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Crónica De Una Obsesión
Crónica De Una Obsesión
Crónica De Una Obsesión
Libro electrónico361 páginas4 horas

Crónica De Una Obsesión

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Información de este libro electrónico

Ema est casada con William, pero no es feliz en su matrimonio. Roberto es banquero y el mejor amigo de William. Entre Ema y Roberto nace una pasin ertica que desemboca en obsesin.

Como sombra de este clsico tringulo amoroso, se perfila una segunda obsesin, con un matiz macabro y un desenlace totalmente inesperado, dejando al lector sin aliento.

La autora explora, en su primera novela publicada en espaol, los ms oscuros meandros de la sexualidad humana; tambin, nos describe la sublime belleza del amor fsico correspondido, entre dos personas para las cuales el sexo es como un plato de alta gastronoma.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 jun 2012
ISBN9781466935686
Crónica De Una Obsesión
Autor

Karin Polom

Karin Polom nació en Bratislava (Eslovaquia), pasando la mayor parte de su infancia en Suiza. Fue en Venezuela donde aprendió el español, idioma por el que siente una afinidad particular: “Una lengua sensual como ninguna”, afirma ella. La autora reside actualmente en Montreal, ciudad cosmopolita y multiétnica por excelencia. Esta vibrante ciudad sigue siendo el lienzo para la segunda parte de Crónica de una Obsesión, con emocionantes escapes a Europa y América del Sur.

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    Vista previa del libro

    Crónica De Una Obsesión - Karin Polom

    © Copyright 2012 Karin Polom.

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without the written prior permission of the author.

    ISBN:

    978-1-4269-9399-2 (sc)

    ISBN:

    978-1-4269-9398-5 (hc)

    ISBN:

    978-1-4669-3568-6 (e)

    Library of Congress Control Number: 2012908449

    Trafford rev. 06/12/2012

    missing image file www.trafford.com

    North America & international

    toll-free: 1 888 232 4444 (USA & Canada)

    phone: 250 383 6864 fax: 812 355 4082

    Foto de la autora (author’s picture): Richard Polom

    Portada (cover): Richard Polom

    La portada fue libremente inspirada de una fotografía original de Kodiak Agüero Orta, intitulada Obsesión.

    The cover was inspired by an original photograph by Kodiak Agüero Orta called Obsession.

    Quiero agradecerle a mi familia, por su inmenso apoyo y por su amor incondicional. También, quiero agradecer las siguientes personas, sin las cuales este libro no hubiera sido posible:

    Víctor Martínez, por su excelente trabajo de corrección, sus críticas constructivas y consejos literarios. Tu paciencia, precisión en los detalles y tu sentido del humor, permitieron que mi manuscrito no quedara en un simple  sueño Guajiro.

    Richard Polom (mi hermano), por su gran talento fotográfico, talento que le permitió realizar la maravillosa portada del libro; gracias también por su disponibilidad, su sensibilidad particular y fibra artística sin igual. También, debo agradecerle mi foto, en la cual luzco como después de unas buenas vacaciones. You are the best Bro a sister can have!

    Kodiak Agüero Orta, mi amigo de siempre, por su primer concepto de la portada, por haber expresado tan bien en una foto, la intensidad del libro. Gracias, amigo, por tu gusto del desafío, tu comprensión en mi pequeña crisis y por ser ese excelente artista multifacético que siempre has sido.

    Amani Rizk y George Tzovanis, por haber entrado tan sensualmente en la piel de mis dos personajes principales. La portada no sería lo que es, sin ustedes. Han logrado expresar toda la intensidad y la pasión que quería transmitir en el libro. ¡Felicitaciones!

    Amélie Benoit (mi cuñada) y Nelson Vargas (mi colega) por sus preciosos consejos profesionales, en sicología y sexología.

    Gloria Lourido y María Inés Álvarez, mis amigas, por haber leído mi novela sin pestañear, un vaso de agua fría siempre cerca de la mano.

    Fabienne Imhof-Mark, mi amiga de infancia, por permitir que me inspire libremente de su pasión por la vida, su espíritu elegante, su fuerza interior y su sensibilidad, para crear el personaje de Emanuella. Por ser esa mujer que no teme ser diferente.

    A mamá y papá, por haberme inventado esos maravillosos cuentos de hadas cuando yo era niña, cuentos que desarrollaron mi imaginación y me permitieron tomar esa pluma para escribir… cuentos de hadas para adultos! Love you.

    A todos aquellos que leerán este libro y que sentirán intensas emociones, gracias por escogerlo… ¡Que lo disfruten!

    Karin Polom

    Este libro está dedicado a Vanessa, mi hija, mi tesoro, mi colibrí incansable… Que tus ojitos, bellos y curiosos, tengan la paciencia suficiente para llegar a adultos, antes de posar tu mirada en las líneas que tu mamá escribió.

    Que el amor, en todo su esplendor, te acompañe,

    ahora y siempre…

    De todo corazón, te ama

    Mommy :)

    Contents

      1

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      3

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    25

    El erotismo es el postre del amor… (k.p.)

      1

    Me miré nerviosamente en el espejo, un brillo casi febril en los ojos. Sabía que me esperaba en la habitación, quizás tan nervioso como yo. Traté de calmarme, secando mi pelo mojado por la nieve de febrero, la cabeza algo inclinada. Una sonrisa extrañamente maquiavélica se dibujó en mis labios. Nadie sabe que estoy aquí, tengo la sensación de que el tiempo en la vida real se ha detenido un poco para mí, para él, para los dos.

    Me sentía muy bella. Mi maquillaje se encontraba intacto, un poco petrificado, por el intenso frío invernal. ¿Qué ropa interior llevaba? Afortunadamente, la de encaje marfil, en la cual me siento tan bien.

    Mi corazón palpita locamente. Siento que no tengo el valor suficiente para regresar a la habitación, de veras que no. Tengo miedo de hacer el amor con él, aunque lo deseo, como nunca he deseado a nadie. Quiero poder controlar este loco correr de mis latidos que me impide respirar normalmente. Me sorprende abriendo lentamente la puerta, su mirada llena de ansias.

    —Tardabas mucho —me dijo, vacilante.

    —Disculpa —susurré, con una voz que no parecía mía.

    Cerró la puerta tras sí y quedamos inmóviles los dos, cobijados por la tenue luz de la sala del baño. Parecíamos dos luchadores indecisos.

    ¿Quién iba a atacar primero? ¿Quién iba a desencadenar la avalancha de deseo, ternura y pasión que nos envolvía a los dos? ¿Él? ¿Yo?

    Sus ojos me excitaban terriblemente, como dos taladros penetrando mi alma, mi mente, todo mi ser. Dos lunas negras con un brillo sin igual.

    —Tienes una gota de agua aquí —murmuró, acariciando tímidamente mi mejilla.

    Cerré los ojos y cuando los volví a abrir, el choque de los cuerpos; un abrazo fuerte, inesperado, loco, loco…

    Siento su deseo vehemente cuando pega sus caderas a las mías.

    —Mi amor —jadea con la voz apagada—. Mi amor, ¡oh, mi amor!

    Pronunciaba mi nombre en medio de un gemido, buscando afanosamente mi boca para besarla… Su lengua explora la mía, haciéndome recordar cuán maravilloso es el sabor del ser que uno realmente ama, cuán suaves sus labios generosos. Su lenta caricia empieza en mi cara y continúa en mi cuello.

    — No tienes idea de todo lo que deseo hacer contigo —susurró eróticamente.

    — No sé, pero me lo imagino —sonreí.

    Mis manos comenzaron un paseo muy agradable por su cabellera, probando su textura, su suavidad y su olor, su maravilloso olor, emanando de su piel, de todo su cuerpo. ¿Acaso necesitaba yo otro estímulo para excitarme, aparte de su maravillosa fragancia?

    Cerré los ojos y me dejé llevar por el placer olfativo y táctil de su pelo junto a mi cara. Me sentía como en un bosque de madera preciosa, si cerraba los ojos y hundía mi cara en su nuca. Entonces, se hizo vehemente y respondí con una impaciencia que me sorprendió. Lo había esperado demasiado y no podía esperarlo más. Con un esfuerzo sobrehumano, se despegó de mi boca y con el último vestigio de pensamiento racional, me preguntó:

    —¿Te puedes quedar hasta qué hora?

    —Las diez. Diez y media—murmuré.

    Eran las cuatro de la tarde.

    Perdimos la noción del tiempo, después de esas frases lógicas. Lentamente, me levantó, sentándome en el tocador, separando mis piernas para acercarse más a mí. Sus ojos tenían una expresión extraña y desconocida. Muy seria, casi tensa; como preparándose para un evento crucial, que necesitaba toda su concentración. Dibujó mis labios con su lengua cálida, una y otra y otra vez; inmóvil, cerré los ojos y cerré mi mente a lo que no fuera él y yo… Paseó lentamente sus manos por el interior de mis muslos, feliz por mis suspiros de placer, difíciles de contener ya.

    —Quiero probar tu pecho —gimió impaciente en mi oído.

    Su voz. El timbre de su voz me conmovió; era un timbre matizado por una impaciencia contenida a duras penas, de tanto esperarme, de tanto esperarnos… Eché mi torso hacia atrás, ofreciéndole lo que pedía de mí. Sentí que me iba a desmayar, por el contacto íntimo de sus manos, de su boca, de sus palabras. Esa voz me tocaba casi físicamente, con su indecencia, su total carencia de pudor. Jamás me había hablado como en este momento, una llovizna de deseos verbales, despertando mi piel a través de mis tímpanos. Tenía hoy un sonido tan particular, tan sensual. Todo lo que me decía parecía cargado de un sentido casi sagrado.

    Mi cuello quedó al nivel de su boca, la cual acercó sin tardar, ayudándose de su lengua para seguir su suave exploración. Hundí mis dedos en su pelo, despeinándolo con furor, mientras sus labios comenzaron a descender hacia la línea naciente de mis senos. Grité de sorpresa y de deleite. Apartó su boca y acercó suavemente su oído a mi corazón, para oírlo latir.

    —Te amo —dijo, quedamente.

    Con su cabeza aún reposada en mi pecho, abrió tres botones en mi suéter de angora negra; las puntas de mis senos endurecieron y sentí un dulce escalofrió invadirme toda. Buscó la abertura de mi sostén, una nota pícara y triunfante en sus ojos expresivos. Sus pupilas brillaban.

    —¿Cuál de los dos me permites lamer primero?

    Su pregunta, directa e inesperada, me dejó muda. Sus palabras contrastaban tanto con su personalidad habitual…

    —¿Qué pasa, umm?—susurró cariñoso, tierno— ¿Tienes miedo?

    —Creo que sí…

    —¿Miedo de qué?

    —De mí…

    Sonrío.

    —¿Y miedo por mi pregunta tan directa?

    —Sí—confesé.

    —Tendrás que acostumbrarte, porque conmigo el amor nunca es mudo. Y mucho menos… decente—murmuró, provocativo.

    —Es que…

    —¿Cuál de los dos, mi amor?

    Tuve un segundo de reflexión.

    —Los dos—murmuré—. Los dos…

    —¡Ah! Eres igual que yo, mi pequeña traviesa…

    Me obedeció, sus labios, su lengua, sus dientes explorando lenta y expertamente sus dos puntos de interés. Mi cabeza comenzó a dar vueltas y mis jadeos parecían hacerlo muy, muy feliz. Su boca en mis senos transmitía choques eléctricos a mi sexo.

    —¿Te gusta?—su pregunta llevaba un matiz de dulce sarcasmo.

    —Sí…—apenas susurré.

    —¿Sigo?

    Quedé callada, muda de placer.

    —¿Sigo? —insistió.

    —No te detengas… por favor.

    Brusca y rápidamente murmuró en mi oído:

    —Me muero de ganas de penetrarte, pero no lo haré hasta sentirte completamente abandonada a nosotros.

    Muy excitada, no pude replicarle nada.

    —¿Vamos a la cama?

    —Sí —gemí.

    Me levantó, mis piernas rodeándole la cintura. Me miraba intensamente, mientras me trasladaba al cuarto, exquisitamente tibio y oloroso a sábanas limpias. Una cama enorme nos esperaba, afuera nevaba, y la muy tenue luz del cuarto nos bañaba con delicadeza; parecíamos más inocentes de lo que realmente éramos. Me acostó en la cama, observándome en silencio, contemplando mi cuerpo, cada reacción, cada movimiento, cada suspiro. Todo era tan nuevo entre los dos. Tan delicioso. Su furor dio lugar a una tregua de ternura, mientras yo disfrutaba sus caricias lentas, casi interminables, suaves y excitantes a la vez.

    —Quiero sentir que lo deseas tanto como yo… de lo contrario, no haremos el amor.

    Quise replicarle que sí, que lo deseaba locamente, que me sentía húmeda de ansias de él, ávida de su boca en toda mi piel, pero no dije nada. Sólo me arqueé hacia él, atrayéndolo lentamente. No estaba acostumbrada a verbalizar mis sentimientos, mis sensaciones. Era mi primera infidelidad, ¿cómo quería que reaccionara?

    Necesitaba volver a sentir su piel, más allá de su cuello, lo cual era posible sólo si le quitaba su corbata de seda. Deseaba tocar su pecho, besarlo como él había besado el mío.

    Me ayudó, excitado, gimiendo de placer al sentir mis mordiscos en sus pequeños pezones masculinos. Me mordisqueó la oreja y yo hice lo mismo, pasando luego a su cuello; sentí que se apartaba de mí, estudiando de nuevo mis ojos.

    —¿Qué miras?—pregunté, sonriendo.

    —Miro si estas lista para sentir esto.

    Sorprendiéndome por la dexteridad de su gesto, tomó uno de mis pechos y lo cubrió parcialmente con su boca, aspirando suave y delicadamente su punta, despacio, muy despacio.

    Eché mi torso hacia él, con un quejido involuntario, mientras él aprovechaba mi gesto para poner sus dos manos bajo mi espalda y levantarme hacia su boca cálida. Siguió la succión divina y lenta, verdadera tortura sexual. Intensa, realmente irresistible. Tenía mi cuello, mi pecho, todo para él y su exploración metódica se detuvo en mi seno derecho, del cual sacaba la mayor respuesta. Me arqueaba cual una muñeca elástica en sus manos. Noté que su miembro se había erguido, porque cada vez que se acercaba a mis caderas, su cara se transformaba en una mueca de sufrimiento sublime.

    Con una timidez muy breve, dirigí mi mano hacia el cierre de su pantalón y lo bajé muy, muy despacio. Él gemía, sin poder contenerse ya. Comencé a acariciarlo, lenta, suave y tentativamente. Noté, por un largo suspiro suyo, que le gustaba mi caricia. Sentía su respiración tibia, su olor, su calor. Sus ojos seguían siempre los míos. Apartó mis manos de su pene y acercó sus caderas a las mías.

    —Muéstrame cómo quieres que hagamos el amor.

    Me sorprendió su pregunta, pero lo deseaba ya tanto. Crucé mis dos piernas en su espalda, aprisionándolo. Toda timidez muerta.

    —Despacio, así —contesté en voz baja y emocionada—. Necesito sentirte, disfrutarte.

    —¿Necesitas disfrutarme? —insistió, sensualmente.

    Paseaba mis dedos por su espalda; él, me desvestía un poco más.

    —¿Quieres sentirme? — preguntó.

    —Sí…

    —¿Dónde quieres sentirme, dime?

    —Por favor—suspiré, de nuevo tímida.

    —¿Dónde?

    —Mi amor…

    —Necesito que me digas dónde quieres sentirme y qué quieres sentir—susurró, provocativo.

    —Por favor, no me tortures —gemí—. Tú sabes lo que quiero.

    —Sí, yo sé lo que quieres pero quiero oírlo de tu boca. Vas a ver cómo te va a excitar decirlo y oír lo que dices.

    —Mi amor…

    —Nada de mi amor. Di lo que deseas —insistió.

    Un minuto, dos minutos de silencio.

    —Quiero sentirte muy dentro de mí —contesté, mi timidez esfumándose curiosamente.

    Suspiró, excitado. Sonreía deliciosamente.

    —Y yo cariñito, también deseo sentirme muy, muy en ti. Y quiero sentir que me deseas y que te hace bien sentirlo ahí.

    Su frase me excitó tanto, que sin otro preámbulo, comencé a atraerlo más y más a mí, diciéndole que quedaba aún mucha ropa entre los dos.

    Rió.

    —Tienes razón.

    Nos desvistió a los dos, satisfecho de que mis ojos estuvieran complacidos por lo que veían. Sin embargo, al quedar totalmente desnudos, creo que percibió mi miedo, porque abrí mucho los ojos; me abrazó suavemente.

    —Tú y yo deseamos esto desde hace tanto tiempo… ¿Tienes temor todavía?

    —Bueno… un poco. Sentirme desnuda ante ti, me pone… extrañamente vulnerable.

    —No tengas miedo.

    Nuestra complicidad perfecta nos llevaba a la cumbre inevitable y con toda la confianza que mi amor, mi pasión por él me inspiraban, le pedí que me penetrara.

    Primero, me acaricio con su sexo, haciéndolo entrar poco a poco, pero no del todo.

    —Pídeme que te penetre —susurraba en mi oído.

    —Ya te lo pedí. No sabes cómo me costó hacerlo.

    —¿Quieres que lo haga?

    —Tú sabes que sí

    —Entonces, pídemelo.

    —¿Sí…?

    —Sí, otra vez. Me excita terriblemente que lo digas.

    Suspiré.

    —Penétrame, mi amor. Quiero sentirte todo en mí —contesté, provocándolo.

    Un poco sorprendido por mi frase, cerró los ojos y con un quejido, me penetró suave pero completamente. Lo profundo de su gesto me sorprendió. Jamás me había sentido tan invadida, tan unida a alguien. Ese contacto sumamente íntimo con él me llenaba, en todos los sentidos de la palabra. Mi cuerpo volvía a la vida con el roce de su piel, de sus manos, su boca, su lengua, todo su cuerpo deslizándose en mí. Se detenía para saborear nuestra unión, sin apresurarse, sus ojos siempre persiguiendo los míos.

    Progresivamente, su movimiento se fue haciendo más rápido y más rítmico. Empezó a gemir y dejó de besarme. Lo sentí lejos de mí, aún estando tan unidos. ¡Lejos, en ese mundo que existe cuando uno se acerca a esa pequeña muerte tan exquisita!

    —¡Vida mía…! Por fin te tengo así, junto a mí. Por fin… ummmm—gimió.

    Mi total abandono lo tranquilizaba. Pero aún así, abandonada, sentía que estaba demasiado nerviosa para llegar a esa cumbre donde él quería llevarme. Lo notó en mi mirada, lo notó en esa pequeña reticencia mía en abrirme del todo, tal vez un vestigio de pudor en mí. Además, yo no estaba tan segura de conocer lo que él quería que sintiera…

    No insistió, pero él ya no podía controlarse más y de repente, lo sentí muy duro, muy vehemente, muy en mí, buscando unirse totalmente a mi cuerpo, con su sexo, su boca, sus ojos. Su vaivén se volvió frenético, incontrolable, emprendiendo su viaje de no retorno.

    Leí un goce inmenso en sus pupilas, las cuales no despegaba de las mías, como queriendo transmitirme con los ojos lo que es demasiando intenso para ser descrito con palabras. Su respiración parecía la de un pura sangre en pleno trote y me invadía con todo su calor. Fue allí, en esos breves pero intensos segundos, que comprendí plenamente lo mucho que me había deseado todos estos meses y lo mucho que mi cuerpo lo enloquecía de placer.

    Gritó mi nombre casi con desesperación, el movimiento de sus caderas se hizo aún más rápido, y un gemido entrecortado estremeciendo su cuerpo, me hizo comprender que estaba llegando al clímax. Un torrente de semen cálido invadió el interior de mi cuerpo, seguido de un alivio físico evidente de su parte. Lo sentí cálido, muy cálido, muy dulce, y profundo en mí.

    Abrazados, sudorosos, felices, jadeábamos como dos luchadores después de una difícil pelea.

    —¿Sabes? —comencé—No he podido… es decir… con mi marido yo nunca…

    —Sshhhh—me calló suavemente con un dedo—. No digas nada. Las palabras, en este momento, son prohibidas. El momento es demasiado sublime… Sé lo que me quieres decir.

    —He estado un poco nerviosa… es por eso… —insistí.

    —Es normal, amor mío. Que eso no te preocupe; quédate así, tranquila en mis brazos, ¿sí? Todo a su tiempo.

    —Sí…

    Pasaron horas, creo, en las que sólo sentí su respiración, su olor, el olor de nuestros cuerpos, el olor de las sábanas arrugadas, el silencio de la tarde…

    —Te creía en España…—dije de pronto, rompiendo la magia del silencio.

    —Nunca pensaste que terminarías hoy en la cama conmigo…

    —Umm, no. Pero no estoy arrepentida de nada.

    —Me hace un bien enorme escucharlo.

    Sentí sus caricias llenarme de la misma ternura en la piel que correspondía al calor dejado por él en mi vientre. Me fui durmiendo; un sueño profundo y reparador. Me desperté a las nueve de la noche, sorprendiendo su mirada posándose en mi cuerpo.

    —¡Qué ojos! —le dije.

    —¿No te gustan?

    —Me encantan. Fueron ellos los que me arrastraron a esta locura…

    —¿Arrepentida?

    —¡Para nada!

    —Bien. Me alegro mucho.

    Saliendo de un maravilloso estupor erótico, me abrigué con la sábana del hotel y fui a tomar una larga ducha, porque sentía su olor en cada centímetro de mi piel; William lo hubiera notado seguramente. El agua tibia me estremeció, así como el olor particular del jabón del hotel; olor a limón o toronja.

    Cuando me hube vestido, lo busqué en la penumbra del cuarto. Parecíamos drogados, dos personajes de una obra surrealista, saliendo de un lienzo con colores cálidos y algo oscuros.

    En la luz tenue me besó por última vez; me susurró al oído que tenía el cuarto por una semana, que nadie sabía que estaba en la ciudad y que si quería, podía venir a verlo al día siguiente en la tarde.

    —Necesitamos hablar un poco —dijo.

    En silencio cómplice, nos abrazamos por última vez y sentí con sorpresa una erección pronunciada cuando pegó su cuerpo al mío, abriéndose paso en mi abrigo de piel. Comenzó a gemir despacio y tuve que reconocer que, si hubiera sido posible, hubiera regresado a la cama con él. Pero ya eran las diez, mi marido regresaba a las once. Así que sólo busqué su olor, su maravilloso olor tan particular; hubiera podido reconocerlo entre mil…

    —¡Vete! —imploró, con voz entrecortada—. Vete, o no te dejo salir.

    —Me voy… pero regresaré, eso te lo digo ya…

    Reímos. Reímos mucho. Ese sonido tan agradable, me transportó varios meses atrás, cuando por primera vez vi esa sonrisa suya, esos ojos negros y esa boca, hecha para besar y ser besada…

    SKU-000471892_TEXT.pdf

    El banquero de mi marido

      2

    Aquel día, había amanecido nerviosa, muy nerviosa. Aunque me consideraba, a los treinta y dos años, una anfitriona de experiencia, la lista de los invitados de esa tarde era impresionante. No tanto por lo numerosa, sino por la importancia de ésta: diez de sus mejores clientes, con sus esposas respectivas. Y su banquero.

    Mi mano derecha, como le decía mi esposo. No concluía ningún negocio sin consultárselo; a veces, hablaban por el celular hasta pasada la media noche. Lo invitamos en muchas ocasiones, pero nunca se presentó. Cada vez había tenido una excusa muy válida: un resfrío, otro compromiso anterior, negocios. Hasta hoy, que prometió solemnemente asistir a la cena, pero solo.

    Hacía tres años que se había divorciado y según mi marido, no tenía tiempo para amoríos. Su vida era trabajo, trabajo, trabajo.

    Ya me lo imaginaba: pequeño, medio calvo, traje de tres piezas, un reloj antiguo en el bolsillo cuyo mecanismo debía rodar al compás de algún tic nervioso en el ojo, en el hombro o en la comisura de los labios…

    Pasé toda la tarde puliendo cristal, plata, cerámica, después de haber cocinado desde las seis de la mañana. Las niñas, por fortuna, iban a pasar la noche en casa de mi vecina, así que tenía plena libertad de acción.

    Mozart acompañaba el ritmo de mi trapo de lino en los cristales, y mientras silbaba la melodía de Eine kleine Nachtmusik, sorprendí mi reflejo en el espejo del comedor. Sonreí. Parecía tener quince años y no treinta y dos. Vestida de jeans y camiseta blanca, tenía el pelo suelto y la cara sin maquillaje, excepto un ligero brillo color frambuesa en los labios.

    ¡Y qué diablos! Eran las cuatro, tenía dos horas para bañarme, vestirme y poner la comida en el horno. A las seis, esperábamos a todos para un cóctel, sirviendo la cena a las siete. Carmen, una joven y discreta muchacha filipina, iba a ayudarme en el servicio de la comida. Yo cocinaba todo sola, pero para poder disfrutar mejor la velada, solía solicitar sus servicios para atender a los invitados. ¡Era una cena para más de veinte personas!

    Tenía la mesa completamente lista, cuando escuché el timbre de la puerta.

    —¿Quién será? ¿Carmen, tan temprano?

    Ante mí se hallaba un hombre alto, moreno, que por su apariencia y elegancia bien podía haber salido de una revista de moda italiana, aterrizando por error en el umbral de nuestra casa. Sí, un italiano. O nacido en algún otro país mediterráneo.

    No era exactamente bello, según los criterios clásicos de la belleza masculina, pero era sumamente atractivo.

    —¡Oh no!—me dije—. Un vendedor de seguros o un agente de inmuebles a quien le gusta nuestra casa…

    Me saludó por mi nombre y me preguntó si podía pasar adelante, puesto que yo no daba signos de dejarlo pasar más allá del umbral.

    —Señor, supongo que tal vez está aquí por nuestra casa o algo así, pero estoy sumamente ocupada, no puedo atenderlo hoy. ¿No regresaría el lunes?

    Me miró, y no sé por qué, sonrió pícaro. Sus ojos, penetrantes y muy oscuros, parecían los de un puma, observando su presa, listo para atacarla. Su mirada me perturbó. Y sé que se dio cuenta.

    —Pues si quiere, regresaré el lunes también, pero hoy va a tener que aguantarme por varias horas, señora Parker, porque soy el banquero de su marido. ¿O es que de veras no tiene deseos de dejarme pasar?

    Sorpresa total

    —¿Usted?— pregunté, con rubor.

    Viendo mi asombro, comenzó a explicarme que William le había pedido venir más temprano para discutir un nuevo mercado potencial; no podía ser en su oficina, quería hacerlo en la privacidad de nuestra casa.

    —Mi marido no me avisó. Disculpe mi sorpresa. Por favor, pase adelante…

    Lo sorprendí mirando mis jeans desgastados y le expliqué que me encontraba en la cocina, con los preparativos de la cena. Me sentía mal, comparando su extrema elegancia con mi indumentaria de pseudo adolescente. Él, no pareció darle importancia a ese contraste.

    —Sus talentos de cocinera son ampliamente conocidos, señora Parker… Muchos de mis clientes me han comentado sus cenas famosas.

    —A las cuales usted nunca asistió —dije, sin saber por qué se lo reprochaba.

    Me ruboricé y le sonreí, sonrisa que me devolvió cálidamente, sin dar explicaciones de ninguna índole por sus ausencias. Me avergoncé inmediatamente por mi comentario.

    Tenía una mirada con ojos orgásmicos: sensuales, sugestivos y penetrantes. Mucho de su atractivo residía en su mirada, pero también,

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