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La Pequeña Amazona
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Libro electrónico153 páginas1 hora

La Pequeña Amazona

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Información de este libro electrónico

Esta es una historia cercana de supervivencia que te sorprenderá. Al crecer en las junglas de Panamá, Miroslava nos introduce en su mundo de animales salvajes, dificultades para obtener una educación, cubrir sus gastos básicos, asegurarse un ingreso estable y diversos problemas de salud. Ella logra sobrevivir en situaciones de vida o muerte, y así surge una mujer fuerte que enfrenta todas las adversidades con una renovada determinación. Ella es La Pequeña Amazona.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 oct 2018
ISBN9780463469873
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    La Pequeña Amazona - Miroslava Espinosa

    Introducción

    El deseo de alentar, motivar e inspirar a mujeres de todo el mundo, especialmente a las de países del tercer mundo, se plasmó en estas páginas a través de mis experiencias personales. Y lo más importante, hay muchas lecciones de vida que otras mujeres y niñas pueden aprender de mi vida.

    Quiero compartir estas historias de mi vida con otras mujeres, con la esperanza de que puedan sentirse conectadas a partir de sus experiencias individuales. Quiero que sepan que el triunfo puede lograrse contra probabilidades insalvables. Las dificultades se pueden convertir en éxitos, y pueden superarlas igual que yo. Yo soy prueba viviente de eso. Soy una sobreviviente, y ellas también pueden ser sobrevivientes.

    A través de estas páginas, les mostraré de primera mano lo que es vivir en tiempos de escasez de comida y dinero, pedofilia, violación, violaciones colectivas, asesinatos y muerte, así como experiencias cercanas a la muerte como un tumor cerebral, una hemorragia hepática, y enfrentar una amenaza inminente con un rifle de asalto.

    Infancia

    A los nueve meses de edad, me arrastré por el piso de tierra en nuestro pequeño bohío hacia una paila de agua hirviendo sobre una fogata. Mi mamá estaba cocinando fideos para la cena, distraída por mis hermanos y hermanas; no vio a su bebé en el piso acercándose más a las llamas rojas. El fuego bailaba antes mis ojos inquisitivos. Agarré el mango de la olla y la volqué para derramar el agua hirviendo con los fideos sobre mi pecho. Los fideos calientes se me pegaron a mi pequeño pecho y comencé a llorar tan fuerte que la atención de todos estaba ahora en mí. Mi madre corrió, jadeando, ¡Mi pobre bebé, ¿qué te pasó ?! Ella me quitó los fideos y me limpió del agua abrasadora. ¡Tenemos que llevarla al hospital!, le gritó a mi padre.

    No, respondió él con severidad. Ella es una bebé fuerte. Ella puede curarse a sí misma. Ella estará bien.

    Mi madre dijo incrédula: Solo es una bebé, solo tiene nueve meses. Mira su piel; tiene quemaduras graves. Necesitamos llevarla a el hospital.

    No. Mi padre respondió de nuevo. Si vamos al hospital, nos la quitarán. Mi madre tristemente estuvo de acuerdo con él, y recogió una planta de yuca en su lugar. La raíz de yuca es rica en calcio y vitamina C y contiene una cantidad nutricionalmente significativa de tiamina, riboflavina y ácido nicotínico. Ella cortó la yuca y luego la ralló e hizo una masa la cual la colocó sobre mi piel quemada. Empecé a calmarme con la verdura calmante, trabajando su magia.

    Finalmente, mi cuerpo se curó sin tener ni siquiera una cicatriz. Si el agua hirviendo me hubiera cubierto la cara, habría muerto. Este fue mi primer roce con la muerte, pero no sería el último.

    Fue solo el comienzo de mi viaje como

    La Pequeña Amazona.

    Nací en lo profundo de la jungla panameña, en un pequeño pueblo llamado Nuevo Caimitillo. Nuestra finca estaba en lo alto de una ladera, con vista al río Chagres. Un río históricamente conocido por sus riquezas en oro, orgullosamente llamado el Castillo de Oro, o la Castilla Dorada. La casa en la que vivíamos parecía una cabaña de estilo español, llamado bohío. Su estructura de barro y paja estaba hecha de juncos, ramas rojas, paja, follaje esparcido y la naturaleza que el suelo arcilloso nos brindaba. Toda la naturaleza a nuestro alcance para tomar de ella. Nuestras camas estaban enmarcadas de tablones gruesos de madera, lo que ofrecía poca comodidad. Las noches eran sin mucho descanso. Yo dormía a centímetros del suelo, temerosa de los bichos que correteaban debajo de mí y estaba paralizada por el miedo a los visitantes nocturnos. En ocasiones, las serpientes trepaban por las paredes, mientras los murciélagos se abalanzaban sobre nosotros. La idea de que se metieran para adentro me provocaba muchas pesadillas. La boa constrictora, conocida por su fuerte silbido y su repetido golpe cuando se molestaba, tenía una mordida dolorosa. Ciertamente no quería ser mordida ni ser su próxima comida. El color terroso de la serpiente, camuflajeado en el piso de tierra, hacía que fuese fácil pisarla por error. En las desafortunadas noches en que tuvimos visitas, las boas no venenosas intentaban tragarse los murciélagos, pero a menudo se quedaban con hambre. Los murciélagos muchas veces se quedaban, mordisqueándonos los dedos de los pies y los tobillos, dejándolos magullados y ensangrentados. A menudo nos levantábamos por la mañana con las piernas y los pies ensangrentados, por las mordidas de estos murciélagos vampiros.

    La ausencia de electricidad y agua en nuestro hogar era un gran desafío para mi familia. No había agua para beber ni bañarse. La mayoría de los alimentos se recolectaban cazando en la jungla boscosa, en busca de conejos, ciervos y capibaras, o pescando los ríos en busca de róbalos. Los empleos se delegaban de forma tradicional; los varones cazaban y pescaban, y las hembras hacían los quehaceres de la casa, como lavar la ropa, cocinar, lavar los platos, etc. Esta jerarquía me parecía totalmente injusta y rápidamente se despertaba la rebeldía en mí. Para consternación de mi padre, le supliqué que me enseñara a cazar y pescar, como les había enseñado a mis hermanos. Yo anhelaba estar al aire libre cazando y pescando. Quería que mi padre me enseñara cómo disparar y convertirme en una hábil cazadora como él. Quería el aire libre por la libertad y los retos que presentaba.

    "¡Papá, déjame ir a pescar con mis hermanos! ¡Muéstrame cómo pescar los peces grandes en el río! Le suplicaba.

    ¡No, no, y no! Tú eres una mujercita y las mujeres son de la casa. Lavar los platos es tu trabajo. ¡Pescar y cazar es para nosotros! era su respuesta.

    ¡No! Yo protestaba. "¡No quiero estar adentro y lavar los platos! ¡Los platos no son divertidos! ¡Quiero aprender afuera en la jungla ... contigo!

    Por eso encontraba maneras de escaparme y estar con mis hermanos. Me perdía del mapa, y mi madre siempre frenética por mi paradero. Abdiel, que lo apodábamos Popeye, era dos años mayor que yo. Poco a poco se resignó a la idea de tener a su hermana como su sombra constante. Lo seguía a todas partes, buscando desesperadamente aprender todo lo que mi padre les había enseñado a mis hermanos. Me intrigaban las vistas y los sonidos de las aves tropicales de la jungla, los juegos salvajes y los ríos que corrían. El bosque profundo y oscuro no me asustaba, siempre y cuando tuviera a alguien a mi lado.

    Éramos siete niñas, incluyéndome a mí, y cinco niños en nuestra familia. Éramos una familia grande para los estándares de hoy. Yo era la octava de 12 hijos. No teníamos lujos en nuestra casa; la naturaleza nos proporcionaba todos los elementos esenciales que utilizamos. Papá, nuestro héroe, siempre estaba buscando maneras de llenar nuestras barrigas. Él era un hombre agricultor y cazador. A veces se pasaba días sin comer o sin dormir para asegurarse de que nosotros sí.

    Mi madre era el pilar de la familia y siempre nos protegía mientras nuestro padre estaba en busca de nuestro sustento. Su pequeño cuerpo solo medía 4 pies 11 pulgadas de alto, y pesaba alrededor de 105 libras. Era una mujer bajita pero fuerte, nos dio a luz a nosotros 12 en la jungla, sin ningún tratamiento médico.

    Todos mis hermanos y hermanas estudiaron de primero a sexto grado en la escuela primaria ubicada a una milla o más de nuestra casa. Yo estaba orgullosa de ser una estudiante de cuadro de honor y me sentía constantemente ansiosa por aprender. El viaje hacia y desde la escuela era duro. Había muchas serpientes venenosas como los bushmasters y Fer de lance (Dos Equis) a lo largo del camino intrincado, y a veces traicionero. Las bushmasters son víboras que pueden crecer hasta cuatro metros (12 pies). Los soldados las llamaron las two steps (Dos Pasos) porque, en dos pasos, su veneno letal comenzaba a ejercer su efecto mortal. Las Fer de lance o las Dos Equis, como usualmente las llamamos debido a los patrones de cruce que tienen en el lomo posterior, que se asemeja a una X, es venenosa y muy agresiva si se le molesta. Puede crecer hasta dos metros (alrededor de seis pies) de longitud. Esta última fue la que más encontrábamos en nuestros viajes a la escuela.

    Recuerdo vívidamente haber sentido una gran ansiedad de separación en mi primer día de escuela. Me río de eso ahora. Recuerdo estar entrando a mi primer grado y pensaba que esos sentimientos eran normales, pero en esos tiempos fueron devastadores para mí. Le suplicaba a mi padre que no me dejara, me aferraba a sus rodillas con todas mis fuerzas. ¡No me dejes sola, papá!, lloraba, mi pequeño cuerpo acurrucado en una bola, temblando incontrolablemente. Una sonrisa amplia y tranquilizadora cruzaba su rostro, mientras me miraba a mí y luego a la maestra que nos veía pacientemente. Luego abrió mis manitas de forma suave y dijo: Vas a estar bien. Me sequé las lágrimas, decidida a probar que él estaba en lo cierto. Me dio un toquecito en la espalda, empujándome hacia la maestra y salió por la puerta, sin mirar atrás.

    Mi madre, de ascendencia china y kuna, era de San Carlos, y mi padre, de

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