La Masculinidad Moderna: Guía Para El Hombre
Por Allen Frantzen
3.5/5
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Este libro describe los elementos básicos de la vida masculina moderna. Explica cómo puedes conseguir que se respete la masculinidad en una cultura que la desprecia continuamente. También presenta métodos para entablar conversaciones productivas en las que la figura del hombre sea tratada con respeto.
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Comentarios para La Masculinidad Moderna
4 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 1 de 5 estrellas1/5El libro es pésimo, le estaba dando una oportunidad hasta que llegué al punto en dónde literalmente dice que "te agarres tus huevos" en frente de las "malas mujeres feministas", lo siento pero esto no tiene nada de moderno, es más bien lo opuesto.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Se dice que la "verdad os hará libres". Este libro nos presenta las verdades de fondo frente a la confrontación del feminismo no frente al "masculinismo" sino contra el hombre mismo en su esencia.
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La Masculinidad Moderna - Allen Frantzen
moderno.
Parte I. Empezamos
1. La masculinidad moderna
En los viejos tiempos (antes de la década de 1990, más o menos), podías decir que no eras feminista, y a nadie le importaba. De hecho, esa era la postura de los moderados. Pero si te atreves a decirlo hoy en día, te toman por un ultraconservador.
Ya no estamos en esos «viejos tiempos». El mundo se ha convertido en lo que el bloguero Rollo Tomassi denomina «un ambiente de feminidad primaria», donde el hombre está sujeto al «imperativo femenino». Tal y como explica Tomassi, «el imperativo existencial de la mujer, su felicidad, su contento, su protección, su manutención y su empoderamiento» se «fomentan socialmente» o incluso «se imponen a golpe de ley» («Femi-centrismo»). Garantizar la felicidad de la mujer se ha convertido en responsabilidad del hombre.
Muchos hombres no están listos para este cambio climático, aunque ya haya tenido lugar. Por suerte, algunos hombres llevan tiempo prestando atención a lo que ocurre, como Warren Farrell, que publicó The Myth of Male Power («El mito del poder masculino») en 1993, y Roy F. Baumeister, autor de Is There Anything Good About Men? («¿Tienen algo bueno los hombres?») (2010). Hace mucho, Baumeister se consideraba feminista. Opina que el feminismo ha cambiado desde la década de 1970, cuando promovía la igualdad y desafiaba la «sabiduría popular». Afirma que hoy en día el feminismo «promueve a la mujer a expensas del hombre», y que incluso «condena al hombre». Concluye que en la actualidad los puntos de vista feministas se han «convertido en la norma, en la creencia popular» (pp. 8-9). Farrell y Baumeister, entre otros autores, han examinado atentamente la figura del hombre en la era del feminismo. La masculinidad moderna se inspira en el tono positivo y esperanzador de sus obras.
Baumeister no es el único que ha detectado un cambio en el pensamiento feminista. Paul Nathanson y Katherine K. Young también han identificado esa transformación. Denominan a la clase de feminismo en el que suele pensar la gente «feminismo igualitario»; es el que busca el trato equitativo del hombre y la mujer, un «ideal noble» de la década de 1960 (y antes). A la segunda clase de feminismo, más nueva y menos familiar, estos autores la llaman «feminismo ideológico»; se trata de un pensamiento dualista y antagónico, que utiliza un paradigma del «nosotros» contra «ellos» y sigue el modelo del conflicto de clases (Legalizing Misandry, «La legalización de la misandria», pp. xi-xii). Yo prefiero denominar a este tipo de feminismo «feminismo progresista», ya que considero que cualquier punto de vista documentado, ya sea igualitario o no, contiene una base ideológica. Nathanson y Young afirman que «los resultados acumulativos del feminismo ideológico» se han convertido en «creencia popular» (Legalizing, pp. xii-xiii).
Es probable que nos convenga matizar la afirmación de que solo existen dos tipos de feminismo: nada que sea mínimamente complejo puede tener solamente dos variantes. Pero las distinciones son útiles, y las diferencias son auténticas. El feminismo progresista se asemeja a lo que Tim Goldich llama «el lado sombrío» del feminismo (p. 93), una idea que se documenta en el trabajo sobre arquetipos de Robert Moore y Douglas Gillette, y en la psicología de Carl Jung. El lado sombrío de un arquetipo es su lado inmaduro e inseguro. El arquetipo del rey, por ejemplo, es el que manifiesta un liderazgo que confirma y respeta el poder ajeno; por el contrario, el lado sombrío de este arquetipo tiene como objetivo la dominación, y siente terror hacia los logros y la felicidad de los demás (Moore y Gillette, pp. 9-11, p. 63). El lado sombrío del feminismo es el que pretende obtener el control, no la coexistencia.
Tras publicar Spreading Misandry («La difusión de la misandria») en 2001, Nathanson y Young descubrieron una diferencia fundamental entre los seguidores de los dos tipos de feminismo que ellos distinguían. Los feministas igualitarios estaban dispuestos a admitir que las reformas feministas «habían ido demasiado lejos», y que «estaban creando injusticias hacia los hombres y los niños». Ese espíritu generoso no aparece en la otra vertiente del feminismo, que se caracteriza por sus puntos de vista inflexibles, entre los cuales se encuentran las siguientes convicciones: las mujeres son víctimas, los derechos colectivos de las mujeres tienen más peso que los derechos individuales de cualquier hombre, únicamente las opiniones de los hombres deben considerarse con escepticismo, y el fin justifica los medios (Legalizing, p. xii).
Nathanson y Young consideran que las consecuencias negativas de las reformas feministas ya eran evidentes en la década de 1990. La cultura elitista buscaba cualquier indicio de discriminación contra la mujer, mientras que los indicios de discriminación contra el hombre se ignoraban o se desestimaban. En respuesta a La difusión de la misandría, varios medios de comunicación trataron la idea de la existencia de un prejuicio antimasculino o misandria (desprecio hacia el hombre) como si se tratase de una novedad pasajera, e incluso la utilizaron como truco publicitario. Nathanson y Young, pioneros en la evaluación del efecto del feminismo sobre el varón, han comprendido que, digan lo que digan, siempre habrá lectores que los acusarán de «atacar a todas las feministas, o incluso a todas las mujeres» (Legalizing, pp. xii-xiii), una acusación evidentemente falsa.
Si tenemos en cuenta la descripción del feminismo ideológico que nos presentan Nathanson y Young, parece lógico relacionar esta variante del feminismo con los objetivos generales del movimiento político que se denomina progresismo. El profesor James W. Ceaser afirma, a propósito del progresismo estadounidense, que «aunque la influencia palpable del progresismo se iba expandiendo y cubría cada vez más aspectos de la vida cotidiana en Estados Unidos, los progresistas seguían sin aceptar responsabilidades por ninguno de los males de la sociedad. Estos males eran exclusivamente culpa del sistema. El progresismo no quiere crecer; es igual que Peter Pan. De hecho, no PUEDE crecer, por definición» (p. 28).
El progresismo pretende ser visto como «un forastero o un viajero que llama a la puerta, suplicándonos que le dejemos entrar en el sistema», afirma Ceaser (p. 28). El feminismo también se presenta como si estuviese en la periferia, excluido de un sistema dominado por el hombre; excluido incluso del sistema educativo, en el que las mujeres llevan siendo mayoría más de veinte años. Ceaser afirma que los progresistas no aceptan su rol en el statu quo. Ya es hora de preguntarse si los feministas progresistas y posmodernos aceptan sus contribuciones al statu quo.
El progresismo tradicional ha dado lugar a lo que Kim R. Holmes denomina progresismo posmoderno, una fusión de políticas de izquierda y teoría cultural idealista (p. 39). Holmes examina la historia de este nuevo progresismo y describe de manera concisa las estrategias retóricas del posmodernismo (pp. 37-41). Aquellos hombres que quieran aprender a enfrentarse al feminismo progresista (o ideológico) harían bien en considerar los tres enfoques descritos por Jon A. Shields y Joshua M. Dunn, Sr., que hablan sobre la respuesta a las ideas progresistas en su obra Passing on the Right («La enseñanza de la derecha»). Quienes se identifican con las ideas conservadoras pero prefieren el civismo y el debate, adoptan el enfoque asimilativo; aquellos que prefieren evitar la controversia optan por el enfoque evasivo; y quienes llevan el desafío al terreno del oponente utilizan el enfoque combativo (pp. 110-11).
Debido a que es importante intentar llevarse medianamente bien con los oponentes, yo recomiendo el enfoque asimilativo, porque es el que tiene mayores probabilidades de producir un intercambio fructífero. Defiende tus puntos de vista, pero sé educado. De todas formas, si eliges el camino asimilativo, no des por hecho la buena fe y el compañerismo de tus oponentes progresistas. Recuerda que los llamamientos al civismo a veces son una estrategia para acallar las opiniones discordantes. Y hoy en día, los discordantes son aquellos que defienden al hombre.
Durante mucho tiempo, las mujeres tuvieron un papel secundario. Hoy en día, según Baumeister, la cultura estadounidense está condicionada por el «efecto WAW»; en otras palabras, que la población considera que Women Are Wonderful («las mujeres son maravillosas»), al menos en comparación con los hombres. Baumeister documenta este «efecto WAW» mediante la obra de Alice Eagly y Antonio Mladinic, dos académicos cuya investigación se basa en «montañas de datos» que, en opinión de Baumeister, reflejan el pensamiento de «muestras abundantes de la población actual, mayoritariamente de los jóvenes» (p. 25; véase también p. 283, y Goldich, p.383).
En un mundo condicionado por el «efecto WAW» de Baumeister y por el ambiente de «feminidad primaria» de Tomassi, ¿en qué posición se encuentran los hombres? La masculinidad tradicional giraba en torno a la fuerza física, el silencio, el sacrificio y la dureza. Yo considero que estas cualidades caracterizan al hombre dominante y excesivamente seguro de sí mismo (la sombra del arquetipo del rey). Hoy en día muchas personas, especialmente las feministas, denuncian estos rasgos y exigen que los hombres adopten una masculinidad basada en una mezcla de vulnerabilidad, sensibilidad, intimidad y voluntad de sumisión. Considero que esas cualidades caracterizan a los hombres que son capaces de cooperar pero que sienten aversión por la confrontación y los desafíos (la sombra del arquetipo del mago de Moore y Gillette, p. 115).
Ninguna de estas dos versiones de la masculinidad me parece moderna. La primera no es otra cosa que el estereotipo del salvaje Oeste, al que la mayoría de los hombres jamás podría ajustarse; la segunda parece la descripción de una mascota obediente, más que un buen compañero de vida. Para mí, el hombre moderno es alguien competente, competitivo y creativo, además de constructivo. Conoce sus puntos fuertes, se esfuerza por mejorar sus puntos débiles y considera que los estándares de los demás complementan los suyos propios. Se pone a prueba a sí mismo para ser mejor a la hora de construir, crear y producir. Y debido a que está conectado con sus hermanos, sabe que los hombres también son seres maravillosos.
Tenemos mucha información sobre lo maravillosas que son las mujeres y lo horribles que son los hombres. La situación del hombre en el ámbito educativo es particularmente preocupante. Según un artículo de Psychology Today de