LA INTELIGENCIA QUE NECESITAMOS
Imagina un mundo en que la admisión a las universidades más prestigiosas –desde Oxford hasta Cambridge, Harvard o Yaleestuviera limitada a las personas muy altas. Pronto, la gente alta pensaría que triunfar en función de la estatura es el orden natural de las cosas.
Así es el mundo en que vivimos. No tanto por ser alto o bajo –aunque se sabe que los primeros tienen cierta ventaja–. Hay una medida que, en muchos lugares, sirve para decidir quién tiene acceso a las mejores oportunidades y a los centros de toma de decisiones: es lo que llamamos inteligencia. Según parece, cuando alguien la tiene, lo tiene todo, ¿no es así?
Lo hemos entendido al revés. Después de décadas de investigación, otros autores y yo hemos aprendido que, por un accidente de la historia, hemos desarrollado un concepto de inteligencia estrecho, científicamente cuestionable, sesgado y, al final, autodestructivo. Hemos visto las consecuencias, por ejemplo, en cómo muchas naciones han respondido a la pandemia y a otros problemas como el cambio climático, las crecientes desigualdades socioeconómicas y la contaminación del aire y el agua. En muchos ámbitos, nuestra manera de entender y de promocionar la inteligencia no ha dado lugar a soluciones inteligentes a los retos del mundo real.
Si nos planteamos una visión más científica de la inteligencia, quién puede tenerla y cómo la podemos cultivar, será
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