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Más allá del Tercer Jardín
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Libro electrónico351 páginas4 horas

Más allá del Tercer Jardín

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Alabanza al Más allá del Tercer Jardín…

Siempre espero que la ficción de IJ Sarfeh esté lleno de su mezcla de cultura, ciencia bien concebida, ritmo tenso y personajes muy realistas. Esta es su primera novela que va más allá del género de misterio médico del que ha escrito tan eficazmente. Más allá del Tercer Jardín es una historia increíblemente absorbente en redención y curación. Dos almas encerradas en el aislamiento emocional como resultado de terribles eventos y pérdidas, encuentran la curación a través de sus tentativos movimientos hacia la amistad. Vienen de dos orígenes muy diferentes. Una es una mujer iraní consumada y educada cuyo matrimonio vacila después de perder un hijo; el otro es un niño huérfano sin educación de un entorno rural a las afueras de Teherán que ha escapado a la crueldad de un orfanato pero que todavía carga con la carga de su pasado. La mujer ha viajado extensamente y se ha casado fuera de su cultura tradicional con un ejecutivo de una compañía petrolera inglesa, lo que la pone en desacuerdo con la cultura predominante en un momento de grandes cambios. El niño nunca ha estado a más de unos pocos kilómetros de la choza en la que nació pero ambos tienen profundos secretos que dejan cicatrices. Por un milagro de coincidencia, se encuentran a lo largo de un tramo de carretera hacia la montaña.

Más allá del Tercer Jardín está escrita en un punto de vista de carácter suavemente alternante, lo que lo hace aún más inmediato y muy atractivo. Los dos luchan por igual para ocultar las cosas que deben mantener ocultos pero para que su amistad crezca, también deben revelarse a sí mismos. Finalmente, cuando todo se pone al descubierto recordando sus experiencias más agobiantes, la confianza real se eleva para florecer. Leí esta novela, ambientada tanto en Irán como en la Inglaterra de posguerra, en dos sesiones. Me encontré realmente sofocando sollozos a medida que el impulso se construyó a una conclusión que les libera del tormento del pasado a medida que los demonios internos son liberados a la luz del día. El libro también agrega una mirada de bienvenida a la tradicional y hospitalaria cultura iraní y al canto del Farsi hablado para muchos lectores que de otra manera conocerían poco de este idioma o su gente, más allá de los titulares políticos. Aplaudo al autor por la honestidad cruda, el dolor emocional y la clara comprensión de la condición humana que ha transformado aquí en pasajes maravillosamente elaborados y memorables. Esta fue una salida de género para mí pero estoy esperando la próxima obra que complete el autor Sarfeh en cada género en el que se desarrollan sus historias. -Richard Sutton, Cinco estrellas, Goodreads

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 oct 2018
ISBN9781547555338
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    Más allá del Tercer Jardín - Iraj Sarfeh

    Capítulo 1

    7 de enero de 1943,Bourton-on-the-Water, Inglaterra.

    Paree corría en busca de su hijo a través de los pastizales y la bruma del bosque, temiendo lo peor. Debido al extraño comportamiento que había adoptado desde su regreso del Norte de África, el pequeño John no había dormido en su cama. Entró bruscamente en el viejo granero donde una semana antes lo había encontrado tendido sobre el heno viendo a la nada, pensando, quizá, en la vida antes de Tobruck, o tal vez en las muertes en Tobruk.

    –Si regresas a la casa te voy preparar un buen desayuno inglés −le dijo, sin embargo él siguió mirando a la nada.

    −Déjame solo, madre −murmuró.

    Le llamó por su nombre, pero él no respondió. Escuchó un crujido proveniente del desván y decidió subir por una débil escalera que llevaba a la parte de arriba del granero, pero no encontró más que un par de ojos grises como pizarra sobresaliendo de entre la negrura. El gato del vecino le bufo. Abandono el granero rápidamente, dejando atrás a las vacas, a las pajas de heno y al tractor oxidado que no se había movido en años para detenerse a las orillas de un campo cerca de la cabaña. Hecho una mirada a través de la cresta del río pero no pudo ver el castaño debido a la niebla. Cuando el pequeño John era aún más joven adoraba escalar ese árbol y esconderse ahí para que ella lo encontrara. El diablillo travieso dejaba caer algunas castañas sobre su cabeza para hacerla exclamar:

    –¡Esas ardillas rufianas, otra vez! −Pero él le respondía entre risitas:

    −Yo soy la ardilla rufiana, mami.

    Era algo habitual que él hacia los sábados por las mañanas, así que tal vez podría estar escondido en el árbol en ese momento con el afán de recuperar lo mejor de esos días.

    Paree caminó apresuradamente entre la maleza, esquivando excremento de vaca, hasta que la silueta sombría del castaño apareció a simple vista.

    Se quedó helada. 

    * * * *

    2 de noviembre de 1950, Karaj, Irán

    Justo antes del alba, Reza despertó alarmado sobre el suelo helado, temiendo que algo terrible hubiera pasado. Una mujer estaba a su lado en cuclillas acariciando su cabeza.

    −Duerme, pequeño, duerme. Lo terrible ya pasó.

    Se levantó de golpe y miró hacia la choza que parecía espeluznante bajo el resplandor de la luna, como si los rayos de luz fuesen enormes polillas azules revoloteando sobre la pared. Frente a la choza estaba estacionado un carro de policía con las luces azules girando sobre el techo. Tres policías estaban intentando meter a mamá al auto y cuando estaban a punto de hacerlo, Reza gritó:

    −¡Mamá! ¡Mamá! ¡No dejes que te lleven! 

    Ella lo miró por encima del hombro y le sonrió a pesar de que su rostro estaba lleno de sangre y tenía la nariz y los dientes rotos. 

    −Eres un estupendo niño, Reza-jan. Nunca lo olvides.

    Reza se abalanzo sobre los policías en un intento por llevarse a mamá lejos de ellos, pero estos lo aventaron al suelo y a la mujer también dentro del auto. Uno de los policías se abalanzó sobre él y le lanzó un montón de preguntas sobre lo que había sucedido en la choza. A pesar del ardor en el rostro por las bofetadas, Reza no pudo recordar nada. El oficial le escupió y se fue. Más tarde esa mañana, Reza se dio cuenta que estaba en una casa con niños sin hogar y diez días después, en una casa para niños sin padres.

    Capítulo 2

    Lo dejaron en el orfanato tal como si fuera el polvo y la basura que remolinea en los feroces y silbantes vientos, como aullido de chacal. Ese fue el día en el que los halcones volaban en contra del viento sin poder avanzar, planeando sobre él, preparándose para cazar como si fuese su presa indefensa.

    Que era justo como se sentía: Indefenso.

    Momentos después de que Reza llegó, el director Agha Mansur lo llamó a su oficina para mostrarle una sección del periódico con la fotografía granulada de ‹‹Mamá›› en uno de sus lados. Mansur leyó en voz alta el encabezado: ‹‹Mujer que mata a esposo, muere en prisión››, y agregó que era mejor que la madre de Reza hubiera muerto, ya que de otra manera, la hubieran colgado como un asesino en la plaza Ferdowsi, donde los espectadores la hubieran visto colgada desde la punta de la cuerda y le hubieran arrojado piedras al  cadáver. 

    Reza perdió el control y comenzó a gritar, a patalear y a pegar puñetazos hasta que Mansur lo inmovilizó tomándolo por el cuello y lo arrastro por dos tramos de escalera hasta meterlo en la otagh-e zendan (el cuarto de detención). Cuando lo aventó sobre la pared Reza cerro lo ojos intentando borrar los recuerdos de ‹‹esa noche››. Sin embargo, lo único que venía a su mente eran imágenes aterradoras que iban y venían como relámpagos en la noche, iluminando formas espeluznantes que duraban lo que el corazón al latir, pero lo suficiente para que el miedo lo sometiera a temblores violentos. Eran imágenes con botellas volando, manotazos y cejas de color escarlata. Trató de borrarlas con pensamientos sobre tiempos mejores y mientras más se aferraba a la alegría de esos momentos, los otros no volvían.

    La única manera en que podía sobrellevar lo, era viviendo en ese lado ameno de su imaginación. 

    * * * *

    El tiempo en el orfanato había sido un infierno para Reza, ya que transcurría como el andar de un burro.

    En una mañana fría de invierno, todos los niños formaban una fila detrás del mostrador para recibir el desayuno: pan naan mohoso, queso maloliente y té que parecía agua. Se sentaban a lo largo de unas bancas con las mesas cubiertas con plástico. Reza había contado nueve mesas y en cada una se sentaban seis niños. No era muy bueno con las multiplicaciones, así que una noche en su cama, contó con los dedos seis veces el nueve que le dio como resultado el número cincuenta y cuatro. Había cincuenta y cuatro niños sin padres.

    Para Reza la mayoría de los niños eran desagradables a excepción de Fereshteh, cuyo nombre significa ángel en persa, y era perfecto para ella, según él. A ella no le importaba que él fuera callado y distante, o si parecía enojado, triste o ausente ya que durante el receso ella se sentaba a su lado y miraba a la nada tal como él lo hacía.

    De vez en vez, hablaban entre susurros para que, de esa manera, las palabras que cruzaban entre ellos no fueran escuchadas por nadie más; era como su pequeño jardín de susurros y sentimientos escondidos.

    Allí, él se imaginaba caminando de la mano con ella, deteniéndose a recoger frutas, a oler los jazmines y oír el canto de los azulejos sobre los granados del jardín donde vivía antes de esa noche.

    Ese día no era diferente: daban las nueve de la mañana y las clases iban y venían, Agha Mansur lo reprendió por permanecer afuera, en el patio, viendo a un halcón revolotear como una pluma lo hace a merced de los vientos del desierto, tal como él lo estaba de Agha Mansur y el Monitor. Si tan solo pudiera volar como el halcón...si tan solo...

    –Reza, si te atrapo soñando despierto de nuevo, te voy a dar seis azotes en frente de la clase.

    Al parecer, seis azotes en las palmas de las manos con una vara no le causaban dolor. Le habían salido callos gracias a las labores que realizaba en los jardines y debido a los azotes que recibía dos o tres veces a la semana.

    –Te voy a educar ya verás –le decía Mansur cada vez, pero mientras más golpes recibía, menos le dolían. 

    Además, por una extraña razón, el dolor se había convertido en una sensación desagradable más: ni bueno, ni malo, como el hambre o la sed. Extrañamente, desde esa noche todas las emociones se habían vuelto insubstanciales, todo se sentía extrañamente vacío, excepto en la imaginación de Reza. Ahí se refugiaba cuando estaba en su cama, en el cuarto de detención o en los ratos en los que soñaba despierto. Durante el receso de media mañana, se dirigió hacia el patio, el cual estaba delimitado por paredes de bloques de cemento, tenía basura, tierra y excremento de pájaro por doquier. De alguna manera, la hierba que brotaba por entre las grietas del piso resistía la aridez del desierto Dasht-e Kavirconocido conocido como ‹‹El gran desierto salado››. Cada sábado por las mañanas, después de las clases, Agha Mansur le daba a uno de los niños una escoba para que limpiaran el lugar y elegía a Reza con mayor frecuencia. Sin embargo, a Reza no le importaba ya que lo mantenía ocupado y así nadie lo molestaba, además podía soñar despierto sin ser perturbado. En medio del patio había un viejo complejo de columpios clavado al suelo. Le faltaban los asientos y las cuerdas estaban desgastadas. A uno de los niños le gusta colgarse desde los extremos de las cuerdas y columpiarse en círculos gritando

    –¡Mírenme, soy Tarzan!

    Días atrás, Fereshteh sorprendió a Reza mirando los columpios y le dijo que nadie debería jugar con las cuerdas.

    –No son algo bueno –dijo ella–, porque la policía cuelga a las personas de ellas.

    Perturbado por las palabras, se cubrió las orejas y ella dejo de hablar.

    Estaba recargado sobre una pared, pensando en la vida fuera del orfanato cuando Abdullah, que era dos años mayor, se paró en frente de él.

    –¿Mojaste tu colchón otra vez anoche, enano?

    Las palabras le punzaron, así que decidió alejarse pero Abdullah lo golpeo con fuerza en el trasero y gritó ¡Pedar-sag-e kassif!, que significa sucio hijo de un perro.

    De pronto la ira nubló la mente de Reza y se lanzó sobre el niño. Se revolcaron en el suelo, sobre el polvo y la suciedad, y con los puños en el aire. Abdullah era más grande, por lo tanto lanzaba más golpes que hicieron sangrar la nariz de su oponente. Sin embargo, Reza se defendía como animal enfurecido: arañaba, pateaba, y daba cabezazos. Un montón de niños se amotinaron a su alrededor gritando:

    –¡Mátalo, Abdullah! ¡Mátalo!

    Minutos después, AghaMansur intervino tomando a ambos agresores por el cuello de la camiseta y los levanto de un jalón. Dejo de lado a Abdullah y se impuso delante de  Reza como un gigante enfurecido.

    –Esta es la tercera vez en la semana que te atrapo peleando –le gruño-, ¿Qué excusa tienes ahora?

    –Ninguna, señor.

    –Tienes mal temperamento pero lo voy a forjar al igual que a tus otras repulsivas maneras.

    –¿Qué son repulsivas maneras, señor?

    Tres azotes en cada palma de la mano.

    Mansur era un hombre grande y todos en el orfanato le temían. Tenía una cicatriz en el lado derecho de la frente de la que alguien inicio un rumor que decía fue el resultado de una pelea cimitarra que gano cortándole la cabeza a su oponente. A Reza no le interesaba la cicatriz o su origen, él solo quería escapar de jahanam: el infierno.

    Después de los azotes, se paseó por el portón doble de la entrada principal con las manos ceñidas bajo las axilas. De repente, su mirada se clavó en el enorme candado que lo privaba de la tierra de la libertad, que lo alejaba de las orillas de un lago azul rodeado de montañas cubiertas de blanco, de un lugar hermoso y lleno de paz sin nadie más que Reza, mamá y tal vez Fereshteh.

    Capítulo 3

    El último rayo de sol se cernía sobre el horizonte cuando Paree Windom permanecía al borde de la terraza con la mirada puesta sobre aquel jardín de ciprés cercado de alheña, evocando recuerdos sobre el ahora lejano pasado, cuando la vida estaba llena de alegría, significado y propósito. Posó su mirada sobre un pichón de color gris que se acicalaba junto a la reflectante piscina. Envidió a aquella creatura porque podía volar a dondequiera cuando ella quisiera, libre de culpa, libre de los tormentos del alma.

    Paree llevaba su tercer Smirnoff en las rocas y solo faltaban algunos pocos más para que la terraza empezara a dar vueltas, tras lo cual tendría que tomar una cena con su esposo Mike y escucharlo quejarse sobre su manera de beber para después ir dando tumbos hacia su cama. Alrededor de las dos de la madrugada, se levantaría de un salto con el pulso acelerado y el corazón golpeándole el pecho debido a la misma pesadilla de siempre. Se dirigiría a la sala de estar dando tumbos para permanecer ahí hasta que se calmase, para después tumbarse sobre el sofá y dormitar sin descansar de verdad hasta el amanecer, para así sobrellevar otro día lleno de desolación. Otro día de pensamientos lúgubres que darían vueltas en su cabeza como pulgas en un perro, saltando de un lugar a otro pero que al final siempre terminaban en el mismo lugar.

    Un castaño solitario en la cresta de un campo abandonado.

    Mike camino hacia la terraza justo cuando Paree terminaba su tercer trago. Se giró para verlo y se sorprendió de que aún no había perdido el vigor en su andar y de que aún conservaba los rasgos de la juventud a pesar de su edad: sesenta. Superaba el metro ochenta de altura, era de hombros anchos y de cabellos alborotados. Tenía el puente de la nariz elevado como resultado de una fractura que había sufrido tiempo atrás cuando era jugador de rugby en Cheltenham College. Aunque Paree era ocho años menor que Mike, no creía que estuviera envejeciendo con la misma gracia. Algunos mechones de canas se asomaban por entre su negra cabellera y las patas de gallo, aunque de manera tenue, sobresalían de entre el rabillo de sus ojos color café, que una vez fueron enormes y llenos de esperanza. Ahora estaban caídos y transmitían desolación. Cada pocos meses una nueva arruga aparecía como una señal de advertencia que indica que el consumo excesivo de alcohol acelera el envejecimiento.

    En tanto acelere la muerte, mucho mejor.

    –Pudiste haberme esperado al menos –gruñó Mike, mirando el trago.

    –Solo me tomé uno –respondió, ruborizándose inmediatamente ya que no era buena mintiendo.

    –¿De verdad? ¿Por qué la botella de vodka está hasta la mitad? Estaba llena ayer en la mañana, parece que entre ayer y ahora se prepararon de ahí unos fuertes tragos.

    –¿Tal vez, el alcohol se evaporó?

    Mike puso sus ojos color cobalto en blanco y sacudió la cabeza con tristeza.

    –Por favor supéralo, Paree. Por el amor de Dios, déjalo. ¿No te has castigado ya lo suficiente? ¿Todos estos años de culpa no han sido suficientes? Regresa a mí, Paree. Regresa a la realidad.

    Era evidente que Mike despreciaba su consumo excesivo de alcohol, pero ella presentía que debido al tormento que estaba viviendo, él lo toleraba en cierta medida, siempre y cuando solo bebiera durante la hora del coctel que iniciaba puntualmente a las cinco de la tarde.

    –Si insistes en tomar alcohol durante otra hora del día te voy a llevar de regreso a Inglaterra para internarte en un centro de rehabilitación para alcohólicos –le había advertido un año después que regreso de Irán. A lo que ella contestó:

    –¿Cómo me vas a llevar de regreso? ¿Encadenada?

    Pero a pesar de la respuesta desafiante, decidió que lo más prudente era permanecer alejada de la botella de Smirnoff si no era dentro del horario permitido, de lo contrario él rompería las botellas como parte de otra advertencia hecha en el pasado.

    –Y si las escondes, te lo juro por todos los cielos que las voy a encontrar –añadió, como si pudiera leer su mente.

    Con el apoyo de Mike, se mantuvo ocupada para así evitar verse atraída por el vodka constantemente. Entre semana era voluntaria en el hospital del gobierno para personas de escasos recursos al sur de Teherán. Años atrás, se paseó por casualidad por la comunidad menos afortunada de la ciudad y el impacto fue tan lamentable que se prometió a si misma involucrase en obras de caridad.

    Ayudaba al personal del hospital con las labores de limpieza como cambiar la ropa de las camas, a empujar las camillas y a hablar con los pacientes que no tenían visitas. El trabajo tenía sus recompensas, especialmente cuando se la pasaba con los enfermos que no tenían a nadie y estaban empobrecidos. Les llevaba un ramo de flores todos los días para mejorar el ambiente de la lúgubre habitación maloliente a desechos, desinfectante y a enfermedad. Era tiempo bien invertido, que de alguna manera disminuía el vacío que había en ella. Durante las últimas dos semanas se había identificado en particular con un paciente de edad avanzada. Era un vendedor ambulante de artículos varios tales como postales, lápices y matamoscas. Las enfermeras le habían dicho a Paree que él no saldría vivo del hospital porque padecía de leucemia en etapa terminal, así que además de las flores también le llevaba helado de pétalos de rosa y se sentaba a su lado mientras hablaban sobre los años que había pasado en las calles de Teherán o dentro del puesto improvisado en el bazar abandonado de los barrios marginales.

    En repetidas ocasiones le escucho quejarse sobre la fortuna que había tenido en la vida. En sus últimos días de vida, él le sujeto la mano y le dijo con voz débil y quebrantable que le agradecía por haber hecho de sus últimos días algo placentero. Cuando ella se inclinó para besarle la frente, las lágrimas resbalaron y cayeron sobre él.

    –Está lloviendo en el paraíso –dijo en un susurro.

    Mike se paseaba ahora por la terraza con un tarro en la mano de cerveza Guinness importada.

    –Tengo noticias, querida. Mosaddeq ganó. Perdimos y es solo cuestión de meses para que perdamos el poder sobre la AIOC (Anglo-Iranian Oil Company).

    Paree estaba consciente de que eso podía suceder ya que todos los días Mike se quejaba sobre el tema. La Compañía de Petróleos Anglo-Iraní pronto caería en manos de los iranís gracias a un político ambicioso llamado Mohammed Mosaddeq.

    El cual exhortó a las masas para que exigieran el cambio asediando las calles y proclamando muerte para los ingleses, en tanto que los asesinos y criminales tomaban ventaja del alboroto saqueando casas y tiendas que no estaban protegidas o atrincheradas. La multitud estaba desenfrenada y el mandato del Shah sobre la Silla del Pavo real estaba en juego. Sin embargo a Paree no le interesaba lo que le sucediera al Shah o a la AIOC, en tanto pudiera seguir viviendo en Irán alejada del pueblo de Bourton-on-the-Water en Gloucestershire, Inglaterra.

    –¿Cómo va afectar a tu trabajo todos estos cambios? –le preguntó a Mike.

    – El consejo de la AIOC planea enviar de regreso a Inglaterra a muchos ejecutivos y yo podría ser uno de ellos –dijo haciendo un mohín –. Solo piénsalo, Paree. Podríamos volver; volver a Inglaterra y a la civilidad.

    O volver al escenario de mi tormento. Paree se estremeció ante la posibilidad de que esas horripilantes imágenes se materializaran en su mente, así que cerró los ojos para evocar mejores recuerdos donde amamantaba a su pequeño hijo, o donde le tarareaba canciones de cuna mientras él la miraba desde su cuna, o bien cuando arreglaba su cabello para que no pareciera Mr. Turnip.

    –Por favor detén ese tormento en tu cabeza –le suplicó Mike quien estaba parado frente a ella. Abrió los ojos para verlo con la mirada vacía. Él chasqueo los dedos.

    –¡Por el amor de Dios, reacciona, Paree!

    –Lo siento Mike. ¿De qué estábamos hablando?

    –Sobre la posibilidad de regresar a Inglaterra.

    –Ah, sí. ¿Por qué no te retiras y te quedas en Irán? Vamos a vivir nuestras vidas aquí, en nuestro hermoso hogar.

    –No va a funcionar porque para Mosaddeq y la porquería de sus patriotas, los británicos son las personas más despreciables del país. No me gustaría vivir en donde no me quieren. Estaría agradecido si me transfirieran.

    –¿Cuándo vas a saberlo con seguridad?

    –En los próximos dos o tres meses, quiero pensar.

    –No puedo regresar a Inglaterra, Mike. No puedo.

    La miró fijamente con los ojos abiertos.

    –¿Por qué no?

    –Sabes muy bien porque no. Son los...

    –¿Recuerdos?

    –Exacto.

    –No te preocupes, no vamos a vivir en nuestra vieja casa de campo

    –Eso no importa. Inglaterra es Inglaterra y es donde eso pasó.

    – Entonces, ¿Qué sugieres que hagamos?

    –Si insistes en regresar solo hay una respuesta, ¿no?

    Él sacudió la cabeza como si necesitara digerir las palabras.

    –¿Estoy entendiendo bien? ¿En verdad quieres que nos separemos?

    –La verdad no, Mike, sin embargo parece que no tenemos otra opción.

    Chasqueó la lengua como muestra de frustración hacia ella.

    –¿Eso sería maravilloso para ti? ¿No, Paree? Así puedes deprimirte por ahí y embriagarte hasta el letargo cuando quieras sin un esposo alrededor que te saque de las profundidades del alcoholismo –la miró a los ojos fijamente–. Y si crees que voy a mantener tu adicción, piénsalo dos veces. 

    –¿Qué me quieres decir?

    –Te estoy diciendo que disfrutes tu vida en Irán... sin mi apoyo financiero. 

    La bruma del vodka se difumino rápidamente al mismo tiempo que Paree era consciente de la amenaza, aunque carente de significado, porque a pesar de que dejo ver su inusual lado fascista, ella sabía que no la dejaría desahuciada. De todas maneras, ella era la que estaba forzand

    o la separación, así que él no tenía la obligación de mantenerla. 

    Se imaginó la vida sin Mike y sin su ingreso, consciente de que aún sentía un gran amor por él, a pesar de que se habían distanciado desde aquella nubosa y gris mañana del invierno del 43.

    De alguna manera sobreviviría a su ausencia, se valdría por sí misma, y le demostraría a él y a sí misma que podía sobreponerse ante la debilidad en la que se había sometido su existencia desde ese sombrío invierno. La misma debilidad que la llevo a caer en la dependencia del Smirnoff en busca de fortaleza para afrontar su dolor.

    Él la abrazó por los hombros.

    –Se razonable por favor, Paree. Ven con migo a Inglaterra. Voy hacer que un psiquiatra te atienda y vas  a volver a ser la que eras antes de que termines de decorar nuestro nuevo hogar.

    Paree sacudió la cabeza.

    –Lo siento Mike, no voy a ir. Voy encontrar un trabajo y me las voy arreglar. Irán es donde nací y crecí, y es Irán a donde pertenezco.

    –No estás pensando racionalmente, Paree. ¿Quién en este maldito país contrataría a una mujer de cincuenta y dos años para un trabajo decente? A menos que seas una barrendera o una criada, por supuesto, y apenas y los considero trabajos decentes.

    Después de todo, ella se dio cuenta de que él tenía razón y las dudas empezaron a amotinarse, abrumándola. A pesar de la oleada de dudas, estaba segura de una cosa: Debía evitar vivir en Inglaterra a toda costa. Se apresuró a entrar a la casa, hacia el gabinete de licores.

    Capítulo 4

    El invierno pasó, la primavera llegó y la esperanza se desvaneció. Finalmente, Reza había caído en cuenta de que mamá estaba muerta. Su dolor se rendía al enojo y la mayoría del enojo se rendía ante la culpa debido al constante sentimiento que de alguna manera él era responsable de su muerte.

    Habían pasado cinco meses desde su llegada al orfanato. Cinco meses de haber estado casi solo. Tenía una amiga y muchos enemigos. Era un marginado entre las cuatro paredes de un lugar despreciable. Él sabía que los niños lo odiaban por no hablar con ellos o por no unírseles en los juegos, pero tampoco hacia nada para ganárselos. Todo lo que quería era estar solo para vagar en el lado placentero de su imaginación, para evitar las distracciones que lo arrastraban a una realidad donde no estaba su madre, lejos de una vida plagada por terribles y recurrentes episodios de un evento reprimido en su mente. Fereshteh era la única persona en el orfanato que le agradaba porque no lo molestaba mientras soñaba despierto y porque era amable con él.

    El primer martes después del inicio de la primavera, Reza estaba en la oficina de Agha Mansur con temblores en todo el cuerpo, temiendo una feroz reprenda por parte del Monitor. Mansur lo fulminaba con la mirada a través de sus anteojos de carey y una nube de humo de cigarro. Golpeo su escritorio de caoba con el puño.

    –Eres un taciturno, pequeño niño voluble.

    –Pero, señor, no entiendo que significan esas palabras.

    –Eso no importa, porque te las voy a sacar a golpes y después no vas a necesitar entender que significan.

    La amenaza hizo que su deseo de escapar

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