Secretos del alma
Por Kay Thorpe
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Cuando regresó a Inglaterra después de trece años en el extranjero, los planes de Lauren eran cuidar de su hija, no buscar marido. Pero en cuanto llegó a la mansión de Brad Laxton, él dejó muy claro que se sentía atraído por ella. Como si convertirse en niñera de la pequeña a la que había tenido que dar en adopción no fuera ya lo bastante difícil, ahora también tenía que resistirse a los encantos del padre adoptivo de la niña. Pero no podía dejarse llevar por lo que sentía por Brad, había demasiado en juego. El problema era que aquel tipo sabía ser muy persuasivo y a veces no aceptaba un "no" por respuesta...
Kay Thorpe
An avid reader from the time when words on paper began to make sense, Kay developed a lively imagination of her own, making up stories for the entertainment of her young friends. After leaving school, she tried a variety of jobs, including dental nursing, and a spell in the Women's Royal Airforce, from which she emerged knowing a whole lot more about life-if only as an observer. She married in 1960, but didn't begin thinking about trying her hand at writing for a living until she gave up work some four years later to have a baby. Having read Harlequin Mills & Boon novels herself, and having done some market research in the local library asking readers what it was they particularly liked about the books, she decided to aim for a particular market. She was fortunate to have her very first completed manuscript accepted-The Last of the Mallorys, published in 1968. Since then she has written over 70 books, which doesn't begin to compare with the output of some Harlequin Mills & Boon authors, but still leaves her wondering where all those words came from. She now lives on the outskirts of Chesterfield in Derbyshire along with husband, Tony, and a huge tabby cat called Mad Max-her one son having flown the coop. Some day she'll think about retiring, but not yet.
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Secretos del alma - Kay Thorpe
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Kay Thorpe
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Secretos del alma, n.º 1444 - noviembre 2017
Título original: Mother and Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-473-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
LA CASA que buscaba estaba escondida de la carretera por un grupo de castaños. Unos enormes pilares de piedra sostenían las puertas de hierro de la verja que, inesperadamente, estaban abiertas. Lauren, sin pararse a pensar, siguió conduciendo entre los árboles por una larga y sinuosa carretera. Finalmente, llegó hasta una rotonda con una fuente en el medio.
Frente a ella se levantaban unos muros de piedra llenos de ventanas resplandecientes bajo el sol. Ravella era uno de los lugares más bonitos que ella había visto. Se quedó sentada unos instantes, contemplado el contraste entre los verdes setos y el azul del cielo. Aquella casa valdría una fortuna en el mercado, lo que indicaba el nivel económico de su dueño.
Contuvo las ganas de dar la vuelta y marcharse y salió del coche. Las posibilidades de éxito quizá fueran remotas, pero valía la pena intentarlo.
Llamó al timbre frente a una puerta muy grande de roble. Se abrió y apareció un hombre.
Alto, oscuro y toscamente atractivo, instantáneamente lo reconoció gracias a las fotos de los periódicos que le habían mandado. La última persona que esperaba que atendiese la puerta era el propio dueño de la casa.
–¿Hola? –dijo él amablemente–. ¿Puedo ayudarla?
Lauren hizo un esfuerzo para poder hablar.
–He oído que necesita ayuda temporal para cuidar a su hija, señor Laxton.
Aquellos vivos ojos azules la estudiaron con detalle durante un momento.
–¿Dónde se ha enterado? –preguntó con tranquilidad.
–Me hospedo en el pub del pueblo. El dueño me lo mencionó. Sé que es una forma muy poco ortodoxa de solicitar un trabajo –se apresuró a añadir.
–Ciertamente lo es –reconoció Brad Laxton secamente–. Obviamente, usted no es de por aquí.
–Soy inglesa. He vivido algunos años en Canadá, pero aún tengo el pasaporte británico.
Ella cambió incómodamente el peso de un pie a otro. Aquello había sido una locura, quién en su sano juicio iba a contratar a una desconocida que apareciese en la puerta de su casa, especialmente cuando se trataba del cuidado de un niño.
–Será mejor que pase –dijo él con cara de pedir disculpas–. Simplemente necesito saber más cosas sobre usted antes de tomar una decisión.
Lauren notó que sus pies se movían y que sus labios se curvaban en una sonrisa, que esperaba que no pareciese muy forzada. La clave para conseguir su objetivo era tener confianza en sí misma. Aunque Brad Laxton estuviese desesperado, no era un insensato.
La casa era tan bonita por dentro como lo era por fuera. El vestíbulo estaba entelado y desde allí la casa se dividía en dos alas. Una enorme escalera daba acceso a unas galerías abiertas en el piso superior.
Brad Laxton abrió una puerta que había a la derecha y la condujo al interior de lo que parecía una combinación entre despacho y biblioteca. Las paredes estaban llenas de libros y, bajo la ventana, había un precioso escritorio de caoba. Junto a él había una mesita con un sofisticado ordenador.
Él señaló la pareja de sofás que había a ambos lados de la chimenea de piedra. En aquel momento estaba adornada con un cesto lleno de flores, pero probablemente estuviera encendida en invierno.
–Siéntese y hábleme de usted.
Lauren se sentó, intentando aparentar tranquilidad, mientras él hacía lo mismo frente a ella. Tuvo la sensación de que él podía ver a través de ella. Por un momento se quedó sin palabras.
–¿Y bien? –dijo él–. Podemos empezar con su nombre.
–Lauren Turner –aquella era la parte más fácil. El resto tendría que ser una mezcla de embustes e invenciones–. Tengo veintinueve años, con mucha experiencia cuidando niños.
–Mi hija tiene trece años. Perdió a su madre cuando tenía ocho, una edad particularmente vulnerable, según tengo entendido. Lo que necesita es alguien lo suficientemente joven para que sea una compañía divertida durante el verano, pero lo suficientemente mayor para poder ofrecerle el cuidado necesario y la disciplina correcta. Su edad parece la adecuada, siempre y cuando sea verdad. Aparenta ser más joven.
–Sí, es verdad –le aseguró Lauren–. Siempre me lo tomo como un halago.
De pronto sus ojos la miraron de forma divertida.
–Lo dudo. Me parece usted demasiado sensata como para sentirse halagada por cualquier cosa. Me gusta, pero necesito mucha más información.
–Por supuesto –se apresuró a decir Lauren–. Mi familia se trasladó a Canadá cuando yo era una adolescente. Me instruí como niñera cuando terminé el instituto. Estuve con una familia durante cinco años al cuidado de cuatro niños. Durante los últimos tres años he estado trabajando para una agencia.
Una ceja oscura se arqueó.
–¿Una agencia?
–Una agencia para resolver problemas. Nosotros… ellos cuentan con personas competentes y con experiencia que puedan ser de ayuda en cualquier campo. Con ello, ahorran a la gente muy ocupada mucho tiempo y esfuerzo y les garantizan un buen trabajo.
–Es una idea muy buena. Una pena que a nadie por aquí se le haya ocurrido –comentó él estudiándola de nuevo. La miró a la cara, le echó un rápido vistazo a la altura del pecho, cubierto con una ligera camiseta blanca, recorrió sus largas piernas y volvió a mirarla a los ojos. Tenía una expresión divertida en la cara.
–¿Qué más puedo contarle?
Él cruzó una pierna sobre la otra, acomodándose en el sofá. Bajo aquella camisa de algodón se escondía un cuerpo musculoso, por lo que ella se imaginó que haría ejercicio con mucha frecuencia.
–¿Por qué ha vuelto a Inglaterra?
Lauren sabía que aquello era algo sobre lo que más tendría que mentir. Cuanto más quisiese profundizar en su vida, más tendría que mentir ella, ya era demasiado tarde para echarse atrás.
–Porque aquí están mis raíces. Adoro Canadá, pero en mi corazón me siento inglesa.
–¿Ha regresado con intención de quedarse?
–Al menos un par de años. Me estaba tomando un descanso antes de ponerme a buscar trabajo, pero no podía dejar pasar esta oportunidad.
–La verdad es que no tengo muchas opciones. Con un viaje de negocios muy importante el lunes y con la negativa de mi ama de llaves de aceptar más responsabilidades, no estoy en posición de ser muy meticuloso. Quizá deba conocer a Kerry antes de seguir adelante –dijo poniéndose derecho y levantándose–. Quédese aquí mientras yo voy a buscarla. Probablemente esté en la piscina.
Lauren dejó escapar un profundo suspiro cuando se cerró la puerta. La tensión que había sufrido durante la última media hora le había dejado los músculos de todo el cuerpo rígidos. Todavía quedaba la posibilidad de que le pidiera algún tipo de referencia. Una llamada rápida prepararía el camino.
Después de unos minutos, consiguió ponerse en contacto con su antiguo jefe. No perdió el tiempo y fue directa al grano.
–Probablemente recibas una llamada de un tal señor Laxton pidiéndote referencias mías. Necesito que crea que soy una persona íntegra y honrada.
–Lo eres –la respuesta fue rápida–. Como ya te dije, puedes volver a trabajar aquí siempre que quieras.
–Lo tendré en cuenta –Lauren pudo oír ruidos procedentes del vestíbulo–. Tengo que colgar –añadió con prisa–. Adiós Bob.
Metió el teléfono móvil de nuevo en su bolso, mientras el corazón le latía con fuerza. La puerta se abrió y apareció él acompañado de una niña, en bañador, chancletas y enrollada en una toalla. Alta para su edad, tenía el pelo rubio oscuro y mostraba muchos signos de una belleza emergente. No dijo nada ante el saludo y la sonrisa de Lauren, se limitó a mirarla con ojos inexpresivos.
–Mi hija, Kerry –dijo Brad–. Esta es la señorita Turner, señorita, ¿verdad? –preguntó amablemente.
–Sí, así es –dijo sin dejar de sonreír–. Hola Kerry, soy Lauren.
–Hola –dijo con indiferencia–. Papá me ha dicho que eres de Canadá.
–He vivido muchos años allí, sí.
–¿Montas a caballo?
Lauren tragó saliva