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Un marido para mamá
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Libro electrónico196 páginas3 horas

Un marido para mamá

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Información de este libro electrónico

A sus trece años, Nick Donner creía que valía la pena meterse en problemas para conseguir que su madre, Lucy, conociera mejor a Logan, el hijo del juez Kincaid. Tenía la esperanza de que llegaran a enamorarse.
Para el frágil corazón de Lucy, era mucho más fácil y seguro que Nick siguiera siendo el único hombre de su vida. Y Logan tampoco estaba dispuesto a comprometerse ni a tener nada serio con una mujer.
Pero ninguno de los dos podía negar la atracción que existía entre ellos y se pusieron en manos del destino. ¿Qué daño podía hacerles tener una pequeña aventura? Lo que no sabían era que quien manejaba los hilos no dejaría nada al azar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2013
ISBN9788468730790
Un marido para mamá

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    Un marido para mamá - Linda Randall Wisdom

    Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2005 Words by Wisdom. Todos los derechos reservados.

    UN MARIDO PARA MAMÁ, N.º 17 - mayo 2013

    Título original: Single Kid Seeks Dad

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,

    total o parcial. Esta edición ha sido publicada con

    permiso de Harlequin Enterprises II BV.

    Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier

    parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises

    Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que

    lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes

    y Marcas y en otros países.

    I.S.B.N.: 978-84-687-3079-0

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Prólogo

    La pequeña y oscura habitación contrastaba con la alegre y luminosa sala de banquetes cercana. Era el lugar de encuentro perfecto para los dos conspiradores.

    –Tengo que decirte, joven, que tu nota me resultó muy intrigante. ¿Vas por fin a decirme por qué querías reunirte conmigo en privado?

    La profunda voz del hombre retumbó en la habitación mientras este se sentaba en una silla. Miró al chico que tenía frente a él. Le impresionó mucho que no vacilara al hablar a pesar de que lo miraba con gesto severo.

    –Es muy simple –le dijo el muchacho en voz baja–. Mi madre está soltera y su hijo, también. Los dos queremos verlos casados y creo que podríamos colaborar para lograr nuestros objetivos.

    El hombre se echó a reír.

    –Supongo que tienes un plan.

    –Sí, creo que sí. Y ya contamos con cierta ventaja porque a su hijo le gusta mi madre.

    –Pero he oído que ella le ha dicho que no está interesada.

    –Sí, pero eso puede cambiar. He investigado un poco a su hijo y creo que es perfecto para mi madre. Todo lo que necesita ella es un poco de tiempo para conocerlo mejor.

    –¿Cómo esperas conseguirlo?

    Nick Donner sonrió.

    –He trazado un plan que no puede fallar –comentó el joven.

    Pocos minutos después, le esbozó su idea.

    El escepticismo del hombre mayor no tardó en transformarse en interés al escuchar a Nick.

    –Estoy impresionado. ¿De verdad crees que algo tan drástico podría funcionar?

    –Siempre y cuando usted esté dispuesto a hacer su parte… –le dijo Nick con seguridad.

    Una hora más tarde, sellaron el acuerdo con un apretón de manos.

    Después, salieron de la habitación y regresaron a la sala de banquetes a tiempo de ver cómo Nora Walker Summers y su nuevo marido, Mark Walker, cortaban la tarta nupcial.

    Durante el resto de la noche, ni el joven ni su compinche hicieron nada que pudiera echar a perder un plan que, si tenía éxito, iba a reunirlos poco tiempo después en otra boda.

    Capítulo 1

    Lucy Donner no entendía cómo podía brillar tanto el sol ese día. Le habría parecido más adecuado que estuviera lloviendo y fuera un día frío, oscuro y lúgubre.

    Suspiró y miró el moderno edificio que se levantaba frente a ella. Las escaleras que llevaban a la puerta principal le recordaron a las que tendría que subir un condenado a la horca. Y la fila de personas que esperaban pacientemente para pasar por los controles de seguridad del palacio de justicia eran los condenados.

    No quería entrar, aunque sabía que estaba en juego el futuro de su hijo.

    –¡Aquí estás! –exclamaron Lou y Cathy Walker mientras se acercaban a ella.

    Cathy le dio un abrazo y la miró preocupada.

    –¿Cómo estás? –le preguntó.

    –Bastante nerviosa –le susurró ella agarrándose a los brazos de Cathy como si necesitara un salvavidas–. ¿Qué quieres que te diga? Me alegra tenerte aquí, pero como te dije anoche, no tenías por qué venir. Algo me dice que no va a ser agradable.

    –Claro que teníamos que venir. Eres de la familia –le dijo Lou.

    En realidad, la única relación que tenían era que su hermano estaba casado con la hija de los Walker. Se emocionó al ver que Lou abrazaba a Nick.

    Miró entonces a su hijo. Era su bebé, la luz de su vida, la razón por la que tenían que ir ese día a los juzgados. Decidió que, en cuanto terminara todo aquello, iba a castigarlo hasta que cumpliera los cincuenta.

    Había creído que las cosas iban a mejorar después de mudarse. Le había parecido una señal del destino haber encontrado una casa cerca de la de los Walker en Sunset Canyon, California. Y le había gustado más aún el haber encontrado un colegio en el que apoyaban a los estudiantes superdotados. Además, Nick parecía mucho más calmado después de cumplir los trece, ya no era tan travieso como había sido de pequeño.

    Pasaba gran parte de su tiempo libre con Lou Walker, que le estaba enseñando a restaurar automóviles antiguos. Por su parte, ella había decorado su nueva casa y la había convertido en un verdadero hogar para los dos.

    Le había parecido que la vida le sonreía.

    Al menos hasta que recibió una llamada del director del colegio. Al parecer, Nick había entrado en el sistema informático del centro y había eliminado todos los archivos de los estudiantes.

    El hombre le había explicado que las acciones de Nick eran un delito y por eso estaban en el juzgado.

    Era un alivio que Cathy y Lou estuvieran allí para darle apoyo moral. Desde que había recibido la llamada del director, se había sentido furiosa con su hijo por lo que había hecho, pero también aterrada al pensar que pudieran enviarlo a un centro de menores.

    Estaban en el tribunal para conocer el destino de Nick. Estaba decidida a parecer la madre más responsable en el mundo. Se había puesto una falda negra y una blusa de color crema. Los zapatos de tacón le hacían daño, pero creía que le iban a dar seguridad.

    Por desgracia, tenía un nudo en el estómago del que no podía librarse. Había conseguido que Nick se pusiera una camisa y corbata.

    –¿Qué juez se encarga del caso? –le preguntó Lou.

    Lucy pensó un segundo antes de contestar.

    –El juez Kincaid.

    Vio que Lou fruncía el ceño.

    –¿Qué pasa? –le preguntó aterrada–. ¿No es un buen juez?

    –Claro que lo es –la tranquilizó Cathy mientras fulminaba a su esposo con la mirada.

    –Ese hombre debería haberse retirado hace años –murmuró Lou.

    –Es de tu edad –le recordó Cathy.

    –No tiene corazón.

    Llegaron en ese momento Zach, el hermano de Lucy, y su esposa Ginna. Fueron directos hacia ella y Zach le dio un cálido abrazo. Después, hizo lo mismo con Nick.

    –Todo va a salir bien –le susurró Ginna a Lucy.

    Ella no estaba tan segura, pero pronto iba a poder saber si tenía motivos para estar tan nerviosa. Subieron todos juntos las escaleras y atravesaron el control de seguridad. Después, buscaron la sala del tribunal en la que se iba a tratar el caso de Nick.

    A Lucy la alivió un poco ver que el abogado de su hijo ya estaba allí.

    –Hola, señora Donner –le dijo Ritchey con una sonrisa mientras le ofrecía la mano.

    El joven abogado miró después a Nick.

    –¿Estás listo?

    –Claro –repuso su hijo.

    –A lo mejor él está listo, pero yo no –les dijo ella mientras se tocaba el estómago–. Aunque supongo que eso no importa, ¿verdad? ¿Crees que…?

    Ni siquiera se atrevía a hacer la pregunta.

    –No se preocupe, señora Donner –repuso el abogado–. Estoy seguro de que pondrán a Nick a prueba y le asignarán algún tiempo haciendo servicios a la comunidad como castigo.

    Lucy respiró por fin un poco más aliviada.

    –Lo siento, mamá –le dijo Nick en voz baja mientras le tocaba afectuosamente el hombro.

    –Poco me importa lo que diga el juez, vas a estar castigado hasta que cumplas los cien –le dijo ella mientras entraban a la sala.

    –Me habías dicho que ibas a castigarme hasta los cincuenta –le recordó Nick.

    –He cambiado de opinión –repuso ella.

    Lucy volvió a ponerse nerviosa en cuanto vio al juez entrando en la sala y sentándose en su sillón. Parecía muy frío y severo. Su expresión le heló la sangre.

    Los cinco adultos se sentaron en la primera fila con Lucy en el centro.

    El juez miró a Nick con severidad.

    –Ven aquí, muchacho. Tenemos que hablar –le ordenó el juez con voz grave y profunda.

    Notó que Cathy tomaba su mano entre las de ella, pero apenas era consciente de nada.

    –Frank es un hombre justo –le susurró la mujer.

    –Es un idiota –le refutó Lou.

    El juez los miró de reojo y frunció el ceño.

    –Si el público no sabe respetar a este tribunal y estar en silencio, tendré que expulsarlo.

    Lucy se quedó sin respiración. No necesitaba que alguien pusiera al juez Kincaid de mal humor.

    Mientras el juez preguntaba a Nick, su abogado trató de intervenir un par de veces, pero el juez no le hizo caso.

    –Joven, lo que hizo fue más que una travesura sin importancia. Destruyó a propósito los archivos informáticos del colegio Fairfield.

    Lucy sintió que se le caía el alma a los pies y pensó que su niño iba a pasar en la cárcel el resto de su vida. Estaba tan perdida en sus pensamientos que le costó escuchar las palabras del juez.

    –El director y yo hemos hablado largo y tendido sobre lo ocurrido –le dijo el juez con severidad–. Yo no creo que una expulsión pueda ser un castigo. Prefiero que el alumno sea castigado en el propio colegio con más deberes. Y eso es lo que va a hacer durante el resto del año escolar.

    Lucy levantó la vista y sintió que se llenaba de esperanza. Creía que aumentar la carga de deberes que iba a tener su hijo no era un castigo muy severo.

    –Además, tendrá que realizar seis meses de servicio comunitario en la Clínica Veterinaria y Refugio Valley –le ordenó el juez.

    –¿Qué? –repuso ella sin poder contenerse mientras miraba a Cathy y después a Ginna.

    Lou se puso en pie.

    –Señoría, ¿puedo hablar? –preguntó.

    –¿Qué quiere? –repuso el juez frunciendo el ceño.

    –El joven Nicholas ha estado trabajando en mi garaje durante los últimos cuatro meses. ¿Hay alguna razón por la que no pueda hacer allí sus meses de servicio a la comunidad?

    –Sí, hay una razón excelente por la que no puede hacerlo, porque yo no le he ordenado que trabaje allí –le espetó el juez Kincaid–. Por lo que he visto, no le ha hecho ningún bien trabajar bajo su supervisión, pero les puedo asegurar que va a trabajar muy duro en el refugio y no tendrá tiempo ni energía para pensar en ninguna otra fechoría.

    –Pero, ¿en una clínica veterinaria? ¡Si se niega a limpiar siquiera la caja de arena del gato! –exclamó Lucy sin pensar.

    –Señora, parece que su hijo necesita más supervisión de la que usted le puede dar. Espero que use este tiempo para reconsiderar sus acciones. También escribirá una carta de disculpa al director del colegio y no participará en la clase de informática durante el próximo semestre.

    Miró después a Nick. Lucy nunca había visto a su hijo tan serio.

    –Preséntese ante el doctor Kincaid mañana a las tres y media de la tarde, jovencito. Si sabe lo que le conviene, se encargará de que no lo vuelva a ver en este tribunal porque le puedo asegurar que la próxima vez no seré tan indulgente.

    Nick no se inmutó ante la severidad del juez.

    –Lo entiendo, señor –le dijo con firmeza.

    Pocos minutos después, el juez dio por terminado el juicio y Lucy consiguió respirar por fin.

    –No había ninguna razón por la que no pueda trabajar bajo mi supervisión –se quejó Lou mientras salían de la sala–. Ese viejo canalla no tiene humanidad…

    –Por favor, a ver si te va a oír y se enfada más aún –le susurró Lucy angustiada.

    –No te preocupes, querida, son dos viejos tontos que llevan enemistados demasiado tiempo –le aseguró Cathy–. Venga, vamos a comer a algún sitio.

    Lucy miró a su hijo y vio que parecía preocupado por ella. Aún le costaba creer que ya tuviera trece años. Había crecido mucho durante el último año.

    Lou tomó las riendas de la situación.

    –Nick, tú vienes conmigo y Cathy se irá con tu madre. Nos vemos en Stewie’s –les dijo–. Ginna, Zach, ¿venís a comer con nosotros?

    –Sí, os seguimos en nuestro coche –repuso Ginna.

    Cathy miró a Lucy y suspiró.

    –No te preocupes por Nick –le dijo la mujer–. Logan Kincaid no es tan gruñón como su padre. No sé si lo conoces personalmente, pero seguro que lo has visto en alguna de nuestras fiestas.

    –Logan es un encanto –agregó Ginna–. Fue al colegio con mi hermano Brian.

    –¿Logan Kincaid? –repitió Lucy entonces.

    Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que ya conocía al veterinario con el que iba a tener que trabajar su hijo. Lo había visto en un par de barbacoas y le había dejado muy claro que le gustaba. Pero ella no había tardado en aclararle que no le interesaba en absoluto.

    –¿Es Logan Kincaid con quien va a trabajar Nick? –preguntó angustiada.

    –¿Por qué tienes que endosarme tus casos más difíciles? –le preguntó Logan Kincaid a su padre.

    Pero el juez ignoró por completo el enfado de su hijo. Mojó otro nacho de maíz en la salsa mexicana y se lo llevó a los labios.

    –Por una buena razón –le dijo–. Necesitas ayuda en el refugio y acabo de proporcionártela, ya no tendrás que preocuparte por encontrar a nadie –añadió mientras miraba la carta–. A mi

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