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Maestros somos todos: Incluso quienes no lo somos
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Maestros somos todos: Incluso quienes no lo somos
Libro electrónico237 páginas2 horas

Maestros somos todos: Incluso quienes no lo somos

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Esta obra es la de un hijo de maestros, maestro él mismo, y quiere ser un firme alegato en favor de la persona como ser capaz de aprender y de enseñar, actividades que requieren la figura científica y moral del maestro, su adhesión a una escala de valores, y su compromiso existencial con la humanidad.

En palabras del autor: "Desde el primer día en que enseñé, quise siempre hacer crecer en humanidad a cuantos se cruzaban conmigo. Solo busco enseñar lo universal que puede brotar de lo contingente; no son primero las ideas y luego la vida social, sino al mismo tiempo, y por eso quien enseña para lo comunitario verdadero que hay en cada ser humano, funda comunidad. Por eso escribo, viajo, buscando a la humanidad".

La escuela la hace el maestro. Afortunadamente los maestros hacen que sus alumnos sean más, de lo que hubieran sido sin ellos. La escuela para la comunidad, en tanto que escuela para la vida, solamente será posible si sus fundamentos tienen real solidez y van más allá de la inmanencia pragmática y rompen los muros de las aulas.

Cuando se abre un aula con un buen maestro, la creación entera vuelve a latir.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jul 2022
ISBN9788427729216
Maestros somos todos: Incluso quienes no lo somos

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    Maestros somos todos - Carlos Díaz

    Sentido de este libro

    Hace unos días me encuentro este texto en las redes: "Como explica la institución en su web ¹, Delphi es un modelo computacional de inteligencia artificial para la ética descriptiva, que orienta los juicios morales que las personas toman en su vida cotidiana. Es accesible, vía web, y cualquiera puede plantearle preguntas y dilemas para obtener consejo".

    El texo ha cobrado popularidad y rápidamente se ha viralizado. Algunos ejemplos. A la pregunta ¿Debería conducir borracho si eso me divierte?, Delphi responde: Deberías hacerlo. Si el usuario plantea: ¿Debería cobrar un 80% de impuestos a cada salario del país si eso hace a la gente feliz?, la Inteligencia Artificial afirma: Deberías.

    Ha sido la interacción con tuiteros lo que ha viralizado a Delphi, que por otro lado es una herramienta muy fácil de usar. Los resultados se han popularizado con rapidez ayudados por la función de tuiteo integrada con el panel de la respuesta. Comer beber está bien cuando uno tiene mucha, mucha hambre; también lo está tomarse unas cervezas al volante porque no hace daño a nadie y también cometer genocidio si hace feliz a la gente. Una gran idea, pero yo prefiero la Ética a Nicómaco de Áristóteles, aunque el idioma griego en el que está escrito no sea demasiado elaborado.

    Personalmente, aunque he explicado abundantemente en multitud de atrios la génesis de esta locura, no creí llegara tan pronto; pero, ¿qué hacemos ahora con ella encima, puedo yo seguir haciendo algo? Cuando los periodistas me preguntan

    –como si nada mejor tuvieran que preguntar– qué libro último de impacto estoy leyendo, les respondo un poco polémicamente: Queridos amigos, yo no leo nada que no tenga como mínimo mil años de antigüedad.

    Como abogado que soy, hubiera podido ganar mucho más dinero picando pleitos, sin embargo mis padres, especialmente mi madre, despertaron en mí la vocación apasionada de amar enseñando y de enseñar amando, que son el alfa y el omega de mi vida. He sido llamado para eso, y para eso sigo dando toda mi vida, y no es una hipérbole, aunque a veces haya sembrado vientos y recogido tempestades, y haya hecho más mal que bien.

    Desde el primer día en que enseñé, y mi historia docente comienza a los quince años ayudando en casa, quise siempre hacer crecer en humanidad a cuantos se cruzaban conmigo, y afortunadamente así sigo más de sesenta años después. Sea pues, esta, mi solemne declaración: "Yo, Carlos Díaz, soy magister, alguien que pretende ayudar a que los demás crezcan más hacia lo universal que late en ellos mismos". Queda dicho.

    Cuando se abre un aula con un buen maestro, la creación entera vuelve a latir. Quiero para los demás lo que quiero para mí mismo, y afortunadamente mis maestros también me han ayudado a ser más de lo que hubiera sido sin ellos, y por tales no entiendo sólo a los maestros que enseñan regladamente en escuelas, sino también a los campesinos de manos gruesas que se arrugan sembrando nuestros alimentos. A mí todo me enseña, incluso lo que me enseña a desenseñar.

    Sólo busco enseñar lo universal que puede brotar de lo contingente; no son primero las ideas y luego la vida social, sino al mismo tiempo, y por eso quien enseña para lo comunitario verdadero que hay en cada ser humano funda comunidad.

    La escuela para la comunidad, en tanto que escuela para la vida, solamente será posible si sus fundamentos tienen real solidez y van más allá de la inmanencia pragmática y rompen los muros de las aulas. Por eso escribo, viajo, buscando a la humanidad².

    Desde que era joven fui acogido en Editorial Narcea, abierta al infinito que la trasciende. Tras largos años hoy vuelve a abrirme generosamente sus puertas. Su catálogo ha ido cambiando por forzosidad existencial, pero aún encuentro en ella sensibilidad humanista; este libro mío tal vez se salga un poco de las grandes avenidas consuetudinarias, no sabemos si venderá mucho, pero ha sido acogido con mucha ilusión. Yo quisiera que fuese leído, y sobre todo vivido. Vivido con entrañas de misericordia, las cuales, como ustedes saben bien, son las propias de los corazones tiernos. Sea como fuere, mientras yo viva la escuela no se cerrará.


    ¹ https://www.larazon.es/tecnologia/20211026/tsc52qv5sjavplvlkod753d6ne.html

    ² Pérez Esclarín, A: Educar para humanizar. Ed. Narcea, Madrid, 2007.

    1. El contagio emocional de los valores del maestro

    Maestros somos incluso quienes no lo somos

    Ciertos maestros imantan a los escenarios y mantienen atentos a sus alumnos y al público en general. Para eso hace falta vivir lo sabido transmitiéndolo con emocionada pasión intelectiva. En cierto modo, semejante disposición anímica por parte del maestro le convierte en un alumno, porque al decir lo dicho es dicho él mismo por lo que él mismo dice.

    Esto no lleva a tal maestro (digo maestro, pero al decirlo digo maestro/maestra) a considerarse por encima de nadie, antes al contrario, le consagra como tributario de una obediencia a los valores que él mismo encarna y a los que se entrega, llevándole a percibirse a sí mismo como su servidor y su mediador, aceptando el diálogo y llamando a convocatoria, voz conjunta de búsquedas conjuntas. Cada persona es directamente responsable de sus propios actos individuales, y al mismo tiempo corresponsable de los actos de los demás. Las personas se viven en cada una de las realizaciones de sus actos como miembros de una comunidad de personas que las excede en duración, contenido y margen de acción.

    La persona particular no sólo es corresponsable en la colectiva como miembro de aquélla y como representante de un cargo, de una dignidad o de otro valor de posición dentro de la estructura social, sino que también lo es y en primer lugar como individuo personal y único distinto de cualquier otro.

    Amor y odio son actos intencionales de una intensidad especial en los cuales se ensancha o estrecha el mundo de los valores, y esto se reconoce de manera muy especial en el maestro.

    La autenticidad del amor sim-pático se manifiesta en la enseñanza en que, aun viendo el maestro los defectos propios y ajenos, ama pese a ellos y con esos defectos. El amor a los valores buscados no cesa, aunque no se encuentren en el mundo; junto a lo amado-sabido surge otro amor-que-quiere-saber-más-y-mejor en el mismo ser de antes o en otro nuevo-renovado, lo cual puede resultar doloroso para las mentalidades posesivas, pero gracias a ello es posible el progreso humano. El impulso instintivo que lo provoca puede cesar, pero el amor cognitivo-

    motivacional sim/pático y com/pasivo va siempre más allá de lo que tiene en las manos; no cede ni se cansa. Es ese el impulso de todo verdadero maestro.

    Jesús de Nazareth –asegura el filósofo Max Scheler– no le dice a María Magdalena únicamente no debes seguir pecando, sino que le ofrece los signos de su amor y el perdón de los pecados cuando al final le exhorta así: Vete y no peques más. Estas palabras quieren hacer ver a María que ella misma, aún sin saberlo, está profundamente vinculada de un modo nuevo a él y que ya no puede seguir pecando, por lo cual no tienen el sentido de un imperativo con carácter de mera obligación moral. Asimismo, en la historia del hijo pródigo el arrepentimiento consumado de éste no es razón y condición del perdón y de la acogida amorosa por parte del padre, sino que es en la contemplación asombrosa del amor paterno donde surge poderosamente el arrepentimiento. De ahí que quien en el gesto educativo espere amor, pero se encuentre meramente con un frío tú debes, reaccionará con obstinación y orgullo herido.

    Todo esto resulta en la escuela una realidad de primer orden. La expresión llega a ser quien eres no significa debes ser así y así, sino llega a ser quien eres en el sentido ideal, pues lo que ya se es no es necesario llegar a serlo. El alumno no extrae de sí mismo los valores y los proyecta más o menos imaginariamente, pues no existe mayor engaño escolar que la autodidaxia.

    Para que un aprendizaje encuentre lo superior que late en sus actos y funciones es necesario captarlo a la luz de lo axiológico en toda su altura, jerarquía, potencia, belleza, profundidad y fundamento, y esa es tarea de enseñar. Si apurásemos la vida tocaríamos con la yema de los dedos su idealidad axiológica, si bien muchas veces de forma contrafáctica, o sea contra la superficialidad, la

    impotencia

    , la fealdad y el sinsentido presentes en la realidad cotidiana. Pues, aunque todos repitiésemos a paso de la oca cada día que dos más dos son 25, serían 4 en la matemática euclídea; del mismo modo, la sobriedad seguiría siendo un valor deseable y el alcoholismo un vicio, aunque todos anduviesen borrachos.

    En su forma más activa se le denomina compasión, y ello en doble sentido que emana del término, pues de una parte alude a la comunión en un mismo apasionamiento, y de otra a la forma de compartir y acompañar en el común sufrimiento y en lo desagradable. Por lo demás, nada grande ha sido hecho sin una gran pasión.

    La antipatía es una simpatía desvirtuada

    La simpatía, como cualquier sentimiento, se encuentra sujeta a degeneración en muchos escenarios afectivos, privados o públicos. En efecto, también en los grupos escolares, además de las personas particulares antipáticas, la reciprocidad del contagio emocional conduce al desbordamiento en el cual cada individuo es arrastrado fácilmente más allá de las propias intenciones y termina haciendo cosas que nadie quiere y de las que nadie responde. Es el contagio emocional perverso el que hace brotar de sí fines que rebasan los designios del maestro. La fuerza desbocada de estas ideologías sin sujeto personal desborda toda razón y, como las avalanchas de nieve de los aludes, arrasa sin piedad a los individuos, al tiempo que destruye cualquier vestigio de humanidad.

    La persona digna ha de cuidar sus simpatías fáciles y saber quedarse sólo contra todos en determinados momentos. Este último gesto es el único digno de la simpatía emocional constructiva, aunque no siempre resulte fácil. Cuando el maestro se convierte en un manipulador que busca ser imitado él mismo (pero no los valores que predica) hay que tener antipatía a esas manipuladoras simpatías emocionales.

    Y no solamente en ese caso, sino también frente a las simpatías superficiales, hay que echar un paso atrás: un maestro o maestra pueden ser simpáticos pero, si no se encuentran a la altura de lo que la materia exige enseñar y de lo que el saber comporta, han de ser desobedecidos.

    Los procesos de contagio que transcurren no sólo involuntariamente, sino también inconscientemente, ocurren, por ejemplo, siempre que buscamos una reunión divertida o una fiesta para distraernos; en estos casos nos dejamos llevar para contagiarnos y para que nos arrastre el buen humor de la reunión. En sentido contrario, la conciencia de un posible contagio emocional engendra también una específica angustia del contagio, como la que se produce cuando alguien evita lugares tristes o esquiva las imágenes de dolores (no éstos mismos), tratando de eliminar dicha imagen de la esfera de sus vivencias.

    La antipatía emocional entre quien enseña y quien aprende es la consecuencia del afecto incorrecto, desordenado o erróneo. Simpatía y antipatía (como amor y odio) comparten el hecho de ser momentos de un fuerte interés como portadores de valor, en contraposición con la zona de la indiferencia. Esto no significa que lo menospreciado haya de haber sido amado antes, como si el odio fuese siempre un amor invertido, pues a veces algo es odiado desde el instante mismo en que se nos aparece, pero entonces ese odio que se siente ante ello sólo proviene del amor que se siente por otro motivo: odio la enfermedad únicamente porque amo la salud, no porque no pueda amar. De ahí que amor y odio no sean modos de comportamiento igualmente originarios: nuestro corazón está primariamente configurado para amar, no para odiar. Esta es la forma en que hay que estar y vivir la escuela.

    El maestro tú debes

    Como decíamos, quien en el gesto educativo espera amor y en su lugar se encuentra con un simple y autoritario tú debes reaccionará con obstinación y orgullo herido. Todo tú debes ser tal, tomado como condición del amor educativo en general (padres, maestros) destruye su propia esencia.

    Es importante, frente a las trivializaciones habituales, saber que no hay valores que sean descubiertos en el amor, sino que en el amor se hace todo más valioso; el amor no crea los valores más altos en el otro, ni es un movimiento hacia el valor más alto, pues esto sólo podría significar que el amante introduce valores suyos en lo amado y lo provee de valores más o menos imaginados que no posee efectivamente, lo cual se debe al no poder deshacerse de la inclinación a las propias ideas, sentimientos e intereses. Todos hemos tenido alguna vez en nuestra vida la experiencia de que quien nos ama nos enseña mejor, y que en esa relación lo difícil se torna inteligible y lo severo leve.

    Cuando alguien –especialmente si ese alguien es un alumno más inteligente emocionalmente que su maestro– descubre en el magisterio de este último alguna insuficiencia, y tiene el valor de proponer su mejora, incluso amorosamente, el mal docente tenderá a pensar que va contra su persona, recurriendo de uno u otro modo a la represión. Lo mismo ocurre cuando el crítico (docente o discente,

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