Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Viaje mortal entre partículas
Viaje mortal entre partículas
Viaje mortal entre partículas
Libro electrónico238 páginas3 horas

Viaje mortal entre partículas

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¡Inicia tu viaje mortal a través de partículas ya mismo!

Imagina haber descubierto la tecnología que revolucionará a la humanidad para siempre. Imagina que otros lo consiguen. Imagina que hay una conspiración de la C.I.A. para impedirlo. Pues no imagines más: tu Viaje Mortal comienza aquí... si te atreves.

Unos científicos de la Universidad de Valencia descubren una nueva tecnología que puede revolucionar para siempre la historia de la humanidad: la teletransportación de objetos y personas. Pero... quizás no puedan celebrarlo demasiado ya que la C.I.A. tiene algo que decir, y van a por ellos para que no salga a la luz.

¿Puede provocar dicho invento un agujero de gusano que acabaría con el planeta Tierra, o hay algo más detrás... algo... oscuro?

Lee este libro... si te atreves.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento17 jul 2017
ISBN9788491129400
Viaje mortal entre partículas
Autor

David E. Fernández

David E. Fernández es un apasionado de la lectura y la escritura. Su principal afición son los cómics, tanto nacionales como internacionales, y la astronomía. Es Diplomado en Administración de Empresas, Máster en Fiscalidad y Tributación Internacional, y actualmente estudiante de Grado en Derecho. Su primer libro fue Teoría del Evidencialismo y desde hace 10 años tiene una web llamada oconowocc.com que trata de cómics y ciencia-ficción (además de muchas otras temáticas) en general.

Relacionado con Viaje mortal entre partículas

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Viaje mortal entre partículas

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Viaje mortal entre partículas - David E. Fernández

    Viaje mortal entre partículas

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Viaje mortal entre partículas

    Primera edición: julio 2017

    ISBN: 9788491128144

    ISBN e-book: 9788491129400

    © del texto

    David E. Fernández

    © de esta edición

    , 2017

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Viaje mortal entre partículas

    David E. Fernández

    caligrama

    A mi esposa, amiga y compañera Lucía,

    con quien me teletransportaría a cualquier lugar del Universo siempre y cuando estuviera ella conmigo

    Prólogo

    El mundo que nos rodea depende del transporte, esto es un hecho demostrado. Según unos datos, la cifra de negocio de las petroleras asciende a 3,7 billones de dólares en todo el mundo, el famoso «oro negro», pero hay mucho más que depende del transporte.

    Los puertos y aeropuertos de todo el mundo son entidades que transportan pasajeros y mercancías, y se calcula que su volumen de negocios asciende a 0,5 billones de dólares. Las empresas de transporte (camiones, autobuses, taxis…) de todo nuestro planeta son, aproximadamente, 0,2 billones de dólares. Las empresas de mensajería, 0,03 billones de dólares, en todo el mundo. Hasta las zapaterías de todo el mundo, cuya facturación anual es más o menos de 0,01 billón de dólares en todo el globo terráqueo depende de que se transporte mucho cada persona, que ande mucho y se corra y se tropiece y que las modas de los zapatos nuevos vayan bien.

    El turismo también depende del transporte. Antes hemos hablado de los puertos y aeropuertos: por ejemplo, el turismo de cruceros en todo el mundo son 0,01 billones de dólares también. Y las oficinas de correos de todo el mundo, que dependen del transporte, sin ir más lejos. Y los ascensores, que dependen de gente que tenga que subir y bajar… Si lo pensamos bien, ¡todo depende de que nos traslademos de un lado a otro, mediante algún combustible determinado!

    La humanidad ha elegido mal, fatal diría yo, el combustible. Arriba tenemos un gran sol lleno de bombas nucleares tremendas, esperando a que el planeta lo aproveche y se deje de tanto petróleo y tantas guarradas que hacen que el planeta ande cada vez peor. El famoso cambio climático, el deshielo de los polos, el agujero de la capa de ozono, todo es producto de la economía subversiva, asesina, que mata a nuestro planeta poco a poco.

    La emergente (pero lenta) industria de lo ecológico intenta sustituir esto y van sacando coches ecológicos: coches, vehículos motorizados que van enchufados a una corriente eléctrica, a un simple enchufe, pero todavía la tecnología no está actualizada. Imagina que vas por el centro de la ciudad y, de repente, se te acaba la batería del coche tal como se te acaba la batería del móvil y te quedas perdido ahí mismo. Y no tienes una «e-gasolinera» cerca. ¿Llamarías a la grúa, cobrándote por eso, por quedarte sin batería? No es demasiado rentable ahora mismo. La humanidad necesita y está desesperada por encontrar un combustible ecológico. Y el caso es que en algunas universidades politécnicas lo han encontrado, pero grandes multinacionales han comprado dichos prototipos para que nunca prospere. Es una pena, pero el ser humano me parece que es bastante burro en ese campo.

    Con estos datos económicos… imaginad que se inventara una tecnología capaz de evitar los transportes. Imaginad cómo cambiaría el mundo, el planeta mismo, si existiera esa tecnología. Menudo puntazo, ¿verdad? Pues… esta historia trata de esto precisamente: el teletransporte. Teletransportarse significa, sin demasiadas explicaciones científicas raras, que en un instante un elemento vaya de un sitio a otro.

    El ser humano está compuesto de moléculas, y las moléculas son uniones, conjuntos de átomos. ¿Y si se inventara una máquina la cual transformara todos los átomos, los transformara en fotones (la luz que vemos) y mediante ondas de radio se transportara a otro parte, volviendo a formar los átomos que antes eran fotones? ¿Y si esa tecnología se pudiera aplicar a los seres humanos? ¿Y si te quisieras trasladar a Nueva York y llegaras en un par de segundos, con tus maletas y todo? Sería el mayor acontecimiento del mundo en toda su historia.

    Pues hubo un científico que lo consiguió: Peter Kashley y su ayudante Ace Wilbur. Este hombre consiguió lo que nadie antes había conseguido, precisamente inspirado un poco por la película La Mosca. Esta película es evidentemente ciencia ficción, pero tiene elementos que coinciden perfectamente con lo que se supone que hace la máquina teletransportadora. Pero las explicaciones mecánico-técnicas-físicas mejor que las diga nuestro protagonista. Digamos que esta introducción es su legado propio, su herencia para todo el mundo. Que el mundo entero sepa lo que pudo ser y lo que es ahora y lo que será, por culpa de no haber querido aplicar esta tecnología innovadora.

    Os invitamos a ir a la Valencia del año 2017, una ciudad de España, la cual, como todas las demás, sufre de contaminación, de atascos por prominencia de vehículos, etc. Un hombre pudo cambiar todo el sistema tecnológico de un plumazo, un hombre de unos treinta y cinco años y no famoso, un becario dependiente de las partidas del I + D + I del Gobierno que concede anualmente a las universidades españolas. Sin duda, una historia emocionante.

    Capítulo I

    El origen

    El laboratorio es un poco desordenado. En la mesa hay tres ordenadores y dos pantallas planas de cuarenta y dos pulgadas. La otra mesa donde trabaja su leal compañero de veintiocho años, Ace Wilbur, está bastante más ordenada, el problema es que le gusta demasiado la música hardcore y eso hace que a veces sea despistado. No todo tiene que ser perfecto, al fin y al cabo.

    Peter estaba trabajando en una tecnología nueva: la transformación a nivel molecular y su posterior trasvase a otro campo cuántico. Es decir, el teletransporte. Su compañero se reía de él siempre, en sus típicas bromas sin gracia. Para él era imposible, ya que el cuerpo humano tiene millones y millones de átomos y se necesitaría un superordenador para poder reordenar de nuevo todos esos millones de átomos. Y en cierto sentido, tenía razón. Se calcula que el cuerpo humano tiene 670.000.000 de átomos, y el ordenador más potente en las universidades internacionales, los famosos superordenadores, solo memorizaría 100.000.000 de átomos. Y el problema va más allá:

    Está el tema de que se supone que tendrías que hacerlo varias veces, al menos dos: para ir de la coordenada A a la coordenada B, con lo que hay que saber «desintegrar», hay que saber cómo se transportan esos tropecientos millones de átomos y cómo «integrarlos» todos de nuevo. Es más, durante unos segundos, la persona o animal que está siendo teletransportada está muerta, con lo que incluso legalmente es un homicidio. Es decir, el tema era muy complicado.

    El tema del programa informático o el superordenador Wilbur tenía la solución, o al menos decía él que tenía la solución: ordenadores cuánticos. La fibra de vidrio sería como dólmenes al lado del acero, en referencia a la capacidad de guardar elementos. El ayudante tiene la teoría de que los ordenadores cuánticos con una tecnología especial son capaces de miniaturizar grandes cantidad de información y con ello doblar, triplicar incluso, cualquier información por mucha que sea. Con eso cuenta Wilbur para poder memorizar los millones y millones y millones de átomos que los superordenadores no pueden.

    Por su lado, Peter intenta crear una máquina «fotónica de nivel doble», es decir, una máquina la cual acelerando las partículas del elemento que se quiere transportar, desintegre todos y cada uno de los elementos convirtiéndolos en información lumínica y por ondas de radio transportarlas. Claro, por ondas de radio, ya que por cable no llegaría si la distancia son muchos kilómetros. Es decir, otra tarea realmente titánica también.

    —Bueno, Wilbur, esta es el primer prototipo que tengo de teletransporte. ¿Con qué lo probamos? —Evidentemente, Peter estaba nervioso, y no era para menos, una máquina de cinco por seis metros que casi era más fácil que el laboratorio entero se metiera en la máquina que la máquina se metiera dentro del laboratorio.

    —Sí, ya he conectado la interfaz cuántica con el enchufe del motor de la maquineta. —Lo llamaba a todo «maquineta», ya que era su manera de referirse despectivamente a los inventos de Peter, aprovechando términos de música de discoteca.

    —Venga, empieza el programa base.

    Su ayudante empieza a apretar unas teclas rojas y verdes y un zumbido extraño, casi tenebroso, comienza a rodear todo el laboratorio. El elemento escogido es un conejo de peluche, bastante pringoso, por cierto, que a Peter le habían regalado hace algunos años. Cogen el peluche, lo ponen en una bandeja de camarero normal y corriente y la meten en la máquina, llena de enchufes. Mientras, los quince programas que Wilbur empieza a conectar comienzan a enviar datos diversos como: peso del elemento, color, densidad, suavidad, radioactividad, número de moléculas, número de átomos, nivel de complejidad cuántica, ratio de posibles errores, etc. Miles de datos empezaban a bajar por los ordenadores al puro estilo Matrix cuando veían el programa.

    —¡Los programas, al menos, funcionan de maravilla, tío! —decía Ace Wilbur entre emocionado y sorprendido, y no era para menos: conseguir un ordenador cuántico y hacerlo funcionar no era para menos, y en solo unos simples minutos el que los programas analizaran todos los datos, era toda una odisea que han logrado.

    «Al menos, han inventado un maravilloso analizador de átomos», pensaba Peter, no muy seguro de lograrlo al primer intento.

    El laboratorio empieza a sufrir un estruendoso ruido de zumbido y empieza a salir humo de una parte de los portátiles cuánticos que guardan los datos. Parece ser que eran demasiados datos para almacenar en tan poco tiempo. Estaban a punto de suspender la primera prueba cuando Peter decide que ¡nada!, a probar a ver qué pasa. En cuanto le dan al botón de «TT» (Teletransporte), un ruido como de explosión ocurre. Si todo ha salido bien, en el otro extremo del edificio se supone que estará el conejito dichoso.

    Pero… en cambio, no aparece nada, después de ir corriendo los dos a ver si les ha salido bien. Enseguida empiezan las dudas: ¿será el programa de desintegración demasiado agresivo? ¿O será el programa de integración que no ha ido bien? O también puede ser que las ondas de radio no han sido suficientes para llevar tal cantidad de información al otro terminal. No se sabía, simplemente lo que se sabía es que no habían tenido éxito; ni siquiera había aparecido en el otro extremo nada, como si no hubieran hecho nada.

    Peter enseguida pensó que entonces el problema estaría en el primer terminal, donde se tiene que desintegrar. Y efectivamente: totalmente churruscado, quemado y aplastado, estaba el pobre conejito, más negro que un gato negro dentro de un pozo de petróleo. La primera prueba había sido un fracaso rotundo.

    —Me parece que la aceleración de partículas es demasiado heavy —gruñía Peter, enfadado. El programa había analizado bien todos los detalles, pero claro… había que tomárselo más en serio el tema de la desintegración. La razón había sido que se había desintegrado tan rápido que la energía soltada de golpe por los átomos había quemado literalmente el conejo de peluche. Ya tenían un punto en el que trabajar: el primer paso ha salido perfecto, que es el analizar el elemento, pero el segundo, fatal, la desintegración.

    —Bien, hoy es viernes, el lunes que viene pensaremos en ajustar el prototipo, no queremos que cuando alguien se ponga ahí dentro de chamusque como un pollo asado —dijo resignado Peter.

    —Sí, además ahora he quedado con los amigos que nos vamos de marcha. El lunes, más. No te preocupes, al menos un paso nos ha salido bien, ya podríamos vender este trasto como un analizador cuántico, sacaremos bastante pasta si al final no conseguimos nuestro objetivo —dijo Wilbur.

    Era viernes por la noche y Peter llega a su casa. Wilbur hacía lo propio en una discoteca con sus amigos. Wilbur nunca cambiaba. Estaba deseando que llegara el viernes para luego irse por la noche a, más que una discoteca, a un pub para tomarse unas copas de más con sus «amigotes» de la infancia, de la universidad. Eran el mismo grupo de cuatro o cinco amigos, dos amigas y un par de profesores, curiosamente más cerca anímicamente de sus alumnos que entre sus compañeros profesores mismos.

    En cambio Peter era de los que cuando se les mete una idea en su cabeza no puede parar de pensar en ella. La idea del conejito chamuscado le, valga la redundancia, chamuscaba la cabeza. No comprendía el porqué de que el proceso de desintegración fuera tan fuerte para el elemento a teletransportar. Pero, en eso, que de su cabecita pensadora surgió una idea, de camino entre estar tumbado en la cama y bajar a la cocina a tomarse un vaso de leche de la nevera. El proceso debería ser más lento, y para ser más lento, tenía que tomar menos energía e ir más lento para no quemar el elemento, literalmente.

    «La próxima vez ralentizaremos el proceso a la mitad de tiempo, tiene que funcionar entonces», pensaba Peter mientras se tomaba un vaso de leche fresco mientras volvía a la cama. No había acabado de haberse bebido el vaso de leche cuando suena el timbre de su casa. «¿Quién será a estas horas de la noche?». Era una buena pregunta, pues eran las once y cincuenta y seis, y desde luego no eran horas para hacer visitas.

    Coge un batín rojo con el dibujo de Homer Simpson (personaje que siempre le ha gustado desde hace años) y procede a abrir la puerta. Era un hombre todo trajeado, con gafas oscuras, y eso que era de noche, que con voz ronca le dice:

    —¿Es usted el señor Peter Kashley?

    —Efectivamente, ese soy yo. ¿Quién es usted?

    —Me llamo Bob, Bob Spencer, de la oficina Científica del Gobierno de los Estados Unidos —dijo con esa voz ronca que ahora le empezaba un poco a incomodar—. ¿Me deja pasar para hablar un momento con usted?

    —No son horas para recibir visitas, ¿no cree?

    —Disculpe por las horas, pero mi vuelo directo de Nueva York ha sufrido un retraso, y el asunto es un tema urgente y necesario de explicar en estos momentos.

    —Bueno… si es así, entre.

    Entra el señor Bob, y nada más entrar empieza a girar la cabeza como buscando algo. Quizás al principio uno creería que era un personaje un poco cotilla… pero luego Peter se va dando cuenta de que no era el típico «vecino cotilla», sino que lo ve nervioso, como buscando algo valioso. Ahí es cuando Peter le va a preguntar qué es lo que busca con tanto ahínco cuando Bob le pregunta:

    —¿Es usted científico de la Universidad Politécnica de Valencia?

    —Sí, estoy en un laboratorio de investigación del departamento de Física Avanzada. Que yo sepa no será nada extraño eso en los Estados Unidos, ¿verdad?

    —No, efectivamente. Tengo entendido que junto con su ayudante están trabajando en un proyecto… digamos, revolucionario.— y se queda unos segundos callado, como esperando que Peter acabara de decir la frase… pero en vez de acabarla, se calla a propósito, y Peter dice, ya un poco mosqueado:

    —Espero que sí sea revolucionario, sí. Pero no puedo hablar de esto, tengo estricto contrato de confidencialidad con la universidad.

    —Bueno, eso tenemos que estudiarlo con sus superiores.

    —No tengo superiores: tengo concedido unos fondos que vienen del mismo Gobierno de España a mi universidad, yo trabajo libre para hacer un proyecto. No tiene que hablar con ningún superior. ¿Se puede saber qué quiere de mí, exactamente?

    —Seré exacto, entonces. Desde los Estados Unidos estamos interesados en cómo va su investigación. —Ahora se quita las gafas oscuras que se había puesto, incluso se quita la chaqueta negra del traje que llevaba. En realidad, el traje se parecía mucho al de Mortadelo, pensaba Peter mientras le veía quitarse la chaqueta.

    —¿Cómo sabe que estoy investigando algo que proviene de los fondos gubernamentales de mi país, señor Bob? ¿Es que tengo cámaras ocultas en mi laboratorio?

    —No. Pero en mi departamento de los Estados Unidos lo sabemos todo, o casi todo. Usted está trabajando en experimentos de teletransporte, y por lo que sabemos hasta la fecha, está muy avanzado. Lo sabemos todo de ustedes: desde que tuvieron la idea hasta hoy.

    Peter se quedó de piedra. Había bromeado con el hecho de que hubiera cámaras ocultas, pero es que ahora con esos datos que le había dicho el señor Bob, ya se estaba planteando el tema de que posiblemente sí que les estuvieran espiando. Justo cuando Bob le empezaba a decir eso, mientras se quitaba la chaqueta, se le quedaba mirando fijo, como si estuviera examinando, interpretando, los gestos de sorpresa de Peter.

    —A ver, señor Bob. Puede ser que esté investigando eso, pero… ¿a usted que le importa?, ¿qué le importa a Estados Unidos un experimento que se esté realizando en la universidad de una ciudad de España, si se puede saber?

    —No puede continuar con esos experimentos, así de sencillo —dijo Bob, con un tono más ronco todavía—. Tengo órdenes de mi Gobierno de quitarle dichos fondos. No le puedo decir más, y le vengo a advertir para que no continúe y es más: todos los progresos que haya hecho y sus apuntes me los tiene que comunicar antes a mí.

    —Esto es un atropello, no pueden hacer eso. Hablaré con mis colegas de la universidad —esta vez Peter estaba tan alterado que mientras le empezaba a chillar se iba levantando de la silla donde estaban sentados.

    —No hace falta, ya lo hemos hecho nosotros: esto es el documento del gabinete de presidencia de su universidad como que le exige que deje de investigar dicha tecnología. —Entonces, de un maletín pequeño le enseña un documento con el logotipo de la universidad en el que dice efectivamente eso: que le retiraban todos los fondos para sus investigaciones junto con Ace y

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1