Robert Johnson avanza por un amplio camino de arena. Solo. Cabizbajo. En la mano derecha sostiene su funda de guitarra. En la izquierda, su antiguo sombrero. Robert se detiene. Mira la luna. Está llena. Baja la cabeza. Observa sus elegantes zapatos llenos de polvo. Deja caer su sombrero. Tira la funda de la guitarra al suelo. Descubre que sus pies le han llevado hasta un cruce de caminos. Exactamente donde la autopista 41 cruza la 69, cerca de Clarksdale, un pequeño pueblo de Misisipi . Se sienta en el suelo. Resopla. Está cansado. No sabe la fecha exacta. Los investigadores del blues del delta datan el suceso entre 1925 y 1927. Robert da una patada a la funda de la guitarra. Esta se abre y deja a la luz de la luna el instrumento. Robert piensa que nunca conseguirá transmitir sus sentimientos a través del blues. Son House, un bluesman al que Robert admira, acaba de echarle del escenario. El público se ha reído de él. Robert aprovechaba los descansos de Son en el escenario para subirse a él. El guitarrista Taj Mahal dijo años más tarde: «No querían que tonteara con ellas (las guitarras) porque podría romper una cuerda». En aquellos años las cuerdas costaban muchas horas de trabajo duro en las recogidas de algodón. Robert odia a Son. Odia su guitarra. Se odia a sí mismo. No ha sido una buena noche.
Su madre, Julia Major Dodds, de familia de esclavos, había tenido un lio con un jornalero llamado Noah Johnson. Noah pasó brevemente por los campos de algodón donde trabajaba Julia. El marido de Julia, Charles Spencer había huido de la ciudad tras varios altercados con terratenientes blancos. Julia, abandonada, se enamoró del forastero Noah. Robert fue fruto de ese amor. Poco más tarde, Noah, abandonaba a Robert y a