Un lugar para el placer
Por Suzanne Forster
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Pero Ally Danner tenía que entrar… a rescatar a su hermana de las manos del propietario, Jason Aragon. Y el agente federal de incógnito Sam Sinclair era el hombre perfecto para acompañarla. A cambio, ella le daría toda la información que disponía del club para ayudarlo a encerrar a Jason.
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Un lugar para el placer - Suzanne Forster
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Suzanne Forster
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un lugar para el placer, un, n.º 83 - agosto 2018
Título original: Decadent
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-864-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
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Epílogo
Si te ha gustado este libro…
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«¡Corre, Ally! Deja de mirarlo y corre. Él es el pura maldad. ¡No permitas que te toque!».
Pero conforme la figura prohibida se acercaba a ella a través de la niebla, Ally no podía moverse. Él parecía dominar todo lo que le rodeaba en aquel viejo cementerio, incluida a ella.
Ally había oído las historias sobre la leyenda de los Wolverton y el fantasma que habitaba la antigua y elegante mansión llamada Los Sauces. Según los rumores, la propiedad les había sido arrebatada a los Wolverton hacía casi cien años y Micha Wolverton había sido asesinado al intentar recuperarla. Antes de morir, había prometido que se reuniría con el espíritu de su amada esposa, que se había suicidado por razones de las que nadie se atrevía a hablar más que en susurros. Pero Ally nunca se había creído la historia. Ella no creía en fantasmas.
Hasta aquel momento.
No comprendía lo que estaba sucediendo. La figura se había materializado de pronto en medio de la niebla, ella había visto cómo el cuerpo se solidificaba delante de ella. Y el rostro de ese hombre le resultaba familiar…
La figura se acercó a ella y Ally dio un paso atrás.
—No te asustes —murmuró él.
No era una voz de ultratumba, como ella esperaba. Era una voz grave y sensual. Y autoritaria.
—¿Quién eres? —logró articular ella.
—Deberías saberlo. Tú me has convocado.
—No lo he hecho.
Dos minutos antes, ella se había agazapado tras un sepulcro para espiar la mansión que una vez había sido Los Sauces y se había convertido después en el club Casablanca.
Si esa figura era Micha Wolverton, debía de estar enfadado con ella por invadir a escondidas su terreno.
—Ahora mismo me marcho —le aseguró ella—. Y le prometo que no volveré.
—No vas a ir a ningún sitio.
A Ally se le hizo un nudo en la garganta.
—¿Por qué no? ¿Qué quiere usted?
—Si quisiera algo, Ally, lo tomaría. Esto tiene que ver con una necesidad.
Ella intentó echarse hacia atrás pero las piernas no le respondían.
—¿Necesita algo de mí?
—Chica lista —respondió él con ironía—. Necesito unos labios suaves y entregados y un cuerpo rendido al deseo.
—¿Mis labios, mi cuerpo…?
—Los tuyos, sólo los tuyos.
—¿Por qué yo?
Aquella figura no podía ser Micha, él sólo había deseado a una mujer, Rosa, y había muerto por intentar reunirse con ella.
—Porque tú también lo deseas —contestó él.
¿Qué deseaba, tener un fantasma para ella sola? Siempre le había parecido algo increíblemente romántico e imposible a la vez. ¿Cómo podía él saber eso? ¿Cómo era posible que él supiera algo de ella? Además, ella se había jurado que se alejaría de hombres inapropiados para ella, ¿y qué podía haber más inapropiado que un fantasma? Además, el mero hecho de que la besara o la tocara la aterrorizaba. Porque lo que le había acelerado el corazón era temor, ¿no?
Ally dio un respingo cuando él le rozó la mejilla con su mano. Al contrario de lo que ella esperaba, la piel de él era suave y cálida. Y sus ojos castaños, llenos de misterio, revelaban una sensibilidad que amenazaba con desarmarla si se atrevía a perderse en ellos.
—Estos labios son míos —dijo él.
Y era verdad. Ally no podía detenerlo… ni deseaba hacerlo.
—He venido a reclamarlos —susurró él justo antes de besarla y rodearla con sus brazos fuertes.
Ally tenía el corazón desbocado. Él comenzó a devorar su boca besándola, lamiéndola y mordisqueándola, hasta que ella no pudo sino responder. Con un suspiro de resignación, Ally se rindió a él. Entonces él le recorrió el cuerpo con sus manos, deteniéndose en sus senos. Ally sintió cómo se le erizaban los pezones bajo la ropa conforme él los acariciaba con su pulgar.
El deseo surgió rápido, como un latigazo.
¿Iba él a hacerle el amor?, se preguntó mientras se entregaba al poder hipnótico de sus fabulosas caricias. Todo su cuerpo vibraba, vivo y libre de nuevo.
La vibración fue ganando intensidad, era como un zumbido, como… ¿el sonido de un insecto?
Ally abrió los ojos y mató un mosquito que estaba picándole en el brazo. ¡Un condenado mosquito! Debía de haberse quedado traspuesta. Llevaba más de tres días sin dormir y le habían pasado factura. Nadie se quedaría dormido en un cementerio a menos que estuviera agotado.
Ally miró a su alrededor para asegurarse de que no le había descubierto ninguno de los guardias de seguridad del club. Pero no parecía que hubieran advertido su presencia ni la del hombre alto y vestido de negro.
Todo había sido un sueño, ¿qué otra cosa si no? Esconderse en un cementerio en una noche sin luna no era la forma más común de buscar un hombre, sobre todo teniendo en cuenta por qué necesitaba uno, pero Ally no tenía elección. En sus veintiocho años de vida, había vivido pocas cosas más cruciales que su misión de esa noche.
Su hermana pequeña, Victoria, estaba retenida en la mansión que Ally vigilaba desde su escondite. El club Casablanca, que una vez había sido la casa de la familia Wolverton, dedicada a una plantación en Nueva Orleans, en la actualidad se parecía más al castillo del conde Drácula. Era muy bella con sus torretas y arcos, sobre todo por la noche. Pero también era un refugio de depravación enmascarado tras la fachada de un exclusivo club masculino.
Ally se sacudió las hojas y la tierra de su traje negro, tipo Chanel, con una falda que ella misma había acortado para la ocasión y una camisola muy escotada bajo la chaqueta. Si los guardias la encontraban, su coartada sería que estaba buscando trabajo en el club. Menos mal que era primavera o se hubiera congelado a la intemperie con tan poca ropa.
Había elegido el cementerio como lugar de vigilancia porque sabía que las cámaras de seguridad del club no repasaban aquella zona. De hecho, sabía muchas cosas acerca del club Casablanca por propia experiencia, aunque había intentado olvidarlas. Sin embargo, la desaparición de su hermana le había hecho recordarlo todo.
Tres días antes, Vix le había enviado un correo electrónico muy extraño dando a entender que la retenían contra su voluntad. Y a Ally le había saltado la alarma.
Ella había trabajado en el club como chica de compañía con apenas veinte años y se había dejado arrastrar a una relación destructiva con su propietario, Jason Aragon, de la cual había logrado escapar con vida de milagro. Pero el mensaje de su hermana le hacía plantearse que quizá no había escapado de él, después de todo. Ally estaba convencida de que él quería recuperarla y estaba empleando a su hermana como cebo. Y Vix era demasiado joven, ingenua y rebelde como para resistirse a las presiones y las tentaciones de un lugar así.
Igual que le había sucedido a ella. Sólo tiempo después había sido consciente del error que había cometido.
Tal vez su caída estaba predestinada, dados sus orígenes. La habían sobreprotegido desde la cuna, habían controlado rígidamente todas sus elecciones de vida, supuestamente por su propio bien, pero ella se había sentido encarcelada y asfixiada. Con Vix no habían sido tan duros, pero casi.
Ally seguía esforzándose al máximo por mantener su pasado en secreto, sobre todo para evitar más bochornos a su aristocrática familia. Su hermana y ella eran herederas de un trono que ya no existía. Su madre era una reina en el exilio, algo extraño para los tiempos actuales; su matrimonio de conveniencia fue feliz hasta que los destronaron y exiliaron de la pequeña monarquía europea donde la familia había reinado durante más de un siglo.
Ally tenía trece años cuando la familia se trasladó a Londres. Al poco de llegar allí, fue enviada a los Estados Unidos a un internado femenino muy exclusivo, la Academia Alderwood, que no resultó ser el paso hacia la independencia que ella esperaba. Los guardaespaldas que la protegían hicieron que su vida, ya de por sí aislada, se convirtiera en una prisión. Y la gota que colmó el vaso ocurrió cuando terminó sus estudios en el internado y supo que sus padres querían casarla con un hombre al que ella no conocía, un rico industrial alemán.
Fue entonces cuando Ally descubrió que tenía voluntad propia y una veta salvaje que Jason Aragon estuvo muy contento de ayudarle a explorar.
Ally suspiró pesarosa al recordar aquello. Hasta entonces no había habido muchos hombres en su vida, salvo un par de romances de verano con estudiantes de secundaria. Pero con Jason había recuperado el tiempo perdido. Con él se había vuelto loca, experimentando todo lo que le había sido prohibido por su posición social, y algo más. No había durado mucho tiempo, pero sí el suficiente para manchar el nombre de su familia. Años después, Vix parecía dispuesta a continuar donde ella lo había dejado. Y Ally se sentía responsable.
Su hermana había vivido con sus padres en Londres hasta hacía cuatro años, cuando habían decidido enviarla a Alderwood, el mismo internado en el que había estado Ally. La escuela tenía una reputación excelente y Ally había rogado a sus padres que mandaran allí a Vix, prometiéndoles que cuidaría de ella. Ally había visto así la oportunidad de redimirse ante su familia y estrechar su relación con su hermana pequeña.
Vix vivía en Alderwood durante la semana y pasaba los fines de semana y las vacaciones con Ally en su apartamento de Georgetown, en Washington D.C. Ally había sido incluso demasiado estricta con su hermana. Sin embargo, hacía unos meses la habían ascendido y le había sido imposible vigilar tan de cerca a su hermana. En ese tiempo Vix había empezado a faltar a clase y a no respetar la hora de llegada para quedarse con su último novio, que a Ally no le gustaba nada.
El motor de un coche sacó a Ally de sus pensamientos. Asomó la cabeza por la esquina del sepulcro mientras se reprendía por haber dejado de vigilar la entrada del club. Ya había usado tres días de sus vacaciones, y en total tenía sólo una semana libre. Su nuevo puesto como directora de desarrollo del Smithsonian requería encontrar generosos donantes para los proyectos de conservación del instituto. Era un trabajo importante, pero también con mucha presión. Afortunadamente, como ella trabajaba en el instituto desde hacía años y se había tomado tan pocas vacaciones, su jefe le había dado la semana libre sin problemas. Ally había tomado un avión y se había presentado en Dulles a las pocas horas de haber recibido el correo de Vix.
Se había planteado avisar a la policía de Nueva Orleans, pero en su correo Vix recalcaba expresamente que no lo hiciera. Así que Ally estaba sola.
Lo primero que había hecho había sido diseñar un plan de vigilancia. Lo siguiente era meterse en aquel club. Para eso, necesitaba un hombre. A las mujeres sólo las dejaban entrar como acompañantes o como empleadas del club. Ésa era la parte más difícil. Si Ally elegía al hombre equivocado y se acercaba a él de forma equivocada, tanto ella como Vix estarían en grave peligro.
Ally siguió vigilando los coches que se detenían a la entrada del club. Buscaba uno en particular y esperaba no haberse perdido al hombre misterioso que conducía el Porsche Targa negro.
Ally comprobó la hora en su reloj luminoso: quedaban un par de minutos para las nueve de la noche. Si él se mantenía fiel a su costumbre, llegaría enseguida; siempre se presentaba puntual a las nueve. Sin embargo, en los últimos tres agotadores días, en que ella lo había seguido hasta conocer todos sus movimientos, Ally se había convencido de que él no era un miembro del club como los demás. Él estaba preparando algo clandestino.
Ally lo había escogido la primera noche entre los demás hombres que entraban y salían del club. No le había influido que fuera alto y de constitución fuerte. Había tenido una corazonada con él, aunque no sabía exactamente de qué se trataba, y desde entonces lo había seguido conforme él desarrollaba su rutina diaria, que de rutinaria no tenía nada.
Dos veces al día él salía de su hotel para dar un paseo cuyo destino era siempre un teléfono público diferente desde el que hacía una breve llamada. Era evidente que no se sentía a salvo usando el teléfono de su habitación del hotel. ¿A quién llamaba? Podía ser un detective privado, un policía infiltrado o un agente del FBI o la CIA llamando desde el terreno. Incluso podía ser un ladrón de guante blanco planeando saquear la valiosa colección de arte del club.
«¿Cómo hará el amor un ladrón de guante blanco?», se preguntó.
Ally intentó fijar su atención en los coches que llegaban al club, pero su mente se negaba a ello; prefería recrearse imaginando el placer que un hombre así le proporcionaría.
Se dijo que debería estar horrorizada. Durante un estúpido segundo había fantaseado sobre cómo sería sentir las manos de un hombre atractivo recorriendo su cuerpo, robándole como un ladrón el deseo de resistirse a él… y había estado a punto de perderlo. Qué patético. Sin duda, llevaba demasiado tiempo sin sexo. «Pero Ally Danner ya no hace esas cosas, no pierde el sentido por hombres inadecuados, y ese hombre no puede ser más inadecuado», se dijo. ¿Sería un policía, un agente del FBI, un ladrón? Seguramente estaría engañando a su mujer. Las posibilidades eran innumerables y ella tenía que saber exactamente en qué estaba metido él antes de dar su próximo paso.
Ally se agazapó aún más y se apartó del sepulcro para ver mejor. «Es un hombre inteligente y peligroso, no lo olvides», se recordó. «Y tú… tú no has tenido sexo en mucho tiempo».
Ignorando el cosquilleo de su interior, dio un paso más. La noche anterior él había salido del club a las once; ella lo había seguido con su coche alquilado hasta el bosque de robles que había detrás del club. Al apagar las luces del coche para no ser descubierta, había perdido el rastro del hombre. Él y su coche parecían haberse fundido con el bosque y ella había temido que todo fuera una trampa. Se había marchado y había regresado por la mañana. Había inspeccionado la zona a pie y justo cuando estaba a punto de darse por vencida, había encontrado un camino semioculto que conducía a un coche abandonado en un claro. En el interior no había nada. Pero al abrir el capó había descubierto que, en lugar de motor, el coche guardaba un equipo de vigilancia preparado para captar sonidos a larga distancia.
En ese momento, Ally había tomado una decisión. Si él estaba intentando infiltrarse