El Poder Cristianismo y hombre actual
Por Romano Guardini
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El poder del hombre ha adquirido, desde hace unas décadas, proporciones tales, que abarca toda clase de problemas: conocimiento de la materia, dominio de la naturaleza, construcción de nuevos tipos de sociedades, y tal vez, poder sobre el espíritu ajeno; nada, por lo tanto parece encontrarse fuera de su alcance.
¿Pero, estando próximo a dominarlo todo, es el hombre capaz de dominar su propio poder?
¿Tendrá que escoger entre la nostalgia de un pasado de impotencia o el horror de conquistas que como la energía atómica, co-locan a la humanidad al borde de la catástrofe?
Esto es lo que aquí examina el gran filósofo católico Romano Guardini, quien define su esperanza, erigiendo proféticamente el retrato del nuevo tipo humano que debe engendrar la nueva civilización para no sucumbir.
Romano Guardini
Romano Guardini nació en Verona, Italia; 17 de febrero de 1885 y falleció en Múnich-Alemania, el 1 de octubre de 1968. Fue un sacerdote católico, pensador, escritor y académico. Con fecunda activiad intelectual, Guardini desarrolló sus estudios y su trabajo académico en Alemania donde vivió la mayor parte de su vida, desde cuando su padre trabajó como diplomático en Berlín. Se le considera uno de los teólogos más acreditados del siglo XX: su influencia se extendió a figuras como el filósofo Josef Pieper, su amigo el director de orquesta Eugen Jochum, el sacerdote Luigi Giussani (fundador del movimiento Comunión y Liberación), el educador Félix Messerschmid, Heinrich Getzeny, el arquitecto Rudolf Schwarz, el filósofo Jean Gebser, y los papas Benedicto XVI, y Francisco I.Luego de que se ordenó sacerdote de la iglesia católica, fue uno de los líderes de los movimientos espirituales e intelectuales que desencadenaron después las reformas aprobadas por el Concilio Vaticano II.En 1923 se le dio una posición en filosofía de la religión en la Universidad de Berlín, que mantuvo hasta ser forzado a renunciar por los nazis en 1939. En 1945 Guardini fue nombrado profesor en la Facultad de Filosofía en la Universidad de Tubinga, y dio lecciones de filosofía de la religión. Finalmente, en 1948, se conviritó en profesor de la Universidad de Múnich, donde permaneció hasta retirarse, por razones de salud, en 1962.
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El Poder Cristianismo y hombre actual - Romano Guardini
EL PODER
Cristianismo y hombre actual
Romano Guardini
Título original en alemán, Die Macht,
Traducción de Aida Aisenson
Ediciones LAVP
www.luisvillamarin.com
Tel 9082624010
New York City-USA
ISBN: 9780463291412
Smashwords Inc.
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El Poder
Introducción
La naturaleza del poder
El concepto teológico del poder
El despliegue del poder
La nueva imagen del mundo y del hombre
Posibilidades de acción
Introducción
Cada época histórica se cumple en toda la amplitud de la vida humana; por ello se la puede determinar también a partir de todas las esferas de esa misma vida. No obstante, en la evolución general de la historia parece asumir una importancia particular ya un elemento de la existencia, ya otro.
Se puede afirmar así que, en la antigüedad, el fin supremo consistía en hallar la imagen del hombre armoniosamente equilibrado y la de la obra sellada de nobleza; el resultado de ese esfuerzo es lo que designamos con el nombre de clásico
. La Edad Media hace muy en especial la experiencia de la relación con el Dios trascendente.
Allí es donde se origina la vigorosa impulsión de los jóvenes pueblos occidentales. A partir de la altura alcanzada por encima del mundo, la voluntad trata de formar a éste, y de ello resulta esa conjunción original de fervor y de precisión arquitectónica, característica de la imagen dé la existencia de la Edad Media.
Por fin, habiéndose aproximado a la realidad la inteligencia y la técnica de una manera desconocida hasta entonces, la época moderna, partiendo de allí, trata de adueñarse del mundo. Lo que determina la imagen de la existencia que ha creado es el poder sobre la naturaleza. Siguiendo una progresión cada vez más rápida, el hombre toma posesión de las cosas por la investigación, los planes y la técnica que les dan forma.
En lo esencial, la Edad Moderna ha tocado a su fin.
Naturalmente, los encadenamientos de efectos que provocó continúan actuando. Las épocas históricas no se separan unas de otras como los distintos párrafos del desarrollo de un tratado científico; muy por el contrario, durante la vigencia de una de ellas se va preparando ya la siguiente, y la precedente sigue haciendo sentir sus efectos durante largo tiempo.
Todavía hoy se encuentran en el sur de Europa elementos en que la antigüedad se mantiene viva, y en muchos lugares se tropieza con fuertes corrientes venidas de la Edad Media. Así, en la ¿poca que carece aún de nombre y que sentimos surgir por doquier, la Edad Moderna ejerce en todas partes sus últimas consecuencias, aunque lo que constituye su naturaleza no determina ya el verdadero carácter del párrafo histórico que comienza.
El poder del hombre crece en todos lados de manera irresistible; se puede decir incluso que no hace sino entrar en su estadio crítico. Empero, la voluntad de nuestro tiempo ha dejado de orientarse esencialmente hacia un acrecentamiento del poder por ese acrecentamiento mismo.
Todo aumento del poder técnico basado en el conocimiento daba a la Edad Moderna, pura y simplemente, el sentimiento de una ganancia. Por sí solo este acrecentamiento representaba para ello un progreso que confería a la existencia una plenitud de sentido más absoluto y valores que la enriquecían. Esta convicción tan segura se ha debilitado, y es esto, precisamente, lo que indica el comienzo de la nueva época.
Ya no pensamos que el acrecentamiento del poder sea equivalente de manera absoluta a un aumento de los valores de la vida. El poder es nuevamente cuestionado por nosotros. Y no solamente en el sentido de una crítica de la cultura tal como se dejó oír durante todo el curso del siglo XIX y con fuerza siempre creciente al finalizar éste, en oposición al optimismo de la época, sino de manera fundamental: en la conciencia general nace el sentimiento de que nos hallamos en una relación falsa con el poder, e incluso de que a medida que crece, nuestro mismo poder nos amenaza. Esta amenaza encontró en la bomba atómica una expresión que llega a la imaginación y al sentimiento vital del público, trocándose en símbolo de un fenómeno de importancia universal.
Para la época que surge lo que importa, en definitiva, no es ya el acrecentamiento del poder —aunque tal acrecentamiento se cumpla cada vez más y con ritmo constantemente más veloz—, sino más bien que se lo pueda dominar.
El sentido de nuestra época, su tarea central, será la de ordenar el poder de modo tal que al hombre le sea posible usarlo y al mismo tiempo subsistir en tanto que hombre. Se enfrentará con esta opción: volverse tan fuerte en su humanidad que su poder sea grande en tanto poder, o bien rendirse a éste y sucumbir. Y el hecho de que se pueda hablar de semejante opción sin que parezca que se están forjando utopías o que se está moralizando, que se exprese así un pensar que se manifiesta con mayor o menor claridad en el sentimiento público, constituye igualmente un signo de la época que se anuncia.
Lo que precede muestra en qué dirección se orientarán las reflexiones de este libro.
Se vinculan con las que aparecieron precedentemente bajo el título de El fin de los tiempos modernos (1).
(1) Título de la edición francesa: La fin des temps modernes.
En muchos puntos dan por supuesto lo que allí se ha dicho; en otros lo desarrollan. Así, los dos movimientos de pensamiento se entrecruzan continuamente, lo que explica las repeticiones que de manera inevitable se producirán y que ruego se excusen. Pero me interesa subrayar también que la obra que se leerá a continuación forma un todo independiente.
Münich, septiembre de 1951.
La naturaleza del poder
Tratemos ante todo de formarnos una idea clara de lo que es el poder
. Ante las fuerzas elementales de la naturaleza, ¿es adecuado hablar de poder
, decir, por ejemplo, que una tempestad, o una epidemia o un león poseen poder?
Evidentemente no, a menos que se hable en un sentido impreciso, analógico. Sin duda, aparece aquí algo activo, que produce un efecto, pero falta eso que nuestro pensamiento incluye involuntariamente cuando nos referimos al poder
: la iniciativa. Un elemento natural posee o es, según sea el caso, energía
, pero no poder. La energía sólo se transforma en poder gracias a la toma de conciencia, a la facultad de opción que dispone de ella y la adapta según fines precisos.
Únicamente se puede emplear esta palabra, a propósito de energías naturales, en un sentido determinado: cuando dan la impresión de ser potencias
, es decir, entidades misteriosas a las que se atribuye una iniciativa que se supone de alguna manera personal.
Sin embargo, esta representación no pertenece a nuestra imagen del mundo, sino a la imagen mítica para la cual la existencia se compone de entidades activas que se relacionan entre sí, se combaten o se unen. Tienen un carácter religioso, son dioses
, y se presentan más o menos claramente como tales.
Se hace un empleo del término aproximado a éste, aunque menos preciso, sin tener clara conciencia de lo que se entiende exactamente por él, cuando se habla de las potencias del corazón, del alma, de la sangre, etc.
También aquí se trata primitivamente de representaciones míticas de iniciativas divinas o demoníacas que surgen en el mundo interior del hombre, independientemente de su voluntad. Se disfrazan entonces de conceptos científicos, artísticos, sociológicos, entregándose en el ámbito espiritual del hombre moderno, a un juego que, en razón de una extraña ausencia de control, está preñado de consecuencias(1).
(1) Lo revela particularmente la psicología profunda, muchos de cuyos conceptos recuerdan decididamente la alquimia.
Por otra parte, una idea, una norma moral, ¿están dotadas de poder?
Es frecuente que se lo pretenda, pero erradamente. Una idea como tal, una norma como tal, no son poderosas sino valiosas. Poseen una objetividad absoluta. Su sentido es evidente, pero a pesar de eso no obra por sí mismo. El poder es la capacidad de poner en movimiento la realidad, cosa que la idea no puede hacer de por sí.
Sólo le resulta posible, y gracias a ello se transforma en poder, cuando el hombre la acoge en su vida concreta, cuando se une a sus instintos y a sus sentimientos, a las tendencias de su desarrollo y a las tensiones de sus estados interiores a las intenciones de sus actos y a sus tareas creadoras.
Por lo tanto, únicamente podemos hablar de poder en el sentido propio del término si se dan dos elementos: por una parte, las energías reales capaces de producir modificaciones en la realidad de las cosas, de determinar sus estados y sus relaciones recíprocas, pero además, una conciencia que las habite, una voluntad que proponga fines, una facultad de poner en movimiento las fuerzas que tienden hacia esos fines.
Todo esto presupone el espíritu, esa realidad dentro del hombre que puede liberarse de los vínculos directos con la