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Crónicas Del Pss 1: Mano Fantasma
Crónicas Del Pss 1: Mano Fantasma
Crónicas Del Pss 1: Mano Fantasma
Libro electrónico341 páginas4 horas

Crónicas Del Pss 1: Mano Fantasma

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Información de este libro electrónico

Olivia Black tiene diecisiete años y una rara malformación congénita conocida como Psique Sans Soma, o PSS. En vez de una mano derecha de carne y hueso, nació con una mano hecha de pura energía. ¿Cómo lleva Olivia el ser “la chica de la mano fantasma”? Bueno, ella es un poco siniestra y bastante sarcástica. Su madre piensa que su obsesión por la muerte, la ropa negra y el cementerio de su ciudad son solo cosas para llamar la atención; pero cuando Marcus, el nuevo chico en la clase de matemáticas de Olivia, se le queda mirando como si fuese un bicho raro, a ella no le gusta nada. Y cuando su mano se rebela y empieza a hacer cosas que ella nunca creyó posibles, Olivia se ve obligada a escapar junto a Marcus para salvar su vida de un grupo de hombres dispuestos a utilizar el poder de su mano para sus propios y perversos propósitos. Olivia Black acaba de empezar a comprender el enorme poder del que dispone.
IdiomaEspañol
EditorialRipley Patton
Fecha de lanzamiento19 ene 2015
ISBN9781633399686
Crónicas Del Pss 1: Mano Fantasma
Autor

Ripley Patton

Ripley Patton vive en Portland, Oregón, con un gato, dos adolescentes y un hombre que quiere vivir en un barco. Es una galardonada escritora de relatos cortos y autora de Crónicas del PSS, una emocionante serie paranormal para jóvenes. Ripley no fuma, ni bebe, ni dice tantos tacos como sus personajes. Sus únicos vicios son escribir, comer M&Ms y ver realities en la televisión.

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    Crónicas Del Pss 1 - Ripley Patton

    Jason

    1

    El Nuevo

    No habían pasado ni 5 minutos desde el inicio del examen de cálculo cuando levanté la vista y pillé al chico nuevo mirándome fijamente. Estaba sentado enfrente de mí con sus ojos fijos en el aura de mi transparente mano derecha y en el lápiz que giraba entre mis dedos, sin llegar nunca a tocarlos.

    Dejé el lápiz sobre la mesa muy despacio.

    Seguía mirándome fijamente, prestando atención a todo lo que hacía.

    Levanté mis dedos y le saludé haciendo un movimiento cursi. Normalmente, eso era suficiente para hacer que la gente se girase e intentara no fijarse en mi mano fantasma. Pero este chico no lo hizo, en vez de eso levantó la vista y me miró directamente a los ojos, de una forma demasiado intensa para mi gusto. Por Dios, ¿cuál era su problema? Tenía PSS en la mano derecha. ¿Y qué? El Psique Sans Soma era un defecto congénito raro, pero mucha gente había oído hablar sobre ella. Había mucha información en internet, ¡e incluso había salido en un programa de televisión! Además, ¿nadie le había enseñado que mirar fijamente a la gente es de mala educación?

    Cerré el puño y le hice una peineta, fulminándole con la mirada a través de mi propio dedo.

    Levantó las cejas y, por fin, apartó la mirada, pero no me pasó desapercibida la sonrisa de suficiencia que esbozó al hacerlo.

    ¿Por qué son siempre los guapos los más idiotas, arrogantes y presumidos? Por desgracia, no se podía negar que era muy atractivo. Tenía el pelo negro, ojos marrones y piel oscura: no por haberse pasado muchas horas al sol, sino de ese tipo que viene codificado en tu ADN. Y, además, su complexión física era digna de admiración.

    Volvió a alzar la vista de su examen, me pilló mirándole, y se le esbozó de nuevo esa sonrisa de suficiencia, aún más pronunciada que antes. Sentí como empezaba a sonrojarme y apreté el lápiz intentando aparentar que estaba concentrada en mi examen, pero después de haber leído la misma pregunta cuatro veces seguía sin saber qué decía. ¿Qué clase de imbécil llega a una nueva ciudad, a un nuevo instituto, y pasa el primer día de su clase de matemáticas intentando hacer sentir a otra persona como un bicho raro? Él era el nuevo, no yo. Era él quien había llegado a mitad del curso, nadie sabía nada de él excepto que era de una escuela cercana a Chicago. Además, ni siquiera sabía su nombre, aunque tenía pinta de empezar por J. O quizás por M.

    Por fin dejó de prestarme atención, su lápiz no paraba de marcar las respuestas y yo sabía que debería estar haciendo lo mismo. Ni siquiera tenía que hacer el examen por ser su primer día. El señor Giannopoulos le había dado permiso para no hacerlo, pero El Nuevo dijo No pasa nada, lo haré igualmente. Eso le hizo parecer una persona muy estudiosa. E irritante. ¿Quién hace un examen cuando no está obligado a ello?

    Quedan veinte minutos, avisó el señor G desde su mesa. Genial. El examen tenía veinte preguntas y yo aún iba por la quinta.

    La aguja del reloj que estaba en la pared tras el señor G hacía más ruido a cada segundo –tic, tic, tic- mientras yo garabateaba las respuestas. Cuando iba por la séptima pregunta la punta del lápiz decidió romperse, recorrió el pupitre y cayó en mi regazo. Saqué otro lápiz de la mochila de cuero en forma de ataúd que estaba a mis pies y fue entonces cuando noté que mi mano fantasma estaba caliente. Era extraño, el PSS no era sensible a los cambios de temperatura. Incluso había llegado a poner la mano en una hoguera o en un cubo lleno de hielo, solo para ver qué pasaba, y nunca había sentido nada.

    Hice rodar el lápiz entre mis cálidos dedos fantasma. Extraño o no, tenía un examen que acabar.

    Quedan diez minutos dijo el señor G justo cuando terminaba la octava pregunta.

    Passion Wainwright estaba sentada delante de mí, se levantó de la mesa y entregó el examen. ¿Ya había terminado? Passion era la mejor estudiante de último curso, tenía que serlo ya que era la hija del pastor. Sus padres le pusieron ese nombre por La Pasión de Cristo, la obra de teatro que todos los años representaban en su iglesia en Pascua, y en la que Passion siempre hacía de Virgen María. El papel le quedaba como anillo al dedo, porque a pesar de ser rubia, delgada y guapísima los chicos no se fijaban en ella. Siempre llevaba camisetas de cuello alto e iba en manga larga, incluso si hacía calor, como si en su armario hubiera un cartel de Prohibido el paso. Tenía un permiso paterno permanente para no cambiarse para la clase de Educación Física porque mostrar su cuerpo y llevar pantalones de deporte cortos iba contra su religión o algo así. La mayoría de veces me daba pena, excepto cuando entregaba el examen de matemáticas y aún quedaban diez minutos para el final.

    Concéntrate, Olivia me dije, pero el calor de mis dedos era casi inaguantable. Podría escribir con la otra mano ya que era ambidiestra, pero si lo hacía El Nuevo pensaría que había conseguido hacerme sentir incómoda con sus miraditas. No iba a darle esa satisfacción. Sujeté el lápiz más fuerte con mi pequeña y cálida mano y seguí a lo mío.

    Passion volvió, se sentó y sacó la Biblia para leer algo ligero.

    Miré un instante a El Nuevo pero ya no estaba. Había ido a la mesa del señor G a entregarle el examen. Ni siquiera le había oído levantarse. Agarré mi lápiz con más fuerza e intenté contestar la novena pregunta. Oí el crujido que hizo la silla cuando El Nuevo se sentó otra vez y me llegó el olor de su colonia o desodorante, olía a pino y tenía un ligero aroma a humo. Me hizo pensar en las hogueras, lo que me recordó que mi mano parecía estar asándose en una. La miré y vi que el borde de mis dedos brillaba. Me apresuré en esconder la mano bajo el pupitre, lo que hizo que se me cayera el lápiz y rebotase en el suelo, aterrizando en el pasillo y rodando hacia El Nuevo, quien lo paró con el pie y me lo devolvió de una patada. Lo siguió con la mirada mientras volvía hacia mí y golpeaba contra la gruesa suela de mi bota, alzó sus ojos por las hebillas que la decoraban hacia mis muslos, parándose justo bajo el pupitre, donde estaba intentando desesperadamente esconder mi mano.

    Seguí su mirada hacia la masa azul de energía PSS, deforme y palpitante, que se retorcía en el muñón de mi muñeca. Busqué sus ojos y nuestras miradas se encontraron. Su expresión era indescifrable, no parecía sorprendido, ni preocupado, ni alarmado. Simplemente miraba mi extravagante mano, como si tuviera curiosidad por ver qué iba a hacer después. Apreté los dientes e intenté centrarme en que mi PSS volviese a la normalidad. No iba a ser la atracción circense de este chico. Podía arreglarlo, sólo era una cuestión de voluntad. Pero no funcionó, cuanto más lo intentaba peor se volvía: expandiéndose y perdiendo definición. La sensación de quemazón era tan intensa que tuve que cerrar los ojos. A mi alrededor podía oír el ruido de los estudiantes al entregar sus exámenes. Me recosté en el pupitre, intentando esconder la mano. Durante un instante consideré levantarme y huir de la clase a toda prisa, pero si hacía eso alguien vería mi mano. Quizá si respiraba profundamente y me calmaba todo volvería a la normalidad.

    Como si se tratase de una respuesta a ese pensamiento, el dolor cesó.

    Abrí los ojos.

    l Nuevo estaba inclinado sobre el borde de su mesa y parecía tener un problema en el cuello. No dejaba de girar la cabeza hacia Passion. ¿Qué quería? ¿Conocer la historia picante de la Virgen María? Si era eso, no había podido elegir peor momento.

    Déjame en paz, murmuré entre dientes.

    Él agitó la cabeza y dio un respingo exagerado hacia Passion, dirigiendo los ojos en su dirección.

    Esta vez me giré y miré.

    Algo estaba trepando por la espalda de Passion.

    No era sólo una cosa, eran cinco cosas. Cinco alargados y delgados hilillos enredándose en la silla de Passion, avanzando por su espalda, moviéndose alrededor del pelo que se había quedado fuera de su coleta, haciendo una sombra de luz azul casi imperceptible e iterativa al final del blanco cuello alto de su camiseta, tan débil que casi me convencí de que era una ilusión óptica.

    Pero no lo era.

    Era mi mano, mis cinco dedos retorciéndose de forma imposible, alzándose desde debajo de mi mesa para toquetear la espalda de Passion Wainwright. Estiré de la muñeca hacia mi cuerpo, pero no pasó nada. No sentía mi mano, no podía controlar los dedos ni hacer que volviesen. Passion, sumida en su lectura de la Biblia, se sacudió como si hubiera sufrido una descarga y distraídamente se apartó un hilillo de PSS del cuello. El dedo más grueso, el corazón, se hizo camino a lo largo de su columna, parándose justo entre los hombros. Se quedó ahí unos instantes, balanceándose adelante y atrás como si fuese una serpiente bailando al son de una flauta invisible. Entonces se hundió, introduciéndose sigilosamente a través de la fina tela de algodón de la camiseta de Passion hasta que llegó a su espalda.

    No hizo ningún ruido mientras se desmayaba, su torso empezó a inclinarse gradualmente hacia el pupitre; el bucle de PSS incrustado en su espalda era lo único que la sujetaba. Yo tampoco hice ningún sonido, no me moví, no me atrevía. ¿Y si al moverme empeoraba? ¿Crees que podría ir a peor?- vociferó una voz en mi cabeza.

    Podía sentir los ojos de El Nuevo, mirándome tan intensamente que podría haberme atravesado. Obviamente él podía ver mi PSS ensartando a Passion. ¿Por qué no se levantaba gritando y señalando? ¿Cómo podía estar ahí sentado tan tranquilo? Tenía que alejarme. De Passion. De todos. Pero si huía, ¿mi PSS vendría conmigo o se estiraría entre mi muñeca y Passion como si fuese una horrible e incriminatoria goma elástica? ¿Qué le pasaría a mi mano? ¿Y a Passion?

    No tenía ni idea.

    Y antes de que me diese cuenta, sonó el timbre.

    2

    Una bolsa llena de cuchillas

    Un montón de estudiantes a mi alrededor saltaron de sus pupitres y corrieron hacia la puerta. Se había formado una pequeña cola frente a la mesa del señor G, chicos y chicas deseosos de entregar sus exámenes antes de salir. Por suerte, hicieron un muro que bloqueaba la vista de Passion, quien se inclinaba de forma extraña sobre su pupitre en la cuarta fila. Pero, en algún momento alguien la vería, a ella o a los débiles hilillos de energía PSS que sobresalían de su espalda. Sabía que, en cualquier momento, iba a estar en graves problemas.

    De pronto, El Nuevo se agachó a mi lado. Con su mano derecha recogió el lápiz del suelo mientras que con la izquierda buscó mi muñeca bajo el pupitre y la agarró. Intenté apartarme pero su apretón era firme. La gente no solía tocarme ahí. Ni siquiera conozco a este chico. ¿Qué diablos está haciendo? Apretó mi muñeca entre sus dedos y, de repente, se enfrió. Entonces la soltó, y se levantó justo cuando la cara de Passion se estampaba contra la Biblia.

    Señor Giannopoulos, creo que esta chica se ha desmayado, dijo El Nuevo, poniendo su mano en la espalda de Passion. Era la viva imagen de la preocupación.

    Miré fijamente su mano – su mano completamente normal – pero no tenía nada raro: ni alargados bucles de PSS ni el gran agujero en la espalda que indicara dónde habían estado. Miré mi regazo. Mi mano fantasma estaba allí, tan normal como siempre, brillando ligeramente y formando una bonita mano con sus cinco dedos de tamaño normal. Pero también había otra cosa en mi regazo – una bolsita de plástico llena de algo gris y brillante. Nunca lo había visto, no sabía lo que era o de dónde había venido. Quizá El Nuevo lo había dejado ahí, bajo mi pupitre al coger mi muñeca.

    ¿Pero qué…? Dijo el señor G alarmado, saltó de su silla y corrió hacia Passion.

    Passion, ¿me oyes? Preguntó alzando la voz mientras la sujetaba de los hombros con cuidado y la ponía en una posición normal. La cabeza de Passion colgaba hacia un lado.

    El señor G miró a El Nuevo y dijo, llama a emergencias.

    Respira, dijo el señor G mientras El Nuevo marcaba.

    Entonces me di cuenta de que yo no lo hacía. Había estado aguantando la respiración, esperando que alguien descubriera que había matado a Passion Wainwright durante la clase de matemáticas. Pero no estaba muerta. El señor G acababa de decirlo. Tomé una profunda y temblorosa bocanada de aire. Cuando el señor G levantó la manga de Passion para tomarle el pulso, absorbió aire entre sus dientes, como si silbara al revés, y volvió a bajar rápidamente la manga; pero no antes de que yo pudiera ver las blancas cicatrices y los cortes recientes en forma de zigzag que tenía en el antebrazo. El señor G y yo nos miramos. Él sabía que lo había visto y su expresión fue como un libro abierto para mí; el señor G pensó que acababa de descubrir la razón por la que Passion se había desmayado. Levanté la vista para evaluar la reacción de El Nuevo pero estaba al otro lado de Passion, distraído, con el teléfono en la oreja esperando a que los servicios de emergencias le contestaran.

    Passion gimió levemente.

    El señor G pasó a la acción. Dame el teléfono, le dijo a El Nuevo.

    Que alguien le dé a Passion un poco de agua, ordenó a la masa de estudiantes que observaban desde el pasillo. El señor G no tenía ninguna clase más, afortunadamente, porque así no habría estudiantes entrando y saliendo del aula.

    El Nuevo le dio el teléfono al señor G justo cuando la enfermera apareció abriéndose camino a empujones entre los estudiantes. La noticia del desmayo de Passion había llegado, obviamente, hasta el despacho del director, al otro lado del edificio. Un estudiante de primer año trajo un vaso de agua. Passion se había incorporado un poco y parecía lo suficientemente consciente para que la enfermera le ayudara a beber. El entrenador Edmunds intentaba controlar a las masas en el pasillo, llevando a los estudiantes a sus clases.

    No hay nada que ver aquí, amigos. Moveos, su atronadora voz resonando por todo el pasillo. El señor G estaba al teléfono intentando evitar que los de emergencias mandaran una ambulancia. Me sentía como si estuviera viendo la escena a distancia, como si hubiese una pantalla entre lo que estaba pasando y yo. El Nuevo me miró, sus ojos estaban llenos de preocupación, como si fuese a mí a quien acababan de ensartar.

    Con voz mareada y distante, Passion farfulló a la enfermera, ¿qué ha pasado?

    El timbre sonó en el pasillo, indicando el comienzo de la última clase del día. Era mi última oportunidad para huir. Empecé a levantarme de la silla, olvidándome de la bolsita, que empezó a deslizarse hacia el suelo. La cogí con la mano izquierda y sentí un profundo dolor. Miré hacia abajo. Una de las cosas grises y brillantes se había abierto camino a través del plástico, su borde afilado se había clavado en mi dedo índice. Cuando retiré el dedo pude ver la herida, una fina y precisa línea roja ocupaba el lugar donde hacía un segundo me había cortado la cuchilla. Nos había cortado: a mí y a ella. Una cuchilla. Passion Wainwright se cortaba. Por eso siempre llevaba manga larga y no se cambiaba en Educación Física No tenía nada que ver con su religión: simplemente quería ocultar las cicatrices. Passion Wainwright, la hija del pastor, se auto mutilaba y mi mano fantasma lo había averiguado. Miré la bolsita, aún en mi regazo – una bolsita llena de cuchillas afiladas. No había sido él. El Nuevo no las había dejado allí.

    Vosotros dos, dijo el señor G mirándonos. Venid aquí atrás conmigo un momento – era una orden.

    Tan pronto como se giraron guardé la bolsita de cuchillas dentro de mi mochila y la cerré. Después me dirigí hacia el final de la clase.

    Muchas gracias por vuestra ayuda, a ambos, dijo el señor G con los brazos cruzados y con rictus serio. Habéis actuado de forma muy madura, especialmente tú, Marcus. Menudo primer día has tenido.

    Solo me he dado cuenta de que se había desmayado, eso es todo, dijo Marcus.

    Así que El Nuevo se llamaba Marcus. Aunque no tenía pinta de Marcus. Los Marcus iban a escuelas privadas, tenían fondos fiduciarios y viajaban a Europa para pasar las vacaciones en familia. El vestía y olía como una persona más humilde.

    No perdisteis los nervios, dijo el señor G, y estoy seguro de que ambos entendéis la necesidad de evitar que este incidente se convierta en el tema de conversación de moda entre los estudiantes. Creo que Passion apreciará vuestra discreción, concluyó, asintiendo mientras miraba al frente de la clase donde la enfermera estaba ayudando a Passion a recoger sus cosas.

    Por supuesto, dijo Marcus.

    Passion, consciente al fin, protestaba débilmente porque ya se sentía bien; no necesitaba ir a la enfermería, pero la enfermera no iba a aceptar un no por respuesta. Dirigió a Passion hacia la puerta con decisión. ¿Los padres de Passion sabrían que se cortaba? Seguro. Ellos le habían escrito la nota para que no se cambiase en Educación Física. ¿Pero cómo podían saberlo y no ayudarla?

    ¿Olivia?, dijo el Señor G.

    Me giré y vi al señor G y a Marcus mirándome fijamente.

    Sí, por supuesto, dije. No diré nada.

    Bien, asintió el señor G, mirándonos con énfasis por última vez. Necesitaréis un justificante para la siguiente clase, dijo volviendo hacia su mesa.

    Estás en shock, dijo Marcus en voz baja. Procura no volverte loca hasta que consigamos salir de aquí. Casi no oí lo que decía y casi no me di cuenta de que se estaba alejando. El señor G se había parado frente a mi pupitre y miraba algo fijamente.

    Olivia, ¿es este tu examen? preguntó mientras lo señalaba.

    Eh… sí, lo es dije andando torpemente hacia él, intentando actuar con normalidad. O, simplemente, ser normal.

    El señor G cogió mi examen, lo apiló con los demás sobre su mesa y comenzó a rebuscar en su cajón un papel para escribir la nota explicativa. Marcus ya estaba recogiendo sus cosas, por lo que fui a mi pupitre, recogí mi mochila y la puse en mi hombro. Mis brazos hacían lo que hacían los brazos, mis piernas movían mi cuerpo, mis ojos veían cosas, pero no parecía ser yo la que hacía todo eso. Marcus ya estaba recogiendo su nota en la mesa del señor G. La cogió y se marchó. Ni siquiera me miró. Quizá me había imaginado lo que había dicho sobre estar en shock y que nos volviéramos locos. No, me dijo que yo no me volviera loca. Eso era lo que había dicho. De pronto, me encontré frente a la mesa del señor G, estirando la mano para que me diese la nota. No la mano fantasma, ésta estaba detrás de mi espalda, usaba mi cuerpo como una sólida barrera entre ambos. Por fin, pensé. Acabó de garabatear su torpe firma en el pequeño papel amarillo pero, en vez de dármelo, me miró.

    Passion estará bien, nos aseguraremos de que la ayuden.

    Sí, lo sé, asentí mirando el papel, preguntándome por qué no me lo daba de una vez.

    Los rumores pueden herirla.

    Señor G, no diré nada.

    Bien dijo entregándome el papel.

    Lo deslicé en el bolsillo y salí al pasillo.

    Una sombra apareció detrás de la puerta y Marcus dijo, ¡Vamos!, mientras me cogía del brazo y me dirigía por el pasillo en la dirección equivocada, cada vez más lejos del aula de inglés.

    Yo trastabillaba todo el rato, manteniendo mi cuerpo como barrera entre él y mi mano fantasma, intentando entender dónde íbamos y por qué íbamos allí. Giramos por el pasillo hacia los laboratorios y me llevó hasta la salida trasera que se abría a un terreno de asfalto donde estaban los contendores. Era el sitio favorito de los fumetas, se escondían allí a la hora de la comida. Justo antes de traspasar la puerta me paré, plantando los pies y marcando distancia con el hombro, tal como había aprendido en las clases de autodefensa.

    Vámonos dijo Marcus estirándome del brazo.

    No voy a irme contigo, ni siquiera te conozco le espeté.

    ¿Qué quieres decir? Acabo de ayudarte ahí dentro dijo mientras me soltaba.

    Sí, pero eso no significa que te conozca.

    Está bien. Soy Marcus. Me tendió la mano.

    No se la estreché.

    Escucha dijo frustrado. Estás en shock y, además, en peligro. Especialmente después de lo que acabas de hacer. Eso es lo único que debes saber.

    ¿En peligro? Mi mente empezaba a aclararse, pero aún no tenía ni idea de qué estaba intentando decirme.

    Confía en mí, dijo mirando el pasillo de arriba abajo. Necesitamos salir de aquí ya. Se giró hacia las puertas, otra vez, dando por hecho que iba a seguirle.

    Espera dije. Esta vez era yo quien le cogía del brazo. Mi mano… sólo dime cómo has hecho que volviese a la normalidad.

    Me miró fijamente.

    En ese momento fui consciente de lo que se marcaba su bíceps a través de la camiseta y de lo sólido que parecía bajo mis dedos. Era más alto que yo, aunque no mucho. Mi boca llegaba a la altura de su barbilla y podía sentir como me llegaba el calor de su cuerpo, perfumado con ese olor a madera ahumada. La frase está como un tren revoloteó por mi cabeza como una polilla y la alejé. Hacía mucho calor en el pasillo. O yo tenía calor. ¡Mierda! Mi mano fantasma estaba subiendo de temperatura otra vez.

    Está pasando otra vez, dije soltándole y retrocediendo. No podía evitar mirarla. El borde de los dedos brillaba, justo como antes.

    Puedo ayudarte, dijo Marcus, si vienes conmigo.

    ¡Ayúdame ahora! dije llorando. El calor abrasador iluminaba mi brazo mientras mis dedos se alargaban alejándose de mí, retorciéndose en dirección a Marcus.

    Primero tenemos que salir de aquí, insistió. Si nos ven juntos nunca podré sacarte de aquí.

    No tenía ningún sentido.

    Uno de mis dedos con PSS estaba rozándole. Extendió su mano hacia el dedo completamente libre de temor. ¿Estaba loco? ¿No había visto lo que le había hecho a Passion?

    Acerqué la mano fantasma hasta mi cuerpo, apartándola de él, y eché a correr.

    3

    Rescate en los lavabos

    Atravesé la puerta del lavabo de chicas que había al final del pasillo, mirando bajo las puertas en busca de pies. Afortunadamente estaban vacíos, así que elegí el primero en el que funcionaba el pestillo y me encerré. Me senté en la tapa del váter, intentando recuperar el aliento y miré mi mano: aún tenía tentáculos en vez de dedos. Si alguien veía aquello, iba a meterme en un lío. Rebusqué en mi bolsillo la nota del señor G. Como era habitual se le había olvidado apuntar la hora, lo que me daba unos minutos de ventaja pero si no aparecía por la clase de inglés me llevarían al despacho del director y mi madre se enteraría de todo. No podía contarle a mi madre nada de esto.

    Metí la nota en mi bolsillo otra vez e intenté no perder los nervios. Una parte de mí deseaba huir, correr hasta no poder más, pero por otra parte sabía que era una estupidez ya que no podía huir de mi propia mano. Quizá debería haberme ido con Marcus, él había conseguido que mi mano volviese a la normalidad pero estaba bastante segura de una cosa: salir del instituto con un chico al que no conocía sin decírselo a nadie era una mala idea, sin importar lo que éste prometiese. De todas formas, aún no había acabado con Marcus, tenía un montón de explicaciones que darme. Aunque primero necesitaba sobrevivir al día en el instituto sin que la mano se me volviera loca otra vez y para eso necesitaba ayuda, la ayuda de Emma.

    Emma Campbell había sido mi mejor amiga desde tercero, cuando descubrimos que a las dos nos gustaba Eric Meyers. La madre de Emma, Charlotte Campbell, era profesora de teatro en el instituto de Greenfield, así que Emma siempre pasaba la última hora de clase ayudando en el montaje de cualquier obra de teatro que se fuese a representar. Saqué mi móvil del bolsillo trasero de mis vaqueros, no me quedaba apenas

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