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Relatos escalofriantes
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Libro electrónico132 páginas2 horas

Relatos escalofriantes

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Relatos escalofriantes es una compilación de seis relatos sorprendentes en los que se mezclan el terror, la ciencia ficción y lo sobrenatural, y en los que, también, podremos disfrutar de un afilado e irónico sentido del humor. En ellos viviremos la maldición de una fallecida escritora no reconocida en vida; el pánico de un hombre que regresa a la ruta donde tuvo un trágico accidente; la obsesión de un párroco por exorcizar a un ex seminarista, hoy dueño de una discoteca gótica; los delirios de un personaje con una enfermedad ocular que le impide ver más colores que el rojo; los extraños sucesos acaecidos en un pueblo olvidado de la mano de Dios a la hora de la siesta; y una aventura japonesa de supervivencia en lo alto de una montaña nevada.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jun 2016
ISBN9788416627493
Relatos escalofriantes

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    Relatos escalofriantes - Luis Virgilio

    Relatos escalofriantes es una compilación de seis relatos sorprendentes en los que se mezclan el terror, la ciencia ficción y lo sobrenatural, y en los que, también, podremos disfrutar de un afilado e irónico sentido del humor. En ellos viviremos la maldición de una fallecida escritora no reconocida en vida; el pánico de un hombre que regresa a la ruta donde tuvo un trágico accidente; la obsesión de un párroco por exorcizar a un ex seminarista, hoy dueño de una discoteca gótica; los delirios de un personaje con una enfermedad ocular que le impide ver más colores que el rojo; los extraños sucesos acaecidos en un pueblo olvidado de la mano de Dios a la hora de la siesta; y una aventura japonesa de supervivencia en lo alto de una montaña nevada.

    Relatos escalofriantes

    Luis Virgilio

    www.edicionesoblicuas.com

    Relatos escalofriantes

    © 2016, Luis Virgilio

    © 2016, Ediciones Oblicuas

    EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

    08870 Sitges (Barcelona)

    info@edicionesoblicuas.com

    ISBN edición ebook: 978-84-16627-49-3

    ISBN edición papel: 978-84-16627-48-6

    Primera edición: junio de 2016

    Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

    Ilustración de cubierta: Héctor Gomila

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    www.edicionesoblicuas.com

    La maldición de Laura Viñas

    Señalaba Macedonio Fernández, con maravillosa ironía, que él prefería los libros que no le hicieran pensar, porque esperaba que esa tarea la hiciera antes el autor por él.

    Macedonio fue uno de los escritores más notables de nuestra literatura, tuvo una vida larga y una obra prolífica, sin embargo, no logró publicar más de dos o tres libros en vida, y solo luego de su muerte su obra comenzó a brillar en el firmamento literario, como aquellas estrellas que ya se han extinguido hace miles de años y que, a tantos años luz de distancia, recién luego de todo ese tiempo, podemos ver con nuestros ojos.

    Pero esto no es nuevo, son incontables las historias de escritores que son incomprendidos o desconocidos en vida para que, luego de su muerte, aquellos que lo ignoraron se transformen en los glotones gusanos de su postrer estampa.

    Macedonio daba a entender que no le gustaban los libros que hicieran pensar, porque prefería los libros en donde el escritor haya pensado antes por él… Claro que él hacía esta ironía como escritor que era… a años luz del firmamento literario visible, porque, para él, escribir era sinónimo de pensar.

    Ahora bien, qué ocurre con los lectores. A los lectores, a los simples mortales que contemplamos las estrellas, nos ocurre algo parecido a lo que sentía Macedonio como escritor: esperamos de las editoriales, aquellas teóricas encargadas de vislumbrar las estrellas, que ya hayan leído por nosotros… De esa manera, cada vez que vamos a adquirir un libro, demos por descontada su calidad y, entonces, podamos dedicarnos simplemente a disfrutar de la lectura. Pero sucede que, de tanto libro escrito sin pensar, de tanto libro publicado sin leer, nos hemos acostumbrado a no disfrutar y nos vemos destinados a padecer. Y en ello se ha transformado —o han transformado— a la literatura: en un permanente padecimiento.

    Entonces, qué hacer para superar este despropósito. ¿Política? No lo creo… ¿Magia? Mmm… Por ahí puede andar la cosa. Simplemente, y al mejor estilo shakespeareano, quiero manifestarme:

    Como la literatura, lejos de la panacea, se ha transformado en un suplicio, y consciente de que esos gusanos se alimentarán tarde o temprano de mi cuerpo cuando ya no esté, voy a realizar aquí mi conjuro:

    Aquellas editoriales que se hayan negado a editarme en vida y osen hacerlo después de mi muerte caerán en desgracia… pues aquel que solo come de los muertos está destinado a ser gusano. Aquellas que decidan publicarme en vida serán prósperas…

    Sangre.

    Esto es sólo un fragmento del material que Laura Viñas había dejado hace como dos décadas en la editorial de Pedro Dávila. Las páginas estaban amarillas y crujían a medida que las pasaba; algunas hojas debía despegarlas, ya que la tinta se había vuelto adhesiva. Aquellas carpetas lograron sobrevivir al pasar desapercibidas, a través de los años, abajo de unos viejos y gordos biblioratos que estaban dentro de un mueble, en cuyo interior jamás se indagaba. Era evidente que si la autora creía en sus conjuros, sabría de antemano que no la iban a publicar, porque si lo hubieran hecho, no funcionaría como maleficio…

    Comentaba Pedro Dávila a su psicólogo, recostado en el diván, tratando de extraer una súbita angustia que lo había invadido:

    —… Usted sabe que todos los maleficios tienen soluciones; normalmente son claves que los involucrados deben descifrar para romper el hechizo y esta impronta es un recurso efectivo para sostener la trama e incluso para realizar giros alegóricos. La maldición de Laura Viñas, según cita la propia autora… «es una novela escrita por mí, bajo otro título, que permanecerá inédita mientras viva…». «En ella está la clave para romper el maleficio; descubrir cuál es y publicarla es, a su vez, la clave para vencer el hechizo…».

    Hacía ya un tiempo que le había llegado la obra de Laura Viñas a Pedro Dávila, con una recomendación de los críticos más avezados, para encarar un proyecto de edición. Esto sí que no se lo esperaba. Aunque él no era muy supersticioso, siempre guardó un temor reverencial a las recomendaciones de los críticos. Ya su editorial había caído en desgracia hace tiempo, sin necesidad de que un escritor realice algún tipo de conjuro maléfico contra ella.

    Laura Viñas había muerto hacía más de dos décadas, y Pedro Dávila se sintió muy extraño al recibir sus libros con una recomendación para editarla, pues recordaba que, en las mejores épocas de su editorial, ella había llegado con sus originales… y aquellas carpetas todavía permanecían en ese viejo mueble, juntando polvo.

    En aquel entonces yo era un joven empresario que estaba abriéndome camino con éxito en el mundo editorial y, si bien es cierto que recibí de buen grado los libros que me acercó esa chica personalmente, debo confesar que jamás me tomé el trabajo de leerlos. Pero lo que más me aflige de esta situación no es la recomendación de los críticos, que ha sido una de las causas de la caída de mi empresa…, lo que más me angustió fue enterarme de que esa chica se había suicidado hace más de veinte años, decepcionada luego de infructuosos intentos de obtener una respuesta mía con relación al material que me había dejado…

    —¿Cómo podía imaginarme yo —le decía a su psicólogo, haciendo ademanes— que aquella chica podría tener un desequilibrio emocional y que mi indiferencia hubiera sido el detonador de una medida irreversible? No es que pretenda darle una excusa a nadie…, pero en el fondo…

    Pedro Dávila inauguró un silencio que abordó rápidamente su interlocutor…

    —Se siente culpable…

    —… Quizás… porque ella era tan joven como yo. Podría imaginarme que ahora era una señora de mi edad, casada, y que habría abandonado su carrera artística como tantos sueños de juventud, pero jamás se me ocurrió pensar que estaría muerta, mucho menos por suicidio, a los pocos días de que recibiera el mismo material que ahora me llega otra vez, luego de tantos años, con un contrato de edición.

    »Era curioso que los mismos libros que estaban juntando polvo en algún rincón inexpugnable de su editorial, luego de tanto tiempo llegaran con la recomendación de los más avezados críticos y que las notas biográficas de la autora, reseñaran los motivos de su muerte. Aunque aquel informe no decía quién había sido el editor que había recibido en aquel entonces su obra, eso era un dato que él no necesitaba.

    Pedro Dávila reflexionaba sobre estos aspectos; pensaba en la eternidad…, y en esos espacios de reflexión había cosas que se le pasaban por alto. Él, que había conocido superficialmente a esa chica de poco más de veinte años que se acercó a su editorial para darle sus libros, la recordaba perfectamente aun hoy, cuando ni siquiera el paso del tiempo le había hecho prestarle atención a los libros que le dejó. Incluso tenía su imagen en la mente… Y era curioso, pero hasta hacía unos días seguiría viva en sus pensamientos si no hubiera llegado esa recomendación de los críticos, con los datos biográficos que le anoticiaban de su muerte.

    —Es curioso, pero lo recuerdo como si fuera hoy: Yo era un estudiante de letras y me lancé al mundo editorial haciendo política:

    »Era una tarde de invierno, veinte años atrás, los pasillos de la facultad llevaban el rumor siniestro de que se avecinaba una fuerte requisa de los milicos… Yo estaba encargado de la imprenta en el Centro de Estudiantes y habíamos impreso una gran cantidad de panfletos denunciando la censura, pero, sobre todo, la desaparición de personas y el saqueo que estaban haciendo los militares, usurpadores de la Constitución Nacional.

    »—Estamos fritos —me dijo un compañero, desencajado—. Van a intervenir la facultad en unas horas. ¿Qué vamos a hacer?…

    »Yo me quedé inmóvil, en medio de ese recinto manchado por la sangre imborrable del crimen… Aquí y allá, en el piso, en las mesas, en los anaqueles… estaban esos panfletos con la tinta fresca, como si fuera la sangre del cadáver de la víctima, la prueba del delito.

    »Me di cuenta de que ponerse a esconder todo iba a ser peor. La requisa era inminente e incluso ya se oía el ruido de las botas repiqueteando sobre el suelo de la facultad, que, a pasos seguros, se dirigían inexorablemente al lugar del crimen.

    »Y ahí me encontraron, solo, con las manos manchadas de tinta, acomodando otra pila de los panfletos clandestinos que ese milico traía en su mano, amasándolo en un bollo bajo su puño cerrado, como si se preparara a dar un golpe con ira. Y así lo hizo, pero no golpeó el puño la mesa, sino que su mano se desplegó y junto a ese volante pegó un sonoro manotazo. Cuando retiró la mano vi el panfleto allí abarquillado y de pronto se me cayó de las manos la prolija pila de los volantes de marras, que estaba disponiendo para otra entrega… Yo en aquel entonces era bastante inocente, y no temía, como mis compañeros, que los milicos fueran a hacerme algo por imprimir panfletos de opinión en la facultad… Yo creía que los milicos habían sido un nefasto accidente por culpa de la ineptitud de nuestra clase política, y

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