras mira a su alrededor buscando reacciones.

    «Buenos días, soy la maestra Marina y daré italiano a las dos clases».

    «¡Pero cómo!» exclama Livia. Evidentemente no es la profesora a la que tanto elogiaba. Se lo merece, me regodeo.

    «Acompañaré al aula a los niños de la clase A que llamaré a continuación:

    Armellini, Desalvo, Dinulji, Gangli...».

    El nombre de mi hija no ha sido mencionado y parece ser que tampoco el de Martina. Me alegro por su amistad, aunque tendré que lidiar con su madre que ahora está despotricando buscando los apoyos suficientes para hacer una protesta.  Nuestra clase será la B. Y buena suerte a todos para esta nueva aventura.

    Massimo

    ¿Y ésta qué quiere?, ¿otra madre histérica y ansiosa, o una caza-maridos?, solo me falta que llegue Livia y que me monte un número diciendo, como de costumbre, que voy flirteando por todos lados. Bueno, en realidad, no debería montarme más escenas, pero a ver quién se lo explica. A lo mejor le hago ver que estoy ligando adrede, solo para cabrearla. No, no, sería capaz de perder la cabeza, es mejor no provocarla.

    Vaya, cómo no, la tipa conoce a mi mujer. ¿Puedo vomitar o parecería maleducado?

    «Encantado, Massimo Ginepri» tengo que hacerme el simpático, parece que a Martina le cae bien esa niñita con el pelo tieso. Incluso yo he sido capaz de peinar mejor a mi hija. Observándola mejor, no parece una de esas madres perfectas. A lo mejor es la niñera. No, demasiado vieja para ser una estudiante que necesita dinero y demasiado poco cutre para ser una treintañera que todavía lo hace como trabajo.

    Sonrío. Tiene la camiseta puesta del revés. ¿Debería decírselo? no, parecería grosero. Tal vez no la admitan en el club de las madres modelo. Vaqueros de talle bajo y zapatillas de deporte. No, no creo que tenga esperanzas de entrar en el club. Es mejor no decirle nada de la camiseta.

    Y aquí viene Livia. Parece furiosa. Ahora encontrará algo para echarme en cara, espero que no sea tan cabrona como para estropear el primer día de colegio de Martina.

    «Te había dicho en el aparcamiento de detrás de la iglesia, ¿es tan difícil respetar los acuerdos?»

    Sí, lo es.

    Piensa en otra cosa Massimo, piensa y no contestes. Asiente como mucho.

    El zumbido de su voz se vuelve solo una molestia, mientras tanto observo a la extraña madre alejarse, intentando ser lo más discreta posible. Aléjate si quieres me gustaría decirle: cuando mi ex empieza una discusión no notaría ni a un elefante en una cacharrería.

    Y ahí está, anuncian la entrada. La multitud avanza de golpe. Pero ¿qué hace?, ¿se cae? me estiro para sujetar a esta mujer despistada y continúo sosteniéndole el brazo para entrar. Me gustaría evitar que se cayera al suelo delante del comité de las madres bordes. Tiene un buen olor: no de esos empalagosos y dulzones sino fresco, de flores, delicado –cuidado Massimo, no pienses en llevártela a la cama, el colegio es territorio prohibido-. Pero no, ni siquiera es mi tipo. Demasiado patosa. Me cae bien, nada más.

    2

    Susy

    Corre Susy, corre. Me habían dicho que se tarda más o menos una hora, sin embargo, ya son más de las 10:00. El editor esta vez me va a matar. Además hoy está en Roma y tengo que abrir yo, porque si espero que lo haga Ginevra estoy lista.

    Abro la puerta chirriante de mi Pandita y me dejo caer al volante, tirando el bolso en el asiento de al lado. Por supuesto el bolso estaba abierto y todo lo que llevaba dentro se sale y se cae al suelo. «¡Joder!»

    Le doy la vuelta a la llave y oigo el ruido ahogado del motor:

    No, no, por favor, ahora no Betsy, ¡ahora no! me pongo a golpear con fuerza el volante. «¡Joder!»

    «No creo que despotricar me vaya a ayudar: no arranca».

    Me doy la vuelta enfadadísima y le veo. ¿Qué demonios quiere ahora? sonrío de mala gana y sigo probando, pero Betsy no me ayuda, es más, se apaga del todo.

    «¿Necesita que la lleve a algún sitio?» me pregunta.

    Dile que no, dile que no, dile que no... pero si llego aún más tarde Ernesto me matará.

    «Bueno, igual sí, ¿me podría llevar a la estación?»

    «Sí claro», sonríe. No sé si me está tomando el pelo o si es muy educado y

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