Miércoles de Elena con Soledad
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Miércoles de Elena con Soledad es un ágil, llamativo y original relato que aborda las posibilidades de la estructura narrativa pero también temas más universales como el amor.
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Miércoles de Elena con Soledad - Miguel Ángel Pérez Ordóñez
Al más puro estilo nivolesco de Unamuno, al autor de esta narración se le aparecen los personajes principales del relato que acaba de escribir para rendirle ciertas cuentas. Acto seguido se desarrolla el relato en sí, en el cual, precisamente, un librero innominado está escribiendo un relato y se inspira en conversaciones imaginadas con el otro personaje: Soledad, una presencia deletérea que aparece y desaparece del bar donde toman whisky, El Gato Pardo. Dichas conversaciones giran en torno al amor del librero hacia Elena y en cómo derivan esos sentimientos y la propia personalidad de la amada. Miércoles de Elena con Soledad es un ágil, llamativo y original relato que aborda las posibilidades de la estructura narrativa pero también temas más universales como el amor.
Miércoles de Elena con Soledad
Miguel Ángel Pérez Ordóñez
www.edicionesoblicuas.com
Miércoles de Elena con Soledad
© 2015, Miguel Ángel Pérez Ordóñez
© 2015, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-16341-91-7
ISBN edición papel: 978-84-16341-90-0
Primera edición: julio de 2015
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
www.edicionesoblicuas.com
La tarde opaca, de vientos fríos, se acompañaba de una llovizna pertinaz. Acababa de terminar el borrador de mi relato, «Miércoles de Elena con Soledad», y quise tomarme un descanso. Contagiado por los acontecimientos que narraba en dicha historia, me dirigí a la ventana de mi aparta estudio. Si no fuera por la lluvia ––me dije al divisar El Lobo Estepario, la pequeña cafetería que funciona en la esquina contraria al edificio donde vivo––, bajaría hasta allá para tomarme un café cargado, que acompañaría con un cigarrillo. Distraído, divagando todavía sobre ese deseo, observé a un hombre vestido de negro, quien protegido por un paraguas negro también, me saludaba desde la entrada de la cafetería. Agucé mis ojos, y aunque no lograba distinguirlo, una sensación próxima, aunque cargada de cierta inquietud, parecía decirme que me era familiar. Con el ánimo de reconocerlo, le hice una seña de espera, y retorné al escritorio para colocarme las gafas.
En la ventana de nuevo, solo observé a un hombre de mediana estatura, quien vestido con un elegante traje negro, me indicaba, con su mano derecha, que deseaba hablar conmigo; luego, empezó a atravesar la calle, anegada por la lluvia, para dirigirse a la portería del edificio donde vivo. Al no reconocer en ese personaje a un amigo en particular, sonreí, con cierta inquietud, pues, asombrado, rememoré en ese hombre de edad, pero enérgico todavía, cierto rasgos del librero innominado, quien dueño de la librería El Lobo Estepario, en mi relato, se hace acompañar de su amiga deletérea Soledad. Aunque no lo describí con gafas, ni con el sombrero negro, esos elementos bien podían corresponderle.
Como el citófono que debía anunciarlo no timbró, asocié esa ilusión con la familiaridad que uno, como escritor, realiza con sus personajes.
En la ventana todavía, observo que la lluvia ha empezado a amainar; razón por la cual, y con el ánimo de satisfacer mi deseo de tomarme el café, me dirijo a la habitación para colocarme una chaqueta. Después de introducir el paquete de cigarrillos en unos de sus bolsillos exteriores, me disponía a salir cuando oí el timbre de la puerta. Miré el reloj: ¡las cinco de la tarde! Pensé que debía de ser Orlando, mi vecino, profesor de semiótica de una de las tantas universidades que aun pretenden enseñar a sus estudiantes a escribir a través de cursos y talleres. Con la llave en la mano, le pregunto: ¿Orlando? Al no escuchar su confirmación, me quité las gafas para mirar por el pequeño ojo «mágico» que posee la puerta. ¡No puede ser posible!, me dije, más que asombrado, pues aunque se hallaba deformado por efecto de la lupa, era mi personaje. Empecé a sentir la manera, como mi corazón, de grandes latidos, precipitó la sangre por entre mis venas y estremeció mi cuerpo.
—¡Soy tu personaje, el librero! —me confirma, con voz grave, enérgica, que se suaviza para explicarme, luego—: He venido a hacerte ciertos reclamos acerca de lo que acabas de escribir sobre mí, ya que muchos acontecimientos que has puesto en mi historia son falsos.
Sentí que estaba suspendido en otro tiempo y lugar, y que mi respiración se había detenido. Después de un suspiro profundo, acompañado de un deseo de correr, ¿pero adónde?, cavilé, de improviso, que todo se debía a una ilusión y, decidido, abrí la puerta, sin pensarlo dos veces. ¡Nadie!, solo Soledad, una amiga habitual