Ernestina
Por Stendhal
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Ernestina - Stendhal
Ernestina o el nacimiento del amor
STENDHAL
1
Una mujer muy inteligente y de cierta experiencia afirma hundida que el amor no nace tan súbitamente como dicen. Me parece -decía-que veo siete épocas completamente distintas en el nacimiento del amor
. Y para probar su aserto contó la anécdota siguiente.
Estábamos en el campo, llovía a cántaros y era muy grato escucharlo.
Cuando una muchacha con el arma perfec-tamente indiferente habitan el campo, en un castillo aislado, el más pequeño aconteci-miento excita profundamente su atención. Por ejemplo, un joven cazador que le de improvi-so en el bosque, cerca del Castillo.
Por un suceso tan sencillo como este co-menzaron las desventuras de Ernestina en de S... El castillo donde vivía sola, con su anciano tío, el conde de S..., castillo construido en la edad media, a orillas del Drac sobre una de las inmensas rocas que encajona el curso de este torrente, dominaba uno de los más her-mosos paisajes del Delfinado. Ernestina encontró que el joven cazador que el azar ponía ante su vista era de noble porte. Su imagen surgió varias veces en su mente, pues ¿En qué pensar en aquella vieja mansión? Vivía la doncella en el seno de una cierta magnificen-cia; pero desde hacía veinte años el dueño los criados eran ya viejos, y todo se hacía siempre a la misma hora; nunca se inició una con-versación sin censurar todo lo que se hace y lamentarse de las cosas más sencillas. Una tarde de primavera, ya próxima la noche, Ernestina no estaba en su ventana. Contem-plaba el pequeño lago y el bosque más lejano. La extremada belleza del paisaje y contri-buía quizá asumirla en una melancólica abs-tracción. De pronto volvió a ver al joven cazador que descubriera unos días antes; y estaba también en el bosquecillo de lo otro lado del lago. Llevaba un ramillete de flores la mano. Detúvose como para mirarla. Ella le vio besar el ramillete y, enseguida, colocarlo con una especie de respetuosa ternura en un hueco de una gran encina a la orilla del lago.
¡Cuántos pensamientos provocó este acto, y cuán vivamente interesantes comparados con las monótonas sensaciones que hasta aquel momento le habían llenado la vida a Ernestina! Una nueva existencia comienza para ella; ¿Se atreverá Aída ver a que el ra-mo?; ¡Dios mío, qué imprudencia!-se dijo temblando-; ¿Y si en el momento de aproxi-marse a la encina saliera joven cazador entre los árboles cercanos? ¡Qué vergüenza! ¿Qué iba a pensar de mí?
Pero aquel árbol era la meta habitual de sus paseos solitarios; muchas veces iba a sentarse bajo sus ramas gigantescas, que se elevan sobre el Prado y forman en torno al tronco común los bancos naturales protegidos por subasta sombra.
Aquella noche Ernestina no pudo pegar los ojos; al día siguiente, a las cinco de la ma-drugada, apenas asomar la aurora,