Emociones escondidas
Por Nicola Marsh
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Riley Bourke era un ejecutivo soltero y muy ocupado… un hombre que no sabía absolutamente nada de niños. Pero desde el principio supo que debía cuidar de Maya y de su pequeño. Maya Edison sabía muy bien cómo arreglárselas sola, no necesitaba que ningún hombre la llevara de la mano… o hiciera de padre para su hijo. Pero Riley estaba consiguiendo hacerse un hueco en sus corazones. Así que Maya decidió darle un ultimátum: o formaba parte de sus vidas de verdad… o salía de ellas definitivamente. Parecía que Riley estaba a punto de descubrir lo que se sentía teniendo una familia...
Nicola Marsh
USA Today bestselling and multi-award winning author Nicola Marsh writes page-turning fiction to keep you up all night. She has published seventy-seven books and sold over eight million copies worldwide. She currently writes rural romance for HarperCollins Australia's Mira imprint, emotional domestic suspense for Hachette UK's Bookouture and contemporary romance for Penguin Random House USA's Berkley imprint. She's a Romantic Book of the Year and National Readers' Choice Award winner. A physiotherapist for thirteen years, she now adores writing full time, raising her two dashing young heroes, sharing fine food with family and friends, barracking loudly for her beloved North Melbourne Kangaroos footy team, and curling up with a good book!
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Emociones escondidas - Nicola Marsh
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Nicola Marsh
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Emociones escondidas, n.º 2096 - diciembre 2017
Título original: Inherited: Baby
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-487-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
MAYA Edison se quedó de pie, erguida, mirando a la gran multitud de la alta sociedad que había convertido el funeral en una farsa. Miró el ataúd que contenía a su prometido mientras lo bajaban al suelo, deseando poder llorar…
Deseando poder sentir algo distinto que el cansancio que la había calado hasta los huesos en el tiempo en que se había ido a vivir con Joe Bourke, y se había quedado embarazada de él y había creído sus mentiras de que se quería casar con ella…
Hubiera deseado no sentir alivio de que su pesadilla con Joe hubiera terminado. Ni aquel sentimiento de culpa por el papel que había tenido en su muerte.
Su amor por Joe había sido como un torbellino emocional que la había destrozado en menos de dos años.
–¿Te encuentras bien?
Maya se dio la vuelta al sentir que alguien le tocaba suavemente el codo, y asintió mecánicamente, reconfortada por la sincera preocupación que veía en los ojos azules de Riley.
Riley Bourke, hombre serio y formal, era el hermano mayor de Joe, y había sido la única persona de los que estaban en el funeral que le había echado una mano después de la muerte de Joe; la única persona a quien parecía importarle sinceramente lo que había pasado.
Joe lo había tratado de vejestorio y aburrido, cuando en realidad sólo le sacaba seis años. Lamentablemente, los veintiocho años de Joe habían sido como dieciocho, algo de lo que ella se había dado cuenta tarde, mientras que la sólida formalidad de Riley había sido un envío del cielo desde la muerte de su prometido.
El resto de amigos de Joe eran parásitos, gente que se pasaba la vida de fiesta en fiesta, que no habían dejado en paz a su prometido aun después de que éste fuese padre. Y estaban en su funeral sólo para salir en la prensa del día siguiente.
Joe Bourke, empresario, conocido jugador en los círculos de carreras de caballos de Australia, niño mimado de la alta sociedad de Melbourne, estaba muerto.
Era una noticia importante en una ciudad que había aireado su vida en las columnas de las revistas de cotilleos. Joe había aceptado con entusiasmo su publicidad, mientras que ella la había odiado. Aquélla había sido una razón, entre otras, para que se fueran distanciando.
–No hace falta que vengas al velatorio. ¿Por qué no llevas a Chas a casa?
Riley no había soltado su codo. Evidentemente, no estaba convencido de que ella se encontrase bien.
Por alguna extraña razón, no había podido llorar hasta que Riley la había mirado con sincera compasión. De pronto, sintió ganas de llorar como Chas cuando estaba mojado, tenía hambre o le estaban saliendo los dientes. Afortunadamente, su hijo se había dormido en su cochecito, al lado de ella, durante todo el funeral, ajeno al hecho de que había perdido a su padre aun antes de conocerlo realmente.
Claro que Joe no había mostrado el más mínimo interés en conocer a su hijo en los catorce meses de existencia de Chas.
Al parecer, ni siquiera podía dejar de reprocharle cosas a Joe el día de su funeral, pensó, disgustada consigo misma.
–No hay nada que me apetezca más que llevar a casa a Chas, pero… ¿No debería estar yo en el velatorio?
Se había reprimido decir «¿qué dirá la gente si me voy?».
La gente había murmurado desde el momento en que había conocido a Joe en el baile de la noche anterior a la Copa, hacía menos de dos años, y se había enamorado de él.
¿Qué hacía uno de los hombres más ricos de Melbourne con una cuidadora de caballos? ¿Una chica que limpiaba establos para ganarse la vida? ¿Una chica que no había dejado su trabajo a pesar de estar con Joe Bourke?
Sí, la gente había hablado y hablado. Y seguía hablando, se oían sus risas disimuladas ahora que las formalidades habían terminado y esperaban deseosos la elaborada fiesta que Riley había organizado en un hotel cercano para honrar la vida de su hermano con todo lujo.
Desgraciadamente, justo en el momento en que Riley se inclinó hacia Maya para decirle algo, ella oyó un comentario entre la gente:
–¡Mírala! Joe ni siquiera está frío y ella ya se está arrimando a su próximo objetivo… ¡Ni más ni menos que el hermano de Joe!
Maya se irguió y miró a Riley, furiosa de que un hombre como él, a quien apenas conocía, tuviera que oír semejantes insultos.
Pero antes de que pudiera pensar cómo reaccionar, lo que en términos prácticos siempre había sido ignorar los comentarios de la gente y marcharse, Riley le rodeó los hombros con su brazo, puso una mano en el cochecito y le dijo:
–Vamos…
Y la alejó de la mujer que había hecho aquel comentario.
Lamentablemente, la gente pensaba que su relación con Joe había estado basada en el dinero y no en el amor. La gente del ambiente de Joe no podía entender lo ingenua que había sido ella frente a un maestro de la seducción.
No podían comprender que ella se había pasado toda la vida esperando al príncipe azul de los cuentos de segunda mano que había leído de pequeña.
Y jamás comprenderían que un pasado que ella se había esforzado tanto por olvidar podría mostrar su horrible cabeza y destruir el futuro de su hijo.
–No te preocupes, Riley. No hace falta que hagas esto –Maya se detuvo mientras se acercaban a la periferia del cementerio.
Agradecía su apoyo, pero a la vez necesitaba tiempo para procesar sus sentimientos, para borrar su culpa por el papel que había jugado en la muerte de Joe, y para hacer su duelo en paz.
Riley frenó el cochecito de Chas y la miró. La llevaba del brazo, un gesto que ella agradeció, puesto que hacía mucho tiempo que Joe no la tocaba, y había añorado tener afecto toda su vida.
–¿Hacer qué? ¿Proteger a la prometida de mi hermano y a mi sobrino de los maliciosos cotilleos? ¿Hacer lo que haría cualquier hermano?
–Tú no eres mi hermano –dijo ella impulsivamente.
Riley pestañeó, sorprendido. Pero ella notó un brillo de emoción que no pudo identificar. Le pareció que expresaba alivio, pero no estaba segura.
Seguramente se sentía aliviado de no ser pariente de una estúpida como ella. Joe había sentido lo mismo, evidentemente. Había prolongado su compromiso, alimentándolo con falsas promesas, hasta que por fin le había dicho la verdad la noche que se habían peleado por última vez. Había estado demasiado borracho como para hablar coherentemente, y para conducir.
–No, no soy tu hermano, pero podéis contar conmigo –dijo Riley mirando a Chas con una ternura que la conmovió–. Si necesitas algo, dímelo. Quiero ayudaros.
–Gracias –respondió ella, deseando que dejara de mirarla como si fuera un caso digno de caridad.
–¿Estás segura de que estarás bien?
–Sí –contestó Maya, tratando de inyectar fuerza en su voz. No quería derrumbarse completamente y ponerse a llorar en el hombro de Riley–. Te agradezco que te encargues de todo esto… –hizo un gesto hacia la gente que se estaba dispersando a lo lejos.
Era un alivio no tener que aguantar más la censura y las miradas de toda esa gente.
–No hay problema. Si necesitas algo… –dijo Riley, y volvió a mirar a Chas con preocupación.
Genial. Otro Bourke que dudaba de su habilidad como madre. Joe había bromeado más de una vez con ello. Y ella había aprendido que sus bromas eran insultos con la intención de herirla donde más le dolía. Ella había confiado en Joe y le había contado su pasado, y él se había aprovechado de ello y lo había usado contra ella cuando su relación había empezado a fallar.
No, no echaría de menos a Joe. Aunque lo hubiera amado, y lo hubiera idolatrado, él era su pasado. Chas era su futuro.
Maya miró a su hijo y sonrió débilmente.
–Estaremos bien –acarició la mejilla de Chas con la punta del dedo índice, impresionada por lo mucho que amaba a aquel pequeño.
Alzó a su hijo y lo colocó en la silla de bebé que tenía su camioneta. Riley la ayudó a meter el cochecito y la bolsa con todas las cosas del bebé.
Y entonces se convenció de que sí, de que estarían bien.
No tenía otra opción.
–Tu hermano debe de haber sido un buen hombre.
Riley bebió su tercer café de la tarde y miró a Matt