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¿De qué te reís?: El humor político y la construcción de sentido por la igualdad
¿De qué te reís?: El humor político y la construcción de sentido por la igualdad
¿De qué te reís?: El humor político y la construcción de sentido por la igualdad
Libro electrónico178 páginas2 horas

¿De qué te reís?: El humor político y la construcción de sentido por la igualdad

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Este libro sí que es cosa seria. Su idea original consistía en el análisis de cómo operó el humor político en los últimos tiempos. Pero Max Delupi, apasionado y talentoso como es, se entusiasmó y viajó hasta el fin de los tiempos para hacer un recorrido por las formas en que los argentinos utilizamos la risa, la sonrisa, la ironía, la burla y lo grotesco como armas poderosas, cómo construimos identidad y acumulamos legitimidad (o deslegitimamos al oponente) a través de un género artístico. Su hipótesis es más que interesante: “El humor político vuelve a aparecer cuando la sociedad empieza a hablar de política otra vez. Pero eso sí: vuelve casi desde cero. Ya no están los humoristas que tenían un prestigio y que habían construido una carrera dentro o fuera del humor. No está Discepolín, no está Tato; los que recuperan el humor político tienen que empezar todo de nuevo. Y ahí hay un punto muy particular: el que empieza de nuevo, no tiene nada que perder y, por lo tanto, su discurso se radicaliza, va todavía más al hueso”. Y desde ese lugar, desde un nuevo principio, es que el espadachín humorista ya no se dedica a caricaturizar a las figuras humanas sino a herir a los sistemas de ideas. El humor, entonces, se vuelve campo de maniobras de la batalla cultural en nuestro país.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 nov 2018
ISBN9789876993388
¿De qué te reís?: El humor político y la construcción de sentido por la igualdad

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    ¿De qué te reís? - Maximiliano Delupi

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    Para empezar por el principio.

    El humor, un arma para recuperar la política

    Max Delupi

    Existe hoy en la Argentina un humor diferente al que se producía, incluso bajo el rótulo de humor político, durante los ochenta y noventa. Un humor político que asume su carácter de militancia, que se corre de la pretensión de objetividad y que ubica sus condiciones de producción en una batalla cultural de la que decide formar parte.

    Encaramos este proyecto con la intención de recuperar y contar lo que se hizo en nuestro país con el humor político a lo largo de la historia, -sin esa mirada abarcadora cualquier trabajo sería una falta de respeto-, pero también con la idea de dar cuenta de la sorprendente emergencia de un humor militante, de humoristas que rescatan sus identidades políticas e intentan producir discursos desde esas plataformas ideológicas asumidas y explícitas.

    En general, acaso como un lugar común, la referencia popular al concepto de humor político tiene que ver con el trabajo de Tato Bores, en mayor medida, y con el trabajo de Enrique Pinti, en menor medida. Una gran tradición de humor político en Argentina parece haber finalizado en ellos en la década de 1990: de El Mosquito y Fray Mocho a la Humor Registrado, pasando por Tía Vicenta, Jajaspirina, las experimentaciones de Copi, el existencialismo de Cognigni, las sátiras de Fontanarrosa, la pintura sociológica de Quino, todo eso parece haber terminado en Tato y Pinti. Después de ellos el humor de recepción masiva fue monopolizado por el desembarco de ShowMatch a la televisión y los formatos de concursos de chistes. El humorismo político desde 1994 comenzó a quedar relegado al mundo de las imitaciones, del grotesco.

    Antes, con Tato y Pinti, habían quedado relegados a la risa en torno de la corrupción: la política fue igualada a la falta de transparencia y el humor político de los ochenta y noventa se limitó a reírse de ese aspecto un tanto escandaloso –y, por sí mismo, sobresaliente− de la vida política argentina.

    El resurgimiento del humor político a partir del conflicto con las patronales agrarias tuvo otros matices: lejos de las caricaturas, lejos del grotesco, un grupo de humoristas en diferentes puntos del país empezó a tomar como objeto de la risa, no ya a las figuras políticas para caricaturizarlas, sino a los conjuntos de ideas que se expresaban en torno de esas figuras. El problema para el humorista político de esta nueva década dejó de ser Menem como personaje para pasar a ser el menemismo, el neoliberalismo, la entrega del patrimonio, el pataleo de la burguesía ante la pérdida de privilegios.

    Esa novedad en el discurso humorístico es el resultado de la revaloración de la experiencia de participación política que se vivió en Argentina a partir de 2003. La novedad es, en realidad, una recuperación, un rescate de algo que había sido aniquilado en las puertas del año 2000. No es pura casualidad que los programas de humor político desaparecieran en esta época, junto a los programas de debate político, que fueron quedando relegados al cable. Neustadt, Grondona, Lanata: de marcar la agenda política y los temas de conversación de la semana, pasaron a integrar la grilla menos rutilante de la tv por cable.

    El humor político murió porque estaba muriendo la política.

    El humor político vuelve a aparecer cuando la sociedad empieza a hablar de política otra vez. Pero eso sí: vuelve casi desde cero. Ya no están los humoristas que tenían un prestigio y que habían construido una carrera dentro o fuera del humor. No está Discepolín, no está Tato; los que recuperan el humor político tienen que empezar todo de nuevo. Y ahí hay un punto muy particular: el que empieza de nuevo, no tiene nada que perder y, por lo tanto, su discurso se radicaliza, va todavía más al hueso. Hay que construir un nombre, y un nombre no se construye con medias tintas.

    Ese espacio de discurso irritante, de discurso libertario, de humor rebelde se abre durante la década kirchnerista porque la discusión política lo permite. Hay un punto en común entre varias experiencias de humor político de esos doce años: Thelma y Nancy, Un Rubio Peronista, Emanuel Rodríguez y Las Pérez Correa surgen como expresiones en defensa del gobierno conducido primero por Néstor Kirchner y posteriormente por Cristina Fernández de Kirchner. Aparecen como rebeldía a un discurso hegemónico opositor de esos gobiernos y que, hasta el surgimiento de los humoristas políticos, no encontraba otra resistencia que la lectura crítica por parte de los medios oficialistas.

    Es un humor que nace en defensa de un conjunto de ideas, y que a lo largo de la década kirchnerista se ha mantenido también como un espacio desregulado, donde incluso se marcan las contradicciones del propio espacio defendido.

    Por eso hablamos de una producción humorística que si bien logra convocatorias multitudinarias en actos y funciones, jamás llega a la consagración televisiva, a la hegemonía mediática.

    Se establece entonces una tensión interesante entre ese humor que –por vez insólita– se estructura en defensa de una serie de ideas políticas que coinciden con las que defiende el Gobierno nacional, pero no siempre concuerda con las prácticas de ese mismo gobierno. Una tensión crítica que es propia del discurso humorístico: una molestia. El humor es política, pero se mantiene al margen de algunas negociaciones propias de esta. El discurso humorístico no es pragmático, no es programático, no es lineal. Es todo lo contrario.

    1. Los pioneros

    Las matronas y el primer surrealista

    Los inicios del humor político se remontan a las primeras décadas revolucionarias. El cura Castañeda, por ejemplo, editaba periódicos satíricos con títulos increíbles y textos que frisaban el surrealismo. Como dice Ricardo de Titto en Las dos independencias argentinas. Sus protagonistas: el fraile Francisco de Paula Castañeda detestaba a los unitarios en particular por su laicismo (…). Su estilo era ‘siempre pintoresco’ y, por cierto, muy directo, pero hubo además, un ardid literario de gran efecto: la numerosa caravana de matronas que, ‘imaginativamente’, cooperaban en la confección de los innumerables artículos o comunicados que publicaba Castañeda en sus tantos periódicos. ¿Cómo eran esos extraños periódicos? De Titto destaca:

    Ellos rivalizaron con los masculinos, de igual fecha, como El Desengañador Gauchi-político (1820-1822), el Paralipómenon (1820-1822), El Despertador Teo-filantrópico (1820-1822) y el Suplemento (1820-1822). A veces hubo discordancias y entreveros entre estos periodistas masculinos y femeninos, aunque acababan siempre por pacificarse y amistarse.

    (…) En todos estos periódicos, pero especialmente en los dirigidos por las matronas, las colaboradoras eran también mujeres, con extraños pero expresivos nombres: Doña Prima Hermana de Pedro Gallo, Doña Cuán Fácil Fácil es sorprender la Buena Fe de las señoras (…), Doña Maldito sea Juan Santiago (Rousseau), Doña En algo todas nos parecemos, Doña No lo llevemos todo a punta de lanza, Doña ¿Cuántos somos aquí?, Doña Para mentir es preciso tener buena memoria (…), Doña Deseosa de saber verdades, Doña Destetaniños, Doña A veces nos falta la paciencia, Doña No doy cuartel a nadie (…), Doña Con el tiempo ha de ser peor, Doña Justicia seca, Doña Erudición Sagrada, Doña Generosidad enormemente ofendida, Doña Justa exigencia, Doña Maldita sea la falsa filosofía (…), Doña Fuera tinterillos, Doña Mala tos siento al viejo, y otros tantos de igual tesitura.

    Tal vez al padre Castañeda haya que reconocerlo como el primer gran humorista político de la futura Argentina. En su pensamiento casi delirante llegó a imaginar la realización de un Congreso de 500 matronas que organizaban el país… ante el fracaso evidente de los hombres. ¡Hasta feminista era el cura!

    Pero allí no paró la cosa. En la época de Rosas, los Unitarios (desde Montevideo mayormente) atacaban al tirano con dibujos y litografías satíricas y periódicos mordaces, sobre todo descalificadores y, por cierto, en buena medida construidos con falsedades y exageraciones. Como se puede apreciar entonces, esto del humor como arma de la política, en nuestro país, nació casi… con la política misma.

    Pero el humor político serial tomará forma definitiva, y ya no solo como panfleto de facción política, al constituirse el nuevo Estado nacional, en 1862, con la presidencia de Bartolomé Mitre. Y vendrá de la mano de una publicación regular, editada en un principio por inmigrantes franceses y continuada luego por  españoles recién llegados también. Parece que la mirada desde afuera, hacía más fácil mofarse de los hábitos de la llamada política criolla.

    Un mosquito zumbón

    El Mosquito fue un semanario dominical que salió durante treinta años, entre mayo de 1863 –cuando Mitre recién inauguraba su presidencia oficial de la nación– hasta julio de 1893, luego de que la Revolución del Parque pusiera un brusco fin al gobierno de Miguel Juárez Celman y el país regresara a carriles institucionales normales. Con precisión, El Mosquito se autodefinía como una publicación  satírico-burlesca. Entre sus primeros autores y fundadores se destacaron el francés Henri Meyer (con el seudónimo Trisagio Berruga) y el escritor Eduardo Wilde (Julio Bambocha) que estamparon en sus páginas la marca indeleble de su estilo mordaz. Otros franceses de aquella primera etapa fueron los dibujantes Julio Monniot, Adam y Ulises Advinent. En el  staff reportaron también a Eduardo Sojo (Demócrito) y el argentino Carlos Clérice. En esas tres décadas totalizó nada menos que 1580 números.

    El 2 de abril de 1868 El Mosquito se convirtió en diario, aunque mantuvo la entrega dominical destinada a las caricaturas. Incorporó noticias, crónicas del extranjero, boletín de la Bolsa, manifiestos marítimos, avisos de remate y hasta un folletín. En solo un mes la iniciativa se descartó. Luego de una crisis interna, en mayo de ese año, un nuevo dibujante, el parisino Henri Stein (después, Enrique) se integró a la redacción del periódico y muy rápidamente se convirtió en el caricaturista oficial. Con su labor, El Mosquito comenzó su época más activa y próspera. En efecto, al asumir la presidencia Domingo F. Sarmiento, en 1868, figuraba como redactor principal Eduardo Wilde y como editor-gerente Milhas Víctor, pero tan solo tres años después, en 1872, Stein aparecía como director-propietario.

    El principal atractivo de El Mosquito fue siempre la caricatura que retrataba hechos y personajes. Su carácter pionero –a nivel mundial es una de las primeras en su género– y su tránsito de época, desde la república recién unificada a su consolidación como país agroexportador, convierte a El Mosquito en un testigo fundamental de la segunda parte del siglo xix. Un aspecto novedoso de la publicación fue la inclusión de publicidad paga, algo que se consideraba insólito por entonces cuando la prensa escrita era nada más que periódicos de las diversas facciones políticas –tribunas de doctrina, como sentenció Mitre para La Nación– y escasamente informativos. Las publicidades insertas brindan, además, otra forma de poder leer la época, sus conceptos, sus usos y costumbres, los valores de la sociedad porteña. Así, mirando las páginas de El Mosquito en su conjunto, se obtiene un verdadero fresco de aquellos años en que la inmigración europea y la eliminación del salvaje en la Pampa, la Patagonia y el Chaco cambiaron drásticamente la configuración social del país y, en particular, de la Pampa y el Litoral, entre Rosario y La Plata. En su número presentación había anunciado: Las columnas de este periodiquillo, serán un espejo de barbero: cuanta carusa rueda por este valle, se mirará en él sin preferencia, si no es la de sus merecimientos de correa.

    Una época encerrada en dibujos

    Las notables litografías y los dibujos a pluma insertos en El Mosquito construyen un complejo y atractivo retrato de época: en sus treinta años El Mosquito recorrió fenómenos de extrema gravedad y registró sucesivas crisis políticas: la guerra contra el Paraguay, la epidemia de fiebre amarilla, la crisis de la deuda en el período de Avellaneda, el alzamiento mitrista de 1874, las peripecias de la Campaña del Desierto –desde la zanja de Alsina a la ofensiva roquista–, la revolución de Carlos Tejedor seis años después, y, por fin, la reunión de la Unión Cívica de 1889 en el Frontón Florida y la Revolución de 1890. Cada rostro y cada gesto de los notables de la época quedó retratado por su expresiva pluma, que lograba capturar la esencia de las actitudes y las situaciones con suma plasticidad y −siempre− pintados con ironía y sarcasmo, y señalando con el dedo la frivolidad de los políticos y aristócratas.

    Claro que no todo era humor gráfico. Además de dibujos había palabras aunque en ellas no se aflojaba el tono. El sitio web Lea Revistas, en su sección Historia de Revistas, señala: no obstante la brevedad de su redacción, la pluma ocupó un lugar de importancia, sobre todo en cuestiones en que la abstracción de la palabra no podía resolverse con dibujos. Allí iban a parar los contenidos verbales, en secciones como Soliloquios, Diversiones Públicas, Crítica Literaria (que subtitulaba ‘Artículo Serio’, por cualquier malentendido) y Picotones.  Allí se expresaba la intención de diversificar la propuesta temática de la revista. Por eso daba gran importancia a realizar crónicas de espectáculos en boga, de convenciones y otras variedades, entre las que se destacaron las minuciosas crónicas de hechos policiales.

    También El Mosquito supo ponerse serio cuando los hechos eran de suma gravedad, como la peste de fiebre amarilla que asoló la ciudad. Incluso durante la guerra librada en el Paraguay, cuando miles de compatriotas eran sacrificados en una causa innoble, Stein evitó la mofa: el epígrafe de un autorretrato de Stein dice ‘¿Qué tal Mosquito? ¿No te ríes hoy?’. A lo que Stein responde ‘¿qué quieres que haga? ¿Cómo va uno a combinar caricaturas con semejantes noticias?’. En la edición del 4 de junio de 1882, a propósito de la muerte de Giuseppe Garibaldi, idolatrado por los liberales locales, El Mosquito destaca: "cuando la Italia llora a su más ilustre patriota, cuando el mundo entero deplora la muerte del más

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