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La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social
La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social
La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social
Libro electrónico531 páginas7 horas

La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social

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El autor estudia el tema de la responsabilidad penal en Los minutos negros de Martín Solares; el desengaño de la revolución y el olvido en Verano rojo, de Daniel Quirós; la literatura sobre el horror en Bioy, de Diego Trelles Paz; la revisión de las labores de la policía en Brasil en Elite de tropa, de Luis Eduardo Soares; el poder de la prensa en Argentina en Crímenes apropiados, de Fabio Lezcano, y la vigencia del MIR en Chile en Las manos al fuego, de José Gai Hernández. Estas novelas anticipan otro modo de organización social, donde tiende a desaparecer la figura del Estado sancionador.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 ago 2017
ISBN9789586654494
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    La novela de crímenes en América Latina - Gustavo Forero Quintero

    La novela de crímenes en América Latina:

    un espacio de anomia social

    BIBLIOTECA UNIVERSITARIA

    Ciencias Sociales y Humanidades

    COLECCIÓN ESPACIOS

    Estudios Literarios

    La novela de crímenes en América Latina:

    un espacio de anomia social

    Gustavo Forero Quintero

    Forero Quintero, Gustavo

    La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social / Gustavo Forero Quintero. – Bogotá: Siglo del Hombre Editores: Universidad de Antioquia: Fundación Universidad de Antioquia: Grupo de Estudios Literarios, GEL: Medellín Negro, 2017.

    344 páginas; 24 cm. – (Temas para el diálogo y el debate)

    Incluye bibliografías.

    1. Novela latinoamericana 2. Novela negra - Historia y crítica 3. Narrativa - Historia y crítica 4. Anomia 5. Crimen en la literatura I. Tít. II. Serie.

    868.9983 cd 21 ed.

    A1578190

    CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis-Ángel Arango

    © Gustavo Forero Quintero

    Primera edición, 2017

    © Siglo del Hombre Editores

    http://libreriasiglo.com

    © Universidad de Antioquia

    www.udea.edu.co

    © Fundación Universidad de Antioquia

    www.fundacionudea.com

    © Grupo de Estudios Literarios

    www.udea.edu.co/portal/udea/web/inicio/investigacion/grupos-investigacion/humanidades/estudios-literarios

    © Medellín Negro

    congresoliterioudea.blogspot.com.co

    Carátula

    Amarilys Quintero

    Armada electrónica

    Precolombi EU, David Reyes

    ISBN: 978-958-665-448-7

    ISBN EPUB: 978-958-665-449-4

    ISBN PDF: 978-958-665-450-0

    Desarrollo ePub

    Lápiz Blanco S.A.S.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

    RECONOCIMIENTOS

    Este trabajo, La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social, constituye la segunda parte de un macroproyecto de investigación titulado La anomia en la novela de crímenes, que a partir de la noción sociológica y jurídica toma como centro de estudio lo que he denominado la novela de crímenes, y tiene como propósito establecer el sentido del crimen en las novelas contemporáneas, tomando como base tal expresión literaria. Fue financiado por la Universidad de Antioquia a través del Comité para el Desarrollo de la Investigación, CODI, y del propio grupo de investigación Estudios Literarios, GEL, a través de la línea Novela de crímenes que dirige el autor. También, fue posible gracias al apoyo del Programa de la Estrategia de Sostenibilidad del GEL, 2014-2015, y de la Fundación Universidad de Antioquia. El 6 de diciembre de 2016, el proyecto de investigación, La anomia en la novela de crímenes en América Latina, que dio origen a este libro obtuvo el premio de Fomento a la Investigación Alcaldía de Medellín 2016. Este reconocimiento se otorgó a las investigaciones individuales o colectivas concluidas entre el 22 de septiembre de 2015 y el 22 de septiembre de 2016 que representaran un aporte para el mejoramiento de la calidad de vida en la ciudad de Medellín, destacando su componente de innovación y su impacto social, científico y tecnológico.

    La presente publicación enriquece, además, el subproyecto Medellín Negro, de la Universidad de Antioquia, que toma como eje articulador la novela de crímenes y tiene como propósito fortalecer un espacio de discusión interdisciplinaria en torno al significado del crimen en las sociedades contemporáneas. En tal virtud, desde 2010 se realiza cada año el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro en el marco de la Fiesta del ­Libro y la Cultura de la ciudad, garantía para su difusión mundial. Este proyecto pretende, ­además, consolidar la Red Internacional de Eventos Negros, RIEN, vinculando el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro con certámenes semejantes de todo el mundo, para que, desde la ciudad, se establezcan lazos entre académicos, escritores, investigadores, grupos de investigación y, en general, personas o entidades dedicadas o interesadas en el estudio de la narración literaria de crímenes.

    La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social se suma así a las publicaciones anteriores del proyecto Medellín Negro: La anomia en la novela de crímenes en Colombia (2012), Premio a la Investigación Universidad de Antioquia 2014; Crimen y control social. Enfoques desde la literatura (2012); Trece formas de entender la novela negra. La voz de los creadores y la crítica literaria (2012); Novela negra y otros crímenes. La visión de escritores y críticos (2013); Víctimas, novela y realidad del crimen (2014); Fronteras del crimen. Globalización y literatura (2015) y Memoria de crímenes. Literatura, medios audiovisuales y testimonios (2017); todos ellos derivados de los Congresos Internacionales de Literatura Medellín Negro, que se han realizado ininterrumpidamente desde 2010, de los cuales he sido editor académico. La consolidación de esta colección de reflexión teórica sobre el género marcha al mismo ritmo que la serie de relatos y novelas Medellín Negro que dirijo, que cuenta con los relatos: Los cautivos del Fuerte Apache y Año Nuevo (2012), de Julio Alberto Balcázar Centeno e Inés Lucía Blackie, respectivamente; Después de Isabel, el infierno y ¿Alguien ha visto el entierro de un chino? (2012), de Emilio Restrepo. Y con las novelas: Desa­parición (2012), de mi autoría; Aves hambrientas (2013), de Luis Alejandro Vinatea Arana, Premio del Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro 2013; Finales para Aluna (2013), de Selnich Vivas; Toda la ceguera del mundo (2014), de Néstor Ponce; La ropa del muerto (2014), de Fabio J. Lannutti, y Resnik, de Pablo Yoiris (2015), ganadoras de la cuarta y quinta versión del Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro; lista a la que se suman las novelas El tren de la ausencia (2016), de Joaquín Guerrero-Casasola y Gómez, y Xerira: la doble espiral, de Francisco José Restrepo Vargas, premiadas en los Concursos de Novela de Crímenes Medellín Negro 2016 y 2017.

    Agradezco a las personas que de una u otra manera colaboraron en este proyecto: a Mallory Craig-Kuhn, estudiante de Maestría en Literatura en formación. Su apoyo le permitió adelantar sus propias pesquisas en el tema. Su investigación (próxima a publicarse), "Hibridación genérica: el Wild West en la obra de Leonardo Oyola", de la cual fui director, obtuvo la calificación Sobresaliente por parte de la Universidad de Antioquia, y su traducción al inglés de mi trabajo sobre la novela de crímenes en América Latina, publicado en Revista Taller de Letras (2015), son frutos encomiables de esta colaboración. Asimismo agradezco a Denilson Lima Santos, estudiante de doctorado en Literatura de la Universidad de Antioquia en formación, y a Washington Pereira de Oliveira y Polyanna Lobo, estudiantes brasileños de la Universidade Federal de Minas Gerais en intercambio del pregrado en Letras: Filología Hispánica, sobre todo por su apoyo durante la recopilación de fuentes para el capítulo de la novela brasilera de crímenes. Pereira de Oliveira apoyó, además, la traducción al portugués de mi trabajo sobre la novela Agosto, de Rubem Fonseca, publicado en la Revista de Letras de la Universidad Católica de Brasilia (2015).

    Agradezco igualmente a Sofía Zuluaga Vivas y a Juan Esteban Mejía Upegui, estudiantes de la maestría en Derecho en formación, del Programa de la Estrategia de Sostenibilidad del GEL, 2013-2014. Su apoyo en la investigación les permitió además contar con herramientas para su trabajo en el campo del derecho. La primera presentó ante las autoridades pertinentes su trabajo El poder constituyente, algunas implicaciones desde la pragmática (2016), que obtuvo la distinción Meritoria; y el segundo, con El acceso a la información de las empresas del Estado. ¿Una carrera de obstáculos? (2015), también obtuvo distinción Meritoria en la Universidad.

    A Rubelio López, Juan Esteban Arango, Alexander Arboleda y Alba Sánchez, ahora Filólogos Hispanistas de la Universidad de Antioquia, les ofrezco también mi reconocimiento. Su ayuda permitió apuntalar el corpus de estudio y, además, en desarrollo de este trabajo común, bajo mi dirección, Arango y Arboleda adelantaron su propio trabajo de investigación y obtuvieron altas calificaciones con La memoria histórica en dos novelas de crímenes contemporáneas: una construcción problemática que no trae reconciliación y "El capítulo de Ferneli, de Hugo Chaparro Valderrama: una manifestación de vanguardia tardía en Colombia", respectivamente.

    A Zairo Anillo Martínez le agradezco su apoyo en la recopilación de fuentes secundarias. Su trabajo de maestría, "Análisis comparativo del compromiso político en la novela de crímenes: Plegarias nocturnas, de Santiago Gamboa, y La sirvienta y el luchador, de Castellanos Moya" (2014), tesis de la cual fui director, obtuvo también la distinción Meritoria en la Universidad de Antioquia.

    A Camilo Cerpa de La Puente le agradezco su acompañamiento en la corrección de este texto. Su ayuda y apoyo desde 2012 al proyecto Medellín Negro ha sido de suma importancia.

    Expreso también mi reconocimiento a todas las personas que en distintos contextos han alimentado estas reflexiones críticas sobre la novela del continente latinoamericano: a los escritores mismos que me han apoyado; a los estudiantes de los distintos seminarios en donde se ha profundizado el tema; a los asistentes de eventos de socialización de resultados de investigación en los diferentes espacios; a las personas que me acompañaron en la administración de la Universidad; a quienes me han colaborado desde sus propias investigaciones y, en general, a aquellos que por razones de extensión no puedo nombrar particularmente. A todos ellos, muchas gracias. Sin su ayuda no hubiera sido posible la culminación de este texto.

    A mi esposa, Ángela María Ramírez Zapata, magíster en Literatura por la Universidad de Salamanca, manifiesto toda mi gratitud por su cuidadosa revisión de este texto. Su devoción y amor constantes son el motor de mi vida.

    INTRODUCCIÓN

    La novela de crímenes tiene sus orígenes en la novela negra, llamada inicialmente novela detectivesca o policial. En esta, el trabajo metódico de un detective —que fungía como restaurador del equilibrio fundamental de la sociedad— conducía a la sanción al criminal y restablecía el orden. La confianza en la razón como herramienta fiable para el esclarecimiento de los hechos y en la justicia del Estado como ente regulador de las relaciones sociales servía así como distractor frente a la incertidumbre provocada por una revolución industrial, que amenazaba sistematizarlo todo, y luego por el capitalismo, que le daba primacía a la producción y sus rentas sobre los derechos del individuo. El nacimiento del género se asoció con los movimientos sociales que le dieron carta de naturalización a la idea de libertad individual (piedra angular de las repúblicas del siglo XIX que se consolidaron en el XX), que sin duda, poco a poco, se ha venido cuestionando o por lo menos cambiado de contenido.

    La relación entre la novela negra y el Estado de derecho fue estudiada, entre otros, por Bogomil Rainov (1919-2007) y Roman Gubern (1934). El primero hablaba de novela de delito, así, en singular, y señalaba que en esta clase de literatura, burguesa e individualista, propia del capitalismo, el crimen era el tema básico al cual se subordinaban los demás; el segundo —que conservaba el concepto general de literatura burguesa donde se ubica la novela criminal— incluyó en tal clasificación nombres como los de Edgar Allan Poe (1809-1849), Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), Sergei M. Eisenstein (1898-1940) y Thomas Narcejac (1908-1998), quienes representan un género determinado por un crimen que irrumpe en sociedades industriales organizadas y productivas.

    Para Siegfried Kracauer (1889-1966) (Der Detektive-Roman. Ein Philosophischer Traktat, de 1922), el detective encarnaba la ratio, esto es, el pensamiento que oscila libremente en el vacío, que solo se refiere a su vacío profano (81). Derivada de la Ilustración, esta ratio reducía a su campo de acción el paradigma de la modernidad capitalista y la lógica liberal que suponía el crimen y su consecuente sanción. En este orden de ideas, la primera novela negra se explicó como una representación más de esa razón globalizante que permitía llegar a una resolución lógica del asunto criminal, sobre todo en términos de un orden liberal que impartía justicia a quien se alejaba de sus máximas. El célebre detective Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle (1859-1930) ilustraba, para el caso, la inteligencia que, a partir de la reconstrucción metódica de hechos, salvaguardaba el sistema; y Poirot y Mrs. Mapple, los más reconocidos investigadores de Agatha Christie (1890-1976), aseguraban el imperio de la infalible ratio al usarla como herramienta de análisis de la supuesta naturaleza humana. Usted creyó en mi inocencia. Creo que me gustaría casarme con usted (190), dice Jack Argyle al final de Ordeal by Innocence (1958), sintetizando la disposición de la lógica y la efectividad del sistema legal, en armonía con los sentimientos humanos más transparentes; todo en un presunto orden intrínseco que era en realidad el orden del mundo burgués.

    Tras la Gran Depresión económica del decenio de 1930 en Estados Unidos, la novela negra se transforma en novela urbana y denuncia, ante todo, el sistema liberal fracturado por la corrupción. El reconocimiento de los efectos letales del capitalismo y de su responsabilidad en el deterioro de las relaciones sociales desplazó la resolución intelectual de los crímenes hacia la labor de detectives autónomos, al margen de las instituciones estatales, que con su trabajo garantizaban el triunfo particular sobre la ilegalidad. Todo en el campo homogéneo de la confianza en un orden. La concentración de capitales, junto con una desmedida producción de bienes sin mercado, llevó en octubre de 1929 a la caída de la bolsa de Nueva York, centro económico y financiero del globo. Cayeron la renta nacional, los ingresos fiscales, los empleos y los precios, y, por ende, los préstamos a países europeos con economías devastadas por la guerra, afectándose con ello no solo la sociedad norteamericana, sino el capitalismo mismo. Para su rescate se promovió un modelo más social, en el que el Estado lideraba la economía, en contra de la lógica del mercado. Se salvó entonces el sistema, pero se trasladó al Estado la corrupción asociada al individualismo y la competencia, favoreciendo la proliferación de crímenes, incluidos los de Estado y los denominados White-Collar Crime. Esto propició el surgimiento de una novela cada vez más anómica (que narra realidades por fuera de la legalidad), que reemplaza la idea del delito como irruptor excepcional del orden social.

    Exponentes de la novela de tal periodo son Dashiell Hammett (1894-1961), Raymond Chandler (1888-1959), Vera Caspary (1899-1987), James Hadley Chase (1906-1985), George Simenon (1903-1989), Patricia Highsmith (1921-1995) o David Goodis (1917-1967), quienes llevaron hasta sus límites el modelo. No obstante su minuciosa disección de la anomia de la sociedad moderna, estos escritores conservan esa confianza, que es la confianza misma en la ratio occidental, pues ellos mantienen la idea del restablecimiento posible de un orden y la presunta eficacia de un aparato represivo del Estado que se delinea de las más diversas maneras. La idea de una sanción que limita las conductas y reprime a los individuos culpables de atentar contra el orden se encuentra, por ejemplo, en El cartero llama dos veces (1934), de James M. Cain (1892-1977), donde el criminal, Frank Chambers, expone su visión del sistema:

    Me trajeron un diario, y apenas lo abrí vi una gran fotografía de Cora en la primera página y más abajo otra mía más chica, tendido en la camilla. A Cora la llamaban la Asesina de la botella. La nota decía cómo había sido declarada culpable y que ese mismo día, por la tarde, se dictaría sentencia. En una de las páginas interiores se decía que, según opinión general, este caso habría de batir todos los récords de rapidez. Había un recuadro con la declaración de un sacerdote de que si todos los procesos fuesen llevados a cabo con esa rapidez, se conseguiría con ello impedir la delincuencia mucho más efectivamente que por medio de un centenar de leyes. Recorrí todo el diario buscando la confesión de Cora, pero no estaba. (104)

    En este apartado de la novela se advierte la eficacia no solo de los medios de comunicación, sino de los servicios médicos, judiciales y religiosos, es decir, de un aparato institucional dispuesto o avalado por el Estado, que se mantiene como ente fundamental y necesario de la organización social. Con esto se percibe sobre todo la confianza en dicho aparato, en un orden que ha de ser restituido y en la excepcionalidad del delincuente (que amerita fotografía en primera página) próximo a la condena. Sorprende sobre todo la percepción de la eficacia de la justicia que, como ocurre con la asunción de la efectividad de la institución policiva, constituye la base de la resolución argumental de la novela: el personaje relata el hecho de que los agentes del orden aparecen cada tanto, indicando con esto la presencia constante de un Estado que, como un monstruo hobbesiano, se mantiene tangible y vigilante sobre los ciudadanos. Al final se dicta sentencia de un modo expedito y se confirman de nuevo las infalibles pautas del Estado liberal estadounidense, del que se da noticia como un leviatán que asegura el orden.

    Esa situación resultaría inverosímil en las novelas del siglo XXI que ofrecen una imagen más sincera de sus sistemas. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el crimen continúa siendo una de las actividades más rentables del planeta y equivale al 3,6 % del Producto Interno Bruto del mundo. … [de manera que] la economía de lo ilícito mueve tanto dinero como una de las primeras 20 economías del planeta (Crimen organizado… párr. 1-2). Para la ONU, en 2014 la tasa de condenas en el continente americano, incluidos Canadá y EE.UU., es de 24 por cada 100 víctimas, mientras que en Asia es de 48 por cada 100 y en Europa de 81 por cada 100 (La ONU alerta párr. 2). En cuanto a América Latina, según el Índice Global de Impunidad 2015, conocido como IGI 2015, realizado por la misma ONU, el nivel de impunidad de México es 75,7 % y el de Colombia es 75,6 %. Honduras (64,1 %), El Salvador (64,1 %), Argentina (58,8 %), Chile (56,4 %), Panamá (51,3 %) y Costa Rica (48,7 %) presentan asimismo altos índices, cercanos —de acuerdo con cifras relativas al estado de los Derechos Humanos en América Latina— a los de Bolivia, Brasil, Guatemala, Uruguay y Venezuela, no incluidos en la muestra por falta de datos.

    Si bien estos índices no son definitivos, puesto que las variables consideradas para su medición dependen de las condiciones de imposición de una ley o van más allá de la efectiva sanción a los verdaderos culpables, según los investigadores Le Clercq, Cháidez y Rodríguez, la constante de la impunidad permite concluir el desborde efectivo de un modelo social: la desigualdad, la corrupción y [la debilidad del] Estado de derecho. La intuición detrás de esto es que aquellas sociedades donde el Estado de derecho es más deficiente, permiten o incluso incentivan la existencia de impunidad (81).

    Lo anterior explica, entre otras cosas, el surgimiento y desarrollo de una novela en la que justamente el orden resulta cada vez más relativo y en la que no hay por demás una ley objetiva que pueda aplicarse llanamente o una sanción por parte de un sistema establecido. La novela de crímenes consecuente con este panorama surge entonces como aquella que da cuenta de un espacio de mayor o menor grado de anomia social, donde fundamentalmente se rompe la clásica relación de causa/efecto que existía en las novelas precedentes entre un crimen y su castigo. En unos casos más que en otros, la novela de los últimos años da cuenta de la confusión de uno o varios personajes de una comunidad, como consecuencia del ambiente más o menos generalizado de crímenes que ha acabado por definir el sistema. En este género, el detective, la investigación judicial y el esclarecimiento de la verdad pasan a un segundo plano, o incluso desaparecen, para privilegiar la configuración literaria del mundo del hampa generalizado. De tal modo, en esta novela se hacen tangibles las evidentes fisuras de un viejo modelo social, que se van abriendo como grandes grietas en la integridad del sistema que le sirve de referente.

    En la novela derivada de este contexto, la ley parece, en cada caso a su manera, un dique a punto de estallar frente a la fuerza arrasadora de la criminalidad. La anomia social que describen sus tramas tiende, en el mejor de los casos, a ofrecer respuestas optimistas frente a la ausencia de sanción por parte del Estado, y con ello a anunciar la inminencia de un nuevo orden, acaso más justo. Esta es tal vez la línea más contemporánea del género literario al cual se refiere este libro, fruto de la evolución misma de las relaciones sociales en las que está inmersa la humanidad y de los conflictos que tal situación genera. La preeminencia de las novelas de crímenes en Latinoamérica, en reemplazo de las novelas policiales y detectivescas o negras, que mantienen una relativa vigencia en contextos con economías y Estados más estables, como Estados Unidos y Europa, revela el detrimento social en este contexto y el advenimiento de otro orden, en el mayor de los casos ilegal, en el que los delitos, los criminales y sus víctimas se relacionan en un espacio sin ley y muchas veces sin Estado, o, en su defecto, con presencia de este como agente mismo de la acción criminal.

    En La anomia en la novela de crímenes en Colombia (publicada en 2012 y primer volumen de esta investigación) propuse algunas características del caso colombiano que ilustran altos niveles de anomia en un sistema democrático marcado por el capitalismo. Al examinar la producción novelística de tal contexto geográfico en un lapso histórico determinado (de 1990 a 2005), di cuenta de la descripción reiterada de una sociedad predominantemente anómica (tal como la describió atinadamente Peter Waldmann en su texto Guerra civil, terrorismo y anomia social. El caso colombiano en un contexto globalizado [2007]), donde la ley brilla por su ausencia, la impunidad campea y cualquier idea de sanción deviene de fuentes distintas a un Estado de derecho. Esta situación necesariamente produce confusión en los individuos que la sufren, elemento psicológico que hace parte del fenómeno.

    La comparación entre la novela colombiana y la norteamericana o la europea me permitió hablar entonces de ciertas especificidades de esa anomia en un género hasta cierto punto nacional pero con altibajos regionales: a menor consolidación territorial de un sistema normativo justo, mayor grado de impunidad y, por lo tanto, resoluciones literarias más anómicas. La asunción del orden integralmente considerado como justo, con el referente de una Constitución Nacional aplicable en todo el país con la pauta teórica de ser la base de un Estado social de derecho, aparecía allí como un referente filosófico e incluso metodológico del cual este trabajo relativo al continente entero tiende a distanciarse. El ideal de una norma nacional como base de las conductas de sus ciudadanos, encarnado en una Constitución, se ha revelado al autor de este trabajo como un espejismo más de una sociedad teóricamente democrática y materialmente anómica, sobre todo marcada por el neoliberalismo económico. En ella, la imagen objetiva de la ley se difumina en una dinámica capitalista que exige a los individuos conseguir dinero por cualquier medio, y en tal lógica se asumen los crímenes como ambiente normal de vida. La realidad social e histórica de la criminalidad y la impunidad generalizadas así lo demuestran: en Colombia, el negocio de las drogas, la corrupción intrínseca de los gobiernos, la violencia cotidiana, el secuestro o el tráfico de personas constituyen la lógica sistémica del delito que tiende a permear la sociedad entera, así como la valoración y emulación que se hace, ya sea por vía electoral o en productos de entretención masiva, de los causantes de dicha criminalidad. En tal panorama, unas regiones más que otras muestran grados distintos de anomia, es decir, de la ausencia de un aparato normativo consistente y obligatorio para todos los ciudadanos.

    Bajo tal óptica, en La anomia en la novela de crímenes en Colombia se analizaron cinco novelas: La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo (1942), donde el intelectual se identifica con el sicario al punto de que una relación sentimental entre ambos sirve como metáfora del sistema; Comandante Paraíso (2002), de Gustavo Álvarez Gardeazábal (1945), donde el escritor se solidariza escandalosamente con la visión del paramilitarismo en una apología del crimen; Memorias de un hombre feliz (1999), de Darío Jaramillo Agudelo (1947), donde el escritor denuncia la moral del atajo, que supone generalmente la ilegalidad —común en la mayoría de los sectores sociales colombianos—, a la hora de cumplir las metas individuales; Leopardo al sol (1993), de Laura Restrepo (1950), que demuestra la persistencia de métodos arcaicos, como la venganza privada, para la solución de conflictos propios de comunidades indígenas; y El capítulo de Ferneli (1992), de Hugo Chaparro Valderrama (1961), donde la criminalidad se erige como un monstruo difícil de vencer en una ciudad atiborrada de casos delictivos. Estas novelas recrean los conflictos sociales de distintas regiones del país, urbanas o rurales, más o menos anómicas respecto del presunto orden constitucional fundado en 1991 que les sirve de referente jurídico. Su análisis advirtió, en términos generales, que existe cierta sensibilidad generacional entre los escritores, que implica una mayor o menor confianza en el sistema, derivada más o menos de su propia condición individual o de clase. En tal modelo, la pluralidad de causas del crimen y sus peculiares desenlaces determina la crucial ruptura de la relación de causa/efecto entre el crimen y la sanción, propia de sistemas liberales, a la cual se ha aludido, y los fatales excesos del modelo económico capitalista. En medio de una anomia casi total, la confusión del personaje respecto del orden social se complejiza de tal manera que revela la fragilidad del sistema jurídicamente establecido. La voz de nutridos colectivos sociales tiende a enmudecer (en Vallejo y Álvarez Gardeazábal la situación es extrema) y un narrador omnisciente que acusa la ratio dominante la reemplaza con su propia escala de antivalores. Además de esto, la psicología de los personajes —elemento esencial que definió la novela europea— no se desarrolla verdaderamente, pues en medio de la anomia las víctimas o los héroes no tienen tiempo ni condición para analizar lo que sucede a su alrededor. Sus acciones se inscriben en un mundo de crímenes que exige a cada uno de los ciudadanos sobrevivir, actuar (no deliberar) para salvarse. A diferencia de la novela anglosajona, que parte del propósito económico como base de la historia, en estos casos juegan otros factores como origen de la conducta criminal, pues la misma denuncia (recurrente) de la inequidad social y la violencia generalizada plantean la necesidad de un rotundo cambio. La pauta de un escritor comprometido con fines sociales que quiere una transformación adquiere así una importancia capital; tendencia que se verifica también en este libro dedicado al continente, donde a menudo se reflexiona en torno a la función social del escritor a partir de su novela.

    Este segundo volumen, La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social, busca extender el análisis de la novela de crímenes en clave de anomia al campo geográfico y epistemológico de América Latina. En tal sentido, establece un corpus de novelas de los últimos años en la región a fin de precisar las variaciones de una confusión individual derivada del modo de producción capitalista, como lo llamó hace años Karl Marx (1818-1883) en sus distintos trabajos.¹ En este campo de creación literaria se analiza la resolución de variados escritores respecto de la condición anómica de sus personajes o de los colectivos a los que aluden (más que a su clase social, según establecía el mismo Marx), que precisa, cada una a su modo, la crisis del modelo económico capitalista. La crítica a tal modo de producción constituye el objetivo común de una generación inmersa en sus propias contradicciones sociales y culturales.

    La reseña de nombres y obras incluidos aquí no pretende ser taxativa por cuanto la cantidad de escritores del género, en sus márgenes y fronteras (con la novela histórica o urbana, por ejemplo), excede en mucho la capacidad investigativa de un autor. Tampoco se puede pretender dar cuenta de la producción editorial de todos los países del continente, pues tal labor resulta imposible. Solo en Argentina, según la Cámara Argentina del Libro, se publicaron 15 787 nuevos títulos en el primer semestre de 2016, de los cuales el 26 % —unos 4100 títulos— son obras literarias inéditas (Producción del libro argentino 2, 7). Por tal razón, luego de descripciones simplemente panorámicas de la producción literaria de una región, como se hizo en el primer volumen, se circunscribe el análisis a seis novelas que se identifican más o menos con cierto entorno cultural e histórico común. La división por regiones y discursos anómicos responde a un interés comparativo más que descriptivo, y revela un obstáculo insalvable de este trabajo: a pesar de la tendencia contemporánea a globalizar instituciones jurídicas como los derechos humanos o las prácticas comerciales, el delito conserva predominantemente su carácter local: es la normativa nacional y son las autoridades regionales las que investigan y determinan una sanción. Desde este punto de vista, el estudio de la aplicación o ausencia de esta en las distintas representaciones literarias puede también ser útil para los investigadores en las áreas del derecho, la antropología o la sociología. En todo caso, la cuestión nacional vista en perspectiva regional permite superar la mirada etnocentrista de la que a veces adolecen los estudios de esta naturaleza (a menudo se habla de la literatura en función de su país de origen, incluso en contextos que pretenden ser universales), y un trabajo en el campo de la literatura como el de Susan Baker Sotelo (2005), por ejemplo, ya ha demostrado la relatividad de las fronteras y ha puesto en entredicho los discursos nacionalistas: These narratives also serve as critical studies of the genre itself and of one manner in which we construct national and/or ethnic identities (1). En esto, la producción de lo que se ha llamado Chicano Detective Fiction, que merece una mención en este trabajo, ofrece perspectivas muy interesantes. En un espacio de asimilación cultural como el de Estados Unidos (al que aludió en sus inicios la teoría sobre el tema, según se verá en el capítulo pertinente) la anomia tiene singulares representaciones literarias: en las novelas de Rudolfo Anaya (1937), Rolando Hinojosa (1929), Lucha Corpi (1945), Manuel Ramos (1948) y Michael Nava (1954), por ejemplo. Asimismo, casos como los de Goran Tocilovac (1955), de origen serbio pero vinculado tradicionalmente con el Perú e incluido como escritor peruano en algunas antologías, Leonardo Wild (1966), hijo de ecuatoriano y alemana, nacido en Estados Unidos, y Eduardo del Llano (1962), nacido en Moscú pero parte de la nómina cubana, relativizan clasificaciones geográficas basadas en el país de origen de los escritores.

    Tampoco se ofrece en este trabajo una descripción exhaustiva de la producción literaria en un periodo histórico exacto. Aunque en principio se quiso circunscribir el trabajo a los años 1990-2015, poco a poco se comprendió que a menudo los autores cuentan con una producción literaria en un marco temporal mayor o, sencillamente, no se pueden excluir libros fundamentales publicados por fuera de ese lapso. El caso del Brasil ilustra más que otros esta situación para ilustrar la teoría: escritores nacidos en el primer cuarto del siglo XX cuentan con publicaciones de fin de siglo y principios del XXI, y sus nombres constituyen hoy un punto de referencia importante para numerosos lectores. Marcos Rey (1925-1999), autor de O Rapto do Garoto de Ouro (2014), y Rubem Fonseca (1925), autor de Mandrake, A Bíblia e a Bengala (2005), pueden demostrar esta situación. La cuestión del periodo histórico o la generación a la que pertenecen los escritores ofrece numerosas dudas. El orden cronológico resulta relativo —algunos han comenzado su carrera literaria ya mayores, como Miguel Roig (1930), venezolano nacido en España; o el mexicano Rafael Ramírez Heredia (1942-2006), autor de En el lugar de los hechos (1976), que años después publica La Mara (2004); o Jorge Yaco (1952), autor de El oro de Berlín (2014), en Argentina—, pero no puede dejarse de lado a la hora de establecer el marco histórico que sirve de contexto a las obras. Por razones como esta se incluyen nombres de escritores y novelas que permiten establecer un panorama del género en el continente, hasta cierto punto al margen de su contextualización en un lapso determinado. La consignación de la fecha de nacimiento de los autores (salvo en algunos casos en los que esto fue imposible de establecer), a la cual se subordina la de la producción de sus trabajos, permite, hasta donde es posible, una mirada progresiva de la literatura de los últimos años, necesaria para inferir la transición de un paradigma literario a otro. Los casos de Cuba, Venezuela o Paraguay resultan ilustrativos a este respecto (de la novela negra a la de crímenes, por ejemplo). La relación entre el escritor, su producción literaria y eventos precisos de una historia nacional resulta trascendental para la comprensión de la obra y de la perspectiva de la criminalidad en América Latina. Tal metodología también puede ser de utilidad para las distintas disciplinas de las ciencias humanas (además de la literatura), que se pueden favorecer con lo aquí planteado.

    Paradójicamente, por casos como estos se puede decir que si en un estudio literario no se puede prescindir del referente histórico ni de la adscripción geográfica de los escritores, la cuestión del origen de una novela supone otra cantidad de reparos que no se pueden soslayar fácilmente. En ocasiones la literatura puede primar sobre las clasificaciones nacionales, pero a veces estas se hacen necesarias, sobre todo en un género impregnado de referentes históricos. La novela de crímenes de un país como Cuba, por ejemplo, se puede entender en relación con su contexto histórico y respecto de otras novelas de la región centroamericana que ofrecen su propia lectura del socialismo. La reflexión en torno a lo que significa la ley en uno u otro espacio permite comprender los límites de lo que representan hoy por hoy el Estado de derecho o la democracia. Asimismo, la novela venezolana, que si bien pudo inscribirse con Cuba en la región centroamericana dentro del capítulo relativo a la novela de crímenes en función del destino de la revolución socialista, se estudia en el apartado correspondiente a la zona norte de Suramérica por su relación con el tópico literario de la novela urbana o la persistencia de elementos de la novela negra tradicional, como el detective y la investigación, que la diferencian muchísimo del modelo centroamericano, el más alejado del formato de la novela negra. Por su parte, a pesar de los elementos comunes entre la novela del sur, de Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile (la reflexión en torno a la dictadura, la persistencia de la figura del detective y la investigación), la amplitud del corpus amerita su división. La vitalidad de la industria editorial en el sur del continente se suma a la variedad de sus temáticas en el campo de la anomia social. Lo que se intenta con este trabajo es, por tanto, entender un modelo literario dentro de una tradición cultural hasta cierto punto común. Con sus salvedades, este puede ser un ejercicio útil para entender lo que desde hace poco se asume en la historia universal como la identidad de América Latina.

    Lo anterior sobre la base, además, de que, dada la escasa circulación de libros en el continente latinoamericano, derivada sin duda de los peculiares intereses de las editoriales, se debe señalar que este trabajo ha tenido que lidiar con la dificultad de encontrar ejemplares impresos de novelas o siquiera reseñas sobre ellas. La timidez de la industria editorial latinoamericana, comparada con la anglosajona y aun con la española, tiene efectos muy perjudiciales en su cultura. Las pobres tiradas y la exigua distribución en el continente y fuera de él, las mínimas campañas de promoción o el escaso, si no nulo, trabajo de traducción regional de las obras aseguran la medianía de este mercado. Lo que se suma a problemas generales como los bajos índices de lectura de la población y los altos costos de los libros como objeto de consumo, que resultan excesivos para el poder adquisitivo de las mayorías. Excepto el caso curioso de Cuba donde, hace unos años, una edición de 30 000 ejemplares, vendida a precios económicos, podía desaparecer en poco tiempo, la distribución y consumo de la novela de crímenes en el continente entero no parece cuestión importante ni para sus gobiernos ni para sus ciudadanos. Y ni siquiera la Cuba de hoy ha sido impermeable a esta situación: "El libro que se expende en pesos cubanos —afirma José Latour (1940), autor de Choque de leyendas (1997)— puede costar un día de salario, a veces dos" (párr. 7). En tal panorama, no resultan suficientes internet, la circulación privada de textos o el interés por establecer contactos con los escritores en festivales literarios del género u otros espacios como seminarios, conferencias, ponencias, entre otros, para encontrar o conocer buena parte de autores y títulos. Siempre resulta asombroso que sea más fácil encontrar un libro de editoriales españolas en Colombia que uno de las de Ecuador, Venezuela o Perú, o que en España y no en Costa Rica se encuentren libros de autores salvadoreños y guatemaltecos. El dominio de la industria editorial española en la comunidad hispanoamericana es evidente. El hecho de que algunos autores latinoamericanos ganen concursos literarios de España puede explicar esta situación, aunque eso no garantiza la distribución. Además, algunos autores premiados internacionalmente, como Leonardo Padura, Guillermo Orsi, Gonzalo Lema Vargas, Lorenzo Lunar Cardedo, Marcelo Luján, etc., o exiliados como Alberto Molina, José Latour, Justo Vasco, Amir Valle, son conocidos en otras latitudes,

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