Tiempo de sueños
Por Shelley Galloway
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Tyler sabía quién era Ramona antes de solicitar el puesto de trabajo. De hecho, ella era el motivo por el que lo solicitó. Y una vez que aquella fascinante viuda se convirtió en su jefa, Tyler se empeñó en demostrarle a Ramona lo bien que podrían estar juntos.
Ramona se quedó asombrada ante el interés que Tyler mostraba por ella; era su supervisora, pero además, tenía unos cuantos años más que su nuevo y guapísimo empleado. Tal vez Tyler fuera el hombre idóneo para el trabajo en todos los sentidos.
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Tiempo de sueños - Shelley Galloway
CAPÍTULO 1
ESTABA nerviosa.
¿Por qué? Ramona Greer cruzó las piernas, cambió de posición y se alisó la falda. Dio unos golpecitos con el extremo del bolígrafo en el cuaderno que tenía sobre el regazo. Releyó el currículum que tenía en la mano y sopesó las ventajas y los inconvenientes de las cualificaciones del candidato.
Oh, ¿a quién estaba intentando engañar? No estaba pensando en su experiencia laboral ni en comprobar las referencias. No, estaba pensando en que Tyler Mann era uno de los hombres más carismáticos que hubiera conocido.
Y eso la estaba poniendo nerviosa.
Cada pocos minutos, Remy se daba cuenta de que estaba examinando cómo los rizos negros le caían sobre la ceja izquierda. Y, sentada tan cerca de él, veía que tenía los ojos castaños, del color del chocolate.
Y aquella camisa de vestir… obviamente era europea. Era blanca, tenía lustre y muy buen corte. Y… le sentaba maravillosamente. La tela se deslizaba por sus brazos y su pecho, y no dejaba pasar desapercibido el hecho de que, claramente, él disfrutaba haciendo deporte. A diario.
El señor Mann la miró directamente.
–¿Desea saber algo más sobre mí, señora Greer?
¡Nada que fuera asunto suyo!
–No –respondió ella. Cuando él arqueó una ceja, ella rectificó–. Quiero decir que su currículum es muy impresionante, y me temo que no entiendo por qué está interesado en trabajar para Carnegie, señor Mann. Con su especialización en software informático, podría conseguir otro trabajo mejor pagado y que le planteara más retos.
–Supongo que contestar al teléfono puede ser todo un reto. Y hacer bien cualquier trabajo puede ser muy satisfactorio, ¿no cree?
–Sí –respondió ella después de unos segundos–. Me imagino que cualquier trabajo puede ser gratificante.
–Me alegra que estemos de acuerdo –dijo él, y sonrió–. ¿Sabe? Llevo diez años volando por todo el país, buscando nuevos clientes, trabajando fines de semana y días de vacaciones. Ahora quiero un trabajo que me permita desconectar al terminar la jornada laboral –explicó, y se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas–. Espero que eso no le resulte desalentador.
–No, en absoluto.
Lo que le resultaba desalentador era el hecho de que, con aquella nueva postura, él le ofrecía más vistas interesantes que admirar. Oh, se sentía como una vieja verde.
Remy se irguió, intentando recuperar la actitud profesional. Después de todo, llevaba cuatro o cinco años entrevistando teleoperadores para las Carnegie Airlines, y aquello no era nada nuevo.
Sin embargo, ¿cuándo era la última vez que se había movido tanto en la silla como para que se le subiera la falda hasta las rodillas? Mientras sujetaba nerviosamente su currículum, lo miró de nuevo.
Y se dio cuenta de que él tenía la vista fija en sus medias de nailon.
Oh, sí. Tyler Mann se había dado cuenta del estado de su falda. Remy se tiró del bajo hacia las rodillas, tan discretamente como pudo. Se concentró en el trabajo de nuevo, y murmuró:
–Debo advertirle que, aunque le parezca que el horario es pan comido, el trabajo no lo es. La gente que nos llama quiere todo tipo de información de la aerolínea. Tendrá que gestionar de todo, desde quejas de los clientes acerca de los auxiliares de vuelo hasta llamadas de personas angustiadas que necesitan un vuelo de emergencia. Algunas veces, las llamadas y las peticiones son muy exigentes.
Aparentemente, aquel comentario le divirtió.
–Bueno, yo también puedo ser exigente.
La temperatura de la habitación subió diez grados más.
Remy se puso en pie, y se tambaleó durante un instante sobre sus altos tacones.
–Bien, entonces, no queda nada más que ofrecerle el trabajo, señor Mann –dijo, y le tendió la mano.
Él se la estrechó.
–Por favor, llámeme Tyler, señora Greer.
–Yo soy Ramona. Remy –dijo ella, aunque sin saber por qué. En Carnegie, casi nadie la llamaba de otra manera que no fuera Ramona o señora Greer.
Él sonrió.
–Remy, ha sido un placer conocerte.
–Sí –respondió ella. Se acercó a su escritorio, y rápidamente, tomó una carpeta–. Éste es su paquete del empleado. Creo que lo encontrarás bastante claro. En el departamento de personal te darán el manual del empleado y la información referente a su seguro. Y para terminar, no olvides pasar por el escritorio de Shawn Wagner antes de salir. Ella se encargará de tu curso de preparación.
–Muy bien –dijo él, pero para sorpresa de Remy, no se movió, sino que la miró fijamente–. ¿Te veré de nuevo?
–¿Disculpa?
–Bueno, me preguntaba si normalmente te quedas aquí en la oficina, o si pasas alguna vez por los pasillos de los compartimentos.
–Me paso –respondió Remy, y apartó la mirada. Esperaba que él no se diera cuenta de que estaba totalmente aturullada. Porque lo estaba.
Después de una pausa significativa, él dio un paso atrás.
–Bueno, entonces, espero verte más tarde.
–Sí. Adiós, Tyler.
Él se dio la vuelta, pero volvió a detenerse de nuevo.
–Esto no es apropiado, pero de todos modos voy a preguntarlo: Es señora Greer, ¿verdad? Tenía razón. Aquella pregunta era completamente inapropiada.
–Sí, sí. Yo… soy viuda.
Bueno, el hecho de contarle aquello también le resultó asombroso a Remy. Ella no hablaba con nadie de su vida personal. Y menos con los empleados. Y mucho menos, con los que eran empleados desde hacía pocos minutos.
Sin embargo, la actitud de Tyler no parecía demostrar en modo alguno que hubiera algo personal entre ellos. Ni siquiera una pizca. Frunció el ceño con gesto de preocupación y dijo:
–Lo siento. ¿Falleció tu esposo recientemente?
–Hace tres años, ¿por qué?
–Podría decir que no lo preguntaba por ningún motivo, pero ya que me he metido en un lío, será mejor que termine. Eres muy atractiva.
–Tengo cuarenta. Y dos –dijo ella, y se tapó la boca para cubrir un acceso de tos. Después repitió–: Tengo cuarenta y dos años.
Él sonrió.
–Me alegro de saberlo. Que tengas buen día, Remy. Y gracias por el trabajo –añadió él por encima del hombro, mientras salía del despacho.
¿Que se alegraba de saberlo? ¿Y que gracias por el trabajo? En cuanto él salió de la oficina, Remy se desplomó.
Después, corrió hacia un pequeño refrigerador que había escamoteado tras la puerta de un armario y sacó una botella de agua fría. Bebió abundantemente. Necesitaba calmarse.
Por desgracia, la bebida helada no la ayudó nada.
–Tyler, ¿seguro que sabes bien lo que estás haciendo? –le preguntó Keith, mientras estaban sentados en el muelle, pescando–. En estos seis últimos meses has dejado el trabajo, te has cambiado de Houston a Florida, has vendido tu maravillosa casa y te has comprado un piso diminuto en Bishop’s Gate.
Su cuñado acababa de resumir su vida en treinta segundos. Así sonaba bastante patético.
–Gracias por ponerme al día. Y sí, sé lo que estoy haciendo.
–A mí no me lo parece. Es que no puedo creerme que hayas aceptado un trabajo de teleoperador en Carnegie. ¿Es que estás en la crisis de la mediana edad?
–Si es la crisis de la mediana edad, mi esperanza de vida es muy corta. Sólo tengo treinta y cuatro años.
–Tu edad contribuye a que todo esto sea aún más desconcertante. No me malinterpretes; Cindy está entusiasmada de tener cerca a su hermano mellizo, por fin. Es que ninguna de estas cosas es típica de ti.
Y no lo eran, cierto. Tyler intentó explicarse, aunque no estaba seguro de si conseguiría justificarlo por completo.
–Desde que murieron nuestros padres, cuando estábamos en la facultad, Cindy y yo sólo nos hemos tenido el uno al otro. Cuando ella te conoció y se casó contigo, yo me concentré en el trabajo. Durante estos últimos seis años, lo único que he hecho ha sido trabajar. La mañana que me llamaste para contarme que Cindy había estado a punto de morir durante el parto de April Marie, me quedé destrozado.
–Eso es normal, Ty. Fue terrible.
–Fue más que terrible. Keith, cuando nació April me di cuenta de que apenas había visto a Megan. Y de que apenas veía a Cindy. Mis prioridades estaban relegadas.
–Has estado trabajando. Ella lo entendía.
–Yo no –respondió Tyler. Se inclinó hacia atrás para sacar un par de cervezas de la nevera azul y prosiguió–: Habían pasado diez años de mi vida y estaba muy lejos de tu situación: sin esposa, sin familia, sin lazos. Quiero esas cosas. Y voy a conseguirlas.
–De acuerdo. Entiendo que necesitaras esos cambios, pero Ty, ¿teleoperador? Eso va a ser un obstáculo.
–Tengo mis razones para querer estar allí.
–¿Cómo por ejemplo?
–Nada de lo que debas preocuparte. Recuerda, en este momento mi carrera profesional no es una prioridad. Lo único que quiero es poder ver a mis sobrinas y a mi hermana, y pescar por las tardes. Y tal vez, encontrar a alguien con quien formar una familia.
–¿Y cómo vas a encontrar a tu media naranja trabajando en un cubículo?
–Tal vez tenga suerte. Allí hay muchas mujeres.
Su cuñado estaba a punto de cuestionarle también aquello cuando Cindy lo llamó desde la casa.
–Keith, ¿podrías ayudarme con los baños?
–Me reclaman –dijo Keith, aunque no parecía que le molestara en absoluto.
Tyler pensaba que su cuñado entendía su necesidad de dejar de viajar. Keith era piloto de Carnegie Airlines y se pasaba la vida en un avión. Sin embargo, no creía que entendiera lo que significaba no tener un hogar al que volver después del trabajo.
Viajar tenía un significado muy distinto cuando el hogar era poco más que una sensación. Cuando Keith se puso en pie y se quedó mirándolo fijamente por debajo del borde de la visera de la gorra, Tyler agitó el brazo.
–Vete. Cindy se va a enfadar si no te das prisa. Yo me voy a quedar aquí sentado otro rato más, si no te importa.
Mientras Keith subía los escalones de madera de la parte posterior de su casa, Tyler le dio un sorbito a su cerveza y, por fin, se relajó un poco. Una vez sólo podía pensar en la mujer a quien había conocido aquella tarde.
Ramona Greer le había resultado tan atractiva en persona como en la fotografía de la revista de Carnegie Airlines. Desde el primer momento en que la había visto en aquella fotografía, con su pelo largo y su preciosa sonrisa, se había sentido atraído por ella.
Sin embargo, al mirar con más atención la imagen, se había dado cuenta de que tenía unos ojos grises muy tristes. Sospechaba que había una historia detrás de aquella tristeza. Y había empezado a pensar en que aquellos ojos eran un desafío para él. Si podía hacer que sonriera de nuevo, sería maravilloso para él, y también para ella. Después de todo, ya se había pasado el tiempo suficiente pensando sólo en cifras de venta y en resultados.
La breve biografía de Ramona Greer que aparecía en la revista avivó todavía más su curiosidad. Y Tyler había sentido la necesidad de comprobar si, cara a cara, ella le afectaba del mismo modo.
No se había sentido decepcionado.
No le resultó difícil conseguir una entrevista en Carnegie. Y había tenido la suerte de que fuera ella misma quien lo entrevistara. Por lo que le había dicho Shawn Wagner, eso no era corriente. Por lo general, las entrevistas las realizaba el personal de recursos humanos.
Tampoco le había resultado difícil hablar de su experiencia laboral.; pero sí había sido difícil comportarse con profesionalidad cuando Ramona, Remy, se movía en aquella silla y la falda se le subía por los muslos.
Y le había resultado difícil fingir que estaba interesado en el trabajo, cuando lo único que quería era hablar con ella sobre la vida, las aficiones, el pasado. Quería conocerla.
Y cuando le había estrechado la mano, había sentido a tentación de sujetársela un poco más de lo necesario. Tenía la piel suave y fresca, y los huesos pequeños y femeninos. Tenía las uñas largas y pintadas de rosa. Sus manos eran muy bonitas. Y sabiendo que ella no estaba casada, Tyler podía intentar conquistarla. Podía tomarse su tiempo. Quería conocer a Remy Greer, y quería conocerla pronto.
CAPÍTULO 2
–HE TERMINADO todas las evaluaciones de esta semana –dijo Shawn el viernes por la tarde, poco después de la una–. Además, me he reunido con tres de nuestros nuevos teleoperadores, que tenían algún problema. Les he dado algunas indicaciones.
Remy se alegraba mucho de que Shawn hiciera tan bien su nuevo trabajo en Carnegie. Seis meses antes sólo era una más de los cientos de teleoperadores que trabajaban en el centro de llamadas de la oficina de Destin.
Actualmente era la ayudante de Remy, y entre otras cosas se ocupaba de hacer el seguimiento de los nuevos empleados. Las responsabilidades de su nuevo puesto le iban muy bien, y Shawn estaba floreciendo. Era estupendo verlo.
–¿Y cómo ha ido? –le preguntó Remy–. ¿Se han mostrado receptivos a tus consejos?
–Creo que sí –dijo Shawn, y frunció el ceño–. No me había dado cuenta de hasta qué punto lo que hacía se basaba en el instinto. Ha sido difícil explicar mis motivos para hacer ciertas cosas.
–Si hay alguien que pueda