Ayanz. La increíble vida del Leonardo español
Por Rafael Romero
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Rafael Romero nos desvela unos documentos históricos, ocultos hasta el día de hoy, y que nos ofrecen una nueva perspectiva de la España donde no se ponía el sol.
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Ayanz. La increíble vida del Leonardo español - Rafael Romero
A la luz del insospechado hallazgo que Don Nicolás García Tapia realiza de unos olvidados documentos en el Archivo de Simancas, se nos revela la apasionante vida del Comendador de la Orden de Calatrava, Don Jerónimo de Ayanz, en tiempos de Felipe II y Felipe III. De la propia mano de Don Jerónimo, conoceremos algunos secretos ocurridos en la Corte de estos reinados, pero, sobre todo, seremos partícipes del proceso de elaboración de las impensables máquinas que elaboró nuestro protagonista, llamado por su amigo Lope de Vega «Hércules español» y, por otros, «Leonardo español».
Rafael Romero nos desvela unos documentos históricos, ocultos hasta el día de hoy, y que nos ofrecen una nueva perspectiva de la España donde no se ponía el sol.
Ayanz
Rafael E. Romero
www.edicionesoblicuas.com
Ayanz
© 2014, Rafael E. Romero
© 2014, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-16118-02-1
ISBN edición papel: 978-84-16118-01-4
Primera edición: junio de 2014
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
www.edicionesoblicuas.com
A Nicolás y Carmen, sabios y amigos.
Prólogo
Mi vida de notario me ha puesto en contacto con personas y documentos que parecen pertenecer a la imaginación en vez de a la realidad.
Con esta serie de documentos y actas que publicaré, intentaré dar conocimiento público a ciertos temas que considero son de importancia para todos. Algunos nombres de personas que aún viven han sido modificados para evitarles problemas, asimismo se han cambiado pequeños detalles que mantengan los misterios y lugares secretos cuando de eso se trate, como es el caso de este documento.
Los documentos son originales, aunque parezcan increíbles, y espero que le guste su lectura como a mí me gustó trabajarlos en su momento.
Empezaré por uno de los últimos, pero de los más fascinantes, que su dueño me ha permitido publicar; espero que también usted piense lo mismo que yo cuando termine.
Francisco Escobar Pérez-Izquierdo
NOTARIO
NÚMERO: 03216
15 de Enero de 2012
ACTA DE PROTOCOLIZACIÓN
ANÓNIMO
C/Galera, 23-Bajo
21459 El Rompido (Huelva)
Teléfono/Fax: 958391154
E-mail: fepi@notromp.org
NÚMERO TRES MIL DOSCIENTOS DIECISEIS
En El Rompido, mi residencia, a 15 de enero de dos mil doce____________________________________
Ante mí, FRANCISCO ESCOBAR PÉREZ-IZQUIERDO, Notario_______________________________
==============COMPARECE===============
Un vecino que prefiere mantener el anonimato, mayor de edad, Ingeniero Técnico Industrial, casado y vecino de El Rompido ________
Interviene: en su propio nombre y derecho_____________
Y tiene, a mi juicio, capacidad legal e interés legítimo para esta ACTA DE PROTOCOLIZACIÓN._____________
==========REQUERIMIENTO=============
Me requiere a mí, el Notario, acogiéndose a la facultad que le reconoce el Reglamento Notarial, para que protocolice con la presente un documento extendido a los solos efectos de dejar constancia de su existencia____________
Acepto el requerimiento, que queda cumplido y examinado el documento unido a la presente, y yo el Notario, doy fe____________
A las personas que han de decidir:
El siguiente escrito relata, de la mejor forma posible, los sucesos que me ocurrieron no hace mucho y que han desbordado mi capacidad de actuación, por lo que he decidido dejar en manos de personas de juicio y honradez demostrada lo que se ha de decidir. He intentado darle forma de relato para hacerlo más comprensible a quien lo lea, no siendo por ello una novela lo que expongo, sino la más cruda realidad que, como toda realidad, ha superado cualquier ficción que pudiera imaginarse.
Un comienzo
Estoy delante del teclado para contar lo que me ha ocurrido estos últimos días y no sé por dónde empezar, así que, actuando pragmáticamente, comenzaré por el principio, que es lo lógico.
A principios del mes de octubre del año 2011 salí de mi casa en El Rompido a primera hora de la mañana, cuando el sol todavía luchaba por aparecer en un horizonte borroso por la bruma. Mientras conducía mi viejo Opel Omega diesel hacia la sierra onubense, escuchando música Chill Out, y repasando mentalmente si llevaba todo lo necesario: lápiz, bolígrafo, móvil, tableta, cámara, libreta…, contemplaba el campo, que tras las últimas lluvias estaba ya más verde que ocre. Circulaba tranquilamente, sin correr, pero sin estorbar, disfrutando el camino, el paso por los distintos pueblos y los paisajes cambiantes que me iba encontrando. Primero las marismas y los campos de cultivo tras la capital, que pasé rodeándola, después la campiña con sus olivos, el andévalo con su rudeza, y, finalmente, tras pasar el embalse de Zalamea, las estribaciones de la Sierra, donde, después de disfrutar los increíbles paisajes mineros de Riotinto, dignos de una novela de mundos fantásticos, una explosión de verdor y frescor me dieron la bienvenida.
Llegué a Aracena y me dirigí directamente al Archivo Municipal en busca de mi contacto, Juan, novio de una compañera de estudios.
—¿Juan, el del archivo, por favor? —pregunté a un policía local que estaba en la puerta y que antes de mirarme a la cara ya había lanzado una mirada inquisitiva al pequeño maletín que llevaba en bandolera con mis pertenencias.
—Acaba de llegar, siga ese pasillo y al final encontrará su despacho —contestó señalándome un largo pasillo blanco, fresco, casi en la penumbra y que terminaba en una oscura puerta de madera, de las que sólo se ven en los ayuntamientos y en las casas serranas.
Mis pisadas no hacían ruido en el suelo de rojizas ladrilletas cocidas, que brillaban de limpias y pulidas que estaban.
Empujé la puerta que estaba entornada y asomé la cabeza tímidamente.
—¿Juan?
—Hola, Rafael, pasa. Ahora mismo estoy contigo. Siéntate si quieres, son cinco minutos.
Sin levantar la vista del monitor me señaló una silla en otra mesa cercana.
—Prefiero quedarme de pie, ya llevo mucho tiempo sentado al volante. ¿Has desayunado?
—No, te estaba esperando. Vamos a desayunar y después te acompaño al archivo notarial. ¿Has traído la autorización?
—Creo que sí —dije mientras me cercioraba de ello mirando en la bandolera. De paso aproveché para ordenar un poco las cosas que llevaba y repasar mentalmente la organización de la mañana para volver a tiempo a casa.
—Ya estoy. —Y mientras decía esto, Juan salió de detrás del ordenador y me daba la mano.
Fuimos a un bar en una de las esquinas de la plaza, donde iniciamos la conversación.
—¿Qué es lo que buscas en concreto? —decía Juan dando un sorbo al café americano que estaba tomando. Tuve que tragar un trozo del rico dulce que estaba comiendo para poder contestar.
—Sabes que siempre me ha interesado la historia de la tecnología y, por otro lado, el tema de la energía. La crisis energética actual ya la vivimos antes, hace milenios, y después, más cercano en el tiempo, hace siglos. Hasta la aparición del vapor y el aprovechamiento del carbón había que buscar energía donde se pudiera. Con los prisioneros moviendo galeras, energía al fin y al cabo, con bestias dando vueltas en una noria, con molinos de viento o con maquinaria hidráulica; esta última es la que me interesa. Quiero hacer un estudio detenido de todos los artificios hidráulicos que había en la zona.
—Pero ya se hizo el estudio de todos los molinos en los ríos Tinto y Odiel.
—Sí, pero yo me refiero a otros ingenios más humildes. Ten en cuenta que había tal necesidad de energía que allí donde corriera el agua, aunque sólo fueran unos meses, se ponía un artificio. Quiero ver en los registros cuáles encuentro para ver los criterios que empleaban para su montaje.
—¿Y en el archivo encontrarás noticias de ello?
—Creo que sí, porque cuando se redactaban los testamentos, los contratos de compraventa, las escrituras de fincas, etcétera, se elaboraba una relación detallada de todo, incluido los ingenios.
—Pues te queda una larga faena.
—Lo sé, hoy me basta con hojear lo que hay para hacerme una idea de cómo organizarme la tarea, que, como bien dices, no es pequeña.
—Entonces, es mejor no perder tiempo. Después te lo pago, Manuel —terminó diciendo, alzando algo la voz al camarero que estaba en la otra esquina de la barra, impidiéndome intentar siquiera pagar.
El archivo
Las estanterías estaban llenas de legajos sueltos, paquetes y tomos llenos de unos y otros. Afortunadamente, los más antiguos estaban ordenados por fechas, así que me dirigí directamente a los de los siglos XVII y XVIII que eran los siglos donde esperaba concentrar inicialmente mi atención. Alguna ventaja debía tener la tremenda burocracia española acumulada siglos y siglos. Allí estaban sus hijos.
Estaba ojeándolos cuándo un título me llamó la atención porque parecía que alguien quería ahorrarme bastante trabajo: Relación de batanes, molinos y otros ingenios en las fincas de Aracena.
No podía creerme la buena suerte que tenía para ser el primer día. Lo abrí y allí había un índice con las distintas aldeas, poblamientos, arroyos y ríos que concernían al término municipal de Aracena en aquellos siglos. Las páginas, ásperas, rígidas y amarillentas por el paso de los siglos, me estaban revelando una información increíble. Así que tomé el libro y me puse a leerlo en el escritorio que me habían indicado en el interior del mismo Archivo.
Llevaba cinco o seis legajos leídos, fotografiado la mayor parte de ellos y tomado notas en mi bloc, cuando me encontré con otro libro que formaba parte del tomo que estaba consultando. El papel era más antiguo y la letra, muy cuidada, era distinta a la de los amanuenses que hasta ese momento habían escrito los documentos que habían pasado por mis manos.
Cogí este libro y vi que estaba traspapelado, que por alguna casualidad había ido a parar allí y que podía leerlo aparte. Lo saqué de su escondite y volví a colocar el tomo en su lugar para seguir investigándolo más adelante, porque la curiosidad me llevaba al documento que tenía en mis manos en ese momento, preparándome a leer lo que había encontrado y que empezaba así:
Comenzado en Alajar a 10 de agosto de Nuestro Señor de mil seiscientos y doce:
Mi nombre es Jerónimo de Ayanz y Beaumont, y este es mi testamento espiritual y confesión porque siento cerca de mí el aliento de la muerte, a la cual conozco bien porque la he visto suficientes veces como para saber reconocerla. Cuando lo termine de escribir, lo entregaré en depósito a un sacerdote de Aracena para que lo haga llegar a mi esposa una vez se entere de mi defunción.
Llegado a este punto, y antes de seguir, miré la hora y pensé que me daría tiempo a leerlo. Craso error, más tarde tuve que llamar a mi esposa para avisarle de que no llegaría a comer y que posiblemente pasaría la noche en Aracena para continuar lo que había iniciado.
Ahora creo que lo mejor es transcribir fielmente lo que allí leí y que igualmente copié con mi cámara; aunque para comprender mejor lo que vas a leer a continuación es bueno, como introducción, que con la imaginación nos remontemos varios siglos atrás a un lugar lejano hoy, muy lejano entonces, de donde me encontraba en ese momento.
En el Escorial a finales del otoño de 1569
Las cajas estaban todas dispuestas para el largo viaje, entre las ropas clericales y libros litúrgicos se escondían libros sospechosos de herejía que podían ser destruidos en cualquier momento y otras obras literarias de gran valor para Benito Arias Montano, confesor del Rey y primer bibliotecario oficial del Escorial; aunque su gran amigo Pedro Juan de Lastanosa iniciara brevemente la tarea que la muerte le impidió continuar.
Aún no sabía realmente por qué lo hacía, el Rey era su amigo y protector, y el mismo Rey fue a su retiro a la Peña de Alájar para pedirle consejo en delicados asuntos de Estado, y ordenarle volver al Escorial a organizar la ingente cantidad de documentación que estaba llegando desde todos los confines del mundo por orden del Rey más poderoso que ha existido sobre la tierra, Felipe II.
Él conocía bien a su Rey, para algo era su confesor, y sabía que no tenía nada que temer de él, pero desde que estuvo en Ámsterdam, y Plantino lo convenció para que ingresara en la Familia Charitatis, se había buscado fuertes enemigos en el bando del arquitecto del Rey, Juan de Herrera, que pertenecía a la escuela de Ramón Llull. Sin la protección del Rey, la Inquisición ya se habría encargado de él y sus obras, pero, hasta el momento, esa protección había sido infranqueable; su duda consistía en qué ocurriría si el Rey falleciera repentinamente o cambiara de opinión por cualquier causa suficientemente justificada, ya que sus enemigos no paraban en buscar ocasión para dañarlo ante sus ojos.
También sabía muy bien que la defensa que el Rey hacía de él tenía algo de conveniencia, por algo era el Rey Prudente, y no iba a consentir una persecución entre bandos; mientras pudiera mantendría el equilibrio de forma que ninguno pudiera tomar represalias contra el otro.
En los dos bandos había grandes tecnólogos (Juan de Herrera y Benito de Morales en uno por ejemplo, y Pedro Juan de Lastanosa en el otro) y tenía muy claro que si quería seguir siendo la primera potencia mundial, debía disponer de la mejor tecnología y los mejores técnicos y tecnólogos, llegando si era necesario al espionaje industrial. No, desde luego que no iba a permitir la persecución de «sus técnicos» por cuestiones religiosas, que simplemente tenían puntos de vista distintos de una religiosidad que él vivía con más fervor, quizás, que los mismos bandos contendientes.
Pero Benito dudaba de que el futuro Felipe III fuera del mismo parecer, no tenía el carácter del padre y en cuanto llegara al poder se podría desencadenar esa guerra larvada en la que podían desaparecer tesoros literarios. Como no iba a consentir que esto ocurriera, y para llevarse sin levantar sospechas aquellos que consideraba claves para la posteridad, los había hecho sustituir por copias, secretamente realizadas, y otros se los llevaba por el simple hecho de que sus autores habían sido grandes amigos suyos, como un tratado de Hidráulica, el primero que se había escrito en la historia, de su amigo Lastanosa. Así, de unos se llevó copias, y de otros,