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En la piel
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Libro electrónico337 páginas5 horas

En la piel

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Información de este libro electrónico

Debería estar muerto pero sin embargo sigo aquí, recorriendo el largo camino que me llevará hasta ella, el único ser vivo que me ama a pesar de mi gran secreto, a pesar de que todo el mundo desea mi muerte.
Es por ella por lo que he sobrevivido a todo: para crear un futuro en libertad.
IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento8 jun 2017
ISBN9788491122487
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    En la piel - Nekane Monge

    EN LA PIEL

    NEKANE MONGE

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    Título original: En la piel

    Primera edición: Diciembre 2015

    © 2015, NEKANE MONGE

    © 2015, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Contents

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Epílogo

    Sobre el autor

    Para Laura, por quererme y aguantarme.

    Cansados de los eternos intentos por atravesar

    la materia cruda, elegimos otro camino

    y quisimos apresurarnos hacia lo infinito.

    Entramos en nosotros mismos

    y creamos un mundo nuevo.

    - Henrik Steffens -

    If you had one shot or one opportunity

    to seize everything you ever wanted.

    One moment…

    Would you capture it or just let it slip?

    Eminem.

    Capítulo 1

    Las gotas de agua caían con fuerza sobre el asfalto, hiriendo sonoramente las calles de la ciudad como cuchillos afilados. La media luna, suspendida en la oscuridad de la noche, iluminaba tenuemente los rincones de aquel barrio en decadencia donde ni una sola luz alumbraba los alrededores. Era, sin lugar a dudas, el típico lugar donde en las películas solía ocurrir algo devastador y brutalmente terrorífico.

    Eso mismo pensó Jenna nada más llegar allí mientras buscaba un sitio donde refugiarse de la incesante lluvia que la había estado persiguiendo durante todo el día. No sin cierto temor se acurrucó en el primer hueco que encontró al abrigo de dos viejas casas de tejado compartido. Esforzándose por olvidar toda la suciedad que la rodeaba, suspiró con alivio al abrir su mochila y descubrir que el agua no había conseguido calar dentro de la bolsa de plástico donde guardaba las pocas prendas de abrigo que poseía. Tiritando de frío y viendo resbalar las gotas de lluvia por su cuerpo empapado, respiró hondo y empezó a desvestirse allí mismo, suplicando mentalmente que en ese preciso momento no pasara nadie, y mucho menos alguno de los vagabundos que se había encontrado por el camino. Apretó los dientes para que no le castañetearan mientras escurría la ropa en uno de los rincones de su refugio provisional; tenía las manos congeladas, tanto que apenas podía sentirlas, dando pequeños saltitos con sus descalzos pies en un intento desesperado por entrar en calor. Sentía el frío clavándosele en la piel mientras enroscaba cada una de sus prendas y hacía lo posible para no llorar… no estaba triste, pero aquella situación la ponía en tal estado de tensión que su mente no conocía otra forma de exteriorizarlo.

    Cuando consiguió escurrirlo todo, extendió su ropa sobre un par de listones de madera que había al fondo del pequeño y estrecho callejón, dedicándose entonces a frotarse enérgicamente el pelo, de un color negro azabache y cortado de cualquier manera a la altura de los hombros. Se puso los vaqueros secos que había sacado de la mochila y una sudadera negra con capucha para después enrollarse en la pequeña manta que también había sacado de la bolsa, sentándose en el suelo y apoyando la espalda contra la sucia pared de hormigón armado. Seguía tiritando, así que se rodeó las piernas con los brazos, cerró los ojos y empezó a pensar en todos los lugares cálidos donde había estado para intentar olvidar el desastre de vida que llevaba en aquel momento.

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    La policía se le había echado encima apenas dos minutos después de que abandonara el edificio. Ni siquiera había tenido tiempo de dejar atrás por completo el lugar del crimen cuando dos coches patrulla empezaron a perseguirlo como un par de lebreles expertos persiguen a una liebre asustadiza.

    El chico corría con todas sus fuerzas, tan rápido que apenas sentía el asfalto bajo sus pies. Le habían disparado en un brazo pero hacía lo imposible por prestarle la menor atención al dolor, pues aquello no le impedía en absoluto continuar con su carrera, y seguir corriendo a través de la solitaria ciudad bajo el denso manto de lluvia que al parecer no tenía la menor intención de cesar. El pelo mojado se le pegaba a la cara, por lo que de vez en cuando tenía que apartárselo de un manotazo para poder ver por donde corría mientras el estridente sonido de las sirenas policiales se le clavaba en el cerebro, enloqueciéndole por momentos. Giró una esquina justo en el instante en que una bala pasó silbando a escasos centímetros de su cuello. Apenas lo notó, pues estaba demasiado concentrado en burlar su siguiente obstáculo: Uno de los coches patrulla se había desviado de su camino y había atajado por una de las calles paralelas por la cual el joven intentaba huir, cortándole el paso tan rápidamente que lo único que quedaba por hacer si quería salir de allí era saltar el vehículo y adentrarse en el estrecho callejón que había tan solo unos metros más adelante.

    Y eso fue exactamente lo que hizo, apretó los dientes y aceleró el paso todavía más. Calculó el tiempo que le quedaba para llegar hasta el coche y saltarlo antes de que sus ocupantes salieran de él y la emprendieran a tiros contra su cuerpo. Llegó al vehículo justo en el momento en que los policías abrían las puertas y empujó con todas sus fuerzas la que tenía más a mano, volviendo a meter al desconcertado agente en el coche. Saltó sobre el capó y, con un preciso movimiento de hombro, antes de caer al otro lado de la calle le propinó un serio golpe con el codo en la cara al otro agente que ya estaba apuntándole con su arma, haciéndole caer de espaldas al suelo con una exclamación de dolor.

    Sin detenerse un solo momento, ya que había conseguido unos valiosos segundos de ventaja sobre sus perseguidores, se internó a través del callejón que había elegido para su huida. Con un poco de suerte encontraría una ventana rota entre los edificios abandonados por la cual entrar y esconderse o cualquier pequeño hueco entre las sombras de la noche donde pasar desapercibido durante el tiempo suficiente para despistarlos. Mientras corría y pensaba en su próximo movimiento oyó un nuevo disparo - probablemente del policía que había devuelto al interior del coche patrulla de un empujón - y, antes siquiera de que su cerebro pudiera analizar el sonido producido, notó como la bala atravesaba su muslo izquierdo. El repentino dolor le hizo perder el equilibrio, cayendo de bruces al suelo y golpeándose a su vez el brazo herido. Dejó escapar un gruñido de frustración, pero no se quedó ahí tirado, hizo un esfuerzo por olvidarse de nuevo de la quemazón que ahora le recorría dos partes del cuerpo y de un salto se puso en pie para seguir corriendo. Un rayo iluminó momentáneamente el lugar, mostrándole una nueva esquina que doblar a tan solo unos metros. Eso solo significaba una nueva oportunidad de escapar de aquella estúpida persecución bajo la lluvia de una vez por todas.

    Aceleró la marcha, renqueante, y se adentró por el nuevo callejón justo cuando un trueno ahogaba los gritos de rabia de sus perseguidores, que se recriminaban entre ellos la mala ejecución de su deber como policías.

    42791.png

    Jenna despertó de su sueño intermitente al oír el chirriante sonido de las sirenas policiales. Miró a su alrededor pero todo continuaba tan solitario, frío y oscuro como cuando había llegado hacía apenas una hora. Tiritó violentamente y se esforzó por enrollarse mejor en su gruesa manta, que la mantenía medianamente alejada de la humedad que allí reinaba. Seguía lloviendo, y parecía que las negras nubes que flotaban en el cielo no tenían la menor intención de cesar de derramar lágrimas sobre la ciudad.

    Separó los labios y dejó escapar una larga bocanada de aire que se transformó en vaho nada más salir de su garganta. Se sentía demasiado cansada como para esconderse más y evitar que nadie la descubriera si pasaban cerca de donde se encontraba. Le pesaban los parpados, y enseguida empezó a sumirse de nuevo en su incómodo y nada reparador descanso, pero el sonido de un disparo a lo lejos la sobresaltó, creando un terrorífico nudo alrededor de su estómago. El pánico aumentó cuando las sirenas se escucharon con mayor claridad y no pudo evitar ponerse en pie de un salto cuando escuchó un nuevo disparo con tanta nitidez que se le antojó que todo aquello podría estar sucediendo a solo media calle de donde ella se escondía. Un rayo iluminó su pequeño hueco en las tinieblas y seguidamente, el rugido de un trueno la hizo gritar de puro terror. Apoyó la espalda en la pared y trató de controlar su desbocado corazón. No la buscaban a ella, se repetía a sí misma una y otra vez para tranquilizarse, tal vez podía tratarse de una persecución algo violenta pero ella no tenía nada que ver en todo aquello, solo parecía estar demasiado cerca de un lugar peligroso.

    Cerró los ojos durante una milésima de segundo para poner en orden sus ideas. Entonces se volvió a colocar bien la manta para no tropezar con ella mientras recogía sus pocas pertenencias y las escondía tras los listones de madera donde había extendido su ropa para que se secara durante la noche. Volvió a dejar escapar un grito de horror cuando, al darse la vuelta, se topó con una alta y delgada figura recortada siniestramente a la entrada de su refugio. El desconocido llegó hasta ella con solo una zancada, tapándole la boca con una mano y haciéndola retroceder hasta el fondo del callejón, haciéndole dar con la espalda en la pared. Sin una sola palabra él le hizo señas para que se sentara en el suelo pero ante la negación de esta, el desconocido la empujó con fuerza hasta que ambos cayeron de bruces tras las maderas donde ella había guardado sus cosas. Aquel extraño personaje la rodeó con sus largos y fuertes brazos, apretándola contra el pecho. Se le cortó la respiración cuando notó sus fríos labios rozándole el oído, poniéndole los pelos de punta.

    - No te haré daño, solo quédate quieta un segundo.

    Jenna intentó gruñir algo ante el tono oscuro de su voz, pero seguía teniendo la boca tapada, impidiéndole quejarse como le gustaría. Estaba aterrorizada, temblaba como una pequeña hoja azotada por un huracán, pero no permitiría que aquel tipo le hiciese algo que ella no quería. Se debatió entre los brazos del desconocido, pero él apenas parecía esforzarse en mantenerla cerca de sí sin soltarla un solo segundo. Entonces Jenna cayó en la cuenta de que, al hacerla caer, el joven – o aquello parecía según lo poco que podía percibir de él - se había movido en el momento exacto para que ella no se golpeara contra el suelo. No se había tirado encima suya, ni siquiera sus manos estaban en lugares íntimos de su cuerpo, simplemente se dedicaba a mantenerla cerca, callada e inmóvil por algo que no alcanzaba a comprender todavía. Cuando estaba a punto de intentar hablar de nuevo, la lluvia que impactaba contra el suelo hizo llegar hasta ella algo más que el sonido del agua corriendo por la calle. Aguzó el oído y pudo distinguir a dos hombres que hablaban entre ellos con brusquedad.

    - ¡Maldita sea! Ya casi le teníamos - Rugió uno, haciendo sonar sus botas por el callejón - tenías que haberle disparado en la cabeza.

    - ¿Y cómo querías que le apuntase si casi me destroza la nariz de un codazo? - gruñó el otro, y los pasos se escucharon todavía más cercanos - para ser tan delgado tiene la fuerza de un oso. Como lo vea por aquí te juro que lo mato.

    - Es imposible darle caza. Le hemos dado tanta ventaja que ya no hay manera de localizarlo. Si al menos no lloviese podríamos seguir el rastro de sangre.

    Lentamente, Jenna giró la cabeza en dirección a la entrada de su escondite justo en el momento en que aquellos hombres pasaban por delante. Se estremeció involuntariamente a causa del frío que le atravesaba la piel y el nerviosismo que hacía que todos y cada uno de sus músculos estuvieran tensados al límite. Sintió como el brazo del chico mantenía su cintura fuertemente agarrada y pegada a él, cómo la mano que le quedaba libre oprimía su boca de tal manera que le impedía hablar pero no le cortaba la respiración. En su cabeza hervían cientos de preguntas, hipótesis y sospechas sobre lo que podría estar sucediendo, sabía perfectamente que lo perseguían a él, seguramente por haber robado algo o haberse metido en una pelea en plena calle. Pero entonces, pensando en las palabras de los policías, recordó los disparos y supo que todo aquello podía deberse a algo mucho más grave. Los ojos casi se le salieron de las cuencas cuando la opción más terrible de todas pasó por su mente en una milésima de segundo y con la misma lentitud con la que había movido el cuello para mirar hacia la calle, volvió la cabeza para fijar los ojos en los de su supuesto atacante. El miedo se le había acumulado en las retinas en forma de lágrimas y casi estaba a punto de dejarlas correr por sus mejillas cuando él le dedicó una extraña sonrisa en la penumbra de la noche.

    No era una sonrisa siniestra de esas que ponen los pelos de punta a cualquiera, no era la sonrisa de un loco o un sádico, aquel tipo solo había curvado la comisura izquierda de sus labios hacia arriba, nada más. No enseñaba ningún diente, solo una media sonrisa perfecta que le hizo recordar a alguno de esos modelos famosos que salían posando en las revistas.

    - ¿Me juras que si te suelto no gritarás ni te volverás loca?

    Su voz, tan ronca que casi parecía un gruñido, inundó todos y cada uno de los rincones de su mente. Por primera vez vio sus ojos de verdad; llevaba mirándolos un buen rato, pero el miedo y la cantidad de cosas que pasaban por su cabeza le impedían fijarse en los detalles. Eran unos ojos grandes pero poco expresivos, o al menos eso parecía. La luz de la luna iluminaba muy poco y la incesante lluvia hacía aún más difícil adivinar si eran de color azul, verde o gris, pero tenía la certeza de que eran unos ojos muy claros.

    - ¿Sigues ahí o es que no me entiendes? - la sonrisa del chico se ensanchó y el corazón le dio tal vuelco que por poco le hizo pensar que estaba sufriendo un infarto.

    Parpadeó un par de veces para eliminar las lágrimas y mientras asentía respondiendo a la primera pregunta que le había hecho, él empezó a soltarla lentamente y a apartarse con cuidado de su lado. Por un momento pensó en darle una patada en la cara y salir huyendo, pero la idea de abandonar sus pocas cosas para salir de nuevo a la lluvia sin nada la aterrorizaba profundamente. Pensó también en ponerse a gritar, con suerte aquellos policías aún no se habrían ido muy lejos y podrían ayudarla, pero por alguna extraña razón sabía que no haría todo aquello que le pasaba por la cabeza. Algo en lo más profundo de su interior le decía que intentar huir de aquella situación acabaría con su vida antes de que pudiera empezar a intentarlo.

    Cuando volvió a mirar al extraño que la había utilizado para esconderse de sus perseguidores, este ya estaba de pie ante ella con la majestuosa apariencia de una pantera agazapada entre la maleza. Por lo que a simple vista pudo adivinar, iba vestido con unos vaqueros no demasiado ajustados, pero sí algo estrechos, botas militares y una camisa que bien podía ser azul, marrón o negra, pero que con la poca luz que había podía ser incluso morada. Un rayo lo iluminó justo en el momento en que lo miraba a la cara. Era un chico joven, seguramente tendría un par de años más que ella, sus rasgos eran alargados y de aspecto duro; su corta y empapada melena negra se le pegaba en las mejillas y parte del cuello y a pesar de que se esforzó por no pensarlo, no pudo negar que era realmente atractivo. También, gracias a la súbita iluminación, Jenna pudo cerciorarse de que su camisa era negra y sus ojos de un color gris como jamás había visto antes.

    Por un momento se sintió peligrosamente observada. Se sintió igual que un pequeño ratoncillo acorralado en un rincón cuya única escapatoria había sido taponada por un enorme y hambriento gato. Vio como el chico cambiaba el peso de una pierna a otra e inclinaba la cabeza hacia un lado, ligeramente intrigado. Luego, de nuevo en la penumbra, vio como su silueta se tensaba y levantaba ligeramente la barbilla hacia arriba, adoptando momentáneamente la postura que tendría un sabueso al intentar captar un rastro en el aire.

    - Ya se han ido, puedes volver a respirar - dijo sin mirarla, aún en su extraña postura.

    Jenna se removió en su sitio, incapaz de hacer otra cosa, pues se había quedado sin palabras. Se preguntó a sí misma dónde había ido a parar su agresividad y su valentía frente a los desconocidos mientras que lentamente se enrollaba aún más la manta alrededor del cuerpo. Entonces se fijó en algo que antes no estaba allí: justo sobre el lado de la manta donde el chico la había agarrado por la cintura había una sombra oscura y de aspecto pegajoso. Alargó una mano y rozó con la yema de los dedos aquella extraña mancha y casi antes de poder tocarla, recordó la última frase del policía: "Si al menos no lloviese podríamos seguir el rastro de sangre." ¿Lo habían herido?

    - ¿Qué pasa, se te ha comido la lengua el gato? - continuó él, al ver que la chica no decía nada. Extendió la palma de la mano hacia ella - levanta, el suelo está muy frío.

    - ¿Quién eres? - preguntó ella al fin sin mover un solo músculo, ignorando completamente su ayuda.

    Un repentino y tenso silencio se adueñó del lugar, solo interrumpido por el incesante sonido de la tormenta.

    - ¿Acaso importa?

    Jenna intuyó que fruncía el ceño mientras respondía, y eso la puso terriblemente nerviosa. Tragó saliva al mismo tiempo que se retorcía las manos de forma inconsciente. De repente algo en su interior se reveló contra ese miedo irracional que se había apoderado de ella y entonces fue cuando su yo de siempre volvió a emerger a la superficie. Se puso en pie de un salto, furiosa, nunca antes la habían aterrorizado de aquella manera y la ira, bien mezclada con una buena dosis de vergüenza infinita, empezó a enrojecer su pálido rostro.

    - ¿Cómo que si eso importa? - Rugió, hecha un manojo de nervios, sin cesar de hacer aspavientos con las manos - ¡Pues claro que importa! Y bastante, además. ¿Crees que es normal entrar así porque sí en el refugio de alguien y prácticamente amordazarlo para luego no dar ni una sola explicación? - lo señaló acusadoramente, pero él no hizo gesto alguno de sentirse culpable - yo creo que sí es necesario que me contestes cuando te pregunto quién eres y si por lo que veo no tienes intención de hacerme nada, al menos deberías disculparte por el susto que me has dado.

    Cuando calló, respirando entrecortadamente a causa del súbito enfado, pudo percibir como el chico hacía convulsionar ligeramente su cuerpo en lo que parecía una sorda carcajada. El solo hecho de pensar que se estaba riendo de ella la hizo enfurecer aún más y sin pensarlo, dejó caer la manta al suelo y se abalanzó sobre él, dispuesta a pegarle un puñetazo en la cara por grosero. Pero antes siquiera de que su puño pudiera acercarse mínimamente al rostro del joven, este ya la había agarrado por la muñeca, le había retorcido el brazo y la había puesto de espaldas a él. Jenna estaba tan sorprendida como humillada, y eso no ayudaba a calmar su irritación.

    - ¡Suéltame, estúpido! - Gritó, debatiéndose entre los brazos del extraño que la había vuelto a acercar a él, rodeándole la cintura de nuevo con la mano que le quedaba libre.

    Volvió a notar su aliento en el oído, pero esta vez no escuchó palabras suaves y tranquilizadoras. La forma en que le habló la devolvió de un solo golpe al estado de terror al que la había lanzado al principio.

    - ¿Cómo estás tan segura de que no te voy a hacer nada? - susurró, con una voz tan oscura como una noche sin luna.

    Mientras pronunciaba aquellas palabras de manera lenta pero feroz, la estrechó aún mas contra su pecho y Jenna pudo notar como su ropa mojada le empapaba todavía más la espalda. Sus dientes casi le rozaban el cuello y no supo por qué exactamente, pero se le pusieron los pelos de punta y tuvo la imperiosa necesidad de gritar al recordar todas las historias de vampiros que había leído a lo largo de su vida. Pero con la misma rapidez con la que la había reducido, la soltó, confundiéndola todavía más. Jenna se frotó la muñeca dolorida, mirándolo con más desconfianza que nunca.

    - ¿Vas a decirme quién demonios eres? - Gruñó, aunque todavía estaba asustada por el comportamiento de aquel tipo - tu nombre, tu edad… por qué te persigue la policía.

    - ¿Y por qué estás tan interesada? - Jenna puso los ojos en blanco al mismo tiempo que él se metía las manos en los bolsillos con una expresión insolente pintada en el rostro.

    - Pues porque sin haberlo pedido me has metido de cabeza en un problema en el que no tengo absolutamente nada que ver.

    - Yo no te he metido en ningún sitio - se encogió de hombros, impasible - solo buscaba un lugar donde esconderme un segundo y luego marcharme por otro lado. Tú solo estabas en el sitio equivocado en el momento equivocado - le dedicó una sonrisa burlona, levantando las cejas todo lo que aquella expresión le permitía.

    Gracias a los destellos plateados de la luna, Jenna pudo apreciar un deje de simpatía en su insultante mueca. Aquel tipo la ponía inusualmente nerviosa.

    - ¿No crees que debería ser yo entonces el que te preguntara por tu nombre, tu edad y por qué demonios estas aquí sola, medio empapada y descal…? - Desvió los ojos solo una milésima de segundo hacia el lugar donde ella había guardado todas sus cosas - ah no, buena idea - sacudió la cabeza como sacándose aquello del pensamiento - no importa, me conformo con tu nombre, tu edad y por qué estás aquí.

    - Eres muy raro - susurró ella, sin dar crédito a lo que escuchaba.

    - No hace falta que te molestes en recordármelo - la interrumpió, chasqueando la lengua con un curioso deje molesto - lo sé desde hace bastante tiempo - sacó las manos de los bolsillos, se las frotó y cruzó los brazos ante el pecho - ¿Y bien?

    - ¿Y bien qué? - Jenna echó la cabeza hacia atrás, sorprendida.

    - Tu nombre.

    - Dime el tuyo primero - adoptó la misma posición que él, pero con una expresión de superioridad.

    Esta vez el que puso los ojos en blanco fue él. Suspiró pesadamente y se frotó el pelo mojado con una mano. Entonces Jenna pudo observar como bajaba el brazo con lentitud y se sujetaba el deltoides derecho con la otra mano. Su estúpido juego se esfumó cuando recordó que la mancha de su manta provenía de allí mismo.

    - ¿Te han herido, verdad? - el negó con la cabeza, pero no parecía muy convencido.

    - Solo es un rasguño - Jenna levantó una ceja, incrédula.

    - Si fuera un rasguño como tú dices, no sangraría tanto.

    - Bueno, para qué mentirnos: ha sido uno bastante profundo - admitió al fin, de mala gana - me ha atravesado el brazo.

    Aquella revelación la alarmó hasta tal punto de taparse inconscientemente la boca con una mano. Nadie actuaba con tanta naturalidad después de que le dispararan.

    - ¿Y cómo es posible que te muevas con tanta indiferencia con semejante herida? - exclamó, sorprendida - Además - calló durante unos segundos, recordando algo - has estado haciendo fuerza para sujetarme antes y luego me has inmovilizado ¿Es que no te duele?

    - Por supuesto que me duele - dijo, omitiendo un gruñido. Empezó a quitarse la camisa empapada para mirarse mejor la herida, dejando al descubierto un torso esbelto y fibrado – Pero quejarse es de nenazas. He tenido problemas peores.

    - Creo que prefiero no preguntar - Continuó Jenna sin apartar los ojos de su cuerpo.

    - Yo también lo creo - asintió, mirando hacia todos lados como si buscase algo en concreto - ¿No tendrás por casualidad un trozo de tela suelto? - al recibir una negación como única respuesta, el chico frunció un poco más el ceño y tras un largo y pesado suspiro, se resignó - bueno, no se puede tener todo en esta vida… no me moriré por estar unas cuantas horas así.

    Se dejó caer en el suelo con una elegancia inusual, apoyando la espalda contra la pared y flexionando las piernas para poder apoyar los brazos sobre las rodillas. Miró a Jenna, que seguía de pie frente a él y le dedicó una sonrisa sincera.

    - ¿Cuántos años tienes? No pareces mayor que yo.

    La joven vaciló durante unos segundos en los que estuvo tentada de mentirle y hacerle creer que era mayor de lo que pensaba, pero algo le dijo que no importaba que él supiera la verdad. Nada de lo que hablaran saldría nunca de allí, por lo que al final terminó por calmarse e, imitando su gesto, se sentó frente

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