Exclusivamente tuya
Por Ally Blake
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James Dillon llevaba años dedicándose en cuerpo y alma al hijo que criaba solo. Pero cuando apareció en su vida aquella bella y elegante desconocida, no pudo ignorar la atracción instantánea que surgió entre ellos... ni la felicidad que se reflejaba en los ojos de su hijo cada vez que ella estaba cerca. Siena Capuletti no tenía intención de enamorarse. Pero cuanto más tiempo pasaba con el guapísimo James y con su adorable hijo, más cuenta se daba de que estaba a punto de entregarles su corazón. El problema era que los errores del pasado seguían obsesionándola…
Ally Blake
Australian romance author Ally Blake has a thing for strong hot coffee, adores fluffy white clouds and bright blue skies, and is smitten with the glide of a soft, dark pencil over really good notepaper. She also loves writing warm, witty, whimsical love stories. With more than forty books published, and having sold over four million copies of her novels worldwide, she is living her dream. Alongside one handsome husband, their three spectacular children, and too many animal companions to count, Ally lives and writes in the leafy western suburbs of Brisbane. More about her books at www.allyblake.com
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Exclusivamente tuya - Ally Blake
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Ally Blake
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Exclusivamente tuya, n.º 2106 - febrero 2018
Título original: Meant-To-Be Mother
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-767-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
SIENA Capuletti volvía a casa, pero lo que para la mayoría de la gente era un motivo de alegría, a ella le causaba un profundo malestar. Y a su estado de ánimo se unía la incomodidad de tener el traje manchado por el refresco que su vecino de cinco años le había tirado encima.
Al tiempo que se separaba del cuerpo la húmeda falda, miró hacia atrás buscando a la azafata de vuelo. Al no verla, se dijo que se trataba de una señal. Era un error ir a Cairns como pasajera en lugar de vestida de uniforme, en su condición de jefa de cabina de MaxAir, la cosmopolita y vanguardista línea aérea para la que trabajaba.
Maximillian Sned, el excéntrico septuagenario dueño de las aerolíneas, la había convocado a una reunión en su mansión del norte de Cairns para proponerle, según él, «un fantástico salto en su carrera». Y Siena no había podido negarse a acudir, a pesar de que temía que el «fantástico salto» significara tener que mudarse a Cairns
Una dolorosa patada en la espinilla la devolvió al presente. Tomó aire, cerró los ojos y trató de ignorar al inquieto pequeño que tenía a su izquierda invocando imágenes agradables: una playa en Hawai, una pista de esquí en Suiza, la zapatería de Madison Avenue en la que se gastaba parte de su salario… Pero no lo consiguió. Sólo podía imaginar el avión en el que se encontraba.
–Siento haber tardado tanto. En la última fila hay un chico que sabe hacer malabares con latas de refrescos y me ha estado enseñando. Casi lo consigo.
Siena abrió los ojos y vio a una atractiva azafata cuyo nombre, según indicaba la tarjeta que llevaba en el pecho, era Jessica. Con una encantadora sonrisa, la joven le dio un paquete de toallitas húmedas y otro refresco a su vecino de asiento.
Siena supo entonces que su día no iba a mejorar. Siete años como azafata le habían servido para adivinar la personalidad de la gente a primera vista. Sabía qué pasajero intentaría fumar a escondidas en los lavabos, cuál necesitaría una copa para superar el miedo a volar, o cuál tendría que ser desplazado a un asiento de ventanilla para evitar que pellizcara a las azafatas.
Jessica acababa de darle al niño otro refresco. De haber sido ella, Siena habría optado por un vaso de leche y unos lápices de colores. Era evidente que Jessica era encantadora, pero incompetente, y por un instante Siena se preguntó si debía decírselo a Maximillian. Pero le bastó pensar en su hermano, doce años mayor que ella, siempre dispuesto a darle consejos que ni siquiera le había pedido, para descartar esa posibilidad.
–A ver, Freddy –dijo Jessica con dulzura–, te he traído una pajita para que bebas con cuidado y no salpiques.
En cuanto el niño se puso a beber, Jessica se dirigió a Siena con su dulce sonrisa.
–Me resultas familiar. ¿Nos hemos visto antes? –preguntó.
«Ya empezamos…» Siena estaba acostumbrada a que la reconocieran. Durante el último año, su rostro aparecía por todo el país, sonriendo desde las vallas publicitarias de las aerolíneas MaxAir.
De hecho, sospechaba que Max la había llamado para proponerle que se convirtiera en la imagen de la compañía, lo que significaría mudarse permanentemente a Cairns. Y si los rumores se confirmaban, no estaba segura de cómo reaccionaría. Su identidad y sus amistades estaban tan vinculadas a su trabajo que pensar en dejar la compañía le resultaba inimaginable, pero la idea de mudarse a Cairns era aún más inconcebible.
–Puede que hayamos coincidido en una fiesta de Navidad –Siena optó por decir una verdad a medias–. Soy azafata de vuelos internacionales con Max.
–Será de eso –dijo Jessica, animada–. ¿Estás de año sabático o vas a pasar el fin de semana a la playa?
Siena mantuvo la misma estrategia.
–Mi hermano y su familia viven en Cairns. Acaba de tener un hijo –no dijo que ni siquiera conocía a los gemelos de cuatro años.
–¡Caramba! –exclamó Jessica–. ¡Qué maravilla!
Pero Siena sabía que no estaba escuchando. Por el bien de la compañía confió en que fuera una novata.
–Bueno, ¡feliz estela! –añadió la azafata mientras buscaba con la mirada al malabarista.
–¡Feliz estela! –Siena repitió el slogan de la compañía mecánicamente y vio cómo Jessica se alejaba en sus altos tacones, asiéndose a los respaldos de los asientos para no perder el equilibrio. Hacía años que ella había superado esa fase. Estaba hecha para volar…
Tenía que conseguir que Max se diera cuenta de que podía representar mucho más para la compañía que una cara sonriente. Quizá el rumor de que Max le ofrecería Roma como destino no fuera tan descabellado. Siena suspiró y se acomodó en su asiento. Roma era uno de los principales destinos de MaxAir, la joya de la corona de la compañía. ¡Ése sí sería un gran salto en su carrera!
El ruido que hacía el motor cambió y Siena dedujo que empezaban a descender. Miró por la ventanilla y vio la tierra ondulante y verde, las playas blancas y el mar azul oscuro. Cairns. El paraíso. Su hogar… Tuvo que respirar hondo y tratar de distraer su mente con pensamientos felices
Se encendieron las señales que indicaban a los pasajeros que se pusieran el cinturón de seguridad. Por el rabillo del ojo vio que el pequeño Freddy intentaba ponérselo mientras sujetaba en un precario equilibrio la lata de refresco entre las rodillas. Siena no lograba comprender qué tipo de padres podían considerar a un niño de cinco años lo bastante independiente como para volar solo. Lo había visto innumerables veces a lo largo de su carrera y seguía sin comprenderlo. Ella sabía por propia experiencia el efecto que podía tener en un niño ese tipo de actitud: convertirlo en un ser errático y agresivo, capaz de cualquier cosa para llamar la atención, para que alguien le impusiera disciplina y le marcara límites.
–¿Quieres que te ayude? –se oyó decir.
–Sí, por favor –dijo él con una sonrisa angelical. Alzó los brazos y Siena le abrochó el cinturón. Al alzar la vista vio dos lágrimas rodar por sus mejillas y no pudo evitar compadecerse de él. Así que, durante los siguientes quince minutos, se esforzó por distraerlo y animarlo. Para cuando aterrizaron y Jessica fue a recogerlo, se había transformado en un niño tranquilo y amable.
Como no tenía prisa, Siena esperó sentada a que el avión se vaciara. Luego, tomó su bolsa y la funda con el uniforme que llevaría en el viaje de vuelta a Melbourne el sábado por la noche, y desembarcó. El húmedo calor del norte de Queensland le golpeó el rostro. En el aire flotaba el olor a salitre del mar. Siena notó cómo el cabello se le rizaba al instante y le sudaban las manos.
En la terminal, un hombre con bigote, vestido con un traje y un sombrero del color azul característico de MaxAir, completamente inapropiados para aquel calor, esperaba con un cartel en el que se leía: «CAPULETTI».
Mandando un chófer, Max mostraba que le estaba dando un trato especial y aunque Siena se sintió halagada, también notó que se le encogía el corazón.
–Soy Siena Capuletti –dijo, acercándose a él.
El hombre asintió.
–Rufus –dijo con voz de barítono–. Maximillian me ha pedido que esté a su disposición todo el fin de semana, señorita Capuletti.
–Muy bien. Excelente –Siena se incorporó a la corriente de gente que abandonaba la terminal internacional. Podía ver a Rufus, con su equipaje, por el rabillo del ojo. Estaba segura de que si le señalaba a alguien y le daba la orden de matarlo, la cumpliría sin titubear.
–Tengo que hacer una llamada –dijo, justo antes de que salieran del aeropuerto. Rufus se detuvo de inmediato.
Siena buscó un rincón tranquilo para hacer la llamada que llevaba días angustiándola.
–Hola –respondió su hermano Rick.
Por un instante, Siena tuvo la tentación de colgar. ¿Por qué tenía que anunciarle su presencia? No era más que un viaje de trabajo. Rick ni siquiera tenía su móvil, así que no podría identificar la llamada.
–¿Hola? –insistió él.
–Rick. Soy Siena.
–Vaya, vaya, Piccolo –dijo él, tras una pausa–. Hacía tiempo que no oía tu preciosa voz –su tono sarcástico despertó en Siena el deseo de colgar–. Una momento –exclamó Rick. Y Siena oyó un ruido seguido de gritos de niños–. ¡Michael! ¡Leo! Sentaos a la mesa. Mamá os traerá los cereales en seguida. Perdona, Piccolo, el desayuno puede ser una batalla. ¿Dónde estás? ¿En París, en Londres?
Había llegado el tan temido momento.
–En el aeropuerto de Cairns.
Se produjo un profundo silencio y Siena se dio cuenta de que Rick estaba tan desconcertado como ella de que hubiera vuelto después de tantos años.
–Pero… Vaya… Nuestro pajarito ha vuelto al nido. ¿Quieres decir que voy a poder ver tu bonito rostro en persona y no sólo en las vallas publicitarias?
Siena cerró los ojos y apoyó la frente en la mano.
–Claro. Estoy aquí hasta el sábado por la noche. Mañana por la tarde tengo una cita con Maximillian, pero, aparte de eso, este pajarito está libre.
–Genial. Dime en qué terminal estás y pasaré a recogerte.
–No es necesario. Tengo chófer –Siena sintió una mezcla de vergüenza y orgullo al decirlo, y esperó en tensión una de las características risas forzadas de Rick, pero no llegó.
–Tienes que quedarte en nuestra casa –afirmó él vehementemente–. Tina preparará el cuarto de invitados.
Siena pensó en la lujosa suite que Maximillian había reservado para ella en el Novotel en la magnífica playa de Palm Cove, y la comparó con la camita y las recriminaciones que,