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Defender la vida
Por Jutta Burggraf
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Quien ama la vida, defiende la verdad. Pero esta debe imponerse por sí misma. La autora analiza qué actitudes deberían desarrollar quienes pretenden defender la vida: fortaleza y justicia… pero también humildad, saber escuchar, comprender y compadecer al otro.
Este volumen recoge también un relato autobiográfico de la autora y un breve ensayo sobre el celibato y el amor.
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Defender la vida - Jutta Burggraf
ÍNDICE
Portadilla
Índice
Nota del Editor
Sobre la personalidad de un «defensor de la vida»
Sorpresa en Müngersdorf
Celibato y amor
Créditos
NOTA DEL EDITOR
Jutta Burggraf falleció en noviembre de 2010.
Meses antes habíamos comentado con ella la posibilidad de publicar de nuevo en Rialp. Sabíamos que lo que procedía de su pluma, de su mente, despertaba un enorme interés entre los lectores. Accedió al proyecto con su entusiasmo habitual.
Poco tiempo después se hizo pública la noticia de su enfermedad, que evolucionó a gran velocidad, y no pudo llevar a cabo su proyecto.
Recogemos en este Breve de Rialp tres escritos suyos de procedencia diversa, con la intención de que sirvan de homenaje a esta gran pensadora y defensora de la vida y de la libertad.
SOBRE LA PERSONALIDAD
DE UN «DEFENSOR DE LA VIDA»
[1]
[1] Conferencia pronunciada el 6 de noviembre de 2009 en el IV Congreso Internacional Pro vida, celebrado en Zaragoza (España).
REFLEXIONES INTRODUCTORIAS
Recuerdo a una escritora alemana, Karin Struck. Fuimos amigas en la última época de su vida. Si ella no hubiera sufrido una muerte prematura (2006), seguramente estaría hoy entre nosotros, en este gran Congreso por la vida.
Durante muchos años, Karin fue una novelista famosa. En sus tiempos de universitaria, militó en el partido comunista; después, propagó el amor libre y la homosexualidad. Decidió vivir sola con sus cuatro hijos, sin marido ni novios.
Un día abortó a su quinto hijo. Aunque no practicaba ninguna religión y vivía ajena a los tradicionales códigos éticos, quedó profundamente asustada del acto que había cometido. Con su sensibilidad de artista, expresó su angustia en un libro titulado «Ich seh mein Kind im Traum» («Veo a mi hijo en los sueños», 1992).
A raíz de la publicación de ese libro, su vida cambió radicalmente. Las grandes editoriales le cerraron las puertas, y también las revistas importantes, la radio y la televisión rechazaron sus colaboraciones habituales. Karin quedó completamente marginada, eliminada de la mirada del gran público. Y tomó conciencia, cada vez más profunda, del grado de enfermedad de nuestras sociedades.
Fue una mujer radical y valiente. Cuando se dio cuenta de que estaba financiando indirectamente miles de abortos, por el mero hecho de pagar la seguridad social, se dio de baja en ella, junto con sus cuatro hijos. Pero pocas semanas más tarde, tuvo un accidente gravísimo con su hijo pequeño en el coche: tanto ella como el niño quedaron en coma, precisaban de varias intervenciones quirúrgicas y de largos períodos en el hospital. Desde el punto de vista de su situación económica, esto significaba que Karin había caído en la indigencia.
Sin embargo, ella no estaba sola. Los grupos pro vida —de Alemania, Suiza y Austria— y muchas personas singulares que la habían conocido a través de su libro contra el aborto formaron una red de ayuda para Karin. Le socorrieron tanto material, como espiritualmente; le dieron fuerza para replantear su vida desde los cimientos, y ánimo para salir adelante. En una de sus últimas cartas, Karin me contó: «Ahora limpio las casas de otras familias y, en algún momento, espero terminar mis estudios. Ya no soy famosa, ni quiero serlo. Por fin, estoy en paz».
Me gustaría que mirásemos juntos a estas personas que ayudaron a Karin. Le dieron la ayuda económica, tan necesaria en una situación precaria. Pero le regalaron mucho más: le transmitieron una nueva alegría, una nueva esperanza en su situación dolorosa. Se puede decir que despertaban y defendían su vida de un modo integral.
En lo que sigue, no me refiero, por tanto, a lo que digan los
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