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Muero y Vuelvo
Muero y Vuelvo
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Libro electrónico230 páginas3 horas

Muero y Vuelvo

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Un caso en el convulso norte de África de 2011 casi le cuesta el pellejo al detective privado Rafael Guerrero. Para olvidar lo ocurrido y resarcirse de las heridas decide escaparse unos días a un país centroeuropeo para descansar, pero sin ser muy consciente de los hilos que mueven las tramas, dará comienzo una nueva investigación que le hará recorrer miles de kilómetros en busca de dos huidos que se esconden por diferentes motivos o quizá por el mismo. Túnez, Madrid, Suiza, Hungría, Barcelona y finalmente Brasil serán testigos y en ocasiones protagonistas de las investigaciones, elucubraciones, enamoramientos y desmoronamientos de este personaje tan real como el asunto que lo lleva de un continente a otro, y tan ficticio como este género lo permite. Que es poco, aunque parezca mucho. Y sí, al final Rafael Guerrero vuelve, vivo o muerto.
“El autor sabe cómo terminará todo, pero su personaje no lo puede saber. Y nosotros sus lectores iremos averiguando a su ritmo, al mismo tiempo que él. Por eso Muero y vuelvo se constituye en una novela insólita y poco habitual en el panorama de la novela negra española”.
Paco Camarasa

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 abr 2017
ISBN9781310378089
Muero y Vuelvo
Autor

Rafael Guerrero

Rafael Guerrero es Detective Privado, profesor universitario, escritor, criminólogo por la Universidad Complutense de Madrid, Director de Seguridad por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y Máster en Servicios de Inteligencia por el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de Madrid.  Ha ejercido la Investigación Privada desde el año 1992 mediante la dirección de su propia agencia, Grupo Agency World Inv. www.agencyworld.org Durante estos años, ha resuelto infinidad de casos a nivel nacional e internacional. Pertenece a la World Association of Detectives de Estados Unidos y es socio colaborador de la International Police Association. Rafael Guerrero ha publicado tres novelas: Un Guerrero Entre Halcones, Muero y Vuelvo y Ultimátum - Ed. Círculo Rojo -. Hablando en primera persona, Rafael Guerrero aleja a los lectores de la ficción, mostrando la realidad de su profesión. Según cita Paco Camarasa en el prólogo de Muero y Vuelvo "Sus libros están protagonizados por un detective de verdad que es a su vez autor y personaje. Por eso se consituye en una novela insólita y poco habitual en el panorama de la novela negra española".

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    Muero y Vuelvo - Rafael Guerrero

    Créditos

    © Derechos de edición reservados.

    Edición: Editorial Círculo Rojo.

    www.editorialcirculorojo.com

    info@editorialcirculorojo.com

    © Rafael Guerrero

    Fotografía de cubierta: © Fernando Cuevas Bautista

    Diseño de portada: Editorial Círculo Rojo

    Ajuste a formato EPUB: Javier Salvador López

    ISBN: 978-84-9160-636-4

    Prohibida la reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de éstos.

    A mis padres, nunca preguntaron dónde me encontraba

    pero notaba el sufrimiento en sus palabras.

    Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo

    se debe a que los ignorantes están completamente

    seguros y los inteligentes llenos de dudas

    Bertrand Arthur W Russell

    ¿Qué es la vida? Un campo minado

    ¿Y el fingimiento? La condición necesaria para nuestra ascensión

    ¿Y qué es el amor? El más bello de los engaños

    El arte de no decir la verdad

    Adam Soboczynski

    Prólogo

    Los adictos al género negrocriminal sabemos cuándo se puso la primera piedra para este magnífico edificio que muchos autores, lectores, libreros y editores, han ido construyendo. Edificio al que Muero y Vuelvo, la última novela de Rafael Guerrero se incorpora.

    Los crímenes de la calle Morgue, publicados en abril de 1841 fue el inicio de una larga amistad. Edgar Allan Poe no sabía la que estaba liando cuando comenzó a utilizar la deducción para conocer aquello que aparentemente no está claro, está más bien oscuro.

    Y no sólo nos aportaba una nueva forma de narrar, una nueva forma de enfrentarse a lo desconocido, sino que nos regalaba a Auguste Dupin, el primer detective de la historia.

    Porque durante mucho tiempo la novela que nos gusta fue denominada novela detectivesca porque detectives eran sus protagonistas. La policía ya existía, ya se habían creado a principios del siglo XIX la Sûretè en Francia y Scotland Yard en Londres, pero los detectives eran intelectualmente superiores. Más preparados, más exactos a la hora de aplicar la ciencia de la deducción.

    ¿Cómo superar al genial Sherlock Holmes?

    ¿Qué policía puede mínimamente comparar su burdo razonamiento a las pesquisas del personaje literario más famoso y citado de la historia de la literatura? San Sherlock Holmes le llama Rafael Guerrero, en esta novela.

    Holmes, Poirot, Lord Peter Wimsey, Miss Marple, Roger Sheringham, y tantos otros detectives ocuparon los ratos de ocio y entretenimiento de generaciones de lectores. Detectives aficionados, agudos y brillantes, protagonizando la época dorada de la novela enigma inglesa.

    Si cruzamos el Atlántico, y dejamos los cottage y los salones de té, para salir a la calle, para pisar el fango, y entrar en los tugurios donde se bebe clandestinidad y se respira corrupción policial y judicial, seguiremos necesitando a un detective como guía, como compañero.

    La ley seca, la organización empresarial de la producción industrial, pero también de la corrupción y el crimen. Frente a las instituciones dominadas y controladas por los poderosos, el detective privado se convierte en el único aliado posible de las víctimas, en el instrumento necesario, aunque a veces no suficiente, para conocer la verdad. Ya que la ley está en manos de los de siempre, al menos que un detective nos ayude a hacer justicia.

    Detectives. Algunos sin nombre, sólo sabemos que es el agente de la Continental, otros que se quedarán con nosotros, en nuestra memoria de los buenos momentos de lectura, en la nostalgia del descubrimiento que frente a los que proponían la simple resolución del enigma, había otros que nos decían que siempre el culpable, el verdadero culpable, no es el que dispara, sino el que ordena disparar.

    En España, durante la larga noche del franquismo, no podía haber policías protagonizando novelas donde se buscara la verdad y la justicia. No hubieran sido creíbles ni verosímiles. Frente a una policía, la franquista que, frente al método deductivo o inductivo, sólo practicaba el método hostiativo o torturativo, sólo cabía el detective como protagonista, para podernos identificar los lectores.

    De hecho, el único policía creíble que vio la luz en la época franquista fue Plinio, el Policía Local de Tomelloso, creado por Francisco García Pavón.

    Hubo que esperas a Pepe Carvalho para iniciar una potente saga de novelas que nos explicaran no sólo el crimen, sino que denunciara a los auténticos criminales. Pepe Carvalho, un detective. Uno de los nuestros.

    Tanto en España, como en otros lugares de la geografía, las cosas afortunadamente han cambiado. La policía, con algunas lamentables excepciones, ya no es lo que era. En la realidad, y por lo tanto también en la ficción.

    A esa ficción, poco a poco, han ido incorporándose matices, puntos de vista diferentes, nuevas formas de narrar la persecución de un delito, de un crimen. Porque en las novelas negrocriminales siempre hablamos de delitos, de crímenes y de investigaciones.

    Pero sabemos poco de cómo investigan los otros investigadores, no los agentes públicos, sino los detectives privados. Una profesión poco conocida en su realidad cotidiana.

    Desde la época en que Eugenio Vélez-Troya decidió crear la primera agencia de detectives, no de Botsuana, sino de España, se ha escrito poco sobre el trabajo de los detectives. Ellos, los que han ejercido y ejercen la profesión, han escrito poco.

    Afortunadamente, para los lectores de novela negra, o para los simples lectores curiosos e inquietos, libros como Muero y Vuelvo, la segunda novela de Rafael Guerrero, contribuyen a llenar esas carencias. Porque Muero y Vuelvo está protagonizado por un detective que es a la vez autor y personaje. Lo que le obliga a narrar en primera persona que es siempre un ejercicio arriesgado en lo literario.

    El autor sabe cómo terminará todo, pero su personaje no lo puede saber. Y nosotros sus lectores iremos averiguando a su ritmo, al mismo tiempo que él. Por eso Muero y vuelvo se constituye en una novela insólita y poco habitual en el panorama de la novela negra española.

    Los lectores de género somos algo especiales. Queremos que nos cuenten historias, diferentes, pero no mucho, a las que ya hemos leído. En Muero y vuelvo encontramos viajes, música, Hoteles, pero también un retrato poco habitual de Madrid, tragos, sexo, empresarias, ex policías, una mirada próxima de la Barcelona actual, mucho de trabajo cotidiano, y como corresponde a una novela negrocriminal un final sorprendente donde apenas unas horas marcan lo que pudo haber sido y no fue que diría Antonio Machín.

    No sabemos lo que pudo haber sido, pero sí sabemos lo que Muero y vuelvo es. No pretendan que les va a cambiar la existencia, que les va a obligar a hacer un sondeo introspectivo en sus humores y amores, que les va a producir desazones e insomnios (En todo caso por las ganas de leer un poco más antes de apagar la luz). Muero y vuelvo es una buena historia protagonizada por un detective, escrita por un detective, que sabe de lo que escribe. Una novela que le proporcionará a usted un agradable y entretenido rato de lectura. Lo que no es poco para los tiempos oscuros y sombríos que nos invaden.

    Si ha llegado hasta aquí, siga mi consejo: Busque una buena copa, una buena música, un buen lugar y póngase a disfrutar, es decir a leer.

    Paco Camarasa

    Librero.

    CAPÍTULO 1

    Sabor a lejía

    Ir a la cárcel sobrecoge y acojona, mucho, en cualquier circunstancia, sean treinta minutos o treinta años y un día los que pases en ella. A pesar del espíritu rehabilitador que sustenta sus cimientos morales y de la pensión completa que ofrece a sus inquilinos, incluso la muerte promete mejores perspectivas de futuro. Y su sabor —sí, su sabor, no el olor—, esa mezcla de lejía desinfectante y tabaco y pobreza, quizá sea la pena más jodida de soportar una vez dentro.

    No es habitual tener una entrevista con un cliente en la cárcel de Soto del Real, ni en ninguna otra, mi labor como detective privado se centra en los que todavía están fuera y no tanto en los que ya han sido enchironados gracias a lo que alguien como yo pudiera descubrir, o mejor dicho, a lo que ellos pretendían ocultar.

    En este caso concreto, dicho cliente cumplía una condena en firme de quince años por homicidio, a quién mató no es relevante, y fue su abogado, uno de nuestros mejores clientes, el que nos recomendó. De ahí que no fuera conveniente negarse a colaborar y perder dos pájaros sin pegar un solo tiro, siempre y cuando, claro está, la investigación solicitada fuese legítima y legal (no siempre estos dos términos van de la mano, y de un presidario homicida te puedes esperar cualquier cosa; de cualquiera se puede esperar lo peor). Ésta, en principio, lo era.

    Es más, salvando la parafernalia de la puesta en escena original, el inminente cara a cara en una sala de comunicación penitenciaria, se trataba de un encargo bastante rutinario, de esos que sólo aceptamos cuando no hay más remedio, cuando nobleza obliga: el encarcelado quería saber si su mujer se la pegaba con el que fuera su socio antes de acabar en la trena. La obsesión por controlar todo de algunos no entiende de celdas.

    El letrado, e intermediario, se había encargado de los trámites administrativos para que yo pudiera entrevistarme un martes a las nueve de la mañana con un hombre de unos cincuenta y siete años, calvo, gordo, de profundas ojeras y "toscos modales" (me advirtió). El estereotipo de empresario chusco que ha hecho fortuna tan rápido como ha perdido sus principios éticos, si alguna vez los tuvo. Aunque también podría ser una bellísima persona.

    Una vez identificado y atravesadas las barreras de seguridad, siempre acompañado por un diligente y silencioso funcionario, me introducen en una habitación desangelada excepto por la tenue luz que filtra una ventana protegida con barrotes para que nadie, incluido yo, pueda escapar. Tampoco ese sabor tan especial marca de la casa. El individuo me espera sentado, con su portentosa barriga ejerciendo presión sobre la mesa que nos separa y frotándose las manos con una crema inexistente como si de verdad le preocupara mantener la suavidad de éstas durante los próximos quince años.

    Me siento frente a él y me dispongo a escuchar. Es lo que hago normalmente, las primeras palabras con las que se rompe el hielo suelen ser definitorias: las entrelíneas dicen mucho más que las líneas. Tampoco pierdo de vista su lenguaje corporal, su fláccida impostura recorrida por sudores fríos. Todo cuenta para hacerse una idea de a quién te mides y de si te pagarán lo convenido. El dinero no parecía un problema cuando el abogado me habló de este asunto. El cabreo existencial del cliente, sí.

    —Ya no me fío de nadie ahí fuera, ni siquiera de usted— me suelta a quemarropa, sin que medie presentación. — Pero sé que si me la juega le podré encontrar cada día al entrar en su oficina— sentencia con el ánimo de tatuarme en el cerebro su modus operandi. Lo dicho, un bravucón que se revuelve y araña como gato panza arriba.

    —Yo también podré encontrarle aquí todos los días los próximos quince años—. Marco mi territorio con toda la educación que me es posible rescatar después de oír su innecesaria amenaza.

    Y surte efecto. El hombre se relaja y hasta esboza una leve mueca, algo parecido a una sonrisa cómplice que me coloca a su altura, la de un tipo duro como él, uno de los suyos. Pero fuera del trullo.

    —Quiero que siga a mi esposa. Creo que me la está pegando con mi ex socio, un capullo de campeonato del que deberá cuidarse, tiene mucho dinero y ningún escrúpulo. Se maneja como nadie en los peores tugurios de este mundo. Sé bien de lo que hablo.

    —Si trabajó con él, apuesto a que sí.

    —No se pase de listo, señor Guerrero. En los negocios, los contactos en el infierno valen oro. Pero la mujer de uno es sagrada. No se toca, y menos si su marido está en la puta cárcel y para cuando salga de ella será un vejestorio que ni con sobredosis de viagra….

    Asiento con la cabeza dando por hecho que me hago cargo, pero también para cortar ese hilo de la conversación, su vida sexual dentro de cinco lustros me interesa bien poco. Casi tan poco como la de su cercado presente.

    —Mi abogado ya le habrá dado los detalles y la documentación que necesita: fotos, direcciones, teléfonos... investigue y tráigame pruebas. Quiero pillarlos, divorciarme sin pagarle un euro a esa golfa y darle una lección. Por ese orden.

    — ¿No preferiría que no hubiera nada entre ellos?

    —No me joda, detective. Deme lo que quiero y lo que necesito. Y yo le pagaré lo que me pida.

    Me callo una obviedad. Le daré lo que haya, ni más ni menos. Y me pagará igualmente, tanto si le pesan los cuernos como si no.

    —No se preocupe, documentaremos y plasmaremos en un informe todo lo que veamos.

    —No me preocupo, me ocupo— dice volviendo al tópico papel de hombre rudo hecho a sí mismo que lava, o quema, los trapos sucios esté donde esté. Pobre tipo. No es mi trabajo juzgar a nadie, y menos a uno que ya lo ha sido por los tribunales, sin embargo, su actitud me produce un sentimiento que oscila entre la risa y la lástima, toda la lástima que se puede sentir por un homicida convicto.

    Me levanto de la silla y le ofrezco mi mano para sellar el acuerdo comercial y a modo de despedida. Antes de empezar ya tengo la certeza de que su mujer, efectivamente, le es infiel.La aprieta con fuerza y desgana al mismo tiempo. Está suave. Nunca lo reconocerá, pero entrevistarse conmigo esta mañana le ha arreglado el día, porque a partir de este momento, sólo le queda impregnarse de ese sabor carcelario hasta que venga otra visita y le traiga algo de aire fresco. Aire de afuera.

    Desando el camino hacia la salida acompañado de nuevo por un funcionario, aunque distinto al primero que me recibió. Firmo en el registro y echo cuentas de los minutos que he pasado aquí dentro: veinte. Más que suficientes. Mi ropa apesta.

    Recuerdo ahora este pasaje carcelario en un presente continuo, de forma vívida y reciente, aunque en realidad ocurrió hace ya unas semanas y desde entonces se han sucedido bastantes acontecimientos, la mayoría inesperados, que no se comprenderían sin este caso y sin lo mucho que me dejé en él. Recién llegado de Brasil, y mientras apuntalo este relato, me doy cuenta de que la resolución de aquella investigación marcó la forma de afrontar la siguiente, y de alguna manera, la forma de afrontarme a mí mismo. Ahí es nada.

    Al salir de la cárcel de Soto del Real, volví a mi oficina en la zona norte de Madrid con la ventanilla bajada completamente para que el perfume presidiario se disipase lo antes posible. La autovía de Colmenar M-609 apenas estaba transitada en dirección a la ciudad y el aire serrano de la zona consiguió atenuar esa fragancia maldita. En apenas veinte minutos, los mismos que había estado encerrado, llegué hasta mi despacho y organicé una reunión con los colaboradores que participarían en este indeseado encargo.

    La documentación aportada por el cliente y su abogado era más que suficiente para poner en marcha el dispositivo necesario, y, por otro lado, éste lo teníamos más que interiorizado de otros casos similares anteriores, las infidelidades, o sus hábitos, son prácticamente iguales independientemente de quienes las perpetren. Repartí los turnos procurando conciliar los horarios con las obligaciones de los compañeros con hijos, perros y gatos, señalamos las ubicaciones clave a vigilar, creamos las coberturas falsas imprescindibles para guardarnos las espaldas, revisamos los equipos audiovisuales y nos pusimos en marcha. Preveía que pronto obtendríamos resultados y que el presidiario se alegraría de haber sido doblemente traicionado.

    Sin embargo, durante el exhaustivo seguimiento por Madrid y alrededores no encontramos indicios determinantes de una relación sentimental o sexual entre la esposa y el ex socio del cliente. Bien por precaución, por sentido común o por puro azar, todo lo que vimos, grabamos y fotografiamos no servía para dar fe de una infidelidad manifiesta: ni besos, ni abrazos, ni noches de hotel o escapadas a un piso franco, un picadero.

    Él la acompañaba algunas veces en su coche hasta la cárcel, esperaba en un bar a que ella tuviera su vis a vis con el marido y luego se iban a comer a una marisquería de lujo, pero se cuidaban muy mucho de mostrar su cariño en público, y salvo que sus casas se comunicaran por túneles subterráneos secretos, aquello se asemejaba más a una buena amistad o incluso a una muestra fraternal de apoyo para con la esposa del socio encarcelado.

    Trasladé esta información al abogado de mi cliente y le expuse sin reservas que continuar con esta investigación le supondría un gasto considerable sin que hubiera garantías de éxito, al menos del tipo de éxito que se aguardaba desde la cárcel. O acepta que no hay nada entre ellos o se deja su fortuna en pagarme los honorarios, le expliqué al intermediario.

    El abogado quedó en consultar con nuestro mutuo cliente, y en esas estábamos, a la espera de liquidar o no el caso, cuando descubrimos que la mujer había sacado un billete de avión a Túnez para ese mismo fin de semana. Al pagarlo, inocentemente, con la tarjeta de crédito de la cuenta común matrimonial, pudimos tener acceso a los movimientos de la misma. Y puesto que no había hecho

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