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La princesa de hielo
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Libro electrónico101 páginas1 hora

La princesa de hielo

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Jennifer Shue es una actriz muy famosa de solo 22 años, No obstante, su carácter frío le ha valido el sobrenombre "princesa de hielo": bella como una princesa, gélida como el hielo. Nada parece perturbarla y su trabajo es lo único que importa. Cuando decide comprar la casa de Greg McKay no se imagina que el destino está escondido a la vuelta de la esquina y que su vida estaba a punto de cambiar definitivamente. 
Dedicado a los románticos, a los soñaodres y a los defensores del amor a toda costa.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento19 jul 2016
ISBN9781507148228
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    La princesa de hielo - Valentina Impellizzeri

    1.

    Frente a la entrada del hotel más importante de la ciudad la multitud de fotógrafos era cada vez mayor y más decidida: era la noticia del año que todos soñaban y ninguno de ellos se lo perdería por ninguna razón en el mundo. Algunos habían tomado su sitio desde hace horas y comenzaban a sentir tremendos calambres en las piernas, pero nadie tenía la intención de moverse de ahí. Desde hace algunas horas, un gran número de fans se habían sumado a la aglomeración de periodistas que no esperaban a nadie más que a ella: la divina Jennifer Shue.

    Mientras tanto, ella se había acercado a la ventana, abrió la cortina lo mínimo necesario para mirar hacia afuera sin ser vista  y, con un gesto de disgusto, volteó hacia su representante diciéndole:

    «¿Cuánto tiempo llevan esperando ahí afuera?»

    «Tesoro, estan ahí esperándote a ti, ¿por qué esa cara de disgusto?»

    «Sabes bien que no soporto a los fotógrafos, ni a los periodistas, ni a la masa de fans gritando histéricos, listos para desmayarse a causa de mi más mínimo gesto. Por eso, te vuelvo a preguntar, Phil: ¿cuánto tiempo llevan ahí?»

    «Digamos que casi desde que regresaste al hotel para descansar de la estresante mañana de compras que has tenido».

    «¿Quieres decir que están ahí desde hace más de cuatro horas?»

    «Exactamente».

    Jennifer se despejó de los ojos los largos rizos castaños con un movimiento agraciado de la mano pero que al mismo tiempo escondía un no se qué de nerviosismo. Los grandes ojos verdas parecieron iluminarse por un instante, pero Phil la conocía bastante y sabía que cualquiera que esperase que sus ojos tuviesen un destello de bondad por un segundo, no era más que un iluso bastante alejado de la realidad: esos ojos, tan bellos y admirables, eran completa y perennemente fríos.

    Phil la observaba y la miraba con atención: la figura bien proporcionada estaba siempre vestida con atuendos de moda, los más costosos que existieran y que ella renovaba puntualmente en cada ciudad que visitaba. La expresión de su rostro era absolutamente impasible, aunque Phil recordase que un tiempo ese rostro estaba cargado de entusiasmo y de ganas de conseguir todos los objetivos establecidos, pero la dura cuesta que tuvo que afrontar desde su lanzamiento había forjado este carácter que de efusivo y cordial se había vuelto frío y ambicioso.

    Phil recordaba bien aquel día en el que ella se presentó en su oficina por primera vez: en esa época, Jennifer era una muchachita de dieciséis años, tímida y sonriente, capaz de conquistarte con una mirada. De inmediato comprendió que ese rostro tan dulce seguramente sería un éxito rotundo y los hechos le daban la razón: aún no tenía veintidós años y ya era una de las actrices más solicitadas. A pesar de ser intransigente y caprichosa, los directores peleaban por ella a costa de billones constantes y sonantes. Además de ser una actriz sobresaliente también era una mujer hermosa y eso sólo acrecentaba su fama, a tal punto que no podía salir a dar dos pasos sin ser reconocida y detenida por un autógrafo.

    La voz de Jennifer lo desconcentró y lo trajo bruscamente de nuevo a la realidad.

    «Te estoy hablando, Phil. ¿Te has quedado dormido?»

    «Discúlpame, Jen. Estaba ensimismado. ¿Qué me decías?»

    «Decía que sería bueno si lográramos evitar afrontar a esa muchidumbre y el riesgo de quedar bloqueados».

    «Y entonces, ¿qué quisieras hacer?»

    «Esperaba poder salir por alguna puerta trasera».

    «¡Eso es imposible, Jen!»

    «¿Por qué no se puede?»

    «¿Acaso no te das cuenta? Estás aquí para promover tu nuevo filme. Si no hablas con los periodistas, te harás de una mala reputación y adiós publicidad».

    «Phil, ¿es tan necesario? ¿Por qué no hablas tú con los periodistas? ¿Cuál es la diferencia?»

    «Jen, tú eres la estrella y no te puedes negar a las entrevistas. Recuerda todo lo que has pasado para llegar al éxito y recuerda que, una vez obtenida la fama, es preciso saber conservarla».

    «Yo sólo quería salir a dar unos cuantos pasos».

    «Lo lamento, pero no tienes otra opción. Son las desventajas de obtener tanta fama tan de prisa. Si tienes ganas de volver a ser la chica simple que fuiste una vez, puedes hacerlo. Yo no te obligaré a quedarte. Pero si quieres seguir siendo una estrella, debes ocuparte de tus asuntos y sobre todo, debes esforzarte por ser más amable».

    «Estaría dispuesta incluso a ocuparme de mis asuntos; pero no logro ser amable con los que invaden mi privacidad y destruyen mi vida social, como los periodistas».

    «Me doy cuenta de tu problema, pero como te lo acabo de decir, no hay otra opción. ¡Te lo ruego, hazlo por mí! Nos hemos esforzado tanto por convertirte en una estrella y no quiero que lo destruyas todo por una estupidez».

    «Está bien. Si tanto te importa, te concederé el gusto».

    «¡Magnífico! Ahora prepárate, porque tenemos que irnos».

    «Ok. Si sales, me cambiaré a la velocidad del rayo».

    «De acuerdo, te espero afuera».

    Phil salió de la habitación. Sin embargo, apenas puso los dos pies afuera, Jennifer cerró la puerta con llave y gritó:

    «¡Al diablo con los periodistas y los fans! Si de veras quieren verme, tendrán que resignarse y esperar al menos otro par de horas. Yo soy quien decide cuándo y cómo salir, no ellos».

    «Jen, habías prometido...»

    «Qué ingenuo eres, Phil. Te conviene resignarte y si así lo deseas, puedes ir a decirles a ese montón de chacales que bajaré cuando me venga la gana».

    Phil no agregó nada más: sabía que era inútil tratar de hacerla entrar en razón porque cuando decidía algo no había manera de hacerla cambiar de opinión. Por eso, se resignó y descendió a la planta baja donde, frente a la entrada, los paparazzis estaban listos para tomar cientos de fotografías de aquella que había sido apodada -no por casualidad- como la princesa de hielo: bella como una princesa y gélida como el hielo.

    Apenas cruzó el umbral, Phil se vio asaltado por los destellos de las cámaras fotográficas y en cuanto los periodistas se dieron cuenta de que estaba solo, comenzaron a bombardearlo con preguntas:

    «¿Dónde está Jennifer Shue? ¿Por qué no está ella aquí?»

    «¿Es cierto que en privado es tan fría como en público?»

    «¿Son ciertos los rumores que dicen que la princesa de hielo finalmente podría derretirse a causa de la pasión que siente por uno de sus colegas?»

    «Señores, les suplico: ¡uno a la vez! La señorita Shue no está conmigo porque padece un ligero malestar, pero en un par de horas seguramente estará aquí para responder a todas sus preguntas».

    «¿Un ligero malestar? ¡Entonces de verdad se ha derretido!» se burló uno de ellos, desatando una risa histérica entre sus colegas.

    Phil le lanzó una mirada de

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