Dr. Ismael
Por César Niño
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fsico y sus tres amigos cuyas destrezas los llevan
a construir muchos androides con inteligencia
artifi cial uniendo en ellos las cuatro leyes que
rigen el universo los cuales cuidan las cuatro
galaxias vecinas.
Sus enormes avances en el campo cientfi co les
permite construir una mquina mutante la cual
yace bajo tierra y el da menos esperado ella
despertara creando una de las mquinas mutantes
ms perfectas del universo. La cual puede recrear
el famoso big ban en cuestin de segundos.
Csar Nio. -
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Dr. Ismael - César Niño
Copyright © 2013 por César Niño.
Número de Control de la Biblioteca
del Congreso de EE. UU.: 2013909047
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-5805-1
Tapa Blanda 978-1-4633-5807-5
Libro Electrónico 978-1-4633-5806-8
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 09/10/2013
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472254
ÍNDICE
I
II
III
IV
I
Desde que entró en aquella academia por primera vez, Ismael sintió algo diferente, una sensación vesánica. Esa mañana, como todas, comenzó su clase de Física a las ocho, con los alumnos de Aeronáutica espacial. Su profesión como docente lo obligaba a pasar largo rato en la biblioteca, sin saber que allí lo aguardaba una sorpresa. Al cabo de unas horas, y después de una larga lectura de las enciclopedias griegas, Ismael se dio cuenta de que alguien o algo lo observaba, pero como no tenía la certeza pensó que se trataría de su imaginación y prosiguió leyendo. Durante meses continuó con sus rutinas diarias, hasta que el 20 de octubre de 2004, una vez finalizada la clase, un grupo de hombres con vestidura negra y corbata muy elegante se acercó para pedirle un momento de su tiempo. Aunque no conocía quiénes eran, Ismael aceptó, pues pensó que se trataría de altos funcionarios de la academia. Después de una larga conversación, esa misma tarde y ante la sorpresa de todos, presentó su renuncia como profesor de Física. Un trabajo clasificado por el gobierno lo esperaba.
Fue llevado a la academia militar más avanzada de la época, donde se experimentaba con todo tipo de artefactos o máquinas inventadas. Al observar lo que allí sucedía, Ismael sintió pavor porque infirió la gran miseria que la humanidad podría sufrir si algo se salía de control. Segundos después fue conducido a una de las oficinas, donde juró por la nación que no revelaría nada de lo que había visto ese día. Le explicaron por qué se encontraba en ese lugar: además de ser un célebre físico, era también un matemático muy tenaz, aptitudes que lo convertían en un genio para la época. Ese mismo día le fueron entregadas las llaves de la robótica y de la física moderna.
Hacia fines de 2006 los científicos más importantes del mundo, incluyendo a Ismael, habían revolucionado la robótica a un nivel vertiginoso. En enero de ese mismo año, cuando un velo de misterio oscurecía ciertos proyectos oficialmente secretos, yo me encontraba en el norte de América, en la provincia francesa de Canadá. Cierto día, Ismael vino a mí con algunas incógnitas y una tormenta de secretos. Graduado de una de las universidades más prestigiosas de Centroamérica, sus destrezas habían sido puestas a prueba en el año 2000, cuando estudiábamos juntos un proyecto llamado «Transmutaciones», en el cual se investigaba con profundidad la vida y metamorfosis de una oruga. Ismael, quien tenía buen sentido del humor, también trabajaba secretamente en proyectos de informática cuántica. Como era un físico célebre, representaba el personaje perfecto para construir uno de los primeros androides con inteligencia artificial más avanzados para la época, también llamados «humanos cibernéticos».
Poco tiempo después de aceptar la ambiciosa propuesta de una de las compañías más prestigiosas de América del Norte, Ismael tomó la difícil decisión de abortar el proyecto y renunciar a lo que él consideraba un peligro global. Y fue este error el que mancilló su carrera como físico teórico en la comunidad científica. Para esclarecer los rumores de conspiración que lo rodeaban, Ismael explicó a sus colegas que los planos de los robots que se habían pedido construir estaban bajo el cuidado de organismos internacionales, pero esta aclaración fue tomada como una vaga excusa para conspirar contra la nación. En esos días ya nada era un secreto, y tanto Ismael como yo sabíamos de la existencia de muchos planos de androides que serían construidos hacia fines de la década de 2040.
Fue en la víspera del mes de mayo de 2007 cuando ambos empezamos a tratar de decodificar muchos trazos en los planos que el gobierno había clasificado como proyecto futuro e intocable. Esto último no era nuevo para nosotros, pero nuestra sorpresa fue que todos los trazos estaban correctamente alineados, excepto un detalle inmenso: el eje motriz de la máquina; su cerebro no estaba aún empezado, pues necesitaba imitar todo pensamiento y movimiento humano. Comprendimos entonces que, antes de comenzar a crear esa máquina perfecta, debíamos copiar grandes contenidos del cerebro del hombre, como su comportamiento y movilidad; sin esto no sería una máquina perfecta.
La iracunda explicación del gobierno y la duda por el efecto que produjo la lectura de los planos me turbó. Sin embargo, un gesto de Ismael me hizo reaccionar, pues había un dejo de tristeza en sus