Conseguir un amor: Segundas oportunidades (3)
Por Laurie Paige
4.5/5
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La inteligente y bella ejecutiva Krista Aquilon no supo qué hacer cuando descubrió que la empresa por la que se había desvivido durante años había sido vendida. Pero más sorprendente era su nuevo jefe, el millonario Lance Carrington. Para el despiadado empresario el trabajo era siempre lo primero. A pesar de lo impresionado que estaba con las innovadoras ideas de Krista, había otro motivo por el que Lance no podía quitarse de la cabeza a su nueva empleada. La química que había entre ellos era más atrayente y complicada que cualquier negociación financiera…
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Conseguir un amor - Laurie Paige
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Olivia M. Hall
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Conseguir un amor, n.º 1681- marzo 2018
Título original: Acquiring Mr. Right
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9170-786-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
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Capítulo 1
Krista Aquilon aparcó junto a la entrada de la compañía Electrodomésticos Heymyer. El reluciente Sedan rojo era su primer coche nuevo, un regalo de cumpleaños que se había hecho a sí misma, del que estaba muy orgullosa.
Aunque ese pensamiento solía alegrarla, no lo hizo aquel día. Abrió la puerta y entró en el edificio.
Era domingo dos de abril. El día después de su cumpleaños.
Siempre intentaba mantener el domingo como su día libre, para poder tener algo parecido a una vida personal, pero aquel día era una excepción. La salud de la empresa la importaba más que su propio bienestar. Y, como jefa del departamento de finanzas, tenía mucho por lo que preocuparse. No le iba muy bien a la compañía. Y todas sus sugerencias para evitarlo habían sido ignoradas.
Al detenerse para cerrar la puerta de la entrada, se dio cuenta de que había un deportivo rojo aparcado a un lado del edificio, en un espacio estrictamente reservado para el señor James M. Heymyer, su jefe de ochenta años, muy amante del protocolo. El concepto de protocolo que él tenía, pensó, pues ella era mucho menos clasista en sus puntos de vista.
Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando imaginó la cara que pondría el señor Heymyer al ver que alguien había aparcado en su sitio. Ni siquiera Mason, su hijo y discípulo, se atrevería a hacerlo. Sin embargo, como era domingo, el jefe no estaría, así que no importaba.
Regresando a los pensamientos que la habían llevado hasta allí, cruzó el vestíbulo de entrada y subió las escaleras al segundo piso.
Todos los ejecutivos tenían sus despachos allí. Los otros empleados lo llamaban «la zona VIP». Ella había entrado a trabajar en la planta como becaria, mientras estaba estudiando, y hacía tres años que había ascendido para formar parte de la zona VIP. Tras licenciarse en Empresariales, le habían nombrado directora de contabilidad, para ascender de nuevo a jefa del departamento de finanzas el otoño anterior, cuando había terminado su doctorado.
Con veinticinco años, aquello podría considerarse todo un éxito, pero Krista estaba segura de que su ascenso se debía a que el viejo jefe no había encontrado a nadie más para ocupar su puesto, que llevaba dieciocho meses vacío, desde que el anterior director lo había abandonado.
Sólo con echar una mirada a los libros de contabilidad, cualquier persona en su sano juicio hubiera rechazado el cargo, se dijo a sí misma, aunque había algo que le había impedido rendirse.
Sin embargo, si alguien no llegaba con una solución, Electrodomésticos Heymyer estaba en las últimas.
Heymyer fabricaba productos con su propia marca, aunque también hacía manufacturas para otras compañías. De hecho, aquella era su fuente principal de ingresos. Habían perdido un contrato muy importante la semana anterior y, sin él, carecerían de liquidez suficiente para pagar los sueldos de los empleados a finales de julio.
En una ciudad del tamaño de Grand Junction, Colorado, con una población de cincuenta mil personas, el cierre de la compañía dejaría sin trabajo a miles de ellos, causando un serio impacto en la comunidad. La ciudad perdería una de sus más importantes fuentes de ingresos. Las tiendas de ropa y regalos para bebés se tambalearían. Muchas de ellas cerrarían. Incluso los profesionales liberales, como abogados y médicos, se verían afectados.
Pero lo peor de todo era que las familias sufrirían. El miedo y la tensión provocaba peleas y matrimonios rotos. Los niños saldrían perjudicados. Y aquello era lo que le preocupaba más que nada. Ella sabía lo que era sentirse desvalida y llena de miedo en un mundo donde a nadie parecía importarle uno.
Al llegar al último escalón, se detuvo. Había una luz encendida al otro lado del pasillo. Era la del despacho del director general y presidente de la compañía. Su instinto le advirtió de que algo malo pasaba.
O, tal vez, el jefe había tomado por fin en serio sus advertencias sobre la situación de bancarrota y estaba estudiando sus propuestas de cambios y mejoras.
¿Pero cómo iba a conducir James Heymyer un deportivo rojo? De ninguna manera. Entonces, ¿quién estaba en su despacho?
Mientras caminaba por el pasillo, escuchó voces. Voces masculinas. Una de ellas era la del jefe. El timbre bajo y matizado de la otra persona le era desconocido. Se detuvo un momento, para escucharlo. La profundidad y resonancia de aquella voz se percibían casi como una caricia.
Krista acababa de sentarse y sacar de su maletín el último balance de cuentas, cuando Heymyer abrió la puerta de su despacho.
—Buenos días, James —le saludó.
Desde el momento en que le habían nombrado directora de departamento, había empezado a llamar al jefe por su nombre de pila. Recordó la primera vez que le había llamado James, haciendo que casi se le salieran las cejas de la frente de asombro. Ella tenía sus propias opiniones sobre mantener una igualdad con los demás ejecutivos, todos los cuales llamaban al jefe «James», y sobre ser tomada en serio por ellos. Y por el jefe.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? No sabía que planeabas venir hoy —la recriminó Heymyer.
—La oficina suele estar vacía los domingos. Está silenciosa y tranquila. Y quería estudiar algunos informes financieros antes de la reunión de mañana.
Krista mantuvo una expresión de placidez. El jefe había dejado claro hacía tiempo que no quería saber nada de nuevas ideas para salvar la compañía. Sin embargo, cuando ella expusiera los problemas de liquidez al día siguiente, él iba a tener que enfrentarse al hecho de que la bancarrota era inminente. Una rabia de impotencia la atravesó, haciéndole difícil no recordar todo lo que podían haber hecho para salvar la compañía. Si la hubiera escuchado.
—Supongo que no pasa nada porque conozcas a Lance hoy —señaló Heymyer, en tono de resignación.
¿Lance?
Debía de ser el dueño del deportivo rojo, pensó Krista. El mismo que había hecho ir al jefe a la oficina en domingo, un acto tan fuera de lo común que ella no podía ni imaginar sus motivos. Una alarma instintiva sonó dentro de ella de nuevo. Reticente, apagó su ordenador y se dirigió al despacho de James. Se sentía molesta. No había esperado encontrarse a nadie, por lo que iba vestida con vaqueros, camiseta y zapatillas. Sin maquillaje.
Bueno. No importaba. En una compañía pequeña y familiar como aquélla, todos vestían de manera bastante informal, hasta James… a menos que tuviera una cita con los banqueros. En aquellos casos, todos los ejecutivos eran advertidos para que se pusieran sus disfraces de hombres de negocio triunfadores.
Entraron en el despacho grande, donde tantas veces Heymyer había hecho trizas a sus empleados, dejando sus egos por el suelo. Krista había sido testigo de cómo hombres maduros habían estado a punto de llorar cuando él había desaprobado sus informes. También a ella le había tocado alguna vez recibir sus afiladas críticas.
Krista se detuvo en medio del enorme despacho, cuando un hombre, parado junto a la ventana, se giró para mirarlos.
—Lance, ésta es la ejecutiva de finanzas de la que te hablé —dijo James, haciendo las presentaciones—. Krista, éste es Lance Carrington.
—¿Cómo estás? —saludó ella, tratando de mantener la ansiedad alejada de su rostro.
Tuvo una sensación extraña y desagradable. ¿Qué le había dicho James sobre ella? ¿Y por qué?
—Bien, gracias. Krista… Aquilon, ¿no es así?
Ella asintió con la cabeza y, sin pensarlo, deletreó su apellido, como siempre había tenido que hacer con sus profesores y compañeros de trabajo. La mayoría de la gente no sabía cómo transcribir la pronunciación de forma correcta.
Una sonrisa se dibujó en la cara de él. Era una sonrisa cálida y… y mostraba cierta familiaridad, como si la conociera bien.
Al notarlo, Krista sintió una sacudida de perplejidad en su interior, que interrumpió sus procesos mentales. Se quedó mirando al recién llegado, sin palabras. Iba vestido de manera informal, con pantalones azules y camisa blanca, con las mangas remangadas hasta los codos. Su cabello negro tenía una atractiva onda sobre la frente y se veía brillante y saludable, iluminado por los rayos de sol que entraban por la ventana. Sus ojos eran grises, como la lluvia de invierno, y miraban de forma directa.
James los invitó a sentarse, ocupando su sitio en la silla tras la gran mesa, con una extraña expresión en su rostro.
—Bueno, imagino que aquí deberías sentarte tú —indicó a su invitado.
Confundida, Krista miró a James y al desconocido.
—Mañana, en la reunión de ejecutivos —continuó el hasta entonces jefe— anunciaré la venta de la compañía a Lance.
Las noticias la sacudieron como un golpe en la cabeza, despertando en ella con un millón de preguntas. Se sintió igual que otras veces en su pasado, cuando las cosas se habían modificado sin su consentimiento. Le resultaba familiar la sensación de incertidumbre causada por los pequeños trucos sucios de la vida. Pero ya no era una niña. En lugar de miedo, sintió rabia en su interior ante aquel anuncio.
—A SCC, la verdad —puntualizó el visitante, con su mirada puesta en Krista como si pudiera ver dentro de ella y adivinar la confusión que estaba sintiendo.
Entonces, ella se dio cuenta de que conocía aquel nombre. Lance Carrington. Tiburón de los negocios. Las piezas comenzaron a encajar en su mente a la velocidad de la luz. Una revista financiera había publicado una entrevista con él hacía un año. Su compañía, SCC o Sistemas de Control Computerizado, era la cabeza de una corporación que englobaba a todas las otras empresas que había ido absorbiendo a lo largo de los años. Bajo la bandera de SCC, había comprado negocios en quiebra, los había remodelado y vendido o fundido como parte de sus operaciones. No necesitaba una lupa para darse cuenta de lo inminente: había llegado el fin de Electrodomésticos Heymyer. Mil empleados sin trabajo. Familias asustadas sin entrada de dinero en sus casas. Todo por la tozudez en un hombre y su maldita indiferencia. Además de todo el tiempo y esfuerzo que ella había invertido, tirado a la basura. Días y noches estudiando las cuentas, investigando modos de salvar la compañía, proponiendo cambios, cualquier cosa con tal de evitar su lento declive. Todo aquel trabajo para nada.
Una profunda rabia se apoderó de ella, mientras miraba los ojos grises y sin expresión de Lance, helados como un lago de montaña en invierno. Volviéndose, miró de frente a su antiguo jefe:
—¿Has vendido la planta entera?
—Sí.
Su tono de voz fue agresivo, como advirtiéndola de que no tenía ningún derecho a opinar. La suya era una compañía privada y los dueños eran su esposa, su hijo y él. Pero, a pesar de todo, ella era la directora del departamento financiero y debía haber participado de la decisión.
—¿Tu esposa y tu hijo están de acuerdo?
—No tienen elección —replicó, hundiéndose en su sillón.
—Parece que me perdí la reunión donde se decidió la venta —señaló ella, incapaz de ocultar un tono helado en su voz.
—Fue por videoconferencia. Hace dos fines de semana —se excusó James, ante la silenciosa mirada reprobatoria de su interlocutora.
Krista hizo un rápido repaso de lo que había hecho el último mes. Hacía dos fines de semana había estado visitando a su familia en Idaho. Eran las primeras vacaciones que se tomaba en