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Inesperada tentación
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Libro electrónico123 páginas1 hora

Inesperada tentación

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A Mitchell Rath le encantaban los desafíos. Hacerse con empresas en peligro de quiebra lo había convertido en un hombre rico y poderoso. Aunque había una compañía que se le escapaba: la de Elaine Stuben...
Un hombre de negocios tan testarudo como él no tenía tiempo para la diversión, y mucho menos para sentimentalismos. Pero cuando llegó a la empresa de Elaine, su duro corazón empezó a sentir unas punzadas de compasión que no le hicieron ninguna gracia... Y aún peor, cuando estaba frente a ella, su frialdad y su carácter reservado se convertían en calor abrasador...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 ene 2015
ISBN9788468760667
Inesperada tentación
Autor

Renee Roszel

Renee is married. To a guy. An Engineer. When they were first married Renee asked her hubby how much he loved her, and he said, "50 board feet." Renee tells us she was in heaven. She assumed '50 board feet' was something akin to 50 light years - you know, the length of time it would take a board to travel to the sun or something - times 50. Okay, so Renee admits she's no math whiz. It took a lot of years before she found out 50 board feet actually meant 50 feet of board. She confronted her husband with this knowledge, demanding, "You mean, when we were first married, and you were at your most passionate, most adoring, that was all you could come up with - You loved me 50 board feet?" But Renee admits it was her own fault. When she was dating, she specifically looked for a man who was good in math. She was so lousy at it, she had a horror of ever having to help children of her own with their arithmetic. So, once a man she dated let it slip that he couldn't multiply in his head, it was goodbye Sailor! If you want to know how Renee's 'looking-for-Mr.-Sliderule' worked out, well, by the time her children were fifth graders, they were better in math than either she or her husband. Besides that, they also spelled better. As it turned out, by marrying a smart man, Renee says she got an unexpected bonus! Smart kids! Who'da thought? You may have already discovered one reason Renee loves writing romances. Yes, she can make up dialogue for the hero that bears no resemblance at all to 'I love you 50 board feet, darling.' Another reason Renee says she loves writing romances is because they're feel-good books. They help women find better, stronger paths in life. Renee says even she has become stronger due to writing spunky heroines. Once, when she was being belittled for what she wrote, she was preparing to be defensive, backing away flinching, when suddenly, in her mind, she screamed at herself, Good grief, Renee, your heroine wouldn't be cringing and cowering like this! So she stood up to the woman who was disparaging her, telling her what she really thought. Interestingly, instead of getting a scowling dressing-down, the disparager blinked, stuttered and disappeared into the crowd. Ah, power! The power of having the courage of our convictions. Renee firmly believes that's what romance novels help us find - those of us who read them, as well as those of us who write them. So now you know who Renee Roszel is and why she loves what she does. Oh, one other thing - Renee adds, "I love you 50 board feet...." With over eight and a half million book sales worldwide, Renee Roszel has been writing for Mills & Boon and Silhouette since 1983. She has over 30 published novels to her credit. Renee's books have been published in foreign languages in far-flung countries ranging from Poland to New Zealand, Germany to Turkey, Japan to Brazil. Renee loves to hear from her readers. Visit her web site at: www.ReneeRoszel.com or write to her at: renee@webzone.net or send snail mail to: P.O. Box 700154 Tulsa, OK 74170

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    Inesperada tentación - Renee Roszel

    Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2002 Renee Roszel Wilson

    © 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

    Inesperada tentación, n.º 1722 - enero 2015

    Título original: The Tycoon’s Temptation

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Publicada en español en 2002

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-6066-7

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Publicidad

    Capítulo 1

    El príncipe de los ladrones le había robado su casa y no había nada en absoluto que pudiera hacer. Distraída de sus furiosos pensamientos por un golpecito en el hombro, Elaine apagó la aspiradora.

    —Dime, tía Claire.

    La mujer se secó las manos en los vaqueros para atusar un mechón de pelo gris que se había escapado de su estrafalario moño.

    —Hora de cenar, cariño. Descansa un poco. Llevas trabajando desde las seis de la mañana… —cuando Elaine iba a protestar, Claire levantó una mano—. Tienes dos semanas para irte de este mausoleo. No hace falta que te mates limpiándolo precisamente hoy —añadió, sacando un pañuelo del bolsillo de la camisa para limpiarle la cara a su sobrina—. ¿Cómo te has manchado de ceniza pasando la aspiradora?

    Elaine intentó sonreír, pero el esfuerzo fue en vano. La mujer que la había criado solo intentaba animarla, como si entregarle aquella mansión a un pirata no fuera peor que un paseo por el parque.

    Desgraciadamente, considerando la horrible posición en que se encontraba, ni el mejor cómico del mundo podría haberla hecho reír en aquel momento.

    Estaba en la ruina, había perdido su negocio, todos sus ahorros y los ahorros de su tía Claire. Incluso aquella mansión, que había sido de la familia de su marido durante generaciones. Por no mencionar la trágica muerte de Guy… y su sentimiento de culpa. Desde luego, no tenía razones para sonreír.

    Intentando deshacer el nudo que tenía en la garganta, Elaine se colocó el pañuelo que llevaba en la cabeza.

    —Es que he estado limpiando la chimenea del dormitorio principal.

    —¿Con la cara? —bromeó Claire.

    —Por favor, tía…

    —Deja que te limpie, tonta.

    A los veintisiete años nadie debería limpiarle la cara como si fuera una niña, pero una cosa era cierta: tenía que comer. No había probado bocado en todo el día.

    —Vamos a hacer unos bocadillos y…

    El golpe de la aldaba de bronce resonó en toda la casa, rebotando por las altas paredes hasta el cuarto de estar, donde estaban en aquel momento.

    —Debe de ser Harry, con los cordones que le he pedido —dijo Claire, señalando sus viejas botas de montaña—. Estos están tan viejos que ya no puedo atármelas.

    El amplio vestíbulo, con pulidos suelos de madera y cortinas de terciopelo granate, era majestuoso. En el techo, un candelabro de cristal francés del siglo XIX brillaba con los colores del arco iris bajo el último sol del atardecer que entraba por el ventanal.

    A pesar de haber vivido allí durante un año, a Elaine seguía impresionándola aquella mezcla de arte barroco y rococó. Con sus trampantojos, paredes pintadas a mano, alfombras persas y antiguos tapices, la mansión de la familia Stuben era una obra maestra del eclecticismo.

    Pero en aquel momento, pertenecía a sus acreedores. Por enésima vez, el sentimiento de culpa le encogió el corazón.

    —Abre la puerta, Elaine. Yo voy a la cocina —dijo su tía—. Y dale a Harry los cincuenta céntimos que le prometí de propina por hacer el recado. Quiere comprarse una bicicleta nueva.

    —Y, a este paso, podrá comprarse una bicicleta antes de que yo pueda comprarme un par de zapatos nuevos —murmuró ella para sí misma.

    Pero Harry era un buen chico. Pelirrojo, con un diente roto y los vaqueros gastados en las rodillas, era un crío encantador. Le había dado mucha pena tener que despedir a su madre, empleada de la casa hasta unas semanas antes. Afortunadamente, enseguida consiguió trabajo en un supermercado cercano.

    Elaine sacó dos monedas del bolsillo de los vaqueros mientras abría la enorme puerta de roble.

    —Toma, cielo. Y gracias por…

    Pero no terminó la frase. En lugar de un niño de doce años, lo que había frente a ella era un torso masculino.

    El extraño llevaba un caro abrigo negro de cachemir. Era muy alto, más de metro ochenta y cinco, y ocupaba casi todo el marco de la puerta. Aunque Elaine medía un metro setenta y seis y no era en absoluto anoréxica, se sintió diminuta y peculiarmente frágil.

    Durante un segundo, antes de verle la cara, le pareció estar ante una fortaleza de piedra. Extraño pensamiento, se dijo, levantando la mirada.

    El hombre tenía los ojos de un azul profundo, como el cielo al atardecer. Parecían fríos, pero habría podido jurar que brillaba un fuego en su interior. Sin embargo, tenía una actitud distante, incluso un poco amenazadora. Esa reserva, esa cualidad autoritaria la intimidó.

    Él esbozó una sonrisa y empezó a quitarse los guantes de cuero negro mientras Elaine lo observaba, como en trance.

    Por fin, los guardó en el bolsillo del abrigo y levantó una mano.

    —De nada —dijo, tomando las monedas, que tiró al aire y recuperó después en la palma de la mano, sin dejar de sonreír—. La gente no suele recibirme con tanta amabilidad.

    Tenía voz de barítono, un poco ronca y muy masculina. Y Elaine tuvo que hacer un esfuerzo para espabilarse.

    Entonces se dio cuenta de dos cosas: la primera, que estaba riéndose de ella. La segunda, que acababa de meterse los cincuenta céntimos en el bolsillo.

    Además del caro abrigo, llevaba un traje gris oscuro y zapatos hechos a mano, como los que solía llevar su difunto marido. Elaine sabía algo de moda masculina y sabía, por ejemplo, que aquella corbata de seda marrón y beige costaba más de quinientos dólares.

    Las facciones del extraño eran elegantes y atractivas. Su pelo, muy oscuro, estaba bien cortado. Parecía un alto ejecutivo… quizá un antiguo compañero de Harvard de su marido. Pero si había ido para darle el pésame llegaba seis meses tarde.

    Tenía la impresión de que era un hombre que no sonreía a menudo. Y, a pesar del frío que hacía en Chicago en el mes de enero y de la nieve que se acumulaba en el jardín, a Elaine se le aceleró el corazón al ver que, de nuevo, esbozaba una sonrisa.

    Confusa, se aclaró la garganta.

    —¿Qué desea?

    —Quiero ver a la propietaria de la casa.

    Parecía haberla confundido con una criada, y Elaine se lo tomó como un insulto. Pero con vaqueros, zapatillas de deporte y un jersey azul de cuello alto, la verdad era que no parecía la propietaria de una mansión.

    Molesta, se estiró todo lo que pudo.

    —Dígame lo que desea.

    —Se lo diré… a la propietaria de la casa.

    Ella apretó los labios, furiosa.

    —Pues no puede verla. La señora Stuben es una mujer muy ocupada.

    No solía ser grosera con nadie y tampoco estaba acostumbrada a mentir, pero aquel hombre la ponía nerviosa.

    Quizá lo acontecido desde su desgraciada boda un año antes empezaba a hacer mella

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