Hoy en día, una camisa de caballero puede cubrir el pecho de cualquier canalla, porque usamos el término “caballero” para referirnos a todo varón a partir de una cierta edad. No obstante, también distinguimos con esa palabra a aquel de quien no se esperan actitudes indignas. Y esa segunda acepción, mucho más noble, es fruto de la historia.
En los siglos X y XI apareció un fenómeno casi simultáneamente en el islam, Europa y Japón: el de los guerreros especialistas. En las tierras musulmanas surgieron los fityan, jóvenes entrenados y versados en las técnicas militares que vagaban sin señor por Irak y por Persia en busca de una oportunidad para desarrollar las virtudes que les habían inculcado sus maestros. A su vez, en Europa, los caballeros fueron tomando cuerpo a partir de la preponderancia militar que demostraron los cuerpos de caballería, mucho más rápidos y poderosos en la batalla.
GUERREROS MONTADOS
Esa eficacia los convirtió en una élite superior a la infantería, y más si tenemos en cuenta que el guerrero montado necesitaba realizar un notable desembolso para completar el equipo que requería su actividad. Solo los miembros de familias pudientes, la nobleza y la pequeña nobleza, estaban en situación –gracias a los privilegios heredados– de entrenar a sus vástagos y dotarlos de la parafernalia propia de un guerrero montado, de tal modo que el dinero también fue un factor clave en la aparición de la caballería occidental. Muy contados individuos provenientes de las clases inferiores –los caballeros pardos– merecieron por su destreza