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Sobreviviendo a la esclavitud
Sobreviviendo a la esclavitud
Sobreviviendo a la esclavitud
Libro electrónico607 páginas12 horas

Sobreviviendo a la esclavitud

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Durante los últimos setenta años del periodo colonial, la Corona española tuvo que enfrentar múltiples tensiones. En el Perú, esas dificultades incluían la flexibilización de las relaciones esclavistas y el temor de su disolución. Como resultado, se aplicaron algunas medidas favorables a la inclusión de los afrodescendientes, pues este grupo social configuraba el intrincado tramado social de la sociedad limeña. Asimismo, se establecieron otras medidas para controlar las prácticas sociales populares, la movilidad geográfica y la portación de armas. Ello fue motivado por el temor hacia los africanos y afrodescendientes que aprendieron a usar las instituciones, leyes y prácticas culturales. Lejos de la historiografía tradicional interesada en la resistencia violenta como el cimarronaje, los palenques y las rebeliones, Maribel Arrelucea aborda este escenario desde las prácticas cotidianas de los africanos y afrodescendientes esclavizados y libres, quienes encontraron formas de defender su humanidad, negociando su honor dentro de los marcos de la esclavitud y la sociedad en Lima a mediados del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. Así, lo cotidiano no se aprecia como un conjunto de anécdotas, sino, más bien, como el eje central que atravesó las experiencias esclavistas, relativizando el sistema a largo plazo. Al situar las experiencias cotidianas de los africanos y afrodescendientes en su contexto social, político, cultural y económico, la autora observa a los individuos en sus relaciones de clase, sus ideas, sus acciones y el impacto que generaron sobre las estructuras sociales. Por ello, se trata también de una historia social de los sectores populares de Lima (a los que los africanos y afrodescendientes pertenecieron), donde las diferencias legales propias de la esclavitud no impidieron las complejas relaciones sociales cotidianas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jun 2018
ISBN9789972516917
Sobreviviendo a la esclavitud

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    Vista previa del libro

    Sobreviviendo a la esclavitud - Maribel Arrelucea Barrantes

    arrelucea_falsalogo_IEP_2016

    Serie: Estudios Históricos, 75

    © IEP Instituto de Estudios Peruanos

    Horacio Urteaga 694, Lima 11

    Telf.: (51-1) 332-6194

    www.iep.org.pe

    ISBN (impreso): 978-9972-51-686-3

    ISBN (digital): 978-9972-51-691-7

    ISSN: 1019-4533

    Primera edición digital: Lima, mayo de 2018

    Corrección: María Delgado

    Asistente editorial: Yisleny López

    Diagramación : Silvana Lizarbe

    Carátula: Gino Becerra

    Cuidado de edición: Odín del Pozo

    Digitalizado y publicado por CreaLibros Perú

    logo_crealibros

    (51) 949-145-958 Lima, PE

    www.crealibros.com

    Prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro sin permiso

    del Instituto de Estudios Peruanos

    BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ

    Centro Bibliográfico Nacional

    305.5670985

    A77S

    Arrelucea, Maribel, 1971-

    Sobreviviendo a la esclavitud: negociación y honor en las prácticas cotidianas de los africanos y afrodescendientes: Lima, 1750-1820 / Maribel Arrelucea.-- 1a ed.-- Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2018 (Lima: Tarea Asociación Gráfica Educativa).

    439 p.: il., mapas; 21 cm.-- (Estudios históricos; 75)

    Bibliografía: p. [387]-439.

    Contenido: Esclavitud y orden colonial -- Esclavitud relativa, familia y honor -- Esclavitud y transformación del sistema esclavista.

    D.L. 2018-04947

    ISBN 978-9972-51-686-3

    1. Esclavos - Aspectos sociales - Perú - Lima - Época Colonial 2. Esclavitud - Perú - Lima - Época Colonial 3. Negros - Perú - Lima - Condiciones sociales - Época Colonial 4. Negros - Derechos civiles - Perú 5. Perú - Relaciones raciales I. Instituto de Estudios Peruanos (Lima) II. Título III. Serie

    BNP: 2018-091

    Todos por derecho somos de igual constitución

    Defensa de Paula Retén, limeña esclavizada identificada como ‘negra’

    AAL, Causas de Negros 1797, Leg. 24

    Índice

    orla

    Dedicatoria

    Agradecimientos

    Introducción. La esclavitud: problema histórico del presente

    PRIMERA PARTE. Esclavitud y orden colonial

    1. Estructuras demográficas y esclavitud

    La población esclavizada en el virreinato peruano

    La población esclavizada en Lima

    2. Sociedad, esclavitud y género

    El orden colonial: naciones, esclavizados y castas

    Esclavitud y diferencias de género

    SEGUNDA PARTE. Esclavitud relativa, familia y honor

    3. La esclavitud en Lima

    La esclavitud arcaica

    La esclavitud relativa

    4. Esclavitud, familia y matrimonio

    La familia de africanos y afrodescendientes esclavizados en una hacienda jesuita

    5. Honores esclavos

    Honor e injurias verticales

    Honor e injurias horizontales

    6. Esclavitud y movilidad social

    El ascenso social y el desorden

    Las reformas borbónicas y el reordenamiento social

    TERCERA PARTE. Esclavitud y transformación del sistema esclavista

    7. Esclavitud, pacto social y negociación

    Religiosos y cofrades

    Negociadores

    Litigantes

    8. En los límites del pacto social: esclavos infames

    Torpes, flojos y mentirosos

    Vagos

    Víctimas y seductoras

    Hechiceras y curanderos

    Ebrios y suicidas

    9. La ruptura del pacto social: deshonrados, delincuentes y peligrosos

    Asesinos y violentos

    Cimarrones

    Ladrones y bandoleros

    Palenqueros

    Rebeldes

    Reflexiones. ¿Para qué nos sirve otra historia de africanos y afrodescendientes?

    Bibliografía

    LISTA DE MAPAS Y PLANOS

    1. Lima, valles y haciendas

    2. Costa central: palenques

    3. Los palenques, cimarronaje y bandolerismo en Lima

    Plano 1. La ciudad de Lima

    LISTA DE CUADROS

    1. Población por regiones (Perú, 1791)

    2. Población de la ciudad de Lima (1791)

    3. Población esclavizada por género (Lima, 1791-1813)

    4. Población de Lima por castas y género (1791)

    5. Población libre y esclavizada. Parroquia Santa Ana (1795-1821)

    6. Oficios y jornales de esclavizados en Lima a fines del siglo XVIII

    7. Esclavitud, maternidad y familia. Hacienda Santa Beatriz, 1767

    8. Cimarronaje en Lima (1760-1820)

    9. Causalidad del cimarronaje en Lima (1760-1820)

    10. Tiempo de fuga de los cimarrones (1760-1820)

    11. Refugios usados por los cimarrones (1760-1820)

    12. Modalidades de supervivencia (1760-1820)

    13. Palenques en Lima (1760-1820)

    LISTA DE GRÁFICOS

    1. Población esclavizada por regiones (Perú, 1791)

    2. Distribución de la población en la costa central (Perú, 1791)

    3. Distribución de la población en la costa norte (Perú, 1791)

    4. Distribución de la población en la costa sur (Perú, 1791)

    5. Distribución de la población esclavizada en la sierra (Perú, 1791)

    6. Esclavizados de la hacienda Santa Beatriz, 1767

    7. Madres e hijos. Hacienda Santa Beatriz, 1767

    8. Esclavitud y movilidad social. Lima a fines del siglo XVIII

    LISTA DE SIGLAS Y ABREVIATURAS

    Las personas siempre llegan en el momento justo.

    A Marietta, porque me regala su ternura todos los días.

    A Jesús, porque esos cincuenta céntimos valen una fortuna para mí.

    Agradecimientos

    orla

    Este libro tiene su propia historia. Empezó en 1990, cuando escogí como tema de investigación la esclavitud africana en Lima colonial. Una parte de dicho estudio fue presentado en 1999 en la tesis de licenciatura que exploró las manifestaciones antiesclavistas en Lima. Como poseía muchísima información acerca de las esclavas, el profesor Alejandro Reyes, asesor de la tesis, en una conversación que sostuvimos, me sugirió estudiarlas. Escuché su sugerencia; pero necesité bastante tiempo para leer sobre la perspectiva de género (algunos trabajos especializados) y releer los documentos de archivo, los viajeros y otras fuentes. Años después, en el 2011, presenté la tesis de maestría, pero no la publiqué.

    Entre 2004 y 2008 tuve que dedicar buena parte de mi tiempo a problemas legales engorrosos también dolorosos, los cuales me quitaron el tiempo y la tranquilidad para publicar la tesis. Sin embargo, afronté el reto; me convertí en litigante; leí el Código Civil; aprendí todo sobre tenencia, régimen de visitas y violencia familiar y conocí el Poder Judicial por dentro, a sus jueces y fiscales llenos de prejuicios, las prácticas y el lenguaje.

    Por ello, mi primer agradecimiento es para la Dra. Ángela Torres, mi abogada, cuya valentía me sostuvo todo el tiempo. Me considero afortunada pues, en esos años de litigante, me acerqué a las mujeres del pasado, aquellas que se plantaron frente a las autoridades para defender sus derechos. En ese contexto escribí sobre las esclavas litigantes y su preocupación por mantener los lazos afectivos con sus hijos, esposos y otros parientes. Como ellas en su época, aprendí que a veces el triunfo real no queda escrito en una sentencia.

    En este periodo, además, leí otras historiografías latinoamericanas, regresé a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) como alumna del posgrado y disfruté de los cursos de Historia económica e Historia social dictados por Carlos Contreras y Jesús Cosamalón, respectivamente, y, en especial, sostuve un intenso diálogo con alumnos y colegas de diversas universidades peruanas y extranjeras.

    A lo largo de más de dos décadas, en diferentes momentos y sitios, algunos profesores, colegas, amigos y amigas me han regalado su tiempo y su cariño, también han compartido generosamente sus reflexiones, libros y documentos. Algunas personas me han sostenido con su confianza y afecto en esos años tan difíciles y ahora en los buenos tiempos; empero, también quiero recordar con cariño a otras personas por lo que significaron en algún momento de mi vida. Los mencionaré en orden alfabético para no herir susceptibilidades: Raúl Adanaqué, Carlos Aguirre, Alejandra Araya, Alberto Araya, Fernando Armas, Sempat Assadurian, Carmen Bernand, Ricardo Caro, Juan Castañeda, Rafael Castañeda, Teresa Contreras, Celia Cussen, Katiuska Huaringa, Leo Garófalo, Jessica González, Florencia Guzmán, Alejandro Málaga, María Emma Mannarelli, Luis Medina, Iván Millones, Manuel Miño, Jorge Moreno, Rachel O’Toole, Ernesto Pajares, Germán Peralta, Ángel Quintero, Alejandro Reyes, Luis Rocca, Humberto Rodríguez Pastor, Fred Rohner, Natalia Urra, Manuel Valladares, María Elisa Velázquez y Walter Vega. También quiero agradecer a los lectores anónimos por sus comentarios y sugerencias, en especial al último comentarista quien se hizo esperar, pero sus observaciones fueron fundamentales para ordenar el texto y reforzar las ideas centrales. Todo este tiempo ha sido un aprendizaje íntimo, personal y académico que me ha permitido replantear mi vida y, a la vez, algunos de mis enunciados iniciales en torno a las estructuras sociales propias del mundo colonial, la perspectiva de género, la familia, el honor en los sectores populares, la resistencia, entre otros aspectos. La vida, al igual que la escritura, es un constante aprendizaje.

    A los empleados del AGN y el AAL, Melecio Tineo, Yolanda Auqui y Laura Gutiérrez, en especial a Melecio y Yolanda, por tantas muestras de afecto; al arquitecto Irving Fuentes, por plasmar pacientemente en los planos y mapas lo que deseaba transmitir en el libro. A Yolanda Falcón, Claudia Juárez, Luz Huertas, Shila La Rosa, Diana Hidasca, Pedro Samamé, Oscar Reynoso, Milagros Huaytia, Bruni Rosalino, Oscar Chambi y Patricia Cuadra, por tanto afecto en las aulas sanmarquinas y con Marietta.

    Este texto también pretende establecer un diálogo con los activistas y afrodescendientes porque es fundamental entender históricamente a nuestros ancestros sin prejuicios ni anacronismos. Por ello, quiero agradecer las conversaciones, coincidencias y discrepancias con Lilia Mayorga, Oswaldo Bilbao, Newton Mori, Rocío Muñoz, Owan Lay, Juan Medrano Cotito, Nachi Bustamante y Ana Lucía Mosquera, también a mis queridos amigos del Museo Afroperuano y a las personas tan amables de Zaña, Cayaltí y Capote que tienen tanto que enseñarnos.

    Mi acercamiento historiográfico a los sectores populares y a los afrodescendientes nació a partir de mi propia experiencia familiar (con mi padre negando su paternidad y su negritud). En San Marcos descubrí que mi historia familiar se ensambla con miles de historias individuales que conforman la historia de los sectores populares o la historia desde abajo. Por ello, en este libro quiero recordar con gratitud a mi abuelito Alfredo Barrantes quien me dio mucho amor, el suficiente para endulzar mi infancia. A mi profesor Miguel Maticorena, por su cariño, confianza y enseñanzas en su fascinante casa de Ascisclo Villarán. Este texto salda una promesa que le hice hace mucho. Agradezco el cariño de mis hermanos, sobrinos y sobrinas, me encanta pensar que cada nueva generación avanza y eso nos compromete a ser mejores a los que asumimos el rol de tíos y tías mayores. En especial agradezco a mi madre por su disciplina y fortaleza, valores fundamentales en un mundo aplastante que pudimos transformar. A Jesús, por su paciencia para leer las diferentes versiones y las charlas en la intimidad de nuestra casa, siempre con un buen café. Y a mi hija Marietta por su alegría y su bella sonrisa, regalos invalorables que disfruto todos los días. Finalmente, quiero agradecer a mi padre Alejandro: hoy ya no estás en este mundo, sin embargo estás en estas páginas y en mi corazón. En paz.

    Introducción

    La esclavitud:

    problema histórico del presente

    orla

    En 1789 una mujer libre llamada Pascuala Carrasco, identificada como negra, se presentó ante el Tribunal Eclesiástico de Lima para denunciar que

    [e]l licenciado don Ignacio de Urquizo sin temor de Dios y faltando a sus obligaciones de su estado de sacerdote me mató a Antonio de Avendaño, mi hijo, negro criollo, poniéndolo en el cepo después de haberlo azotado muy cruel y sangrientamente donde lo tuvo sin curar hasta que murió en la demanda y para que yo no lo supiese lo enterró a deshoras trayéndolo en bulto, en un pedazo de jerga o frazada vieja a enterrar a la iglesia de La Merced sin que lo acompañara la cruz de la iglesia, todo a fin de que yo no lo supiese. (AAL, Causas de Negros 1789, Leg. 32, Exp. LX, fx. 1)

    Cuando leí la queja de Pascuala a inicios de la década de 1990 me conmoví profundamente, pues tal denuncia revela, de forma cruda, el sufrimiento de algunos africanos y afrodescendientes esclavizados. De hecho, la historiografía peruana y los activistas nos han transmitido historias parecidas que provocan intensas emociones al leerlas. Empero, en los archivos también leí sobre otros esclavizados que no parecían muy ansiosos por salir de los marcos esclavistas. Ahorraron para divertirse, vestirse bien, jugar a los dados, embriagarse y otras actividades; algunos incluso gastaron sumas de dinero suficientes para comprar su emancipación. Podríamos pensar que no valoraron la libertad o, tal vez, tuvieron sueños que no somos capaces de vislumbrar. También podría ser que hemos juzgado las decisiones de las personas del pasado con nuestra agenda política del presente.

    Durante mucho tiempo pensé que estas microhistorias no podían encajar en una sola narración porque parecían muy diferentes entre sí y, además, desconectadas del presente. No obstante, mientras examinaba otros documentos del pasado colonial, diversas denuncias sobre la violación de los derechos humanos sucedidos en nuestro país me permitieron entender de otro modo aquellas historias. En especial, me impactaron los casos de Angélica Mendoza y Gisela Ortiz.

    Mamá Angélica como se le conoce cariñosamente, fundó, en 1983, la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (Anfasep), después de la desaparición de su hijo Arquímedes Ascarza en el cuartel Los Cabitos de Ayacucho.1 Por su parte, Gisela Ortiz es hermana de Luis Enrique Ortiz, uno de los nueve estudiantes de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, asesinados por el Grupo Colina en 1992.2 Mamá Angélica fue una madre que buscó los huesos de su hijo Arquímedes, abandonados en algún lugar, sin nombre, sin derecho a una historia. ¿Quién puede permanecer indiferente ante el dolor de una anciana despojada de su hijo? Todos anhelamos un último lugar donde recordar a nuestros familiares y su paso por este mundo. La falta de una tumba nos condena al olvido. A Gisela la recuerdo defendiendo el honor de su hermano y los demás estudiantes asesinados ante la sospecha de ser terroristas. Su defensa caló profundamente en mí porque cualquiera de nosotros, aquellos que fuimos estudiantes de escasos recursos en las universidades nacionales, pudo terminar en una fosa, al borde de un camino desolado, por encarnar alguno de los estereotipos que guiaron ciegamente la violencia senderista y del Estado.3 Mamá Angélica y Gisela reclaman honor, una tumba y una historia para sus muertos.

    Estas historias del presente me permitieron entender la de Pascuala porque la esclavitud también deshumanizó a los que consideraron el otro. Sin embargo, en el pasado las personas negociaron su subsistencia dentro de las estructuras de dominio y, en ese proceso, las flexibilizaron, abrieron pequeños resquicios y facilitaron la existencia de las siguientes generaciones. En cambio, otras no lo lograron, se convirtieron en víctimas de diferentes tipos de injusticias; pero, sus familiares, tal como hizo Pascuala sin cansarse, reclamaron por el último símbolo de dignidad que podían defender: una tumba. Hoy ya no hay esclavitud; no obstante, las jerarquías de raza, clase y género se aplican aún para tratar a algunas personas como inferiores, tal como se manifiesta en las múltiples denuncias de discriminación presentadas en los últimos años.4

    Las conexiones entre estas mujeres y la historia del pasado, la del presente y la mía, me permitieron plantear el problema histórico de este libro: las prácticas cotidianas de los africanos y afrodescendientes esclavizados para defender su humanidad en Lima a mediados del siglo XVIII. Mi intención también es ver cómo, mediante estas prácticas, los africanos y afrodescendientes esclavizados negociaron dentro de los marcos de la esclavitud y la sociedad.

    Si bien hay numerosos artículos, tesis y libros,5 esta investigación toma especial atención a las propuestas de Christine Hünefeldt, Alberto Flores Galindo y Carlos Aguirre porque plantearon un debate de gran impacto en la historiografía posterior, iniciando así un boom historiográfico que transformó la historia de los esclavizados al tratarlos como sujetos históricos, personas con nombre propio y no como una masa, un sujeto colectivo sin rostro.6 En conjunto, los tres autores aportaron una interpretación sobre la esclavitud que sigue siendo más o menos predominante, la cual puede resumirse en dos grandes premisas. Primero, la esclavitud diferenciada en urbana y rural —importante en la costa y secundaria en la región andina—, la esclavitud urbana más flexible y con mayores oportunidades para los esclavizados y la rural más opresiva.7 Segundo, la agencia plena de los esclavizados para transformar la esclavitud, especialmente mediante acciones como el cimarronaje, el bandolerismo y los palenques, el uso del derecho y algunas formas violentas de lucha (motines, revueltas).8

    Con algunos matices, estas premisas siguen vigentes; no obstante, una relectura genera nuevas interrogantes. ¿Debemos seguir diferenciando la esclavitud en urbana y rural? ¿Los africanos y afrodescendientes fueron un colectivo uniforme y solidario? ¿Es posible ir más allá del enfoque de la resistencia? Así pues, este libro se suma a los debates historiográficos; pero, desde el enfoque de la negociación para responder cuáles fueron las prácticas cotidianas que permitieron a los africanos y afrodescendientes sobrevivir a la esclavitud en Lima durante la segunda mitad del siglo XVIII. 9

    En general, las prácticas cotidianas de los esclavizados no gozan del aprecio de los historiadores ni de los activistas, más interesados en la resistencia violenta como el cimarronaje, los palenques y las rebeliones. Una excepción fue José Pepe Luciano, quien reflexionó sobre otras prácticas como el sincretismo religioso, la influencia africana en la música y los bailes, la medicina y la comida. Según Luciano, estas prácticas fueron la opción de la mayoría de la población africana y afrodescendiente y propiciaron un gran impacto: [...] el mayor acto de resistencia del negro es haber impregnado con esto una grandiosa colaboración a la cultura de nuestro país. Su aporte cultural fue un aporte desde la resistencia que fue una acción colectiva e inorgánica realizada desde la cotidianidad, afectando, por tanto, el conjunto de la vida social (2012: 97) .

    En la década de 1980, Luciano fue uno de los pocos activistas que logró percibir los vínculos interétnicos en las prácticas cotidianas y su importancia en la construcción de la nación peruana. De hecho, estaba convencido de que el problema del negro, tal como se decía en esa época, no podía ser analizado en forma aislada. Para Luciano, la historia [...] tiene que ser comprendida también en su conexión con los otros grupos conformantes de nuestra sociedad. Esto es, debe ser entendida dentro del proceso de génesis, formación y desarrollo de las clases sociales y del Estado nacional en Latinoamérica (2012: 84).

    En las páginas siguientes, lo cotidiano no se aprecia como un conjunto de anécdotas, sino, más bien, como el eje central que atravesó las experiencias esclavistas, relativizando el sistema a largo plazo. Al situar las experiencias cotidianas de los africanos y afrodescendientes en su contexto social, político, cultural y económico, podremos observar a los individuos en sus relaciones de clase, sus ideas, sus acciones y el impacto sobre las estructuras sociales. Asimismo, resulta necesario aclarar que la preocupación central es el colectivo de africanos y afrodescendientes; pero, en contacto con los demás sectores sociales. Por ello, se trata de una historia social de los sectores populares de Lima (a los que los africanos y afrodescendientes pertenecieron), donde las diferencias legales propias de la esclavitud no impidieron las complejas relaciones sociales cotidianas.

    Durante el periodo colonial escogido —la segunda mitad del siglo XVIII— la Corona española tuvo que enfrentar múltiples tensiones. Como resultado, aplicó algunas medidas favorables a la inclusión de los afrodescendientes. En 1784 se promulgó, para todas las posesiones españolas, el Código Carolino o Código Negro, que reguló el trabajo, los delitos y las penas aplicables a los esclavizados. Aunque no llegó a aplicarse en el Perú, fue considerado como muy flexible y concesivo, inspirando varias reales cédulas posteriores (Aguirre 2005: 226). Otras medidas incluyeron beneficios para los afrodescendientes libres. Por ejemplo, en 1778 se organizaron milicias de pardos y mulatos, con derechos y grados militares asociados. Si bien el objetivo central de esta medida fue mejorar las defensas, permitió a los pardos y mulatos acceder, por derecho propio, a honores que no estaban disponibles para esclavizados, negros o zambos. Entre fines del siglo XVIII e inicios del XIX, las Gracias al sacar permitieron a algunos afrodescendientes adquirir el título de ‘don’ a pesar de su origen considerado infame.10 Como bien sugiere Andrews, en ese contexto la Corona no podía darse el lujo de rechazar a los afrodescendientes porque era un grupo social en expansión del cual obtenía apoyo militar y político (2007: 87).

    No obstante, las autoridades también dictaron otras medidas para controlar las prácticas sociales populares, la movilidad geográfica y la portación de armas. Por ejemplo, las normas para controlar a los sirvientes domésticos, la prohibición de reuniones en pulperías y esquinas, el juego por apuestas y la portación de armas y llaves maestras. Asimismo, se dictó la Pragmática Sanción, en 1776 para España y en 1778 para las colonias americanas. Dicha norma pretendió evitar los matrimonios desiguales, sin hacer referencia a las diferencias de castas; sin embargo, en América, las autoridades y padres de familia argumentaron frecuentemente en esos términos las disparidades entre los novios.11

    Esta política ambigua de la Corona se entiende desde dos dimensiones. En primer lugar, los objetivos generales de las reformas, tales como la defensa e incremento de las rentas reales, hicieron necesaria la incorporación de la numerosa población de castas libres en América; pero, por otro lado, no podían omitir los antiguos temores de perder el control sobre dicha población, percibida como desordenada, inmoral e incapaz de comportarse con decencia. En segundo lugar, las sociedades de América hispana, marcadas por la esclavitud y las relaciones sociales emanadas de ella, adaptaron las disposiciones de acuerdo con sus problemas y tensiones sociales. En el Perú, esas dificultades incluían la flexibilización de las relaciones esclavistas y el temor de su disolución. Tal temor se entiende si observamos que, a medida que los africanos y afrodescendientes aprendieron a usar las instituciones, leyes y prácticas culturales, la presión fue cada vez más organizada y eficiente.

    Para comprender cuáles fueron los nexos entre las prácticas cotidianas de los africanos y afrodescendientes y la relativización de la esclavitud limeña hay que entender la importancia de tales prácticas, las cuales fueron fundamentales para transformar las estructuras esclavistas, las acciones violentas, los tumultos, las rebeliones, el bandolerismo, los palenques y el cimarronaje. No obstante, a diferencia de las acciones violentas, las prácticas cotidianas fueron permanentes, tanto en coyunturas de tranquilidad como en las de mayor tensión social y política, por lo que comprometieron a la mayoría de africanos y afrodescendientes limeños. Fueron aplicadas de generación en generación (de allí su lentitud e invisibilidad) de modo muy efectivo, de tal manera que, a largo plazo, relativizaron las relaciones esclavistas desde adentro, con tanto o más éxito que las acciones violentas.

    Mi argumentación se basa en el análisis de documentos que evidencian diversas estrategias —el matrimonio, el ahorro, la familia, la lealtad esclava, el honor— desplegadas dentro de los marcos de la esclavitud. Los africanos y afrodescendientes trataron de casarse con residentes, mantener sus vínculos familiares y amicales, ahorraron, se liberaron, pertenecieron a cofradías y plantearon sus demandas en los tribunales. Otras estrategias implicaron una aceptación pública de la condición de esclavitud con el objetivo de ganarse la confianza, sobrevivir y conseguir mejoras en las condiciones de vida, logrando a largo plazo un estereotipo positivo. Gracias a esta aparente sumisión al sistema esclavista, posteriormente otros esclavizados encontraron ya instalados en el sistema los estereotipos positivos. En el siglo XVI no fue frecuente el reconocimiento de valores espirituales o morales en los africanos y sus descendientes. Empero, la Iglesia los incorporó de acuerdo con la evangelización y el plan de colonización de la Corona española, de tal manera que tempranamente algunos africanos y afrodescendientes, como San Martín de Porres y Úrsula de Jesús, construyeron una imagen de humildad, sacrificio, piedad y servicio totalmente aceptable en el contexto de las relaciones sociales del mundo colonial, logrando el reconocimiento público de sus virtudes. Las generaciones posteriores emplearon estos valores en sus prácticas cotidianas; se presentaron como trabajadores, leales, piadosos y buenos siervos para negociar con sus amos.

    A fines del siglo XVIII un sector de africanos y afrodescendientes se ubicó lentamente en la sociedad y adquirió mejores condiciones de vida, en el contexto de los cambios de la era borbónica, las transformaciones del espacio colonial y las necesidades internas de mantener la cada vez más escasa mano de obra esclavizada. Este nuevo sector, identificado en la época como de castas, entre los que destacaron músicos, pintores, médicos y jornaleros, reclamó y obtuvo honor usando estrategias desarrolladas a partir de sus prácticas cotidianas. Ello resulta evidente en el aumento del consumo de bienes considerados lujosos, la consolidación de su manumisión y la adquisición de nuevas identificaciones, tales como pardo y mulato, por ser consideradas menos lesivas al honor. Esos afrodescendientes limeños acumularon una serie de conocimientos sobre el funcionamiento de las instituciones y leyes, heredados familiarmente o por medio del contacto con otras personas que compartieron esos saberes. No en vano habían transcurrido más de dos siglos de relaciones esclavistas y aprendizaje desde abajo. Este contexto generó una suerte de pacto social en el que los esclavizados lograron equilibrar el sistema utilizando a su favor las reglas de la esclavitud, situación tolerada por las autoridades y amos ya que se sustentaba en la costumbre; sin percatarse que esas concesiones relativizaron el sistema esclavista de la capital peruana.

    Finalmente, este libro mostrará que, para algunos africanos y afrodescendientes esclavizados, la meta fue ganar algunos grados de honor, ascender social, individual y generacionalmente, y alcanzar el bienestar dentro de los marcos esclavistas. No todos los esclavizados quisieron romper con el sistema y ser libres. Sé que esta última afirmación puede ser tomada como una herejía, pero la documentación conservada en los archivos limeños permite ampliar nuestros conocimientos acerca de las complejidades de la esclavitud limeña. Ello explicaría, en parte, las evidentes limitaciones del cimarronaje, el bandolerismo y los palenques en Lima a fines del siglo XVIII. Tal vez, para algunos esclavizados fue menos riesgoso sobrevivir a la esclavitud aplicando diversas estrategias, aprendiendo del error y el acierto, tejiendo sus redes sociales dentro de la esclavitud y no fuera de ella. No se trata entonces de una anomia sociopolítica, tal como lo planteó Flores Galindo (1984: 181), fue más bien, un conjunto de diversas opciones de vida, inserción social y humanización, construidas y ganadas a partir de la continua negociación de los esclavizados.

    Para analizar las prácticas cotidianas que desarrollaron los africanos y afrodescendientes a fin de transformar el sistema esclavista de Lima durante la segunda mitad del siglo XVIII, es necesario discutir un corpus conceptual básico como las categorías sociales coloniales, las experiencias cotidianas, el pacto social y la negociación.

    Con respecto a las categorías sociales coloniales, resulta interesante comprobar que la mayor parte de los historiadores peruanos no ha discutido abiertamente un utillaje conceptual que permita entender la esclavitud como parte de las estructuras sociales. Los principales libros acerca del estudio de la esclavitud en la sociedad colonial aplican diversos conceptos como clase, casta y raza y, al mismo tiempo, fusionan otros como color de piel y condición legal.12 Al final, tenemos una confusa categorización donde todos los esclavos coloniales son identificados como de raza negra, lo cual consolida los prejuicios antes que combatirlos. Tal vez, esta confusión epistemológica provenga del mismo modelo esclavista implantado en la sociedad colonial tardía que no coincide con el modelo de plantación. A fines del siglo XVIII, las personas esclavizadas en Lima podían ser casi blancas o negras, de acuerdo con su color de piel, no necesariamente por su casta; también podían poseer bienes y desplazarse por la ciudad sin mayores restricciones. No siempre se podía distinguir a una persona esclavizada de una libre en el espacio público, incluso, un exesclavo también podía adquirir esclavos.

    El cuestionamiento a estas denominaciones coloniales en el Perú surgió en los colectivos activistas afrodescendientes quienes, en diferentes ocasiones, han criticado el uso de negro y esclavo porque inferiorizaron a esta colectividad en el pasado y consolidan estereotipos y prácticas discriminadoras en el presente.13 En la Conferencia de Durban, los activistas rechazaron el empleo de negro/esclavo reemplazándolos por el de esclavizado/afrodescendiente e incorporaron el término diáspora para entender la historia de la esclavitud en un contexto global.14 Estos términos han sido plenamente usados por los activistas afroperuanos en sus diferentes demandas ante el Estado; pero, lamentablemente, todavía no ha inspirado un debate epistemológico en la academia peruana.15

    En tal sentido, este libro cuestiona la vigencia del lenguaje colonial y la racialización de la sociedad. No empleo bozales y criollos porque identificaron a las personas por sus supuestas carencias de habilidades en el marco de la dominación colonial. Por ello, propongo percibir a los africanos y afrodescendientes como un colectivo social a partir de sus orígenes geográficos y ancestrales en común y la condición legal de esclavitud y libertad. Así, prefiero usar africanos y no bozales porque este último término fue sinónimo de torpeza e inferioridad. Asimismo, los descendientes de los africanos son afrodescendientes, no zambos, mulatos y otras denominaciones de castas, tal como fueron identificados por las autoridades, los intelectuales y los propietarios. Es necesario marcar un distanciamiento entre el lenguaje de época y el académico, el primero sirvió para dominar, jerarquizar e inferiorizar a los individuos; el segundo, en cambio, intenta comprender las complejas relaciones entre los individuos dentro de las estructuras sociales.

    De igual manera, este colectivo también debe ser entendido desde la condición legal de la esclavitud y la libertad sin aislarlos. Por ello, hay que tomar en cuenta las relaciones con los otros grupos sociales que, además, cruzaban las líneas de la esclavitud y la libertad. Para diferenciarlos por su condición legal empleo diversos términos (personas esclavizadas, trabajadores esclavizados, hombres esclavizados y mujeres esclavizadas), para remarcar que dicho grupo soportó la esclavitud en contra de su voluntad. Si bien el objetivo es estudiar las experiencias dentro de la esclavitud, mi enfoque incluye a los africanos y afrodescendientes libres porque formaron una colectividad con fuertes vínculos. Una familia podía estar compuesta por libres y esclavizados, en un mismo barrio podían convivir vecinos libres y esclavizados, de tal forma que no estaban separados unos de otros. Incluso, una persona liberada de la esclavitud podía, si tenía el dinero suficiente, esclavizar a otra. De ese modo, este colectivo social estuvo marcado por la experiencia de la esclavitud, no solo como esclavizados, sino también como propietarios esclavistas, incluso de personas cercanas como el cónyuge y los hijos.16

    Esta propuesta también aborda las diferencias surgidas a partir del prejuicio de color que funcionó como un marcador social, articulándose con otros para organizar el cuerpo social a partir de la jerarquización de los individuos. El color de la piel, que es una realidad visible, aparece vinculado con la casta en las fuentes históricas tales como censos, padrones, libros parroquiales y expedientes judiciales. A veces un individuo pasó por indio y después por mestizo; igualmente, un negro pidió ser identificado después como pardo, invocando el grado de oscuridad o claridad de la piel en consonancia con otros elementos. Ello sugiere que las denominaciones no solo fueron resultado de la imposición de las autoridades, sino también de las negociaciones, cambios y reacomodos entre amos, autoridades y esclavizados en contextos específicos que debemos tomar en cuenta.17

    Esta revisión pretende evitar tres trampas epistemológicas contenidas en las denominaciones de esclavos, bozales, criollos, negros, mulatos, zambos y otras más empleadas por la historiografía peruana. La primera trampa es el purismo. Sea por comodidad o falta de discusión teórica, los historiadores repetimos acríticamente las denominaciones de la época como si realmente hubiesen existido grupos sociales identificados a partir de una pigmentación de piel y rasgos sociales, culturales o económicos exclusivos. A veces, no somos conscientes de que tales calificativos fueron resultado de las jerarquizaciones cuyo objetivo fue la explotación y control social de seres humanos; al ser una construcción social, antes que una realidad biológica, los individuos negociaron su aplicación y reinterpretaron sus usos.

    La segunda trampa epistemológica está asociada con la primera. Al analizar por separado a los esclavizados y libres, bozales y criollos, mulatos y zambos, se fragmenta excesivamente el estudio de la sociedad, separando las prácticas cotidianas de estos grupos y perdiendo la riquísima interacción social, familiar y colectiva de los africanos y afrodescendientes. Debemos entender que los africanos y sus descendientes formaron un colectivo heterogéneo que, al ser estudiado a partir de sus prácticas cotidianas, revela acciones de solidaridad, negociación y conflicto.

    Por último, la tercera imagina a los africanos y afrodescendientes como un grupo aislado e inmóvil, encerrado en las haciendas, casas, panaderías o talleres, imposibilitados de cambiar sus condiciones de vida. Por las modalidades de trabajo y prácticas sociales, los esclavizados se desplazaron por la ciudad y sus extramuros, de tal manera que también formaron parte de los sectores populares y tomaron contacto con otros sectores de mayor prestigio social. Esta interacción social nos obliga a tomar en cuenta los intercambios culturales entre los africanos y afrodescendientes, indígenas y españoles que, finalmente, construyó la cultura colonial.

    Un segundo punto en la discusión conceptual es la incorporación de las experiencias cotidianas como categoría de análisis porque ofrece más posibilidades para analizar las tupidas relaciones sociales de los esclavizados, no solo con autoridades y amos, sino también con otras personas de los sectores populares y otros esclavizados. La experiencia como tal es un aspecto central en las investigaciones psicoanalíticas, filosóficas e históricas, especialmente en los estudios culturales y la historia de los sectores populares (Lacapra y Arijón 2006: 19). Si bien existen variados conceptos, en este libro las experiencias cotidianas son entendidas como las diversas formas de acumular conocimiento mediante ensayo y error, la observación y transmisión de datos dentro de una colectividad. Dichos conocimientos, consolidados en el tiempo, fueron transmitidos de manera generacional y construyeron una cultura, una memoria familiar y colectiva que, a su vez, ayudó a superar, en distintos grados, las limitaciones impuestas por la esclavitud.

    Ciertas prácticas individuales se pudieron transformar en colectivas gracias a su efectividad, el aprendizaje y repetición por parte de los sujetos. Por ejemplo, si un trabajador esclavizado ganaba una demanda para cambiar de amo con toda seguridad se convertía en un modelo a seguir para otros esclavizados. El empleo reiterado de un mismo argumento configuró una práctica social, tal como se puede apreciar en las demandas de cohabitación y venta fuera de la ciudad. Las acciones individuales, estudiadas a largo plazo, permiten apreciarlas como parte de una variedad de estrategias sincrónicas y diacrónicas, violentas y pacíficas que, en toda América, cuestionaron la esclavitud, la erosionaron y la transformaron en el trascurso del tiempo.

    Un último punto en la discusión conceptual es el uso de las categorías de pacto social y negociación. Nuestra fascinación, tanto de activistas como de historiadores, con los palenques, el bandolerismo, el cimarronaje y una que otra rebelión antiesclavista nos ha llevado a prestarle más atención al enfrentamiento y al conflicto; sin embargo, en la documentación también encontramos numerosos casos de acuerdos privados entre amos y esclavizados que permitieron una vida cotidiana más o menos llevadera dentro de la esclavitud. Esta realidad silenciada merece una reflexión histórica.

    Los planteamientos de Goffman (1994) resultan útiles para entender cómo algunos esclavizados representaron el papel que los amos esperaban al elaborar, cuidadosamente, una fachada de consenso en la que encarnaban valores muy apreciados; por ejemplo, la laboriosidad, la devoción, la lealtad, entre otros. Muchos aceptaron las condiciones esclavistas, cumplieron con su trabajo, obedecieron a un amo y esperaron ser retribuidos en su justa medida, de acuerdo con las leyes. El dominio esclavista no solo estuvo basado en la violencia y el control; también se creó un pacto social. Desde el momento en el cual una persona compraba a otra se originaba una relación regida por las leyes que establecían los derechos y deberes de ambas partes. A pesar del antagonismo obvio, fue necesario establecer el reconocimiento de los roles, uno como amo y el otro como esclavizado. No sabemos si alguna de las personas esclavizadas se resignó a su suerte; lo que sí se aprecia en la documentación es una performance social para sobrevivir con un mínimo de violencia dentro de los marcos esclavistas (1994: 20-21).

    En ese contexto, la negociación constituyó un proceso de continuas demandas y concesiones en el marco de las relaciones esclavistas que, con el tiempo, permitió solucionar los conflictos sin violencia. Así, los esclavizados comenzaron a pedir pequeños favores —visitar a los parientes, asistir a una fiesta, visitar a sus hijos, pernoctar fuera de la casa del amo, cambiar de oficio— que no estaban contemplados por la ley. Pero, para obtener el consentimiento de sus amos, los esclavizados desplegaron esfuerzos previos, por ejemplo ser obedientes y trabajadores, así pudieron disminuir la desconfianza y alcanzar sus requerimientos. La negociación y el consenso fueron fundamentales para reducir la violencia y vivir dentro de los marcos esclavistas.

    Ahora bien, enfocar el estudio de las prácticas cotidianas a partir de los conceptos de pacto social y negociación no implica idealizar las relaciones esclavistas en Lima y negar la búsqueda de libertad y autonomía; más bien enriquece nuestra mirada sobre los africanos y afrodescendientes porque incorpora otras estrategias que desplegaron de acuerdo con las circunstancias, sus habilidades personales, sus redes familiares y sociales, entre otros elementos. Tales tácticas son tan válidas como los palenques, el bandolerismo y el cimarronaje, en tanto permitieron sobrevivir a la esclavitud.

    Con respecto a las fuentes, la historiografía peruana ha empleado diversos documentos de archivo como los libros parroquiales, los notariales (cartas de compra y venta, libertad graciosa, inventarios y testamentos) y, especialmente, los expedientes criminales y eclesiásticos; asimismo, se conoce el punto de vista de los viajeros e intelectuales que reflexionaron sobre la esclavitud, la criminalidad, el mestizaje y el desorden social a fines del siglo XVIII. Sin embargo, estas fuentes pueden dar más información sobre las vidas de los africanos y afrodescendientes si las leemos con otras preguntas y criterios hermenéuticos.

    En el caso de los viajeros, sus memorias o descripciones de viajes nos ayudan a reconstruir la época, las relaciones sociales y la esclavitud aunque, como cualquier otra fuente histórica, también presentan controversias. Como bien notó Mörner, los viajeros ya tenían una idea acerca del país, sus costumbres y sus habitantes antes de venir (1992a: 212). A pesar del sesgo, los viajeros ofrecen diferentes perspectivas sustentadas en las diferencias culturales. Por ejemplo, lo que para un habitante de la ciudad era cotidiano y normal, para un extranjero era más bien exótico, sintiéndose obligado a preguntar y dar cuenta de lo que consideró anómalo de acuerdo con su experiencia. Todos los viajeros quedaron impactados por la esclavitud limeña, la consideraron muy relajada, casi dulce. Obviamente, estas opiniones surgieron por contraste de imágenes pues, antes de llegar al Perú, algunos ya habían conocido por medio de diversas fuentes el sistema esclavista en Brasil y en algunas islas del Caribe. También, antes de llegar a Lima, estuvieron en haciendas cañeras; por tal razón, un trabajador doméstico esclavizado les pareció mimado y consentido en comparación con los trabajadores esclavizados de haciendas o panaderías. Afinando la lectura, se pueden encontrar partes valiosas, por ejemplo, distinguieron a las personas esclavizadas de aristócratas, hacendados, chacareros, panaderos y gente común, dejándonos excelente información sobre las diferenciaciones en el interior de la esclavitud. En especial, Amédée Frezier, Tadeo Haënke (seudónimo Felipe Bauzá), Joseph Laporte y William Bennet Stevenson ofrecen una rica información sobre la vida social y la esclavitud ya que tuvieron tiempo para recorrer casonas y haciendas, mercados y plazas, iglesias e instituciones públicas. Particularmente, Haënke y Stevenson visitaron panaderías, haciendas, galpones y cofradías de esclavos; por ello, brindan una información que, contrastada con otras fuentes, resultan de un gran valor.18

    En este libro, los expedientes judiciales generados por la Real Audiencia y el Tribunal Eclesiástico constituyen la principal fuente histórica para reconstruir las prácticas cotidianas de las personas esclavizadas. Una primera lectura de este tipo de documentación nos muestra una sociedad altamente violenta en la cual los individuos considerados inferiores por la esclavitud, la pobreza, el género o la casta aparecen como delincuentes, ladrones, agresores, cimarrones, desertores, asesinos. Debemos entender que los procesos judiciales constituyeron la aplicación de lo que se consideró en esa época como delitos punibles, tales como vagancia, robo, bandolerismo, cimarronaje, rebeliones, etcétera, que ahora, desde nuestra perspectiva, son interpretados como prácticas de resistencia (Araya 1999: 55). Incluso hoy, algunos de estos delitos —la vagancia o la protesta— ni siquiera son considerados como tales. Una nueva lectura nos mostraría también a la misma gente como testigos, fiadores y denunciantes, desde la indignación por algo que consideraron injusto. Es más, no pocos propietarios exesclavizados fueron acusados de sevicia por sus esclavizados. A veces tenemos la ilusión de encontrar en el archivo a todas las personas que queremos estudiar cuando en realidad los documentos que consultamos dejan constancia de una minoría. La mayoría vivió al margen de la experiencia de asistir a un tribunal como acusado, testigo o demandante. Además, podemos tener la ilusión de leer todos los expedientes criminales pensando que estamos cubriendo toda la experiencia de la criminalidad cuando los archivos han pasado por incendios, traslados, desapariciones, robos y otras calamidades más que han mermado buena parte de la documentación. Podría parecer una perspectiva negativa, pero hay que tomar en cuenta que la documentación que consultamos hoy en día es una parte del pasado que nos acerca a los individuos con filtros, intencionalidades, sombras y distorsiones.

    Los expedientes criminales y civiles de la Real Audiencia de Lima contienen documentos elaborados por las autoridades como las denuncias, dictámenes de los fiscales y sentencias. Al momento de aplicar la hermenéutica, resulta complejo extraer opiniones, ideas y sentimientos de los sectores populares por el filtro de los agentes del poder como escribanos, jueces, fiscales y abogados que no permiten llegar a la voz de los acusados. Por ello, hace algún tiempo, los expedientes criminales fueron considerados controvertidos, especialmente entre los sectores populares y las mujeres, quienes disponían de escasos márgenes para hacer oír su voz y defenderse. Sin embargo, en los últimos años, algunos autores han remarcado más bien la importancia del afianzamiento de capacidades beligerantes de las mujeres y los esclavos que litigaron en los tribunales.19

    Las demandas presentadas ante el Tribunal Eclesiástico constituyen expedientes mucho más valiosos para la reconstrucción de las biografías de africanos y sus descendientes. Estas fueron elaboradas con menos formulismos jurídicos. En el Tribunal Eclesiástico no era obligatorio usar papel sellado ni los servicios de un abogado para presentar las demandas, con lo cual los litigantes se ahorraron un significativo monto de dinero. La ausencia de citas textuales de jurisprudencia, el lenguaje informal y el tipo de letra sugiere que los africanos y afrodescendientes dependieron menos de los abogados y que manejaban conocimientos legales prácticos. También debemos considerar que la lectoescritura no fue imprescindible para litigar debido a que contaron y compartieron la amplia experiencia de amigos y parientes. En muchos expedientes emplearon, a manera de antecedente jurídico, la experiencia de amigos y parientes, lo cual prueba que los conocimientos, derechos, leyes y estrategias se transmitieron entre diversos grupos, presentando así demandas más elaboradas. Con estas consideraciones, es posible distinguir la voz de los africanos y afrodescendientes en las demandas, contestaciones y declaraciones de testigos, las cuales nos revelan un rico material a partir de sus discursos legales. Además, es importante analizar sus

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