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Dinastía: Leyendas Indias
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Libro electrónico266 páginas4 horas

Dinastía: Leyendas Indias

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La obra tiene como escenario a la India medieval, una tierra gobernada por emperadores y príncipes. El aceptar una invitación a una competencia y ganar justamente fue una excusa para que  tres príncipes sean acusados falsamente de hacer trampa. Luego de ser llevados por la fuerza a lóbregas cárceles debido a la ambición de sus parientes, reciben ayuda de su abuelo y logran escapar de aquel injusto cautiverio. Finalmente reúnen un gran ejército y dan inicio a una violenta guerra que conmueve a todos los reinos, una batalla en la que la fe de los hombres justos ayuda a superar a los ejércitos del enemigo. Algunos seres divinos deciden luego intervenir en una contienda que se lleva a cabo en lugares muy lejanos y exóticos. De esa manera, el bien y el mal chocan con enorme fuerza y se da origen a un nuevo imperio.

IdiomaEspañol
EditorialPercy Carpio
Fecha de lanzamiento18 nov 2016
ISBN9781540155078
Dinastía: Leyendas Indias

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    Dinastía - Percy Carpio

    PERCY CARPIO

    Copyright © 2016 Percy Carpio

    All rights reserved.

    Contenido

    1. –Los Gupta......................................................4

    2. –El Ajedrez.....................................................25

    3.–El Escape......................................................40

    4. –La Gran Guerra...............................................56

    5. –El Ejército de la Oscuridad..................................61

    6. – El Dios de la Guerra.........................................99

    7. –Muerte de los Rastrakutas..................................165

    8. –Final de la Guerra...........................................175

    Capítulo 1

    Los Gupta

    ––––––––

    Las calles que conducían al palacio del emperador eran limpias y amplias. Los tres príncipes Gupta y sus acompañantes montaban sus enormes elefantes blancos e iban subiendo por una espaciosa avenida, deslizándose entre muros de piedra bellamente labrada que ostentaban los signos del reino. Los hermanos pasaban por debajo de altos balcones y sobre los pétalos de exótica fragancia que fueron arrojados por los ciudadanos. Ante ellos, iban elevándose los imponentes muros y contrafuertes, las grandes cúpulas derramaban sus sombras sobre el camino que conducía hacia el palacio del emperador Otali; finalmente cruzaron por debajo de un gran arco de color blanco realzado con un reborde de borlas de mármol, que llevaba hacia los espléndidos jardines de recreo del monarca.

    Nirek el primer hijo de Otali, iba orgulloso por delante, Ojayit, el segundo hijo, lo seguía de cerca, atento y decidido a empuñar su filosa arma contra cualquier enemigo, y así mismo, Nayakan, su hermano menor, que era otro virtuoso con las armas, iba detrás de ellos. Además los acompañaba el amable emperador Amio, alto y de gran cortesía, vistiendo su imponente armadura plateada y exhibiendo una larga cabellera azabache. Los seguían por detrás varias filas de guardias armados con las brillantes lanzas tan en alto como su valor, y finalmente, avanzaba un largo séquito de sabios, esos viejos qué dedican la vida al estudio de las leyes, y la pasan encorvados sobre antiguos pergaminos rodeados de mil objetos misteriosos. Todos recibían los saludos del alegre pueblo.

    El nacimiento del príncipe Nirek se dio en una tranquila noche, mientras la plateada Luna daba su sereno rostro y se desplazaba a través de las estrellas, Otali estaba impaciente, pero sabía que la paciencia es como un árbol de raíz insípida que produce dulces frutos.

    –¿Cómo esta ella? –preguntaba Otali con el corazón exaltado.

    –Mi Señor, tu esposa Kuntana acaba de parir con salud un hermoso niño, tan luminoso como la Luna –le contestó el médico principal.

    Ocurrió luego la ceremonia para darle el nuevo nombre al bebé, se le bendijo y los sacerdotes le desearon larga vida llena de riqueza y gloria. Después, el niño fue colocado sobre el regazo de su padre y recibió su bendición. El sacerdote ofreció su plegaria a los dioses y a los espíritus de los antepasados del clan para obtener sus bendiciones. Los clarividentes predijeron que algún día, realizaría este pequeño cosas memorables y sería él uno de los prodigios y maravillas de su creador. Nirek sería grande en pensamientos y en hechos, el hijo de Otali tendría un alto sentido de la justicia. Su razón sería muy elevada, sus acciones rectas y firmes; sus intenciones nobles, y sería por derecho, el emperador de Panyab. Ojayit el segundo hijo de Otali, nació dos años después que Nirek y desde pequeño fueron notables sus cualidades atléticas. Desde joven fue educado vigorosamente en la lucha y en el camino de las armas, poseía habilidad natural para el uso de la espada y su cuerpo era duro como roca.

    –¡Oh esposa de delicada piel! –decía Otali–. Pronto el pequeño despreciara la suavidad de tus manos ¡Porque su gran afición será el lomo firme de los elefantes de guerra!

    Al ver tempranas cualidades de Ojayit, su padre le regaló una espada esplendorosa. Con un regalo de los dioses como ese, Ojayit sentía que podría enfrentar a cualquier vil enemigo que se atreviera a ponerse en frente. Tenía esta grandiosa arma, ocupando el centro de su pomo el rostro de un dios de oro, sobre un fondo de esmalte negro, y tallado en el mango los símbolos de su imperio. El joven Ojayit hizo que la espada de gran hoja cortara el aire, al verla su espíritu parecía iluminarse y se llenaba de gloria, el poseer aquella extraordinaria arma lo obligaba a convertirse algún día en un gran maestro. Al igual que Ojayit, Nayakan, que era el tercer hijo de Otali, era un fornido joven de nobles cualidades, tenía amplia la frente y ojos hundidos y oscuros, el muchacho amaba mucho a sus parientes y solía visitar a su abuelo. Al crecer se convirtió en un virtuoso guerrero gracias a las enseñanzas recibidas. Las lanzas y las flechas parecían volar obedeciendo su virtud. Observaban todos con admiración su despliegue de habilidad con la espada, la soltura de sus movimientos, la gracia de sus ritmos y la variedad de sus ataques. Practicó duramente, ejercitándose hasta llegar a la excelencia. Mucho le serviría luego la habilidad que desarrolló.

    Paramjit, el padre de Otali y sabio abuelo de los príncipes, fue el emperador Gupta más querido por su pueblo. Era un sabio y pensó que algún oficial de prestigio o algún guerrero experto ya retirado debería darles la debida instrucción a sus nietos, y fue así que busco entre los mejores soldados del reino. Visitar la ciudad imperial cuando Paramjit gobernaba era un placer, era un hermoso lugar con arboledas, fragantes flores, melodiosos y transparentes arroyos, limpias y frescas fuentes, e imponentes templos y palacios. Cuando los visitantes llegaban al palacio, solían caminar bajo las frescas sombras de los arboles rodeados por hermosas flores, dulcemente animadas por el trino de los traviesos pajarillos.

    Birendra que era un general valiente y con el poder de un tigre, se ofreció para enseñar los secretos de la espada a los príncipes Gupta, y aunque él era en realidad un tanto ambicioso, se encargó muy bien de dicha labor. El viejo guerrero escribió muchos lienzos referentes a las artes de la guerra, y estos manuscritos eran ricos en arte y enseñaban además muchas verdades de noble índole.

    Samir, el célebre emperador de las lejanas tierras del oeste, fue digno amigo de los Gupta desde mucho. Sus ojos grandes y alargados como los de un tigre centelleaban con el deseo de justicia, poseía el príncipe la fama y la fuerza de un guerrero de élite. Cuando Paramjit pretendía ir a una guerra, el padre de Samir le apoyó sin dudar, y al llegar Paramjit a la dignidad de emperador, recordó con gratitud los servicios recibidos y derramó sobre la familia Samir un diluvio de recompensas. El pueblo y las autoridades de Panyab le ofrecían respeto cuando llegaba con su séquito para visitar a los Gupta. Él había sido bendecido con un legendario poder de pelea. Decían las historias que no era otra cosa que una divinidad utilizando un cuerpo humano, pues era un hombre que veía, oía y sentía sin  conmoverse, no experimentaba pena o desagrado pues había ya dominado sus sentidos. Tal era aquel guerrero con un carácter de divinidad. Su vida sostuvo una larga lucha contra los seres malignos, y solía presentar respetos e inclinarse reverentemente ante el trono de oro de su padre.

    Ambika, una sobrina de Paramjit, era reina de los Rastrakutas, tuvo a Aleines y a Jayadeva. Aleines era alto y sereno, y Jayadeva fuerte y ambicioso. Kumaradev, la primera hija de Paramjit, tuvo a Otali, que era fuerte y amable y también a Ritor que era muy sabio. Dijeron luego los clarividentes del reino, esos hombres que aprecian la realidad sin velo alguno, que el nacimiento de estos príncipes sería la primera parte de una historia que movería a todo el imperio. Cuando Otali fue adulto, el sabio Paramjit permitía que su hijo tomara decisiones para el reino de Panyab con ayuda de su querido hermano Ritor. El respetuoso pueblo contemplaba con gran cariño a toda la familia real. Otali era un joven prudente, y en cierta vez que observó a Kuntana, se enamoró perdidamente de ella, pues era una princesa elegante y hermosa, su frente era blanca como la luz de la Luna nueva, sus ojos como zafiros y su piel tan suave como una seda.

    –¡Oh madre! –exclamó Otali–. Su belleza es realzada por sus oscuros velos que sombrean sus facciones divinas y elegantes. Su rostro es la envidia de la Luna, su cuerpo es delicado y ondulante, y es su aliento como el perfume del jazmín.

    –Si tu corazón la ha escogido debes presentarle tu respeto –contestó la reina.

    –Si madre, ella parece formada de relucientes perlas; pues su piel es blanca y suave como si reflejara a la Luna y a las estrellas.

    –¿La pedirás en matrimonio hijo? –le preguntó luego su padre.

    –¡Por supuesto padre! es bueno mostrar respetos y llevar deslumbrantes obsequios a un emperador con una hermosa hija.

    Otali envió pronto a sus emisarios, llevando magnificas ofrendas al padre de Kuntana, hermosas espadas enjoyadas, collares de esmeraldas y diez elefantes cargados con oro. El padre de Kuntana estuvo asombrado y de acuerdo con el matrimonio del príncipe de Panyab y su querida hija, y fue así que finalmente Kuntana se convirtió en la amada esposa de Otali.

    Rajpur fue traído al palacio Raman cuando era niño por Ambika, la sobrina de Paramjit, pues su madre, una prima suya lo abandono de pequeño, Ambika le pidió a Aleines que lo criara como un hijo suyo. Aleines era noble y se apiadó de la criatura, nunca le pesaría tanto a un hombre tomar semejante decisión. Rajpur era dueño de un egoísmo natural, propio de todo hombre mediocre, y para disimularlo mostraba bellos gestos de generosidad. El hijo adoptivo de Aleines, era ambicioso y además, su conducta indicaba problemas mentales.

    En las frescas mañanas, que era el momento más agradable del día, el mar del silencio nocturno se retiraba pronto con los melodiosos cantos de los pequeños pájaros que atrapaban los oídos. Las flores estaban contentas por la visita de las pequeñas mariposas y un leve brillo de oro se abría paso por entre las rajadas nubes. Veía Nirek con mucho agrado la llegada de la florida primavera que empezaba a despertar de su sueño al bosque, cuyos encantos llamarían la atención de los mismos dioses. La mañana avanzaba y se veían a lo lejos a las aves cruzando el límpido cielo. El aire era puro y desprovisto de nieblas, y la tierra estaba cubierta de fresca hierba y flores perfumadas, cargadas de fresco rocío, y conservando sus colores sin el obstáculo de las tempestades. Los jazmines sembraban por doquier su fragancia, que era arrastrada por una suave brisa.

    Otali murió luego de manera misteriosa, pues cierta vez durante una lóbrega noche, una veloz sombra se pudo ver recorriendo los altos muros del palacio. El hábil homicida no fue detectado por la guardia y ni siquiera por los hermanos que algunas veces se quedaban conversando hasta tarde en los bellos salones. El invasor silencioso como una niebla, colocó unas gotas de veneno en la reluciente copa de perlas de Otali, y este, sin percatarse, bebió el mortal elixir para volver a dormir. Pocos fueron los que sospecharon una muerte intencional.

    Al día siguiente muy temprano, al enterarse de que Otali ya no estaba, lloraron todos y los criados se despojaron de sus galas, y ocuparon los templos para rociar con lágrimas las sagradas imágenes. Fue como si una parte del imperio hubiera escapado junto a él. Los príncipes eran hombres valientes pero sintieron mucho su partida. Nirek era ahora la cabeza de la familia y tendría que tomar el mando del imperio. Las autoridades civiles y militares del reino se dieron cita en el palacio a llorar por el emperador muerto.

    Los días del luto oficial comenzaron, y los príncipes sentían la pena inundándoles el corazón. Una gran tristeza invadía el ánimo del pueblo, una sed animosa de llorar irrumpía en el valiente espíritu Gupta, era como si un hechizo doloroso conquistaba los nobles corazones. Se guardaron entonces treinta días de luto como una muestra de respeto al viejo emperador, y se decretó que cualquiera que hiciera una fiesta o se emborrachara durante esos días, sería prontamente ejecutado. En todo Panyab y algunos reinos aledaños, los pobladores guardaron también luto para acompañar a los príncipes en sus lamentaciones.

    La posterior llegada de los príncipes Gupta a Yaipur fue bien recibida por los súbditos. Se oyó un gran repiqueteo ese día al dar su cara el alba y, cuando los habitantes de la ciudad llegaron a verlos, pudieron apreciar sus excelentes corazas, armas relucientes y enjoyadas, y pieles de animales salvajes. Los príncipes y su corte eran transportados por elegantes elefantes blancos. De las calles ascendía la alegría por el regocijo del pueblo, los blancos corceles de escolta levantaban algo de polvo con su poderoso paso hacia palacio. A los príncipes los acompañaba su séquito con poderosos cánticos y el golpeteo de los viejos bastones de los consejeros, esos sabios que se mantenían todos solemnes en su avance. Yaipur era visitada ahora por los devotos guerreros. La gente de la ciudad fue hacia ellos a saludarlos y les llevaron presentes. Para el momento en que llegaron al palacio de Paramjit, un amplio grupo de gente se había acumulado en la entrada. Eran ellos de todas las castas y el mismo abuelo Paramjit llegó para recibirlos. Se hallaba de pie a las puertas del palacio acompañado por Kumaradev, la sabia y severa madre de Otali. Ellos estaban acompañados por sus respetuosos y humildes sirvientes, que los recibían con alegría dibujada en el rostro. Cuando el abuelo Paramjit vio la gran comitiva que estaba llegando, su devoción hacia los príncipes le alegro el corazón, y ordenó a los elegantes sirvientes para que los atendieran.

    –Viene tu abuelo en nuestra búsqueda, ¡oh hijo mío! Siento aún nostalgia por tu padre –le dijo Kuntana a Nirek.

    –Así es madre, nuestro corazón lo recuerda –contestó Nirek suspirando.

    –¡Bienvenidos sean! –dijo Paramjit acercándose con amable sonrisa.

    –Que los dioses te bendigan querido abuelo –contestó Nirek bajando del elefante.

    La familia descendió de sus elefantes y se dirigió hacia el abuelo, quisieron inclinarse los príncipes, pero se él se los impidió recibiéndolos en sus brazos y los besó, estuvieron muy contentos estaban con su gentileza. Paramjit abrazó a cada uno y los invitó a ir a palacio. El color de su palacio era blanco como el de la Luna, su brillante y precioso pavimento deslumbraba, y los trajes de los sirvientes y las hermosas esclavas llamaban la atención de los príncipes.

    La riqueza de los atavíos de los hermanos capturaba la vista. Luego de un momento retembló el aire con las aclamaciones lanzadas por todos los pobladores, sirvientes y guardias. Se presentaron unas delicadas mujeres, iban pintadas y vestidas con bellas ropas y empezaron a danzar hábilmente frente a los príncipes. Iban acompañadas con una agradable música de tambores y flautas, todos vieron con ojos contentos el espectáculo y pasaron un día agradable.

    Sin un emperador instituido la estabilidad del imperio podía debilitarse; Paramjit, era justo y recto pero envejecía, y Aleines, no podía reinar a causa de sus dolencias, el designado a reinar en Yaipur era ahora Rajpur. Nadie dudaba de que Paramjit, derecho, honorable y sabio, resolvería cualquier problema con la asistencia de sus hijos. Era sólo en sus corazones donde algunos clarividentes del palacio Raman en Yaipur, pensaban que surgirían serias disputas familiares. Rajpur poseía siniestros deseos de liquidar a cualquiera que amenazara su reino, y rociar sus entrañas y huesos a sus siniestros ídolos, era incapaz de retroceder a sus ideas y siempre un fiel enamorado de la tiranía. Pasaba horas en sus lujosos aposentos pensando en cómo molestar a aquellos que no le agradaban. Los Gupta y otros familiares lo despreciaban, pues sabían bien que los escorpiones envidiarían el veneno que afloraba en su perturbada mente.

    Un tranquila mañana, en que Rajpur iba temprano a una de las elegantes ceremonias de palacio en Yaipur, lucía él una bella y titilante coraza azul, cubierto de guirnaldas y sintiéndose ya emperador. Ojayit que fue invitado aquel día lo vio entonces, y pensó que era hora de hacerle una broma, sin que nadie lo viera, le puso un líquido resbaloso en el piso; luego, Rajpur caminó orgulloso por el elegante salón, piso el líquido y cayó al suelo como tronco delante de sus propios hermanos, primos y sirvientes que intentaron disimular la risa. Estalló entonces de rabia el príncipe y después de levantarse rápidamente empezó a renegar con grandes ojos.

    –¡Escupo en tu cara mal guerrero! ¡Hijo de zorra pisaré tu sucia cabeza! –exclamó con la sangre envenenada.

    Fue allí que el príncipe sintió la venganza brotar veloz en su mente y que su acero conocería a Ojayit. Pero el ignoraba lo que sabían todos los sabios, que el desear grandezas y encariñarse con la riqueza es propio de los mediocres que mueren en la estéril esencia de vanos ideales, y desdeñan como indigna la utilización del conocimiento para practicar con justicia las mortales técnicas de guerra, conocimiento que pertenecía exclusivamente a aquella minoría de eruditos que utiliza las armas con noble corazón y puño poderoso, y no olvidan la misión final de proteger a los más débiles.

    Pero Ojayit poseía una gran virtud para la lucha y el manejo de la espada, su entrenamiento solía ser riguroso y agotador, y podía hacer que el acero destructor cortara el aire con velocidad increíble. Cuando practicaba con el gran Samir, podía verse que ya era uno de los mejores guerreros del mundo, y no dudaba en consultarle cualquier duda o secreto de guerra, pues sabía que el que pregunta puede parecer ignorante por un instante, pero el que no pregunta, es un ignorante para toda la vida. Como Ojayit era virtuoso y sus flechas eran certeras, su tío Jayadeva le obsequió un día un arco magníficamente confeccionado. Era un arma con excelentes tallados, y muy digna de un príncipe. Ojayit le agradeció el gesto a su tío y de inmediato probó su puntería con algunos alejados troncos de árbol seco, acertando todos los flechazos. Solían ambos practicar el tiro al blanco en los bosques cercanos. Tenían algunas veces que lanzar saetas y jabalinas desde corceles a galope. Los tres hermanos aprendían con solemne dedicación las técnicas antiguas de pelea, sobre todo el Kalarippayatt. Sus estrictos maestros de guerra le brindaron una correcta instrucción, especializándose en enseñarle el manejo del cuerpo, los desplazamientos, el combate desarmado y además claro, el completo dominio de la espada.  Su entrenamiento solía llegar hasta puntos extremos, pues los generales tomaban en consideración cualquier circunstancia adversa que pudiera presentarse en una guerra. Lo que perduraba en la mente del príncipe, era perfeccionar su método de ataque, pues todo guerrero debía pensar serenamente y manifestar su habilidad realizando movimientos armoniosos y exactos con la espada. Los generales del ejército se habían tomado muy en serio el adiestramiento de los soldados que protegerían el reino. Usaban a varios espías para realizar misiones que pondrían a tiritar a cualquier ser humano, como desplazarse sin ser capturado entre los guardias de una fortaleza, escalar altos muros y realizar misiones de espionaje sin dejar ninguna pista. Paramjit, se sentía contento de que los maestros de la guerra les transmitieran a sus nietos todas las formas de combate conocidas. Su conocimiento sería muy útil pues, aunque nadie tenía la certeza, una horrible y oscura guerra se avecinaba. Rajpur alimentaba de a pocos sus grotescas fantasías de adueñarse de todo el imperio, sus pensamientos como frutos podridos, brotaban obscenamente en su siniestra mente.

    Kalari, otro primo de Rajpur, solía visitar su palacio y era un experimentado y cruel maestro de la nigromancia, su presencia brutal y terrible atraía a la fría oscuridad en el horizonte de los reinos; era el un famoso mezclador de poderosas pócimas. Buscaba los fatales venenos que brotaban en los lúgubres bosques, y ningún veneno escapaba a su conocimiento. Luego de conseguir esas groserías en grandes cantidades, las añadía a sus perniciosas letanías, intentando mejorar de esa manera la eficacia de sus maleficios. Fue acusado varias veces de haber liquidado horriblemente a gente inocente para dar lugar sus siniestras prácticas. Solía el pernicioso practicar puntería utilizando sus flechas talladas con los símbolos que sirven a las tinieblas, y cualquiera que fuera atravesado por estas sería la víctima de una cruel muerte. Corrían miles de rumores supersticiosos sobre él, y al verlo pasar con sus afiladísimas uñas, traje oscuro y ojos destellantes de maldad, los pobladores pedían bendiciones a sus dioses y apartaban lejos los ojos. Muchos esclavos habían muerto en su reino después de horribles sufrimientos, pues su

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