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El novio de mi hermana
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El novio de mi hermana
Libro electrónico204 páginas3 horas

El novio de mi hermana

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Información de este libro electrónico

Ninguna mujer debía intentar conquistar al ex prometido de su hermana…
Kathie Cassidy llevaba años sufriendo en silencio para que nadie descubriera que se había enamorado del prometido de su querida hermana. Pero entonces ocurrió algo inesperado. Su hermana puso fin al largo compromiso y se casó con otro. Así que Joe era libre. Joe Reed tenía un plan. Llevaba años prometido con una mujer y, ahora que lo había abandonado, no conseguía que le importara. Porque, inexplicablemente, se había enamorado de Kathie, la hermana de su ex prometida. Eso no era parte del plan, pero entonces la besó… y se olvidó de todos sus planes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 feb 2018
ISBN9788491707851
El novio de mi hermana
Autor

Teresa Hill

Teresa Hill tells people if they want to be writers, to find a spouse who's patient, understanding and interested in being a patron of the arts. Lucky for her, she found a man just like that, who's been with her through all the ups and downs of being a writer. Along with their son and daughter, they live in Travelers Rest, SC, in the foothills of the beautiful Blue Ridge Mountains, with two beautiful, spoiled dogs and two gigantic, lazy cats.

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    Vista previa del libro

    El novio de mi hermana - Teresa Hill

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2006 Teresa Hill

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    El novio de mi hermana, n.º 1680- marzo 2018

    Título original: Her Sister’s Fiance

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-785-1

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    LAS menudas y ancianas señoras sentadas a las mesas de picnic lo miraron como si fuera escoria.

    Joe Reed trató de no prestarles atención debajo de un enorme magnolio mientras comía un perrito caliente en la celebración del 1 de Mayo de la ciudad, tratando de parecer su antiguo yo: respetable, fiable y solidario.

    Se ladeó hacia la derecha para obtener una vista mejor de una de las ancianas.

    ¿No era una amiga de su abuela?

    Gimió.

    Su abuela estaba un poco sorda y no vivía del todo en el presente. A menudo pensaba que era una niña en busca de su perrito de aguas, CoCo, que llevaba muerto setenta y cinco años. Nunca le habían contado que había muerto.

    Y él seguía sin querer que lo supiera.

    Sí, después de entrecerrar los ojos, pudo garantizar que se trataba de Marge y… pudo ver que se dirigía hacia él. Se dio la vuelta con la esperanza de desaparecer, pero al siguiente instante, dos hombres lo agarraron de los hombros y lo arrastraron hacia el bosque.

    Por desgracia, no eran desconocidos.

    Hubiera preferido que le robaran.

    Aunque nadie sufría ese tipo de asalto en Magnolia Falls, Georgia.

    —Eh, vamos —probó.

    Sus captores no le hicieron caso. Uno iba armado, de modo que dejó de discutir y permitió que se salieran con la suya.

    Lo soltaron a casi un kilómetro. Lo empujaron contra un árbol y lo miraron con ojos furiosos.

    Uno era un policía.

    Joe solía salir con su hermana.

    El otro era un ministro de la iglesia.

    En ese momento estaba casado con la hermana con la que Joe había salido. Según todos los informes, felizmente casado, y tal como lo veía él, Ben no podía poner objeciones al hecho de que Kate y él hubieran roto. De lo contrario, nunca hubieran terminado unidos.

    El problema radicaba en el modo en que habían roto.

    Ahí era donde entraba en juego la otra hermana. Kathie.

    Había una tercera hermana. Kim, la pequeña de la familia, pero Joe jamás la había tocado.

    Era la del medio la que había sido su perdición. Y aún lo era, a juzgar por el modo en que la gente de esa ciudad pequeña lo trataba seis meses después de toda aquella debacle.

    —Tenemos un problema —dijo Jax, el hermano que era poli.

    —Sea lo que fuere, yo no lo hice —insistió Joe. No le gustaba meterse en problemas. Realmente era un buen tipo. Aunque ya nadie lo creyera.

    —Oh, sí, claro que lo hiciste —aseveró Jax, tan grande e intimidador como en el instituto, como cuando atravesaba la línea de defensas del equipo contrario o salía con una tras otra de las chicas del equipo de animadoras.

    Todas tenían su turno. Entonces había hecho que pareciera fácil, y aún lo hacía.

    Joe había sido más tranquilo, más centrado en sus estudios, presidente del último curso, campeón de ajedrez, una fuerza temida en un debate… nada de lo cual lo había ayudado a conseguir chicas.

    No era un seductor, en absoluto el tipo de hombre que saliera con una hermana y se escabullera para besar a la otra.

    Todavía seguía sin estar seguro de cómo había pasado.

    Lo único que se le ocurría era locura temporal.

    Aún hacía que la cabeza le diera vueltas cuando pensaba demasiado en ello, de modo que trataba de no hacerlo. Era presidente de un banco, por el amor del cielo. El más joven de todo el estado en el momento de ser nombrado.

    ¿Qué había sido de aquel hombre destinado a triunfar?

    —De verdad que no hice nada —probó otra vez.

    No había llamado a nadie, no había hablado con nadie, no había visto a nadie. Durante seis meses había llevado la vida de un monje, tratando de mantener la cabeza gacha, cumplir con su trabajo y no darle a nadie motivos para que volviera a hablar de él. Jamás.

    Como si eso hubiera servido para frenar las habladurías.

    Se sentía como si lo hubieran marcado de por vida, como si nunca pudiera borrar lo que había pasado.

    Miró a Jax, furioso, con el revólver al costado, luego a Ben, el más sereno de los dos. Se dijo que sin duda un ministro no tomaría parte en darle una paliza en el bosque. Aunque le sorprendía que Jax hubiera esperado tanto.

    Miró a Ben en busca de ayuda.

    —Probablemente sería mejor si escucharas durante un rato —dijo Ben.

    Parecía tan sereno como el que más, como si en todo momento arrastrara a gente por el bosque.

    —Las cosas están así —continuó Ben con una sonrisa, mientras Jax continuaba ceñudo—. Kate no está feliz.

    Joe pensó en eso. Tampoco le había hecho nada a Kate. Apenas le había hablado, casi ni se había acercado a ella, y si Kate no estaba feliz, ¿no era más problema de Ben que de él, dado que Ben era su marido en ese momento?

    —Bueno, debería estar feliz, absolutamente feliz, casada conmigo —prosiguió Ben—. Salvo por una cosa.

    Joe pudo imaginar qué era esa cosa.

    —Y Kim no está feliz —dijo Jax—. Lo más importante de todo para ti es que yo no estoy feliz, y podría hacerte daño con tanta facilidad.

    En ese punto, Ben se interpuso entre los dos.

    —Y si mi esposa y su familia no están felices, desde luego, yo tampoco lo estoy —aseveró.

    —No es posible que estemos felices ya que un miembro de nuestra familia no se encuentra presente —afirmó Jax.

    —De acuerdo —convino Joe con cierto titubeo.

    Kathie. Se había marchado el día de la boda de Kate y Ben, desapareciendo justo después de la ceremonia. Habían pasado semanas hasta que supieron dónde estaba. Enseñaba en un internado caro en Carolina del Sur y resistía todos los esfuerzos de la familia de convencerla de que regresara a casa.

    No podía culparla. También a él le habría gustado huir, pero no era de los que escapaban. Tenía obligaciones y había tomado la decisión de sortear la tormenta, pensando que años de ser responsable, fiable y bueno harían que superara unos pocos momentos de locura con la hermana de su entonces novia.

    Pero no había sido así. Al parecer, iban a castigarlo para toda la eternidad.

    ¿Y en ese momento estaban todos enfadados con él porque Kathie no se encontraba presente?

    —Y como tú creaste todo este lío —decía Jax con ojos centelleantes—, vas a ser tú quien lo arregle.

    Tragó saliva, preparándose para el primer puñetazo a la mandíbula. Pero Jax no lo golpeó, simplemente dijo:

    —Vas a traer a nuestra hermana a casa.

    —¿Yo? —preguntó—. Pero… ella me odia.

    —Ése es tu problema —expuso Jax.

    —Lo que quiere decir es… que estamos seguros de que sabrás encontrar un modo de salvar eso —explicó Ben, como si fuera tan sencillo como girar a la izquierda, y no a la derecha, para salir de un atasco de tráfico.

    Las mujeres no se parecían en nada a un atasco.

    No había mapas ni señales que le indicaran a un hombre cuándo parar y cuándo continuar. Ni los kilómetros que faltaban para llegar a destino.

    —Ni siquiera quiere hablar conmigo —insistió. ¿Cómo iba a convencerla de volver a casa cuando no le hablaba?

    —Vamos a dejar que ese problema también lo soluciones tú —dijo Ben, dándole una palmada en el hombro como si fueran colegas o algo así.

    —Pero… yo…

    Jax le plantó un papel en el pecho y Joe lo agarró.

    —Ésa es su dirección. No te molestes en llamar. Como bien has dicho, no hablaría contigo. Tienes que presentarte allí en persona. Hemos incluido indicaciones de cómo llegar. No es más que un trayecto de cuatro horas en coche. Mañana es día de graduación en ese internado. Una vez que haya terminado, tendrá libertad de hacer lo que le apetezca. Vas a irte a casa, preparar una maleta y empezar a conducir.

    —¿Esta noche? ¿Queréis que vaya a verla esta noche?

    —Espero que hayas salido de la ciudad en una hora. Y sabes que lo sabré si no es así —dijo Jax—. Imagino que estás al tanto de lo que sucederá si alguien te ve por aquí después de las ocho.

    Desde luego.

    Jax y sus colegas del cuerpo de policía.

    Joe había sido citado por cinco violaciones de tráfico a la semana de que Kathie dejara la ciudad, y no había sido culpable de ninguna. Pero tampoco había protestado. No hasta terminar ante un juez que había estado dispuesto a quitarle el carné de conducir, y aun así no había tenido mucho que decir. El juez había sabido exactamente lo que sucedía y lo había dejado ir con una advertencia, en la que le recalcaba que debería esforzarse en reparar lo que hubiera hecho para molestar a la crema y nata de Magnolia Falls.

    —No volverá porque yo se lo pida —dijo Joe con sinceridad.

    —Entonces, tienes que pensar en algo, ¿verdad? —indicó Ben—. Menos mal que es un trayecto de cuatro horas. Estoy seguro de que cuando llegues, se te habrá ocurrido qué decir para lograr que regrese.

    —No puedo. Quiero decir… No sé qué decir. No creo que haya nada que pueda decir. Si lo hubiera, lo diría —no porque quisiera que volviera… en realidad, no. ¿Qué clase de hombre le daría la bienvenida por segunda vez a la locura?

    Pero ése era el hogar de Kathie, el único que siempre había conocido. Su padre había muerto cuando ella contaba cinco años, su madre el año anterior, y sus hermanos eran toda la familia que le quedaba. Siempre habían estado unidos y odiaba pensar que él la había apartado de esa familia, dejándola sola en el mundo.

    Y la pobre Kate. Había sido como una segunda madre para sus dos hermanas menores, siempre se había tomado muy en serio sus obligaciones con ellas.

    Se lo debía a Kate.

    Y Kathie. No dejaba de pensar en ella como en una adolescente. Lo que casi era cuando la conoció, pero ya tenía veinticuatro años y él acababa de cumplir treinta y uno, y era un adulto, supuestamente responsable e inteligente, y era que había manejado toda la situación entre ambos de manera lamentable.

    De modo que se lo debía a las dos, aparte de que lo habían educado para creer que un hombre se afanaba en no cometer errores y, si los cometía, siempre intentaba compensarlos.

    —De acuerdo —aceptó, resignado, pero sin tener idea de cómo lograría la tarea de llevarla a casa—. Iré.

    Que Dios lo ayudara.

    Kathie trabajaba en un internado de niños en mitad de ninguna parte. Joe condujo por el bosque durante kilómetros, pensando que iba a terminar en un campamento de verano, pero al final ahí lo tuvo, algo parecido a una antigua ciudad universitaria de piedra gastada y cubierta de hiedras situado en medio del bosque. Pensó que se trataba de un lugar raro para una escuela. Jacobsen Hall, ponía el letrero, lleno de grandeza contenida, que gritaba dinero centenario.

    Después de mirar el mapa y las indicaciones para llegar, encontró el colegio mayor donde Kate había estado viviendo, mientras desempeñaba un papel como….

    ¿Tutora?

    Kathie tenía veinticuatro años.

    Las tutoras no tenían esa edad.

    Había un torrente constante de niños y equipaje saliendo por la puerta principal, ayudados a menudo por chóferes que guardaban las pertenencias de los niños en limusinas.

    Joe esquivó maletas y mocosos para llegar al interior. En el vestíbulo, con un portapapeles en la mano, el cabello rubio recogido en un moño severo, se hallaba Kathie.

    Le consternó sentir un nudo en el estómago al verla, incluso con ese vestido negro con cuello y puños blancos.

    Durante un instante estrafalario, pensó que si la falda fuera un poco más corta y luciera un pequeño mandil blanco, se soltara algunos de esos botones de latón y se desmelenara, parecería una… una…

    Emitió un gemido angustiado.

    No iba a fantasear con ella.

    Bajo ninguna circunstancia tendría pensamientos sexuales con ella. Ninguno. Jamás.

    No iba a volverse loco otra vez por la hermana menor de su ex novia.

    No.

    Antes preferiría pegarse un tiro ahí mismo antes que pasar una vez más por aquello.

    Sólo necesitaba a una mujer. Cuerda, sensata, pragmática, responsable y fiable. Todas las cosas que siempre había pensado que era Kate. Todas las cosas que siempre había sido él. Y sentaría la cabeza con ella y llevarían una vida cuerda, sensata, pragmática, responsable y fiable. Volvería a ser quien había sido. Todo el mundo olvidaría el pequeño incidente de seis meses atrás que tanto había mancillado su reputación.

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