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La suerte de haber nacido en nuestro tiempo
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La suerte de haber nacido en nuestro tiempo
Libro electrónico42 páginas38 minutos

La suerte de haber nacido en nuestro tiempo

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Quien se adhiere a un partido político, primero se adhiere a su doctrina, y luego hace propaganda y procura incorporar a muchos para transformar el mundo según esos valores. ¿Es así como actúa la Iglesia católica?
El autor analiza las diferencias entre militancia y conversión misionera, antes de llevar a cabo un agudo y optimista balance de los tiempos que nos toca vivir: la esperanza del que cree está por encima de toda nostalgia y de toda utopía, en una época que se caracteriza por la muerte de las utopías.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2016
ISBN9788432146732
La suerte de haber nacido en nuestro tiempo

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    Excelente. Toma como punto de partida la esperanza y la realidad material. Lo recomiendo con entusiasmo.

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La suerte de haber nacido en nuestro tiempo - Fabrice Hadjadj

La suerte de haber nacido en nuestro tiempo, de Fabrice Hadjadj

ÍNDICE

Portadilla

Índice

Prólogo: Acerca de esa suerte

I. Sobre la misión católica y lo que la distingue de cualquier propaganda ideológica

II. Los signos de los tiempos: para un apostolado del apocalipsis

Notas

Créditos

PRÓLOGO: ACERCA DE ESA SUERTE

Este texto recoge una conferencia pronunciada en respuesta a la invitación del cardenal Stanislas Rylko para inaugurar el III Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades. El tema aparecía explícito en un título un tanto denso que encadenaba —como es costumbre— varias citas del papa Francisco: «La conversión misionera: salir de uno mismo para dejarse interpelar por los signos de los tiempos. Un mundo en transformación reclama a toda la Iglesia». El evento tuvo lugar en Roma el jueves 20 de noviembre de 2014. Luego hubo dos acontecimientos —los atentados islamistas de enero y la publicación de la encíclica Laudato si’— que, dada la situación del momento, me llevaron a ampliar mis observaciones.

Sobra decir que jamás habría tenido la osadía de abordar estas cuestiones si la petición no hubiera procedido de lo más alto. Mi atrevimiento es fruto de la obediencia y mi arranque de la fidelidad (he de confesar aquí mi particular devoción al apóstol Pedro: allí donde me encuentro con una escultura suya, beso su sandalia de bronce). No obstante, si en una u otra ocasión alguna de mis reflexiones resulta desafortunada o discordante —como dice el Magisterio—, la culpa es solo mía y de mi falta de sometimiento a ese Espíritu que nos hace ligeros en la gravedad, nítidos en el misterio, cómicos en lo trágico…

Por otro lado, nunca habría publicado este texto de no ser a petición de Louis-Étienne de Labarthe —que se encontraba entre el público el día de la conferencia— y de ese vigoroso relector que es Gabriel Morin (aprovecho para recordar que etimológicamente relector equivale a religioso): de no ser por ellos habría considerado mi discurso destinado —por decirlo así— a una confidencialidad mundial. Por una parte, lo escribí en respuesta a una petición concreta dentro de un contexto concreto, lo que no podía sino llevarme a pronunciarlo sin otras pretensiones; por otra, el público estaba compuesto de fundadores o miembros de comunidades extendidas por todo el mundo —desde la India a Canadá, pasando por Alemania y Brasil—, de modo que, a mi entender, si se publicaba en un ámbito exclusivamente francés adolecería de graves carencias, ya que no trataría más que de pasada problemas específicamente franceses (y sobre todo el del laicismo). No obstante, la opinión de los dos editores arriba citados —confío en que movidos más por afán de servicio que por inconsciencia— era otra, y por eso les doy las gracias.

Por último, debo precisar que, aunque el título que aparece en la portada de este libro no es mío[1], así lo he recibido: como una suerte, como una «fortuna inesperada». Ya que no tengo por costumbre lanzar a la cara del lector palabras sobre cuyo significado no haya reflexionado previamente al menos un poco, aprovecho estas últimas líneas introductorias para hacerlo.

En este caso aubain no procede del término latino albus, blanco, de donde toma su

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