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Un desafío muy peculiar
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Libro electrónico293 páginas4 horas

Un desafío muy peculiar

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Una divertida novela sobre el desafío que se ha propuesto Elías, un atípico profesor que, convencido que la humanidad y la cultura son más importantes que la tecnología, conseguirá que sus alumnos se olviden un poco de ella al contarles las emocionantes aventuras que ha vivido recorriendo el mundo, y los personajes tan increíbles que ha conocido.

Elías Po es un profesor peculiar. Le cuesta levantarse por las mañanas, toca el tamtan africano y muere por los kanelsnegle, unos bollitos de canela daneses que hace el panadero de su barrio. Antes de dedicarse a la docencia recorrió el mundo y vivió lo inexplicable, y quizá es por eso que es un gran cinéfilo, además de gran amante de la música, el arte y la literatura. Y quizá también por haber conocido tantas culturas es que defiende a capa y espada la humanidad por encima de todo, también por encima de la tecnología a la que tan enganchados están sus alumnos. Para ellos, los conceptosde humanidad y valores son algo pasado de moda.

Pero él no cede fácilmente en sus convicciones y a raíz de una discusión sobre el tema, Elías se encuentra ante un tremendo reto: despertar el interés de sus alumnos por la cultura, y demostrar que la humanidad es más importante que los dichosos dispositivos electrónicos por los que están obsesionados.

Este peculiar desafío ha creado tal expectación en el colegio que las redes van llenas y todos están pendientes del gran día. Y ese día es hoy. ¿Será Elías capaz de lograrlo? Más le vale, porque en juego está algo muy, pero que muy valioso.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 dic 2015
ISBN9788491121947
Un desafío muy peculiar
Autor

Juanjo Pasarríos

Juanjo Pasarríos nació y reside en Valencia. Actualmente, se dedica a la rama sanitaria, pero a lo largo de su vida ha realizado trabajos tan variopintos como administrativo o guía turístico, e incluso ha participado en producciones cinematográficas. Tras Un desafío muy peculiar, Tragos para una Milonga es su segunda publicación.

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    Un desafío muy peculiar - Juanjo Pasarríos

    1

    Suena el primer despertador, son las siete de la mañana: la hora de levantarse. Pero alguien trata de ignorar los amargos sonidos que produce el despertador, tapándose la cabeza con la almohada y mostrando su firme desacuerdo con la exagerada velocidad que han llevado esa noche las agujas del despertador. Todas las mañanas al despertarse tiene la sensación de que las agujas, por la noche, cogen mayor celeridad y van mucho más rápidas; tan rápidas, tan rápidas, que teme que cualquier día salgan despedidas del desalmado artilugio y se claven involuntariamente en algún lugar inapropiado de su graciosa anatomía.

    —¡Oh, nooo…! ¡No, puede ser…! ¡ridículo cachivache destrozasueños! Es imposible que sea la hora de levantarse, ¡si me acabo de dormir…! Seguro que este aparato malicioso ha confabulado toda la noche contra mí. Seguro que me ha tendido una trampa acelerando el tiempo… Tú te lo has buscado, miserable trasto; te ignoraré, me olvidaré para siempre de ti… O mejor aún, te expulsaré de mis dominios.

    Y con un hábil y certero manotazo del casi durmiente, se desactiva el primer despertador desplazándolo en vuelo libre desde la mesilla de noche hasta más allá de los pies de la cama. La operación ha sido todo un éxito: una acción tan efectiva como fulminante. Acto seguido, el soñoliento caballero vuelve a caer rendido en un profundo, profundísimo sueño. El que protestaba por la velocidad del despertador sin poder abrir los ojos y desplomado en la cama sin ningún tipo de fuerzas para levantarse es el profesor Elías. Todos los días la misma cantinela y las mismas disputas. Si se acostara antes y durmiera las horas que debe, no tendría problemas para despegar esos sellados párpados, que de buena mañana parecen persianas cerradas bajo cinco llaves… Y las llaves arrojadas en las profundidades del mar: imposibles de abrir. Pero se acerca un nuevo momento trágico en la recién inaugurada mañana del profe: suena el segundo despertador, son las siete y diez de la mañana:

    —¡Nooo…! ¿Por qué…? ¿Tú también, traidor? ¿Por qué me haces esto, cruel artefacto? ¡Te echaré de casa, infame artilugio de la civilización! ¡Ingrato! —le chilla bajo las sábanas al despertador—. En fin, no hay solución: claudico. Es difícil soportar tanta crueldad de un mecanismo tan despiadado. Tú ganas, sí. Me levantaré, sí. Con sueño, es cierto, pero llegaré victorioso a la cocina, antes de que suene sin ninguna piedad el tercer maldito despertador. Y sí, lograré desactivarlo, estoy convencido. Hay demasiado en juego esta mañana. ¡Sádico aparato! ¡Impúdico dispositivo! ¡Nefasto invento de la humanidad…!

    ¡Pues no te digo nada…! ¡Y tanto que hay mucho en juego todas las mañanas!, pero desafortunadamente sus esforzadas intenciones por levantarse vuelven a quedar de lo más dormidas sobre la almohada, en cuanto apaga el segundo despertador. Si suena el tercero, sabe que eso implica el cabreo de Rufino, su vecino de tabique.

    Rufino es el panadero del barrio y se acuesta agotado después de pasarse la noche dando formas y sabores a panes y pasteles. No falla ningún día: apenas se mete en la cama y empieza a conciliar su bendito sueño, le atruena en los oídos la estridente serenata que producen los escandalosos despertadores del profesor, los de mayor potencia sonora que hay en el mercado. El primero lo aguanta, el segundo le pone nervioso y el tercero… el tercero le cabrea irremediablemente. Harto ya de que suenen y suenen los despertadores durante larguísimos e interminables minutos, Rufino ha tomado una drástica decisión: cuando suena el tercer despertador, el pelmazo vecino se queda irremisiblemente sin sus preciados bollos del día. Diez veces, ¡diez!, el mes anterior, y siete veces, ¡siete!, en lo que va del mes corriente, se ha quedado Elías sin catar tan preciadas delicatessen. Y es que Rufino está especializado en alta repostería internacional: todo un hacha, que ha ganado un montón de premios y concursos por todo el mundo. Sus panes, sus pasteles y sus bollos tienen tantísima calidad y fama, que son buscados y demandados desde todos los confines del planeta. Pero entre tanta exquisitez, la perdición del profesor, sus preferidos, son los kanelsnegle: unos bollos de canela estilo danés, hechos en forma de caracol con un perfecto horneado; su impresionante sabor a mantequilla y canela, mezclada con su jugosa y rica pasta, lo convierten en una delicia de sabor y aroma tan fascinante, que a más de uno le hace perder los sentidos y tarda bastante en recuperarlos. Y sí, dentro de ese selecto club, el que se lleva la palma es el goloso Elías. Tanto le gustan, tanto disfruta con ellos, que cuando se queda sin sus preciados bollos por la sanción del panadero, el profe, en señal de protesta, opta por cambiarle radicalmente el nombre a Rufino y pasa a llamarle Rufián.

    Mientras el gran dormilón, inconscientemente, sigue enroscado entre las sábanas, el tercer despertador amenaza seriamente con activarse. Todo indica que esta mañana lo va a tener muy pero que muy crudo: han sonado dos despertadores y continúa desparramado en la cama, sopa perdido. Eso quiere decir que si quiere los bollos, debe actuar rápidamente para desactivar el tercer despertador, que sonará a las siete y cuarto de la mañana. Apenas le quedan minutos y el tercer despertador espera impaciente en la cocina su hora fijada para entrar en acción. Una buena estrategia colocar tan lejos el despertador, para así obligarse a levantarse, aunque la estrategia no siempre le sale bien. A Elías, levantarse a esas tempranas horas matinales le supone un costoso y a menudo dramático esfuerzo; tanto le cuesta ponerse en pie, que él lo llega a comparar sin ningún rubor, con los arrestos necesarios de correr una maratón… O dos. Para superar estos duros momentos, ha ideado un ingenioso sistema de motivación matutino. Antes de acostarse, coloca por todo el dormitorio diversas hojas de papel con estimulantes mensajes destinados a superar tan complicado lance mañanero. En ellos se pueden leer unas modestas frases dedicadas a su persona, que tratan de despertar ese ánimo tan cargado de sueño que le aplasta tan de buena mañana; frases sencillas y entrañables, como «Despierta, coloso de la humanidad», «Ánimo, rey de la casa», «Adelante, prodigio de la naturaleza», «Arriba, gandul, despliega esos ojazos que parecen soles», «Levántate, que el mundo no puede pasar sin ti»…

    Pero hoy nada puede despertar al profesor; la victoria del sueño es un hecho evidente. Aunque… ¿nada? De pronto se escucha cantar a Sinatra, ¿que quién es Sinatra? Sinatra es un gallo juerguista que canta cuando le viene en gana. Un día puede cantar al despertar la mañana, otro en plena noche, otro hacerlo al mediodía y otro directamente no cantar. Vive en el piso de arriba, en casa de Baltasar, el vecino naturista, y hoy parece querer prestarle ayuda a su soñoliento amigo, cantando como hacía semanas que no lo hacía. Sólo hay un problema: sus cantos también suelen despertar al pobre Rufino y eso puede resultar muy peligroso para sus intereses, ya que el panadero sabe que Baltasar, Sinatra y el profe Elías son camaradas incansables de jarana. En cualquier caso, gracias al cante del juerguista gallo, consigue abrir con dificultad uno de los ojos y leer borrosamente los motivadores mensajes, que parecen tener un efecto estimulante.

    Sin apenas tiempo para desactivar el último despertador, comienza a levantarse con titánicos esfuerzos. No lo consigue en el primer intento. Ni en el segundo. El tercero ha resultado penoso. Con el cuarto ha estado cerca. Finalmente, tras propinarse unas sonoras bofetadas para despejarse, en el quinto intento logra alzarse. Ya está en pie, pero tan sólo le quedan treinta segundos para que suceda lo inevitable: que suene el despertador y se quede sin bollos. Apenas puede andar, va casi arrastrándose, pero valiéndose de sillas, mesas y cuantos objetos y muebles encuentra a su paso, consigue llegar a duras penas a la cocina. Quedan dos irrisorios segundos, pero con un salto en plancha logra desactivar la bomba que sería la serenata del tercer despertador.

    Es increíble , por los pelos, pero lo ha conseguido. Esta mañana no será sancionado por Rufino. Con sólo dos despertadores dándole la lata al vecino panadero tiene garantizado su primer deleite matinal: los kanelsnegle. Lo malo son las represalias que pueda tomar Rufino por los cantos de su vecino Sinatra, pero, bueno, ya ideará algo si esto ocurre. De todos modos, que haya superado la prueba de los despertadores no significa que el profe Elías esté realmente despierto, nada más lejos de la realidad. Ahora, en pie pero semidormido, dan comienzo las extravagancias diarias en las que tratando de colocar los trastos que ha ido tirando por el camino, los va dejando en lugares digamos que inapropiados. Es el momento del sinsentido, en el que coloca las zapatillas en el microondas, las frutas en el cesto de la ropa sucia del baño, los libros en la nevera… incluso llega a colocar una maceta con geranios dentro del armario ropero: debe de ser que necesitan poca luz. Una vez termina de «colocar las cosas», de manera intuitiva, porque sigue sin poder abrir los ojos, consigue llegar hasta el salón, donde se desploma en su sillón favorito. Se trata de un sillón orejudo, tapizado con unos enormes cuadros de vivos colores, y a cómodo, pocos sillones le ganan. El sillón, situado junto a la librería y un balcón con preciosas vistas, es uno de sus lugares predilectos de la casa: es donde mejor descansa, donde mejor piensa, donde mejor lee y donde mejor se recupera a horas tan intempestivas para la causa diaria. Ahí sentado, dedica no menos de cinco minutos matutinos a lamentarse de sus hábitos nocturnos: todas las noches, después de preparar el trabajo del día siguiente, de fregar, de leer, de tenerlo todo listo… cuando finalmente debería acostarse, no puede evitarlo y cae en la tentación de ver una emocionante película de su amplia videoteca. Y anoche, de entre todas las películas, vio su película: King Kong. Le encantan todas las versiones, pero su preferida sin duda es la versión antigua en glorioso blanco y negro. Ha perdido la cuenta de las veces que la ha podido ver; sólo en los dos últimos meses, la ha visto en cuatro ocasiones. King Kong es un peliculón total, que desde la fantasía nos cuenta una historia llena de emoción, intriga, aventuras, sutilezas, encanto, amores…:

    Ann Darrow una actriz desempleada por la tremenda crisis financiera que azota Estados Unidos en 1929. Los inicios del cine, con el director Carl Denham, que busca una protagonista para su próxima película. Denham, que embauca a Ann Darrow para rodar en una misteriosa isla que no aparece en los mapas y que, supuestamente, está habitada por un gigantesco gorila que quiere incluir en el rodaje. El barco Venture con su capitán Englehorn al mando y Jack Driscoll como primer oficial. El romance entre Ann y Jack. La llegada a la sorprendente y prehistórica isla Calavera, donde, adentrado en la selva, vive Kong. Otros simpáticos animales, como los dinosaurios saurópodos o los pterosaurios. La tribu nativa que rapta a Ann Darrow. Kong, que se lleva a la chica. Kong, que se enamora de la chica. Jack, que se va en busca de la chica. La captura de Kong por lo que queda de tripulación y su traslado a la civilización, en Nueva York. La exhibición de Kong en la carpa de un teatro. Su huida por la ciudad enfurecido por un mundo que lo desconcierta, causando el terror en los neoyorquinos. El encuentro de Kong con su amada Ann Darrow y la subida al mítico rascacielos Empire State Building. El ataque de los aviones al héroe Kong y… THE END. ¡Imposible!, imposible perderse una película tan apasionante; además, siempre que la ve de nuevo tiene la esperanza de que puedan suceder cosas nuevas: hasta el momento no se han detectado cambios en la película, pero seguro que muy pronto volverá a visionarla en busca de posibles novedades. De modo que éste es el dilema que se le plantea todas las noches al bueno de Elías: ver películas que le emocionan a la hora de dormir o jugarse los bollos por la mañana. Un grave inconveniente para un cinéfilo compulsivo como es él, al que le encantan todo tipo de películas. Sin embargo, las que le roban su corazoncito, por las que pierde el sueño noche tras noche, son aquellas en las que salen enormes animalotes. Le pirran esas películas, y sobre todo: la ya mencionada de King Kong, El hijo de King Kong, Godzilla y King Kong vs. Godzilla. Y aunque le cueste reconocerlo y sea prácticamente un secreto de Estado, también le chiflan las películas con animales más discretos, tipo: Babe, el cerdito valiente; Babe, el cerdito valiente 2; La Dama y el Vagabundo, y Los Aristogatos.

    Han transcurrido sus cinco minutos diarios de lamentaciones matinales y no parece que el profesor marmota se haya despertado demasiado. Con muchos esfuerzos consigue dejar el sillón que tan tiernamente lo acoge y, ya una vez en pie, realiza unos atípicos estiramientos, que no se sabe muy bien qué función tienen: según él, le mantienen en forma, pero se trata de un argumento bastante rebatible. Terminada su cuestionable tabla gimnástica, llega por fin el momento de dar los primeros pasos coherentes del día, y qué mejor paso, si no se resbala, que una buena ducha matutina. Con el agua bien calentita para que no le dé un síncope, empieza a retornar de sus profundos sueños, bajo el potente chorro de agua que le golpea en plena cara. Todo perfecto, salvo un problemilla: le gusta cantar en la ducha; bueno, si se le puede llamar a eso cantar. Si los terribles alaridos que emite se aproximaran algo al canto, aunque fuera levemente, entonces se podría soportar. Pero su forma de cantar es tan…, tan…, digamos particular, que resulta insoportable para la gente que lo escucha. Y ¿quién lo escucha todas las mañanas? O mejor ¿quién lo sufre? Sí, el pobre panadero, Rufino. Qué desdicha para Rufino: el gallo Sinatra y el vecino de tabique, cantando la misma mañana. Demasiados, demasiados inconvenientes en contra de Elías. Como no tenga la suerte de que Rufino haya caído fulminado por el sueño, sus ansiados bollos de canela pueden estar en un inminente peligro. Pero, afortunadamente para sus intereses, ha terminado la ducha sin noticias del vecino. Unas noticias que suelen llegar en forma de desesperados golpes en la pared. Por tanto, si no hay golpes en la pared, y él ha estado muy atento de escucharlos, es una muy buena señal. Ya puede continuar tranquilamente con el segundo y no menos importante paso del día: su poderoso y vigoroso desayuno. Mientras prepara el desayuno le gusta escuchar por la radio los primeros informativos de la mañana. Siempre dice que un buen profesor tiene que estar bien informado, al loro de la actualidad, y él se esfuerza por ser un tipo conocedor de la actualidad, hasta tal punto que durante el resto del día irá leyendo y escuchando toda la información posible en los diferentes medios de comunicación. Luego, reposando tranquilamente todas las noticias, sacará sus propias conclusiones. Y tras escuchar el primer boletín informativo no tarda en sacar las primeras e importantes conclusiones:

    —Ninguna novedad, ¡el mundo sigue loco…!

    Con las tostadas ya preparadas, bien calentitas y crujientes —están diciéndole «¡Cómeme!»—, ocurre algo inesperado: un duro contratiempo. No encuentra la mermelada. Busca en la nevera, busca por los armarios de cocina… nada. Al ser una frecuente víctima de su extraña forma de ordenar la casa cuando se levanta dormido por la mañana, se dedica a buscar por la librería, por el sofá y entre las plantas… y nada. Busca por los lugares más insospechados… y nada de nada. Ni rastro de la nutritiva mermelada casera que le proporciona su vecino naturista, Baltasar. Le resulta tan extraño el hecho, que por su mente empiezan a circular curiosas teorías más o menos conspiranoicas: ¿habrá sido robada por un ladrón goloso? ¿Será una venganza de Rufino? ¿La habrán abducido los extraterrestres, para copiar tan selecto producto en su planeta? O por absurdo que le parezca, ¿se habrá terminado y no lo recuerda? No descarta ninguna hipótesis por descabellada que pueda parecer, así que se propone seguir más tarde investigando el extraño fenómeno de la mermelada desaparecida. Pero ahora, rápidamente, activa el plan B para desayunos: las tostadas bien restregadas de tomate y con un chorrito de aceite de oliva. Buenísimas. Además, las tostadas van acompañadas de zumo de naranja, leche y un poco de fruta: ¡un señor desayuno! Y si hay suerte, aún le quedan los bollos de canela.

    Los minutos empujan al profe para salir disparado de casa, que en un periquete estará listo y resultará de lo más apañao. Está de lo más limpito y aseado después de la ducha, y con las energías de un león tras comerse tan morrocotudo desayuno. Pero no terminan ahí los cuidados y atenciones que se ha dedicado esta mañana. Hoy, su apolíneo porte, que no está exento de algún michelín, ha quedado de lo más glamuroso. Se ha recortado la barba cuidadosamente y peinado con esmero. Se ha puesto un perfume estupendo y con él, según anuncian en la tele, será el terror de las féminas. Y no sólo eso, aparece enfundado en un elegante traje oscuro, acompañado de una camisa azul clara de la que cuelga por el cuello, una no menos elegante corbata a rayas verdes y rojas: la única que tiene. Eso sí, mantiene su nota de distinción: las botas de viejo roquero. Parece todo un galanzote de cine. ¡Madre mía, cuando le vea aparecer cierta profesora con tanta lindura a cuestas! Según se chismorrea en diferentes círculos de la actualidad del corazón del colegio, entre profesor y profesora, existe… ¡Eh!, pero ¡alto ahí, a ver si respetamos la intimidad de las personas! Esto no es uno de esos cotillas programas de la televisión. Además, existe un motivo más que justificado para tan flamante indumentaria: hoy es el día D. El día que el profesor Elías y sus compañeros de colegio tienen bien marcado en el calendario con rotulador verde fosforescente. Hoy es el día del Desafío.

    Sí, un desafío por todo lo alto. En la cumbre. Por eso Elías se ha puesto de esa guisa; porque es un día especial, un día señalado: como cuando va de boda, o va a solemnes reuniones, o tiene actos sociales ineludibles… o va una noche a la ópera. Y el desafío de hoy, sin duda, merece sus mejores galas. No es de extrañar, con la tremendísima expectación que se ha creado entre el profesorado.

    Hace dos días, durante lo que era una relajada reunión de compañeros, surgió el gran debate: ¿están las personas demasiado absorbidas con tanta maquinita? ¿Sólo les interesa el mundo virtual que les ofrecen las últimas tecnologías? ¿Estamos robotizados? Con tanta tecnología, ¿nos olvidamos de las personas? ¿Nuestra sociedad está más preocupada por levantar muros o por tender puentes? ¿Acaso importa de qué lugar somos?… Y se armó el gran follón entre defensores de una tendencia y de otra. Para unos, las máquinas representan el progreso del que ya no nos podemos separar: ¿cómo renunciar hoy día a teléfonos móviles con los que además de poder hablar, puedes enviar mensajes sms, comunicarte también con WhatsApp, conectarte a Internet para acceder a tus cuentas de Facebook y Twitter, hacer fotos y vídeos y que, además, cuentan con cientos de aplicaciones más…? O ¿cómo renunciar a los ordenadores, que además de servir para hacer más fácil el trabajo, te permiten jugar a cientos de juegos o conectarte nuevamente a Internet para ver cómo les va a tus cientos de amigos y seguidores en Facebook o Twitter, y también para enviar y recibir correos electrónicos, ver vídeos en YouTube…? ¿Y qué decir de la tabletas electrónicas, con las que te conectas igualmente a Internet y puedes volver a entrar en Facebook o Twitter, hacer más fotos, y más vídeos, e igualmente puedes jugar otra vez a cientos de juegos…? ¿Por qué dejar de escuchar música en el tren, el metro o el autobús con el iPod puesto en las orejas…? Sería una estupidez, renunciar a tantas comodidades. Y además, con todas esas tecnologías, se pueden enterar de todo lo que pasa en el mundo sin salir de casa.

    El bando contrario, en el que milita Elías, no renuncia a todos esos avances, que está claro que nos facilitan la vida, pero asegura que, con tanto aparato, con tanta inmediatez, con tanta rapidez… el mundo se está convirtiendo en una olla a presión. No has terminado de aprender cómo funciona una de las máquinas que ya está la siguiente en el mercado: cada semana, cada mes, cada año… ¡una nueva tecnología! y, claro está, un nuevo aparato. No reniega de la tecnología, pero quiere que se aplique bien. Su bando sostiene que con tanto mundo virtual se nos olvida hablar y escuchar. Hasta se nos olvida pensar en los grandes temas, en las cosas que de verdad importan… Defiende que apenas nadie se acuerda ya del mundo real y propone que nada mejor para enterarse de lo que ocurre por el mundo que salir a verlo.

    El debate subió y subió de tono cuando el bando contrario aseguró que no había cosa más real hoy día que la tecnología. Que ya se comunicaban bastante con la gente por las redes sociales. Le aconsejaron al profe que se fijase en sus alumnos para ver si descubría a alguno que no pensara en sus juegos de ordenador, o de consola o en su nuevo móvil… le recomendaron muy vivamente dos opciones: una era que se apuntara a las redes sociales para, a través de ellas, hablar a los alumnos de esos temas tan importantes y delicados, porque si lo hacía en clase seguro que salían corriendo; la otra, con más retranca, era que se construyera una máquina del tiempo y retrocediera doscientos o trescientos años para poder comunicarse con ellos sin intermediación de las actuales tecnologías. Entonces fue cuando Elías, en un arranque de garboso atrevimiento, aceptó la segunda propuesta. Desprendiéndose de su remoto «zapatófono» móvil pasado de moda y dejándoselo bajo custodia al bando contrario como señal de que no sacaría provecho de sus rudimentarias funciones, aseguró que él sería capaz de utilizar formas y modos de un profesor de hacía doscientos o trescientos años para, así, concienciar e ilusionar a sus alumnos, creando un mundo de

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