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El Romano Pedro Ii ¿El Último Papa?
El Romano Pedro Ii ¿El Último Papa?
El Romano Pedro Ii ¿El Último Papa?
Libro electrónico338 páginas4 horas

El Romano Pedro Ii ¿El Último Papa?

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JORGE R. ARAUJO-MATIZ, naci en Buenos Aires, Argentina, viudo con dos hijos, Ral y Daniel.
Araujo-Matiz creci en Buenos Aires, el Barrio de Mataderos, all recibi primaria y secundaria educacin, atendi la Universidad donde obtuvo el titulo de Arquitecto.
Inmigro a los Estados Unidos. Trabajo para diferentes Compaas y el Gobierno de los Estados Unidos en toda Europa y el Medio Oriente. Autor ha viajado extensamente por England, Alemania, Espaa, Grecia Italia, Francia y Arabia Saudita. Actualmente expende su tiempo escribiendo y dando lecturas.
Entre los libros escritos y publicados se encuentran:
PEDRO II El Romano, El ltimo Papa
Los Neanderthales
HISTORIAS DE CIENCIA FICCIN
EL VEREDICTO
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento18 jun 2013
ISBN9781463358891
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    El Romano Pedro Ii ¿El Último Papa? - Jorge Roberto Araujo

    Copyright © 2013 por Jorge Roberto Araujo.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 12/06/2013

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    463756

    INDICE

    EL ROMANO, PEDRO II…El último Papa….?

    PROFECIAS DE SAN MALAQUIAS. 1139 DC

    Capitulo I. En el año de Nuestro Señor 1139

    Capítulo II. Los blancos acantilados de Dover

    Capítulo III. Clairvaux

    Capítulo IV. La Profecía

    Capítulo V. Noviembre 2001. Reunión en las montañas de Afganistán.

    Capítulo VI. Escape a Tora Bora

    Capítulo VII. La reunión en las Cuevas

    Capítulo VIII. Roma – Elección del Nuevo Papa

    Capítulo IX. El Vaticano

    Capítulo X. New York Times

    Capítulo XI. Pedro II – El Nuevo Papa

    Capítulo XII. Recordando

    Capítulo XIII. Reporteros en Roma

    Capítulo XIV. Creando nueva política en la Iglesia

    Capítulo XV. Primer Ministro Turco

    Capítulo XVI. Reunión de los Cardenales

    Capítulo XVII. La CIA

    Capítulo XVIII. Periodistas en Roma

    Capítulo XIX. Chiquitita en El Vaticano

    Capítulo XX. En La Casa Blanca

    Capítulo XXI. El Presidente de Estados Unidos en Roma

    Capítulo XXII. Walter en Roma

    Capítulo XXIII. Isla de Creta

    Capítulo XXIV. El Secuestro

    Capítulo XXV. Reunión en Castell Gandolfo

    Capítulo XXVI. Tyndall Base de la Fuerza Aérea

    Capítulo XXVII. Casa Del Príncipe Alberto

    Capítulo XXVIII. Reunión en El Vaticano

    Capítulo XXIX. Chiquitita en el Aeropuerto

    Capítulo XXX. En el Aeropuerto

    Capítulo XXXI. En el Aeropuerto de Chipre

    Capítulo XXXII. Jabal Al Nasiriyah

    Capítulo XXXIII. Llegando a la Base de la Montaña

    Capítulo XXXIV. Islas Azores

    Capítulo XXXV. Descendiendo en el Desierto

    Capítulo XXXVI. Preparando el Ataque

    Capítulo XXXVII. En la Plataforma de la Cueva

    Capítulo XXXVIII. Los Gurkhas

    Capítulo XXXIX. Hacia Jabal Al Nasiriyah

    Capítulo XL. Syria

    Capítulo XLI. La Carga de Caballería

    Capítulo XLII. Chiquitita y el Papa

    Capítulo XLIII. Tiempo y Espacio

    Capítulo XLIV. Otra Reunión

    Capítulo XLV. Alerta en Siria

    Capítulo XLVI. La Conferencia

    Capítulo XLVII. Los Delegados

    Capítulo XLVIII. Exclusiva

    Capítulo XLIX. Langley y Washington DC

    Capítulo L. En el Salón Ovalado

    Capítulo LI. CARRETERA 295

    CAPITULO LII. El Canal

    Capítulo LIII. La Colina

    REFERENCIAS HISTORICAS

    EL ROMANO, PEDRO II…EL ÚLTIMO PAPA….?

    Por la famosa Best Seller Autora del The New York Times Ellen Tanner Marsh.

    San Malaquías, nacido en Irlanda en 1094 de la Era Cristiana, es uno de las menos conocidas figuras del firmamento Cristiano. Es major conocido como el arzobispo de Armagh por haber tomado extraordinarias medidas para reorganizar y reformar la Iglesia de Irlanda, fortaleciendo los vínculos de obediencia al Vaticano.

    Los acontecimientos historicos indican que mientras se encontraba en Roma, nueve años antes de su muerte en 1048, él recibió una vision, en la cual se descubrieron ante él mientras anotaba en sus escritos las caracteristicas especiales de todos los Papas desde su era hasta el final del tiempo, recordando en sus escritos poeticas descripciones de cada uno de los Pontifices..

    Presentó sus resultados a Inocencio II, el cual no le dio la importancia debida y consecuentemente el manuscripto fue olvidado hasta 1590, año en que fue redescubierto.

    Desde entonces se ha cuestionado la autenticidad y veracidad de las predicciones de San Malaquías. A pesar de la opinión de sus mas fervientes enemigos, sus predicciones han sido asombrosamente acertadas.

    Asumiendo que las profecías fueran absolutamente ciertas, el presente Papa Benedicto XVI, será seguido por Pedro el Romano, que algunos creen será el AntiCristo.

    En extrema persecución el asiento de La Santa Iglesia Católica, será ocupado por Pedro El Romano, quien alimentará las ovejas bajo muchas tribulaciones, a cuyo termino la Ciudad de las Siete Colinas será destruida y el Formidable Juez juzgará a sus habitantes.

    Estas escalofriantes palabras dan comienzo al facinante libro de Jorge R. Araujo-Matiz, ‘EL ROMANO, PEDRO II… El Ultimo Papa…?

    Que estudia la aterrante posibilidad de que las profecías de San Malaquías, acerca del último Papa, sean tan reales como lo fueron para los anteriores Papas.

    En su cautivante novela, Araujo-Matiz enciende para la Iglesia Católica el detonante de las profesías de San Melaquias, que EL ROMANO, PEDRO II…¿El Último Papa? Por GEORGE R.ARUJO-MATIZ rompiendo con la tradición, selecciona al sucesor de Benedicto XVI.

    En lugar de elegir un conocido líder de la Iglesia, como nuevo Papa, eligen a un miembro laico, que es también un multimillonario en completa oposición del devoto ascético Sacerdote católico y además de origen Judeo-Palestino.Simon Rosenthal, el Nuevo Obispo de Roma sucesor de Pedro, el representante de Dios en la tierra, se transforma en Pedro II, y comienza el monumental proyecto de cambiar la visión de la Iglesia Católica para lograr lo parecería una imposible meta, dedicando los enormes bienes de la Iglesia al igual que los suyos personales, para tratar de resolver los problemas que enfrenta la humanidad causados por el recalentamiento del planeta, la pobrezas y el hambre que acosa a muchísimos países.

    No constituye una sorpresa, que con tantos intereses en el mundo, diferentes grupos apoyen y otros se opongan a las nuevas políticas de la Iglesia Católica, imprevisibles conflictos emergen de grupos con especiales intereses, llevando a países y agrupaciones religiosas a baños de sangre, terrorismo y toda clases de violencia.

    Cuando Pedro II, trata de prevenir lo que parecería un inevitable desastre, organizando una reunión mundial con los lideres de las mayores religiones en Jerusalén, es secuestrado por grupos terroristas.

    En esta novela de suspenso, existe el gran peligro que aún en el caso de que las fuerzas especiales de combate consigan rescatar y liberar al Papa, no lo consigan a tiempo para evitar una calamidad mundial.

    Incluso si lo logran, ello no garantiza que el Papa Pedro II pueda ser capaz de negociar el proceso histórico de cambiar el sistema existente y conseguir la Paz entre todas las religiones y gobiernos, como él lo ambicionara.

    EL ROMANO, PETER II… El último Papa…?. Empuja al lector dentro de una rápida y compleja historia que parecen salir de la pluma del Best Seller Autor Dan Brown. Es una historia apasionante y perfectamente investigada históricamente..

    Esta obra de ficción de Jorge R. Araujo-Matiz es impresionante por su manejo de la realidad y ficción. La historia lo es mas por las visiones de la actual vida de San Malaquías que, tal vez puedan ser mas aún escalofriantes de lo que aquellos fieles creyentes puedan temer.

    EL ROMANO, PEDRO II…¿El Último Papa? Por GEORGE R.ARUJO-MATIZ

    DEDICADO A

    Mis hijos

    Raúl y Daniel

    Mis nietos

    Michael, Myriam, Daniel y David

    Mis bisnietos

    George, Jennifer, Victoria, Jazmín y Celeste.

    Profecías de San Malaquías

    Flos Florum

    De medietate Lunae

    De Labore Solis

    Gloria Olivae

    Petrus Romanus

    Flos Florum – Flor de Flores

    Pope Pablo VI

    Pontífice de 1963 a 1978

    Giovanni Batista Montini

    En su escudo de Armas, hay tres flor de lis, conocidas por La Flor de las Flores

    De medietate Lunae – De la media luna

    Papa Juan Pablo I ‘ Albino Luciani

    Pontífice por 33 días

    Albino Luciani (Luz Blanca) fue elegido Papa el 26 de Agosto, la

    Luna estaba en Media Luna, también su nacimiento, ordenación sacerdotal y otros acontecimientos ocurrieron en noches de media Luna

    De Labore Solis – Trabajo del sol o Eclipse de Sol

    Pope John Paul II

    Pontífice de 1978 tú 2005

    La fecha de su nacimiento coincidió con un total eclipse solar

    Gloria Olivae –

    Benedicto XVI

    Joseph Ratzinger

    Abril 2005 – Eligio su nombre en honor de San Benedicto, las ramas del olivo son los símbolos de paz y prosperidad de la orden y fueron usadas por Noé, después del diluvio… la medalla de San Benedicto muestra en la parte posterior sobre la cruz la palabra PAX que ha sido el moto de su orden por siglos El olivo es el símbolo de Paz abundancia, gloria y purificación

    Pedro II el Romano, El último Papa es el sujeto de éste Libro

    Número de propiedad intelectual 387001 18 de marzo 2005–07–08

    PROFECIAS DE SAN MALAQUIAS

    1139 DC

    In persecutione extrema S.R.E. sedebit Petrus Romanus, qui pascet oues in multis tribulationibus: quibus transactis ciuitas septicollis diruetur, &

    Iudex tremêdus iudicabit populum suum. Finis.

    En extrema persecución el asiento de la Santa Iglesia Católica, será ocupado por Pedro El Romano, quien alimentará las ovejas bajo muchas tribulaciones, a cuyo término la ciudad de las Siete Colinas será destruida y el formidable

    Juez, juzgará sus habitantes

    CAPITULO I

    En el año de Nuestro Señor 1139

    El viento y la lluvia golpeaban con inusitada furia al jinete y su caballo que iba a todo galope por la adoquinada carretera Muchos siglos después de que el Imperio que la construyó extendiera sus brazos por todo el mundo conocido de la antigüedad, la perfección con que se hiciera, aún luego de su desaparición, permitía que la carretera fuera usada por aquéllos que quisieran llegar a Roma.

    Los relámpagos y rayos se sucedían sin cesar, el firmamento, oscurecido por negras nubes y fuertes tormentas, simulaban una fantasmagórica escena.

    Los pinos y arbustos, a los lados de la carretera, proyectaban los gigantescos látigos que azotaban al cielo. Las sombras parecían demonios ansiosos de capturar al jinete en aquél amanecer.

    Cabalgaba hacía más de una hora, sus vestiduras estaban totalmente mojadas, lo mismo que su cuerpo y su espesa barba roja.

    De vez en cuando, introducía las manos dentro de su hábito. Quería corroborar que el envoltorio de cuero que pendía de cuello, y su túnica tapaba, estaba a salvo. Sus pensamientos y la misión que había emprendido, eran aún más poderosos que la lluvia el viento y el sonido de las patas del caballo que azotaban sus oídos. Pero nada de esto logró detener su marcha. Roma lo esperaba.

    Recordó entonces claramente su salida del territorio Inglés.

    CAPÍTULO II

    Los blancos acantilados de Dover

    Las enormes masas blanco grisáceas se elevaban de las aguas del canal. Por unas pocas piezas de plata los cruzaron en una pequeña embarcación hasta Francia. Malaquías y Christian miraban las olas y se elevaron con ellas.

    A bordo, familias completas y no tanto, reían. Algunos eran de Francia, los más de origen inglés. Los ancianos tomaron la presencia de los sacerdotes como signo de buena suerte.

    La brisa era suave, el mar calmo, pero la niebla se hacía más y más espesa. Las olas aumentaron de tamaño y su sonido, al chocar contra las maderas del barco, aterrorizó a los pasajeros. Los niños lloraban, las mujeres empezaron a aullar de miedo. Malaquías, que había cruzado el canal varias veces, estaba preparado para cualquier cambio de clima. Pero no los viajeros que trataban de ver algo más allá de la espesa niebla inútilmente. Mientras los marineros aseguraban los cabos de las velas y reforzaban los nudos, algunos relámpagos iluminaron el firmamento. La tripulación los obligó a bajar a la bodega, asegurándoles que no había nada que temer. Malaquías y Christian parecían dos imágenes dentro de un cuadro. Los que buscaban la protección de Dios, espantados, creían que estaban rezándole a dos santos dentro de una iglesia.

    Cualquier Dios –pensó Malaquías. Sospechaba que ninguno de ellos asistió nunca a una misa cristiana pero sí a una mezcla de ritos paganos y de liturgia católica. A pesar de ello, Christian lo ayudó a consolar a los que se acercaban.

    Una tarea difícil ya que era casi imposible dar un paso sin zigzaguear de un lado a otro de la nave.

    Las crestas la levantaban para dejarla caer nuevamente. El agua la inundó por debajo de la puerta, con tanta violencia que se formó una cascada que caía por la escalerilla. El crujir de las tablas, el ruido ensordecedor junto al que hacían las velas castigadas por el viento, ahogaban, sólo un poco, los llantos y gritos de las mujeres y la no poca preocupación de los hombres, quienes se expresaban a través de sus ojos. Sus gestos, los de ellos, contradecían el valor que pretendían demostrar.

    Súbitamente la odisea cesó tan inesperadamente como había comenzado.

    Hombres, mujeres y niños volvieron a ocupar sus lugares en cubierta. Apareció, lentamente, la oscura silueta de las costas francesas

    Antes de bajar a tierra, en Caláis, Malaquías y Christian esperaron que los pasajeros descendieran por la planchada. Se distinguían entre la muchedumbre por el marrón de sus sayos y las sogas que rodeaban sus cinturas. Pero lo que mas llamaba la atención de la horda que circulaba por el muelle, eran sus capuchas. Nadie, de haberlos mirado, hubiera notado que no iban descalzos.

    Las finas tiras de sus sandalias eran casi invisibles. Una turba de niños los rodeó dificultándoles el paso. Buscaban monedas para llevar a sus casas y reducir, un tanto, el hambre que hacía crujir sus estómagos.

    El lugar al cual se dirigían como su primera parada en territorio francés, estaba sólo a una legua de distancia, así que ambos ya habían decidido caminar hasta allí. Pidieron orientación a los trabajadores en el puerto y una vez obtenidas los dos monjes cargaron sus envoltorios de cuero con sus pocas pertenencias y se dirigieron al camino que los conducía al convento.

    Hacía casi una hora que caminaban por un sendero marcado por los pocos carruajes y el ganado que circulaban en medio de colinas. Cuando alcanzaron el tope de una de ellas, se detuvieron para recobrar el aliento. Vieron entonces que se acercaban dos chiquillos y una mujer. Su cabellera dorada caía hasta más allá de su cintura. Un largo vestido de color gris azulado, a pesar de lo amplio, dejaba entrever as líneas de su esbelta figura. Dos niños de no más de doce o trece años la acompañaban: el varón con pantalón gris cortado debajo de sus rodillas, camisa beige y un viejo saco de cuero gastado, la niña con un simple vestido que ocultaba su largo cabello rubio evidenciando la herencia materna.

    Cuando los tuvieron cerca, observaron que sus ojos eran de un intenso azul violáceo, y ostentaban una extraña belleza. Los tres venían tomados de la mano cantando alegremente una canción cuya letra llamó la atención de los dos monjes. No era común encontrar una campesina francesa que conociera esos poemas en la antigua lengua irlandesa.

    Tania sam slsoer/ El verano viene con salud

    Dia mbi cloen caill chiar/ reverenciando la madera oscura

    Fingid ag seng sneid/ El delgado ciervo salta

    Di mbi reid ron rian/ Sellando los suaves caminos

    Llegaron a la cima de la colina, se acercaron a los monjes, y la mujer preguntó a Malaquías en perfecto gaélico:

    –Buenas tardes, Athair. ¿Eres tú Maelmhaedohe?

    –Buenos tardes, niña ¿Cómo sabes mi nombre y que haces aquí, tan lejos de tus raíces?

    –Se decía que un Alto Señor de la iglesia de Irlanda vendría por estos lugares y que él era conocido por Malaquías, es decir Maelmhaedohe Es simple – respondió con una amplia sonrisa que mostró su perfecta dentadura.

    –¿Cuál es tu nombre, niña? –le preguntó Malaquías sonriendo a su vez

    –Bueno, mi nombre es Galadriel y el de mis hijos Alexander y Elizabeth.

    –¿Vives por estos lugares, Galadriel?

    –Vivo donde me envía Aquél que lo ordena todo –y sacando un pesado libro del saco que llevaba colgado en sus hombros agregó–. Me pidieron que entregara esto al monje con el nombre de Maelmhaedohe, es la vida de Cothriche.

    –¿Cothriche?, dirás San Patrick.

    –¿Acaso no es lo mismo?, es igual al que tú le dices en el viejo lenguaje, sabes quien es y así se llamaba, si hoy quieren nombrarlo de otro modo no cambiará quien es o ha sido. ¿No es lo mismo?–

    –Supongo que sí, querida niña pero nadie sabía de mi viaje. ¿Cómo es posible que tú lo supieras?

    –Tú lo sabías, y ello es suficiente para que Aquél que todo lo ve, también lo sepa Athair –continúo–. Tu Dios lo sabía.

    –¿Pero como lo sabías tú?

    –Haces preguntas cuando a ti te es revelado el misterio del futuro. ¿Crees que eres el único con derecho a una comunicación con el Creador de todas las cosas?

    Sorprendido por la respuesta de la joven, Malaquías tomó el libro y vio que era una edición adornada con magníficas ilustraciones.

    –Tú no debes darme esto –le ordenó asombrado– tiene un gran valor y yo no puedo pagarlo.

    –¿Valor? –preguntó Galadriel–, el conocimiento debe darse, no cobrarse y tú lo necesitas.

    Christian, en silencio, contemplaba absorto la escena. El asombro lo paralizaba.

    Estuvo a punto de pellizcarse para comprobar si no estaba soñando. Jamás hablaba cuando estaba con Malaquías, pero no pudo evitar interrumpir.

    –¿Puedes decirnos quién te ha dado esto? ¿Para el Obispo de Irlanda?

    –Sólo te puedo decir esto, futuro abad. Anoche soñé que debía venir a esta hora por este camino, que encontraría un saco y debía entregarlo a Athair Maelmhaedohe y su acompañante, y es todo lo que sé.

    –Su Eminencia –intervino Christian dirigiéndose a Malaquias–: ¿Esto puede ser obra del demonio?

    Galadriel, con una gran sonrisa respondió:

    –Si no tienes suficiente confianza en la protección de tu Dios o fe en ti mismo, entonces déjalo donde lo encontré. Seguramente tú no eres el destinatario de este libro, y esperaré aquí con mis hijos a el que está verdaderamente dirigido.

    Vas en la dirección en donde estaba, así que déjalo al pie de la colina, junto al montículo de rocas que marca la división. Es todo –caminó dos pasos, se dio vuelta y agregó–: Seguiré mi camino, que tengan un buen viaje. ¡Vamos niños!… vamos, es hora.

    Los monjes vieron que con la misma alegría que subieron la colina ahora la descendían dirigiéndose al poblado. Malaquías miró con curiosidad el volumen, pensó qué hacer con él y le preguntó a su acompañante:

    –¿Verdaderamente crees que esto puede ser la obra del demonio? Es una obra antigua referente a la vida de San Patrick, ¿Cómo puede el demonio siquiera tocar un libro sagrado? Lo llevaremos al convento y preguntaremos allí. Puede ser que lo hayan robado.

    –Cómo usted diga, Su Eminencia –respondió Christian. Malaquías colgó los bultos sobre su espalda y siguieron viaje. Al pasar por el montículo de piedras que Galadriel había mencionado lo miraron con curiosidad, pero no había nada allí que indicara una procedencia sobrenatural o diabólica. Pronto vieron un pequeño valle y rodeado de frondosos árboles la inconfundible silueta de un convento cisterciano. Una fuerte pared de piedra lo circundaba, equipada a intervalos con miradores y otras instalaciones para la defensa. Las macizas y pesadas puertas se abrieron y varios frailes se acercaron a los viajeros quienes les informaron su identidad y sus deseos de ver al abad. A pesar de que el convento era pequeño, claramente podía verse que pertenecía a la orden de los cistercianos: la iglesia formando casi un cuadrado, un curso de agua, canalizado de un río cercano, contribuía a satisfacer la demanda de irrigación de quintas y jardines y las necesidades higiénicas de los habitantes.

    Después de ser admitidos, un monje los condujo hasta el despacho del abad quien saludó a Malaquias diciendo:

    –Su Eminencia, es un honor recibir su visita a nuestra casa, siéntense usted y su acompañante! Bienvenidos y por favor díganme en qué puedo ayudarlos y servirlos.

    –Estamos en camino a Roma –contestó Malaquías–, estimado abad Aclas, de aquí pensábamos viajar hasta Clairvaux donde visitaremos a nuestro querido amigo, el abad Bernard.

    –Agradezco al Señor que se hayan detenido en nuestra humilde sede para descansar antes de proseguir su viaje –repuso Aclas– Por favor, cuando lleguen allí les ruego que le den mis mejores saludos al abad Bernard. Mientras tanto le enviaremos un correo para hacerle saber de vuestra llegada.

    –Abad ¡no se tome usted tantas molestias!.

    ––No es ninguna molestia, Su Eminencia, cada semana un hermano lleva correspondencia y noticias entre nuestros conventos y mañana antes de salir el sol, está programado que uno de nuestros monjes saldrá para Clairvaux. Sólo agregaremos una nota para anunciarle vuestra visita. Mientras tanto me agradaría que descansaran el día de hoy, los despertaremos al amanecer.

    Nuestro hermano los dejará en vuestro destino

    –Abad Aclas, no sé cómo agradecerle todas las molestias que se toma para con nosotros –repitió Malaquías.

    –Su Eminencia, es lo menos que puedo hacer. Para nosotros y nuestro convento es un gran honor poder brindarles toda nuestra ayuda. Vuestro nombre es conocido en toda la cristiandad, por favor permitidme acompañarlos a nuestra casa de huéspedes así podrán asearse y reposar.

    Al salir de la rectoría, les señalo la capilla.

    –A la derecha está mi residencia –sonrió pícaro– debo estar mas cerca del

    Altísimo para dar el ejemplo, al lado, en ese edificio que ven, está la casa de huéspedes.

    –Mi querido Aclas –, le comentó Malaquías mientras los acompañaba a la residencia donde pasarían la noche –una curiosa circunstancia ocurrió mientras nos dirigíamos a vuestra casa; nos encontramos con una mujer bellísima de unos treinta años con una larga cabellera rubia y dos niños. Conocía nuestros nombres, y aparentemente, la razón por la cual nos encontrábamos aquí – extrajo el libro del saco de cuero y se lo mostró, quien lo tomó con suma curiosidad–. Ella nos lo dio diciéndonos que le habían ordenado entregárnoslo.

    –Es demasiado valioso para estar en manos de una campesina– aseveró el abad –. No tiene sentido. ¿Y usted dice, Su Eminencia, que reside en nuestra aldea?

    –No lo sé, además hablaba perfectamente la vieja lengua irlandesa. Dijo llamarse Galadriel.

    –Hummmm, –dudó Aclas –preguntaré a los otros monjes, pero puedo asegurarle que nadie de esa descripción habita por estos lugares.

    –¿Y no podría haber sido robado de vuestra biblioteca? –inquirió Malaquías.

    El abad observó con mucho cuidado al volumen una vez más y lo devolvió diciendo:

    –No es un libro que pertenezca al convento. Es un misterio que vuestra Eminencia tendrá que resolver. Los caminos del Señor son misteriosos para la mente de los hombres.

    –¡Si!, abad, es verdad, pero son revelados a su debido tiempo.

    –Así es, Su Eminencia.

    –Así es.

    CAPÍTULO III

    Clairvaux

    Subieron al carruaje, era amplio, pesado y cómodo para dos personas ya que generalmente lo usaban seis. Tres pares de caballos hacían más fácil la tarea del conductor y su acompañante.

    Por tres días el paisaje no cambió mucho, pequeños valles con caseríos y casas señoriales en la cima de las colinas, también algún castillo con sus altas torres y fuertes paredes fortificadas con puentes levadizos para su defensa. Pero algo llamó su atención cuando un grito del conductor les avisó que estaban por llegar. Malaquias buscó con la vista el convento pero no encontró señal alguna.

    Por fin, al llegar a la cima de una colina divisó las paredes y construcciones inequívocas de otro convento cisterciano. El conductor contenía a los caballos en el descenso, pero una vez en el llano los puso a todo galope y en quince minutos aparecieron ante sus ojos los altos muros del claustro.

    Al ver el carruaje, los frailes abrieron los portones de sólida madera con guarniciones de hierro forjado. Malaquias y Christian ingresaron al amplio patio rodeando el austero pero enorme edificio de dos pisos con un gran número de ventanas. A pesar de los sacrificios y la gran fortaleza espiritual, los monjes realizaban una gran labor evangélica conducidos por el abate Bernard.

    Varios se aproximaron al patio, entre ellos Raúl Castell conocido en la orden como el hermano Raúl, quien después de las formalidades, les pidió que lo acompañaran hasta la rectoría donde se encontraba el despacho de Bernard.

    Los introdujo por un corto corredor hasta una puerta inmensa y doble reforzada con planchuelas de hierro.

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