Simple thinking: Cómo eliminar la complejidad de la vida y del trabajo
Por Richard Gerver
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Gerver muestra comportamientos para despejar y ordenar la mente y ayudarnos así a liberar el verdadero potencial de cada persona. Argumenta sabiamente: el éxito no es complicado.
Nos invita a aprender de los más pequeños, para los que todo es posible. Con esta obra aprenderemos a apreciar en ellos, y desarrollar en nosotros mismos, la capacidad de vivir y actuar con resiliencia, autenticidad y pasión; de creer en nosotros mismos, sin importar lo que otros piensen; de renovar nuestros pensamientos, comportamientos y acciones; de dejar atrás las cadenas que nos impiden alcanzar nuestras metas. En definitiva, un libro sencillo para simplificar nuestra vida y así alcanzar el éxito y la felicidad. Un texto hecho de sentido común, el cual resulta ser a menudo el menos común de los sentidos.
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Simple thinking - Richard Gerver
Empecemos.
1
El niño
Esto lo entendería hasta un niño de cinco años. ¡Que alguien traiga aquí a un niño de cinco años!
Groucho Marx
Estamos intentando ser una organización más innovadora e inclusiva
, me dijo recientemente un importante CEO (Chief Executive Office) de una empresa de tecnología. "Tenemos a gente inteligente trabajando para nosotros, gente realmente lista, pero cada vez que hablamos de simplificar nuestros sistemas de modo que podamos ser flexibles, más receptivos o más creativos, la gente sencillamente plantea interminables preguntas.
¿Qué hacemos?"
Mi respuesta podría parecer simplista, casi frívola, pero no lo fue:
¡No emplees a nadie de más de cinco años!
Cuando contemplas una obra de arte abstracto, como un Picasso o un Jackson Pollock, ¿qué ves? ¿Buscas algo en concreto? ¿Una respuesta correcta, tal vez? ¿Haces trampa y miras la descripción que hay en la pared o en la guía?
Cuando un niño mira una pintura, le gusta o no le gusta. Dirá: tiene demasiados colores, es demasiado oscura, no hay suficientes puntos, hay demasiadas líneas, parece una malvada bruja, o simplemente, ¡no lo entiendo!
. La alegría de los niños reside en que no saben que tienen que ser listos o, lo que es más importante, ¡tener la razón! Sencillamente les encanta ser, hacer y pensar, preguntar y decir.
El mundo está lleno de las más extraordinarias posibilidades.
A menudo pido a las personas que me escuchan y a los grupos con los que trabajo que contemplen pinturas y fotografías y que me cuenten lo que ven. La mayoría dice que nada; puedes ver en sus ojos que tienen ideas, pero la mayoría dicen que nada porque no quieren equivocarse o parecer tontos; no quieren que parezca que han fracasado frente a sus amigos, compañeros y colegas.
Cuando era un niño muy pequeño, mi abuelo materno me llevó a una exposición de verano en la Royal Academy of Art de Londres; me encantó. Paseamos por las galerías observando las pinturas, dibujos y esculturas. Nunca compramos la guía porque sencillamente queríamos contemplar el arte por nosotros mismos. Algunas obras nos encantaron, otras las encontramos realmente aburridas y algunas otras, recuerdo pensar, me las podría haber quedado contemplando para siempre. No sabía quiénes eran los artistas o cuál fue el medio que habían usado, ni siquiera qué es lo que querían expresar.
A esa edad me encantaba pintar y dibujar; lo podía hacer durante horas. Recuerdo un pequeño programa diario de televisión llamado Pinta junto a Nancy que solía ver siempre que tenía ocasión. Era una guía simple, paso a paso, para pintar paisajes y naturalezas muertas; me encantaba.
Resultó que uno o dos de mis maestros pensaban que se me daba bastante bien el arte, y cuando crecí, me dijeron que debía examinarme para demostrar lo bueno que era.
Fue entonces cuando mi amor por el arte cesó. Me contaron cómo pintar y dibujar de determinada manera; la manera correcta. Me mostraron otras obras de arte y me dijeron que era así como debía ser y el aspecto que debía tener.
Tras poco tiempo, paré de pintar y de dibujar de golpe. Me había desenamorado.
Hace unos cuantos años, alrededor del inicio del nuevo siglo, descubrí eBay. En esa época, estábamos redecorando nuestra casa y quería colgar algo de arte en las paredes. Usaba eBay para encontrar algunas obras a un precio razonable. Mientras miraba el material en oferta, me topé con una idea. Iba a crear alguna obra de arte y trataría de venderla en la página web. Salí y compré algunas pinturas acrílicas, algunos lienzos rectangulares y un caballete. Mi primer intento fue un lienzo pintado con tonos degradados de púrpura con una delgada y brillante línea lila que lo cruzaba por el medio. La titulé Horizonte púrpura
y la subí a la página para subastarla. Para mi asombro, llegó a 100 dólares. Fue simple.
Me encantó pintar ese lienzo y algunos otros que también se vendieron. No había pintado durante unos diez años y tuve que llegar a la treintena para superar esa sensación de que mi obra sólo valdría la pena si otra persona le otorgaba valor. También encontré autoconfianza, en parte supongo porque se trataba de algo divertido: agarrar un pincel y dejarme llevar por la pintura.
¿Qué te encantaba hacer cuando eras un niño? ¿Cuándo lo hiciste por última vez? ¡Concédete una segunda oportunidad!
La idea de que todo lo que hacemos debe ser de valor para los demás suele convertirse en un tema importante de cara al modo en que conducimos nuestras vidas.
Trabajo con unos cuantos atletas profesionales; uno, un jugador de cricket, vino a verme cuando su carrera empezaba a estancarse. Cuando era joven se había perfilado para lo más alto, tenía un enorme talento natural y atractivo, pero en cuanto se acercó a lo que debía ser su excelencia, algo sucedió y se topó con una preocupante racha de menor rendimiento. No carecía de pasión ni compromiso, pero algo no había funcionado, hecho que hacía que la situación fuera aún más preocupante. Pidió consejo siempre que pudo. Escuchó atentamente a sus coaches, asesores y colegas, buscando desesperadamente una respuesta.
Nos conocimos en su momento más bajo; un momento incierto acerca de la renovación de su contrato o incluso si sería capaz de continuar con su carrera en el deporte profesional. No hicimos nada complicado durante nuestro trabajo juntos. Durante la mayor parte del tiempo, hablamos; sobre él mismo, sus aspiraciones, su amor por el juego y sus sentimientos en tanto que joven jugador de éxito comparado con ahora. Tenía un deseo absoluto no sólo de tener éxito por él mismo, sino que había desarrollado un deseo a veces sofocante de tener éxito frente a los demás. Había empezado a darle vueltas a cada detalle de su vida, mirando constantemente a través de la lente de lo que los demás esperaban de él, qué querían que hiciera y cómo esperaban que se comportase.
VOLVER A LO BÁSICO
Pensar demasiado es un problema real. Hablamos sobre muchas cosas, devolviendo buena parte de su pensamiento a lo básico. Le recuerdo contándome lo mucho que le gustaba el olor de la hierba recién cortada, jugar en un caluroso día de verano e incluso el sonido de los pájaros en los árboles y el olor del uniforme; el cuero y la madera.
De modo que, en vez de adentrarnos en el campo de juego, tratando de hacer malabares con los consejos y expectativas de todo el mundo que estaban en su cabeza, empezó a percatarse de estas simples cosas. Empezó a centrarse en él mismo, lo que le permitió ser más objetivo en sus reflexiones y más capaz de incorporar consejos en su propio sentido de lo que podía funcionar para él.
Se relajó y empezó de nuevo a confiar en sus instintos; empezó a volver a conectar con su propio talento.
El impacto fue profundo; no solamente se ganó un nuevo contrato, sino que ahora su carrera está en plena forma y está en camino de satisfacer ese potencial juvenil.
¿Cuándo fue la última vez que te detuviste y sencillamente disfrutaste de algo del mundo sensorial que te rodea? ¿Cuál fue la última vez que contemplaste el cielo nocturno?
Nuestro éxito o nuestra propia percepción del mismo se vuelve muy dominante en nuestros pensamientos. Aun así, ¿alguna vez nos detenemos a pensar de dónde provienen esas percepciones? ¿Con cuánta frecuencia nos preguntamos si son realmente nuestras?
¿ÉXITO = FELICIDAD?
Tengo una familiar ya anciana que nació en una época y un lugar distintos. Era una compositora e intérprete de talento que soñaba con tener una carrera en el mundo del canto y la actuación. Sus padres, que como la mayoría de padres estaban desesperados por verla tener éxito con su vida, estaban preocupados por sus ambiciones, en parte porque para una mujer joven y de clase media, eso simplemente no era lo que había que hacer. Sus padres querían verla casada con un exitoso hombre joven con perspectivas, de modo que pudieran construir una feliz vida juntos. La habían educado bien y se sometió a su buen juicio. Se casó joven y se estableció para tener una familia. Siempre tuvo un piano y tocaba a menudo; incluso escribió la melodía para el primer baile de su boda.
Pero la vida no funcionó realmente como se había planeado para ella. Tuvo dos hijos y una vida feliz con su segundo marido, pero siempre se emocionaba cuando pensaba en lo que podía haber sido. Su alegría radica en ver que sus hijos marcan su propio camino; siempre ha protegido apasionadamente su derecho a definir su propio éxito y siempre ha estado allí cuando ellos se equivocaban. Eso requiere de un enorme valor como madre.
¡Gracias, mamá!
El error y el miedo al error no son nada nuevo, pero no puede ignorarse. Cuando somos niños, el error no es una cosa mala, es sólo una cosa. Nos caemos y nos levantamos. Si desordenamos, luego ordenamos. Si pronunciamos mal una palabra o una expresión, nos reímos y lo volvemos a intentar.
¡ESTÁ EL ERROR Y LUEGO ESTÁ EL ERROR!
Cuando somos muy pequeños y cometemos un error, los demás se ríen de nosotros, y es divertido. Estamos relajados, no hay estigma; de modo que escuchamos y aprendemos, repensamos una estrategia y avanzamos de nuevo.
Cuando crecemos un poco y empezamos la escuela aún hacemos un intento, arrojándonos sobre las oportunidades de probar cosas nuevas, participar y responder a preguntas.
Un poco más tarde se nos recompensa por hacer las cosas bien y a veces se nos castiga por hacerlas mal. Para los campeones de los exámenes llega la gloria; certificados, pegatinas y tareas de responsabilidad en el aula; y esas tardes de reuniones de padres en las que las anotaciones que rezan Bien
en tu libro de ejercicios son mostradas como ejemplo de lo duro que estás trabajando.
Los más listos de entre nosotros aprenden bastante rápido el juego. Tenemos que hacerlo bien
porque bien
es la moneda de los listos. Hacer las cosas mal, en cualquier caso, ahora ya no es algo bueno y debe evitarse a toda costa.
Mientras seguimos creciendo, en la escuela nos implicamos cada vez menos en lo que no podemos dominar. Nos ocultamos en la sombra durante las clases y sesiones que no entendemos del todo y dejamos que quienes son olímpicos
a la hora de tener una respuesta genial se lleven las medallas de gloria. Eso se convierte en lo correcto porque al menos no lo hemos intentado para después fracasar.
Entonces, al final, lo superamos; la escuela, las preguntas constantes y la ansiedad ante la posibilidad de la humillación diaria; pero las cicatrices permanecen. No curan rápido. Para muchos, no curarán nunca.
Así que estamos en el trabajo, la cabeza inclinada sobre lo que estemos haciendo, desempeñando nuestra tarea con nuestras mejores capacidades y nos encontramos en reuniones, dirigidas por nuestros superiores; anhelan conocer nuestra opinión y buscan nuevas ideas, estrategias o flujos de datos. Pero, muchos de nosotros hemos aprendido demasiado bien cómo jugar al juego de la supervivencia. Cuando éramos niños aprendimos que cuando nos planteaban preguntas, la tarea consistía en descubrir la respuesta dentro de la cabeza del profesor. Como arriesgados videntes le sondeábamos, observábamos sus expresiones faciales y su lenguaje corporal, esperando claves que encajaran. Entonces podíamos alzarnos gloriosos con la respuesta correcta. Y aquí estamos en nuestras reuniones, siendo ya personas adultas, haciendo lo mismo. La ironía es que tanto nosotros como las personas que dirigen las reuniones sienten la frustración y la falta de sinceridad. Desgraciadamente, a menudo en nuestra vida personal jugamos a los mismos juegos.
LAS FICHAS DE PÓQUER DE LA VIDA
Míralo de la siguiente manera. Cuando nacemos, la mayoría de nosotros somos apostadores de alto nivel; tenemos que serlo, todo es un riesgo, cada cosa es desconocida, hagamos lo que hagamos es nuevo y está lleno de incertidumbre. La vida es un poco como jugar a los dados en Montecarlo o Las Vegas. Digamos que estamos jugando a la ruleta. La vida empuja la rueda y hace girar la pelota. El croupier nos impele a hacer nuestras apuestas. Cada apuesta es una decisión; responder a una pregunta, presentarse candidato a un empleo, escoger un restaurante para una primera cita. Cuando somos niños, esta apuesta puede ser apilar los bloques o tratar de desplazarnos sobre nuestros pies en vez de sobre nuestro trasero.
Cuanto más jóvenes somos, con más fichas jugamos, de modo que otorgaremos gran valor a las fichas pares o nones, las rojas o las negras; sin duda es más probable que invirtamos en