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Observar: Los sentidos en la construcción del conocimiento
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Observar: Los sentidos en la construcción del conocimiento
Libro electrónico301 páginas4 horas

Observar: Los sentidos en la construcción del conocimiento

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Observar significa explicar un fenómeno a través de una recogida de información planificada y sistemática; significa aprender a hacer inferencias, incluso en la vida cotidiana, dando "significado" a lo que conocemos. La primera parte del libro desarrolla un referente teórico y cultural para la operación mental de observar y la encuadra en el contexto de la sociedad contemporánea, no solo desde el punto de vista psicológico, sino también desde el punto de vista filosófico y literario.
En la segunda parte de la obra, se ofrecen ejercicios, juegos, actividades educativas, simulaciones y experimentos, con alumnos de educación primaria y secundaria, que buscan promover estrategias para mejorar las capacidades de observación analítica y crítica, así como una capacidad de atención ordenada y fiable que desarrolle en ellos el "gusto por el descubrimiento ". Las actividades parten del uso de dibujos animados, obras de arte, fotografías, números, etc.; elementos que encontramos en la vida de cada día.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 jul 2017
ISBN9788427723061
Observar: Los sentidos en la construcción del conocimiento

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    Vista previa del libro

    Observar - Loredana Czerwinsky Domenis

    Trad.].

    PRIMERA PARTE

    Modelos teóricos

    PRIMER CAPÍTULO

    Observar con la mente

    Una definición sobre la que reflexionar

    En la acepción común, el acto de observar se suele reducir, injustamente, al simple acto de mirar atentamente, con el fin de tomar nota de todos los detalles del aspecto físico de una determinada persona o de las características de un determinado ambiente, o bien al acto de no dejar que se nos escape nada del desarrollo de una determinada situación.

    Si lo buscamos en la enciclopedia Treccani¹, bajo la voz observación (del latín observatio-onis) hallamos que una serie de locuciones definen el vocablo:

    El acto de observar, puede referirse simplemente (con o sin un fin determinado) a lo que se puede percibir con la vista [...] a aplicar la mente para formular consideraciones sobre lo que se ve o, en fin, a someter algo a examen, a reflexión, a una investigación que puede ser de diversa naturaleza. Con especial referencia a la actividad de la mente, la capacidad de captar y retener no solo los aspectos exteriores de las cosas, sino también el carácter de las personas, la realidad de una situación y, en general, cuanto es digno de ser apreciado y de convertirse en materia de consideración en relación a las cosas, las palabras o a una obra.

    Tratemos ahora de descomponer y analizar esta definición para identificar mejor sus diversos matices.

    El acto de observar, para notar, simplemente, lo que se puede percibir con la vista

    El acto de observar entendido como tomar nota de lo que se percibe es un acto que realizan todas las personas en su relación con el ambiente que les rodea, cada vez que dirigen intencionadamente la vista y fijan su mirada en algún objeto o persona presente en su campo visual. Pero a menudo el observador resulta mucho más activo cuando va desplazando su mirada, más o menos de forma sistemática, ampliando así su propio espacio de observación e incluyendo elementos nuevos. El acto de tomar nota de lo que entra a formar parte de nuestro espacio vital puede cumplir dos funciones: la de reconocer un ambiente conocido o la de explorar un ambiente nuevo.

    Sin embargo la observación, en tales situaciones, puede ser también una especie de investigación desinteresada, que se realiza solo por el placer que de ella se deriva. Todos nos hemos detenido para observar una puesta de sol frente al mar: los ojos se mueven rápidamente, queriendo posarse en el mar, con su oleaje, y en el cielo, con sus nubes alargadas, cuyos colores van del azul al rojo, pasando por el gris ceniza. Nos dejamos emocionar por las luces abigarradas y tornasoladas y nos sumergimos en aquellos colores veteados, iridiscentes, mutables.

    Todos nosotros, desde la infancia, hemos dirigido la mirada al arco grandioso y centelleante del cielo, mirando maravillados el sol, el alba o el atardecer; mirando a la luna, desplazándose o cambiando de forma; o a las estrellas, en su lenta y casi imperceptible rotación por el arco del cielo, maravillándonos frente al rápido fulgor de una estrella fugaz. Probablemente todas las personas de todas las épocas se han sentido atraídas y se han detenido con atención para observar el cielo y, es más, quizás esta ocupación consituyera un pasatiempo durante la prehistoria.

    El acto de observar, aplicando la mente para formular consideraciones sobre lo que se ve

    La observación no es una operación mental gratuita, no es un fin en sí mismo ni va orientada a la simple recogida de una serie de informaciones que se yuxtaponen las unas a las otras, sino que puede ser un momento esencial de una investigación, orientada hacia un objetivo que no solo nos permite captar la existencia de los objetos o la evolución de los hechos, sino que se caracteriza por atribuirles un significado.

    Hojeando un álbum de viejas fotografías de principios del siglo XX o asistiendo a la proyección de un documental sobre otros tiempos observo a unas personas que hace cien años paseaban y se sentaban en las mesas de los mismos lugares en los que hoy en día pasamos los domingos. Solo nos chocan los atuendos, que relacionamos con modas extrañas e inusuales. Los espacios, aunque reconocibles, son claramente distintos por la ausencia de algún que otro edificio y por la presencia de carrozas de caballos y bicicletas y de alguna figura hoy en día impensable o inusual, como el heladero o el fotógrafo ambulante. La observación comparativa entre ayer y hoy me permite entender algunos aspectos de la vida de entonces, que eran semejantes a los nuestros, mientras que hay otros muchos que eran distintos.

    Con frecuencia la realidad, observada directamente o a través de los medios de comunicación, puede convertirse en un conocimiento situado y compartido, anclado en vivencias personales, capaz de captar las resonancias y las dimensiones psicológicas subjetivas. Pero a menudo, una observación como esta, que se imbrica en la cotidianeidad, no tiene los rasgos propios de algo que tiene una constancia en el tiempo, no presenta una sistematicidad en cuanto a la acción y a la intervención, y casi siempre carece de lo que podríamos definir como un aparato crítico que haga que sea una impresión objetiva y no meramente subjetiva. Si las observaciones se realizan de modo ocasional, de forma inadecuada o sin un criterio estable, entonces se corre el riesgo de no distinguir entre características determinantes e irrelevantes o marginales, y a partir de unas observaciones de ese tipo nuestras conclusiones quedarán invalidadas por estar entretejidas con convicciones personales o parciales.

    Volvamos a reflexionar en torno a nuestro gesto de alzar la vista hacia el arco del cielo, un ademán que une a la humanidad en su largo recorrido evolutivo. Para los egipcios y los babilonios, hace miles de años, la observación del cielo ya no era un pasatiempo o una fuente de distracción. De su observación de los movimientos de los astros, y gracias al hecho de que tomaran nota de lo que les llamaba la atención, identificaron una serie de regularidades: los astros no se desplazaban por el cielo de forma casual, movidos por fuerzas desconocidas o por acontecimientos naturales, sino que seguían unos recorridos definidos espacialmente, con ciclos temporales muy precisos, calculables y previsibles. El estudio de estas regularidades les permitió, a continuación, realizar unos calendarios bastante rigurosos y puntuales que no solo ponían orden en el movimiento, hasta el momento aparentemente caótico de los cuerpos celestes, sino que, sobre todo, proporcionaban una perspectiva temporal ordenada también para su vida futura.

    Ser capaces de insertar en una visión de conjunto una serie de informaciones inicialmente sin relación significa lograr darles un significado y por tanto conocer de una forma más completa y articulada. Pero hay que precisar que ese conocimiento, que sitúa la experiencia en el tiempo y en el espacio, puede basarse, a su vez, en la intuición, en la analogía y en criterios de verosimilitud y que por tanto el sujeto no sienta la necesidad de una comprobación o de una demostración formal.

    El acto de observar, sometiendo algo a examen, a reflexión y a investigación

    Cuando una persona se bloquea con un problema que no logra resolver de inmediato, basándose en los conocimientos que ya posee, suele realizar observaciones y recoger nuevas informaciones para delinearlo mejor. Este es el modo de proceder de cualquier persona, pero también del profesional que debe resolver el problema de productividad de una empresa, del profesor que debe resolver una situación de malestar en ámbito educativo o del científico que se plantea nuevas preguntas, mediante un proceso deductivo, en relación a los conocimientos que ya posee. Lo que distingue el modo de proceder del individuo común del de los profesionales es la modalidad de recogida de los datos.

    En el ámbito científico, o, en todo caso cuando se desea no solo comprender, sino explicar un fenómeno, la observación es una recogida sistemática y planificada de un número relativamente elevado de informaciones. Para que la observación tenga validez científica son necesarias una serie de estrategias y de precauciones que se deben programar y organizar: es necesario establecer de forma prioritaria, en base a una hipótesis de investigación, qué se quiere observar, cómo se pretende observar y con qué frecuencia. La observación debe poder proporcionar, al final del proceso, una descripción minuciosa de las modalidades, de la intensidad y de la duración del hecho observado.

    En base a las informaciones recogidas se formulan hipótesis sobre las relaciones que se establecen entre los distintos hechos observados y se extraen las consecuencias que se deribarían de las situaciones de observación, de modo que se puedan identificar las relaciones y adelantar previsiones sobre la aparición de un comportamiento ante una determinada situación. Solo entonces se realiza la comprobación. Entonces se sabe exactamente qué hay que observar y qué hay que buscar, comparando los resultados para pode afirmar si la hipótesis se ha confirmado o no.

    La atención del investigador requiere sistematicidad, organización, puesta en relación y en contexto; desemboca así en una comprensión intelectual que se presenta como distanciada, objetiva y analítica, que se concreta en un conocimiento descriptivo y explicativo que está caracterizado por principios de coherencia y de no contradicción. Si, ocasionalmente, se evidencian hechos nuevos o imprevistos, estos no se infavaloran, se ignoran o no se toman en consideración, sino que pueden ser el estímulo para un nuevo descubrimiento, basado en la serendipidad², es decir, en la ocasión para que se den felices e interesantes descubrimientos mientras se está buscando otra

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