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El Cielo del Rock 'n Roll
El Cielo del Rock 'n Roll
El Cielo del Rock 'n Roll
Libro electrónico158 páginas1 hora

El Cielo del Rock 'n Roll

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Jimmy ‘Guitar’ Velvet no ha sido “alguien” en la vida; ha sido un don nadie. Tras un viajecito al fondo del río, Jimmy va a hacer frente a la mayor aventura de su vida. La burocracia celestial lo envía al Cielo del Rock ‘n Roll, donde conocerá a verdaderos iconos del rock ‘n roll. Allí aprenderá que incluso el ‘cielo’ es relativo. Pero ¿qué impacto tendrá alguien tan insignificante como Jimmy en el escenario más grande del universo?

IdiomaEspañol
EditorialShawn Inmon
Fecha de lanzamiento12 oct 2015
ISBN9781633393066
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    El Cielo del Rock 'n Roll - Shawn Inmon

    Dedicatoria

    A Joni, mi primer primer lector

    y

    a SK, por avivar mi imaginación

    Jimi Hendrix inclinó su silla hacia atrás y cerró los ojos mientras la gran ala de su sombrero le caía sobre la frente. Sus dedos acariciaban las cuerdas y los trastes de su famosa Fender Stratocaster. Se mordió el labio en señal de concentración, como buscando algo; un nuevo sonido, un nuevo... lo que fuera.

    Tiró su silla al suelo con frustración en cuanto se dio cuenta de que el riff que tenía en mente no era más que una variación del que aparecía en Little Wing. Miró al otro lado de la mesa, a Gram Parsons, que tenía su mejilla apoyada contra el mástil de su guitarra y que negaba con su cabeza.

    ¿Nada?, dijo Gram.

    Nada nuevo, contestó Jimi.

    Al otro lado de la habitación, Bob Marley se levantaba y se estiraba mientras se frotaba los ojos.

    ¿Por qué?, dijo Bob con su deje jamaicano. ¿Por qué nos aparta de la composición, de la creación de cosas nuevas? Es lo que hacemos. Es lo que somos.

    Yo creo, dijo Jimi, que esto no es, ni por asomo, el cielo.

    Capítulo Uno

    Jimmy ‘Guitar’ Velvet levantó su brazo hacia arriba, lo mantuvo ahí un segundo, luego dos, ignorando su propio metrónomo interior y lo bajó haciendo un círculo, como un aspa de molino, en lo que fue su último movimiento de la noche. Estaba empapado en sudor, salpicando y mojando la tarima de madera de la pista de baile. Se arrodilló al frente del pequeño escenario como si fuera un altar y disfrutó hasta la última distorsión de su Fender Stratocaster. 

    Era el tres de febrero de 1993, y Jimmy celebraba su cumpleaños. Como casi cada uno de sus cumpleaños de adulto, lo celebraba sobre el escenario. A sus 44 años, Jimmy seguía en forma. Con su camiseta del Gabba Gabba Hey de los Ramones, sus Levi’s 501 desteñidos y sus botas moteras. Tenía toda la pinta de una estrella del rock de su edad, y eso que nunca había sido una estrella.

    El camarero ya había avisado de que era la última ronda (No tenéis que iros a casa, pero tampoco podéis quedaros aquí) con quince minutos de antelación. Ya solo quedaban dos personas bailando, apoyadas la una en la otra para no caerse a causa de la borrachera, y no eran conscientes de que la última lenta había sido Home Sweet Home, hacía unas tres canciones ya.

    Jimmy se giró hacia el resto de la banda, The Black Velvets, y esperó a que se unieran a él en el último rasgueo de acordes de Free Bird. Terminaron con un gesto ostentoso y la última nota resonó con eco contra la pared del fondo. Jimmy se acercó al micrófono y hubo un aplauso poco entusiasta de los seis o siete clientes que quedaban allí antes del cierre.

    ¡Muchas gracias! Soy Jimmy 'Guitar' Velvet y esta es la banda más ruidosa del mundo, The Black Velvets. ¡Buenas noches!

    Años atrás, Jimmy intentaba recordar el nombre de la ciudad en la que tocaban para poder decir Buenas noche, Walla Walla, o Nos vemos, Longview, pero ya no. En aquellos tiempos de gloria, The Black Velvets dejaban los instrumentos, se pasaban los unos el brazo sobre los otros y recibían el aplauso del público, disfrutando de la gloria brindada por una multitud que los adoraba. Por aquel entonces, Jimmy reservaba uno o dos temazos para el final, a sabiendas de que le pedirían un bis.

    Un borracho rezagado avanzó hasta el escenario con una botella de Pabst Blue Ribbon en lo alto, gritando ¡Rock ‘n Roll! ¡Vamooooooos!

    Hoy no habría bis.

    Estaban tocando en El Nido del Águila, un bar propiedad de un tío llamado Sal que había sido mecánico. En todos los años que Jimmy había tocado en El Nido, nunca había llegado a comprender cómo era capaz la gente de encontrarlo, o desde dónde venían, pero era irse el sol y arrancar aquello, y la gente aparecía. El Nido del Águila era, antes de ser lo que es, el garaje mecánico de Sal, hasta que un día se dio cuenta de que vender bebidas era más sencillo que arreglar carburadores. Había rótulos de neón de las cervezas Rainier, Heidelberg y Olympia en las paredes. En la zona de detrás del escenario, uno podía ver los restos de antiguos posters, ya pelados, de marcas de herramientas y otros objetos típicos de una tienda de repuestos.

    Si sabías dónde mirar, justo a la derecha de la máquina de discos Wurlitzer, podías ver un racimo de tres agujeros de bala, resultado de la ya legendaria pelea del bar de 1978. El Nido tenía el potencial para ser especial, o encantador, pero no lo era. Era un tugurio, el típico sitio en el que tocaban The Black Velvets.

    Jimmy colocó su Strat en su soporte y se giró para ver a Rollie justo en el borde del escenario, con una toalla y una Coca Cola. Jimmy se sentó en una silla vieja de madera con la que cruzó el escenario. Antes ya se había secado con su toalla y se había bebido media Coca Cola, la batería de J.J ya se había desmontado y la guitarra y el bajo de Mark y Drew ya estaban recogidos.

    Una funda para cada cosa y cada cosa en su funda.

    Aunque El Nido del Águila era un antro, la actuación de esta noche había sido buena. Ajustada. Esta última encarnación de The Black Velvets llevaba unida desde hace casi un año. Todos los componentes de la banda, excepto Rollie, eran al menos veinte años más jóvenes que Jimmy, pero daba igual. Se estaban convirtiendo en una verdadera banda. Treinta años de experiencia le habían enseñado a Jimmy lo que él llamaba la evolución de un banda de rock.

    Todo empezó con un puñado de chicos quedando, entreteniéndose juntos y tocando la música que les gustaba. Sonábamos como el culo, pero no nos importaba porque todos nos caíamos bien. Después de unos cuantos bolos, empezabas a cogerle el punto a los demás. Con el tiempo, os convertís en una gran familia feliz.

    Tras unos meses, o un año, o dos, llegas a ese momento en el que todos os conocéis a todos y los instrumentos ya trabajan al unísono como si estuvieran comandados por una sola mente. Si en algún momento tu banda iba a tocar por esos nidos de águilas del mundo y conseguir ser alguien, ese era el momento de que ocurriera.

    Sin embargo, si tu gente no se subía a ese tren, perderías el Estrellato Express para siempre. Todas esas cosas que antes parecían no importarte (las adicciones a las drogas, los egos desmesurados, la falta de higiene, las novias que querían hacer los coros, todas esas aportaciones sobre esto es lo que tiene que hacer esta banda para llegar a lo más alto que jamás pediste) empiezan a molestarte. Todos empezáis a considerar otras opciones. Por ejemplo, la sección de ritmo puede descubrir que en una banda al otro lado de la ciudad están buscando un batería y un bajo. Y al poco, el ciclo comienza de nuevo. Por esto es por lo que no había demasiados guitarristas de cuarenta y cuatro años, como Jimmy,  que liderasen una banda y que siguieran tocando en el circuito de bares.

    Sigue soñando el sueño. O eso me digo a mí mismo. ¿Lo sigo soñando? Sí, sin duda.

    Con el paso de los años, catorce han sido las formaciones que han pasado por The Black Velvets. Jimmy ha perdido la cuenta de cuántas, pero Rollie la lleva en una pequeña libretita. Por qué la guarda, no lo sé. A lo mejor le da morbo.

    En todas esas variaciones ha habido dos constantes: Jimmy y Rollie. Se conocieron durante el segundo año de instituto, cuando solo eran los viejos Jimmy Andrzejewski y Rollie Klein. Era el momento de la invasión de The Beatles y todas las chicas del instituto estaban como locas con los Cuatro Fantásticos. A Jimmy y a Rollie no les pasó desapercibida esta moda.

    Su tío Bill le había regalado a Jimmy una guitarra de verdad por su décimo cumpleaños. Fue su primer amor. No sabía leer música, pero cada fin de semana se iba con su paga a la tienda de discos a comprarse un disco de 45 revoluciones nuevecito. Se sentaba en su dormitorio y acompañaba con su guitarra el Oh, Boy o el Wake Up, Little Susie hasta que imaginaba que podía tocarlos como Buddy Holly o Phil y Don Everly.

    Hasta que se dio cuenta del impacto que tenían los músicos del rock en sus compañeras femeninas, Jimmy jamás había sacado la música de su cuarto. Pensó que sería interesante ver a las chiscas suspirar a su paso, así que tuvo la brillante idea de formar una grupo. Escogió a Rollie, que jamás había tocado un instrumento, como bajista. Todo lo que tienes que hacer el seguir el ritmo de la batería. Es fácil., le había dicho Jimmy.

    Liaron a dos amigos más, ambos interesados en cualquier actividad legal que ayudara a que las chicas quisieran quitarse la ropa interior, y así nació la primera formación de The Black Velvets. Lo del nombre no fue sencillo. Uno o más miembros del grupo había desechado (gracias a Dios, ahora que lo ves con perspectiva) nombres como Jimmy and The Jim Tones, los Mossy Rockers, o The Bugs. Discutieron durante semanas hasta llegar a una solución: le robaron una botella de whisky al padre de Rollie y se encerraron en el garaje de Jimmy hasta solucionar lo del nombre. Aunque se colocaron antes de conseguir su misión, la mañana siguiente llegó de la mano de una resaca y una botella de whisky que les apuntaba con su nuevo nombre: The Black Velvets.

    Empezaron tocando en fiestas en lugares recónditos en los que había un montón de menores bebiendo en contra de la ley. No les pagaban nada más allá de toda la cerveza que pudieran beber, pero así aprendieron tres lecciones muy importantes. La primera: beber mucha cerveza no te hace mejor músico. La segunda: el hecho de tocar peor no hacía que las chicas les quisieran menos. Y la tercera: Rollie no mentía cuando decía que no tenía talento alguno para la música.

    Durante aquella época, apareció otra banda que también tocaba en fiestas privadas. Rollie conocía al bajista, un tío desgarbado llamado Jon Averill. Jon era todo lo que Rollie no era como bajista, pero en lugar de dejarlo, Rollie se convirtió en el manager de gira y escenario. Ese talento suyo para hacer que un equipo de música funcionase con un chicle y un cordón de esparto hizo más por The Black Velvets de lo que jamás hubiera hecho como bajista.

    Jimmy y Rollie habían estado juntos desde entonces. Su amistad era lo más parecido a una relación larga que cualquiera de los dos hubiera tenido jamás...

    Esta última formación de The Black Velvets estaba empezando a cuajar. Si  hubiera encontrado a estos tíos hace quince años, hubiéramos tenido un par de éxitos, hubiéramos firmado un contrato para un disco y ahora seríamos ricos y famosos. Por supuesto, hace quince años, el resto de tíos de la banda aún estaban en el colegio, aunque Jimmy procuraba no obsesionarse  con ello.

    A Jimmy le gustaba decir que lo único que había cambiado en él a lo largo de estos años era que tenía más canas y muchas menos resacas. A veces se preguntaba por qué seguía en este juego del rock y, al final, llegaba a la conclusión de que lo hacía porque era lo único que conocía en la vida.

    Esta noche, sin ir más lejos, Jimmy lo había hecho para poder llenar de gasolina el tanque del Bus Mágico. Esto significaba buscar a Sal para que le pagase, lo cual era bastante más sencillo en El Nido del Águila que en otros garitos. Jimmy se levantó del taburete, hizo una mueca de dolor tras crujirle la espalda y se miró, a través de las

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