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Reversible: Médicos de la Esperanza vs. Médicos del Miedo
Reversible: Médicos de la Esperanza vs. Médicos del Miedo
Reversible: Médicos de la Esperanza vs. Médicos del Miedo
Libro electrónico442 páginas8 horas

Reversible: Médicos de la Esperanza vs. Médicos del Miedo

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Información de este libro electrónico

Basado en una historia real. Hernán Haded nació y creció en Mar del Plata, Argentina; vivió en Japón, después en China. Siempre a mil por hora y sin mayor exposición al mundo de la medicina. Un día en 2009, y con 35 años, una descarga eléctrica desacomodó su corazón. Perdió su ritmo natural. Las pastillas que le recetaron le hicieron peor. La cardiología declaró su cuadro -arritmia cardíaca- como irreversible. Pero Hernán no se dio por vencido, nunca dejó de creer que sería posible curarse. El libro describe cada una de las técnicas con las que el autor experimentó en su búsqueda por ponerse mejor: acupuntura, masajes, quiropraxia, homeopatía, osteopatía, kiatsu, biomagnetismo, PST, EFT, medicina holística, Bodytalk, nutrición y muchas otras cosas más. . Un ingeniero, medicinas alternativas y una profunda transformación. Un recorrido que intenta unir sabiduría Oriental con conocimiento Occidental. Una experiencia que puede enseñar a sacar fuerzas -de las que todos disponemos- en los peores momentos. Si estás leyendo estas líneas quizás no sea de casualidad, quizás este libro pueda dejarte algo…
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento11 jul 2013
ISBN9789881232311
Reversible: Médicos de la Esperanza vs. Médicos del Miedo

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    Excelente libro, Hernan nos brinda una mirada diferente sobre las terapias alternativas, o complementarias, que el mismo experimentó. Muy útil y práctico con un montón de referencias y datos fácilmente comprobables. Totalmente recomendable.

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Reversible - Hernan Haded

Derechos de autor © 2013 por Hernán Haded.

Este libro es un lanzamiento independiente, publicado con mucho esfuerzo.

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del titular del Copyright.

Edición: Gabi Ancarola

Diseño gráfico: Lorna Ponci

Diseño de anexo fotográfico y diagramación general del libro: Typos Móviles

Caligrafía china: Richard M.W. Ho

Publicación catalogada en Hong Kong

ISBN 978-988-12323-8-0 (Edición papel)

ISBN 978-988-12323-1-1 (Ebook)

Este libro ha sido reformateado al adaptarlo a formato electrónico.

Podés encontrar fotos, reportes médicos y extras en:

www.reversiblelibro.com

twitter: @reversiblelibro

http://www.facebook.com/medicosdelaesperanzalibro

CLÁUSULA

DE EXCEPCIÓN

DE RESPONSABILIDAD

Este libro ha sido escrito solo a fines informativos y no ofrece necesariamente información exhaustiva, completa, exacta o actualizada ni asesoramiento profesional calificado alguno. Es una vivencia personal del autor que no tiene por objetivo reemplazar el asesoramiento médico profesional. Debe consultar un profesional de la salud con respecto a su situación médica específica, debiendo tenerse en cuenta que hay enfermos y no enfermedades de acuerdo al conocido aforismo hipocrático. El autor y el editor niegan explícitamente cualquier y toda responsabilidad que derive, directa o indirectamente, del uso de cualquier información contenida en este libro. La mención de productos o entidades no implica la aprobación —ni descalificación taxativa, ni implícita— de los mismos por parte del autor o editor. Finalmente, la medicina no es una ciencia exacta; ni el autor ni el editor ofrecen ninguna garantía de que la información contenida en este libro pueda curar o prevenir alguna condición médica.

Escribí este libro pensando que mis vivencias

podrían ayudar a otros.

Espero que vos, que estás leyéndolo,

seas una de esas personas.

AGRADECIMIENTOS

A Fabricio Oberto, a quien no conozco. Si no hubiera sido por vos, quizás nunca me habría enterado de lo que tenía.

A sifu Ma en Hong Kong, por haber sido el primer médico que me hizo creer que me podría curar. Al doctor Juan de Dios Zazzari y al doctor Edgardo O. M. Schinder de mi Mar del Plata natal. Nada de lo que pueda escribir en este libro hará justicia por todo lo que hacen por tanta gente. El apoyo y la atención que me han dado, aun a distancia, son conmovedores. A Chaichan y Machiyo Pluksaranun en Bangkok, por su sabiduría, sencillez y por mostrarme el camino de la relajación. A Jerry y Marcos en Ibiza. A mis amigos Roger Ho y John Maguire, en Hong Kong. A Diego Capelli en Tokio y a Luis de Biasio en Buenos Aires. Estoy muy agradecido de que nuestros caminos se hayan cruzado.

A la música de todos los artistas, DJs y bandas que menciono en el libro. El poder curativo de la música es innegable. En cada brazada de natación, en cada caminata al Victoria Peak, en cada sesión de acupuntura, en cada visita a los médicos, siempre conmigo.

A Hong Kong por su energía y a Ibiza por su magia. A la Argentina por darme espíritu de lucha.

A mamá y papá, gracias por todo; los quiero mucho. Gracias por darme raíces y también alas.

Y un agradecimiento muy, muy especial a Rachel, mi compañera de aventuras, futura esposa y alma gemela.

"Algo se había estropeado en el motor.

Como no llevaba conmigo ni mecánico

ni pasajero alguno,

me dispuse a realizar, yo solo,

una reparación difícil.

Era para mí una cuestión de vida o muerte."

Antoine de Saint-Exupéry,

El Principito

Haciendo qi gong, Ibiza, junio de 2012.

El holter registra los latidos de mi corazón.

ÍNDICE

INTRO

PARTE 1

JING - ESENCIA

1. VEINTE MIL PALPITACIONES

2. EL COMIENZO

3. EL ÚLTIMO VIAJE DE LA PROPAFENONA

4. MIEDO

5. SINCRONICIDAD

6. SIFU MA

7. ESPERANZA

8. 80/20

9. GUOLIN Ql GONG

10. VEINTISIETE MIL PALPITACIONES

11. NUTRICIÓN 1.0 PARA EL EGO

PARTE 2

CHI- FUERZA VITAL

12. NEIGUAN

13. EL CUERPO HABLA

14. CAPITAL DEL NORTE

15. TA0

16. 1858

17. DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

18. EL CRISANTEMO Y LA ESPADA

19. A0TEAR0A

20. IRREVERSIBLE

21. MANOS MÁGICAS

22. EL CHAMÁN

23. LA MEDICINA DE HACE DIEZ MIL AÑOS

24. EL ARTE DE RESPIRAR

25. LOS PERROS DE PAVLOV

PARTE 3

SHEN - ESPÍRITU

26. EL PAÍS DE LAS SONRISAS

27. EL MUÑEQUITO VUDÚ

28. CAMINO DE RELAJACIÓN

29. SONIDOS SANADORES

30. NUTRICIÓN 2.0 PARA EL CUERPO Y EL ESPÍRITU

31. FUERZA VITAL

32. EIVISSA

33. LIBERACIÓN EMOCIONAL

34. REVERSIBLE

OUTRO 1069 PALPITACIONES

INTRO

¹ The Mantis, I Feel Love²

¿Cuánta gente puede decir: «Estuve muerto por un rato; en ese rato me enfermé, pero no solo sobreviví para contarla, sino que me terminé recuperando sin remedios ni cirugía»? Suena increíble, pero todo eso me pasó a mí.

Soy argentino y vivo en Hong Kong. Tengo treinta y ocho años. A principios de 2009, un shock eléctrico provocado por un aire acondicionado en casa me apagó. Todo indica que estuve muerto por un tiempo. De alguna manera, terminé volviendo.

Desde ese día mi corazón empezó a latir de manera irregular. Muy irregular. No lo supe en ese momento; solo me dieron el diagnóstico un par de años más tarde.

Nunca había tenido mayor exposición al mundo médico, a los hospitales, al mundo de la salud. Siempre pensé que si no había síntomas, no había de qué preocuparse. Vivía a mil por hora, siempre ocupado y demasiado preocupado por cosas que me impedían escuchar a mi cuerpo. Cuando me confirmaron que tenía una arritmia cardíaca no lo pude creer. Fue en ese momento que necesité una dosis extra de fuerza interior.

Durante mi niñez, crecí rodeado de ejemplos de fuerza interior. Hay un día puntual que tengo muy presente. Tenía nueve o diez años. Vivía en una granja cerca de Mar del Plata, haciendo vida de campo. Un día de enero, con las máquinas a punto de empezar la cosecha, el cielo se puso gris. Muy gris. Una tormenta de granizo se encargó de desgranar todo el trigo. Se había perdido la cosecha. Papá, con entereza, miraba todo lo que pasaba desde el alero de casa. Mamá estaba a su lado. Papá no se desesperaba ni demostraba tensión. Era de tarde, recuerdo ver su silueta a contraluz. Por un instante, apoyó sus manos por sobre la cabeza, pero casi inmediatamente las bajó y las puso en posición de jarra. El lenguaje corporal, ahora que lo pienso, mostró primero que se había perdido todo y, luego, que había que ponerse a trabajar para el año siguiente. Ese día me encerré en el cuarto y me puse a pensar cómo solucionar la situación. Pensé en una máquina con una pala rebatible en el frente, que fuera levantando suelo y mandándolo hacia una tolva superior, para luego separar la tierra de las semillas y poder rescatar algo de trigo. Había nacido el Levangra (¡máquina levanta granos!). Le llevé la idea a papá y a mamá que con ternura guardaron los planos. Mamá todavía los tiene hoy. Ese día, me dijeron que para poder hacer máquinas como esa había que ser ingeniero. Yo no lo sabía, pero es ese enfoque ingenieril, y cómo afronté mi enfermedad, el gran responsable de que ustedes estén leyendo este libro.

Además de darme esa vocación, la vida de granja me dio el contacto con la naturaleza. Mirábamos las estrellas tirados sobre el pasto. Adivinábamos las formas de las nubes. Jugábamos a abrazar los árboles.

Como me prometí aquel día en que se arruinó la cosecha, estudié ingeniería en Mar del Plata. Cumplí mi deseo de chico. Pero a lo largo del trayecto perdí algo también. Me olvidé del Levangra y me metí en la vida corporativa. Viví en Japón y en China antes de llegar a Hong Kong, donde resido actualmente. Siempre a mil por hora. Y me alejé de mi esencia.

Necesité de un hecho fortuito para poder reconectarme conmigo mismo: ese incidente con el aire acondicionado. Cuando lo toqué, no sé por cuánto tiempo, perdí el conocimiento. Sentí que me apagaba, como las ventanas de Windows cuando se cierra el sistema. Muy parecido a cuando en la película Terminator 2 el robot cae en la acería y se empieza a desconectar. No vi ningún túnel ni una luz blanca. Cuando volví, recuerdo que me encontraba dándome golpecitos como los que hago cuando precaliento antes de una sesión de aikido, arte marcial japonesa que practico. Por las dudas, fui a ver un médico que me miró la lengua y me mandó para casa.

Y seguí con mi vida, a mil por hora.

Otro hecho casual hizo que leyera un recuadro en un periódico argentino, donde explicaban qué era una arritmia cardíaca: «Una falla eléctrica del corazón», decía el diario. Tenía en la mira una aventura deportiva —escalar el monte Fuji en Japón—, y decidí hacerme un chequeo, por las dudas. Ese electrocardiograma y posterior holter demostraron que mi ritmo cardíaco era altamente irregular: varios miles de latidos irregulares por día.

Una arritmia es una falla eléctrica en la que —por extrañas razones— el corazón late fuera de ritmo. En mi caso no es que lata más rápido, sino que hay un segundo latido que interfiere con el ritmo natural. Las arritmias, aunque muy severas como la mía, pueden ser asintomáticas. En general, hay indicios de que las tenemos, pero suelen ser sutiles. Y en el fragor de la batalla diaria, los pasé por alto.

Cuando me dieron la noticia tenía treinta y seis años y rara vez había pisado un consultorio médico. Pasaron dos años y muchas cosas entre haber tocado el acondicionador y la confirmación del diagnóstico. Me pareció que era un sueño, que no podía estar pasándome. Como ingeniero mecánico que soy, me puse a disposición de la ciencia médica convencional, la cardiología. Recibí a cambio una receta de propafenona y, de nuevo, la indicación de volver a casa. Empecé a tomar la medicación sin cuestionar la ciencia que conocía. ¿Por qué me estaba pasando eso?

Las pastillas bajonean. Frenan el corazón. Sentí que me sacaban vida.

En el momento justo, tuve la suerte de conocer a un médico chino que me dijo que el problema no era mi corazón, sino mi cuello y que era posible curarlo. Tenía miedo, pero podía arriesgar. Dejé de tomar las pastillas y así empezó la verdadera aventura. Pude emprender un camino de recuperación y esperanza.

Tuve muchas subidas y bajadas. En octubre de 2011, luego de seis meses de tratamiento con medicina china y sin las pastillas antiarrítmicas, las palpitaciones habían crecido exponencialmente: llegaron a medirme 27.000 latidos irregulares en 24 horas.

¿Qué estaba pasando? ¿Qué estaba haciendo mal?

Aquellos que yo llamo médicos del miedo me dijeron que mi desorden era irreversible pero no les quise creer. Mi lógica ingenieril me decía que, así como las palpitaciones habían subido, iba a ser posible hacerlas bajar.

Probé de todo, todo lo que tuve a mi alcance: acupuntura, masajes, quiropraxia, homeopatía, osteopatía, kiatsu, biomagnetismo, PST, EFT, medicina holística, Bodytalk, nutrición y muchas otras cosas más. Hice tratamientos en China, Hong Kong, Tailandia, Nueva Zelanda, España y en la Argentina. Pero no hay que viajar tanto para caer en manos de los médicos de la esperanza. No viajé para encontrarlos: en cada lugar al que llegué terminé conociendo a alguien que pudo ayudarme.

No defino médicos de la esperanza o médicos del miedo según del arte curativo que practican: un médico de la esperanza es alguien que da una opción de solución, que te hace sentir que vas a curarte. Los del miedo son lo opuesto. Ellos parecen no darse cuenta de la importancia que tiene transmitirle optimismo al paciente. No confían en el poder curativo innato del que todos disponemos. En general, los médicos de la esperanza se enfocan en reforzar la salud; los del miedo se concentran en la enfermedad.

Es por todo esto que, pese a que no soy médico ni experto en ninguno de los temas expuestos en el libro, pese a que no me considero escritor, quiero que estas palabras lleguen a mucha gente. Quiero que este libro represente, para muchas personas, lo que ese recuadrito de diario fue para mí unos años atrás.

Quiero que vos, que ténes una arritmia como la mía, sepas que yo me pude sanar. Que sepas que yo pasé por los mismos momentos que vos habrás pasado: la molestia que sentís con las palpitaciones, el miedo a quedarte sin pastillas o ese, más profundo, a que el corazón deje de funcionar. Yo, como vos, sé que las pastillas antiarrítmicas son cosmética pura, que en realidad no nos están curando de nada. Hoy puedo decir que, aunque muchos médicos del miedo afirmen lo contrario, las palpitaciones se pueden revertir. Habiendo roto con ese paradigma y sabiendo que no son irreversibles es posible encontrar médicos de la esperanza en todos lados.

En estos meses previos a la salida del libro me escribió mucha gente con historias parecidas a la mía. Increíblemente parecidas. Bastaba con reemplazar la palabra arritmia por otra dolencia, para que el proceso de diagnóstico irreversible, medicación que no es una solución real y pobre calidad de vida, se repitiera. Eso me dio más fuerza aún para compartir estas vivencias.

Lo que leerás a continuación no es un consejo médico ni significa que no se deba ir nunca más al cardiólogo o al médico. Es tan solo un resumen de algunas aventuras y de todos los experimentos que he hecho. Espero que, aunque todos los cuerpos y todos los casos son diferentes, mi búsqueda dé también algunas respuestas. No me considero un ser con un físico o una suerte excepcionales: si yo pude bajar el número de palpitaciones de más de 27.000 por día a alrededor de 1000 —mientras escribo esto—, mucha otra gente que se lo proponga lo podrá hacer. O por lo menos, podrá transitar un camino de reversibilidad y esperanza.

Aquí expongo cada una de las terapias que afronté, los ejercicios que hice, los que dejé de hacer; aquellas comidas que son arrítmicas y que trato de evitar y las que me han hecho muy bien también. Las vueltas de la vida y las ganas de ponerme mejor me llevaron a hacer cosas inesperadas, cosas que jamás hubiera imaginado. Exploro el plano físico, el emocional y el espiritual. Como muchas de mis palpitaciones ocurren mientras reposo o duermo, terminé estudiando el sistema nervioso, la influencia del inconsciente, el componente psicosomático y muchas cosas más. Es el relato de alguien que se negó a creer que no se podría curar.

Si no ténes una arritmia, mejor: podés relajarte y leer un par de aventuras alrededor de Japón, China, Hong Kong y otros lugares por los que he andado. ¿Cómo pasé de vivir en Mar del Plata a vivir en Daya Wan, una aldea en el sur de China? ¿Por qué los japoneses nunca dicen que no y cuando dicen que sí, significa otra cosa? ¿Quiénes son los perros de Pavlov? ¿Los chinos son flacos por genética? ¿Por qué en Japón no solo nadie roba sino que devuelven todo lo que encuentran? ¿Los taoístas conocían principios de mecánica cuántica hace miles de años? ¿Puede Vilfredo Pareto ayudar a reorganizar tu vida? ¿Cómo hice para bajar treinta kilos y transformarme en el proceso? ¿Existe la sincronicidad?

Mi arritmia me ayudó a curar el resto de mí. A recuperar mi esencia, esa que se expresaba cuando tenía diez años, cuando dibujé el Levangra. El resultado es una persona transformada. Cuerpo, mente y espíritu. O jing, chi y shen: esencia, fuerza vital y espíritu, como se entiende en China.

Todos los hechos ocurrieron tal y como los cuento aquí. La mayoría se pueden explicar racionalmente, otros no. Todos los personajes son reales, aunque a algunos les tuve que cambiar el nombre.

No dejes que el miedo sea el consejero detrás de tus decisiones. Si te dicen que algo que tenés es irreversible, no está mal dudar. El cuerpo siempre se quiere curar.

Esta es mi historia.

Hong Kong, diciembre de 2012.

Enero de 1985. Tenía 11 años y decidí ser ingeniero. Quería ayudar a salvar la cosecha.

Este es el dibujo original del Levangra.

Escribí: «¡¡Importante!! Las medidas son aproximadas».

PARTE I

JING

ESENCIA

"Acomete la dificultad

por su lado más facil.

Ejecuta lo grande

comenzando por lo mas pequeño.

Las cosas más difíciles se hacen siempre abordándolas

desde lo más fácil."

LAO TSE,

Tao Te Ching

Antes, durante y después:

la transformación física es solo la punta del iceberg.

01

VEINTE

MIL

PALPITACIONES

Kasabian, Club Foot

21 de septiembre de 2011, Hong Kong.

Me desperté un poco más tarde de lo usual, exactamente a las ocho de la mañana. Salté de la cama con cuidado para no despegar los electrodos del holter que tenía conectado al pecho.

Un holter es una cajita del tamaño de un paquete de cigarrillos de la que salen cinco o siete electrodos. Tres de ellos se ubican en la parte central superior del cuerpo, a la altura de las clavículas, justo debajo del cuello. Los otros cuatro se reparten sobre la zona de las costillas, dos de cada lado. El holter graba la actividad cardíaca durante 24 o 48 horas y, luego de una bajada de datos, imprime un informe que incluye todos los detalles desglosados hora por hora. Esta información muestra la frecuencia cardíaca promedio por hora, el número máximo y mínimo de frecuencia cardíaca, la cantidad de latidos irregulares y muchas cosas más.

En la medición inmediatamente anterior, seis meses atrás, había tenido un par de miles de latidos extra. Un corazón saludable late aproximadamente 100.000 veces por día. En mi caso, mi espíritu rebelde —más alguna otra cosa— estaba regalando 3000 latidos fuera de ritmo por día. Esto no quiere decir que mi corazón latiera más rápido, sino que entre medio de los latidos regulares se intercalaban estos latidos extra, llamados extrasístoles. Recuerdo haberle preguntado al médico —desde mi ignorancia— cuál era el número normal de extrasístoles. «Cero», me respondió.

Hay muchos tipos de arritmias. Típicamente se pueden clasificar en taquicardias o bradicardias. En el primer caso, se agregan latidos; en el segundo, el ritmo del corazón tiene pausas más largas, como si faltaran latidos. La irregularidad del latido puede originarse tanto en las cámaras superiores como en las inferiores del corazón, en este último caso son más peligrosas. Las arritmias pueden ser benignas o malignas. Algunas pueden llegar a ser mortales.

Es porque mis palpitaciones ocurren en la parte de arriba del corazón que no siento los latidos irregulares, salvo si me tomo el pulso. A mi arritmia se la llama supraventricular y es considerada benigna —por ahora— porque mi corazón es estructuralmente sano.³

Aprovechando la oportunidad de estar enchufado al holter y de poder ver el funcionamiento cardíaco minuto a minuto, hora por hora, había programado anticipadamente una serie de actividades. Quería ver el comportamiento del corazón en cada caso.

De ocho a nueve de la mañana tenía programado hacer una práctica de qi gong y otros ejercicios livianos en casa.

Durante la hora siguiente iba a trabajar estresado. Luego, desde las once a la una, iría a caminar por la montaña y así sucesivamente, una actividad después de otra, hora tras hora. En mediciones anteriores, había habido un patrón de palpitaciones (extrasístoles) concentradas en estado de reposo. Quería descubrir si la razón de esto era postural o del inconsciente al dormir, y probar algunas otras teorías que estaba considerando.

Suelo desayunar inmediatamente después de levantarme, pero esta vez iba a intentar algo distinto: quería ver cómo cada una de estas acciones influía en la actividad cardíaca.

Tomé un poco de agua y con el estómago vacío hice veinte minutos de jogging, saltando a la soga. Este ejercicio, además de ser excelente desde el punto de vista aeróbico, me estaba ayudando a experimentar con mi cuerpo y a quemar grasa corporal. Inmediatamente después de la soga hice una rutina corta incluyendo piernas, pull-ups y planking. Me cuesta encontrar palabras en castellano para estos ejercicios. Cuando me fui de la Argentina era bastante gordito y ¡nunca había pisado un gimnasio! Un ejercicio de pull-up consiste en colgarse de una barra horizontal que usualmente está a unos dos metros de altura y usar los dorsales para subir con el mentón a la altura de las manos. Es un ejercicio muy efectivo para los laterales de la espalda. Para el planking hay que ponerse boca abajo sobre el piso, apoyado sobre los codos y con el cuerpo derecho como una plancha: así hago abdominales sin comprometer el cuello. Esta rutina duró treinta minutos. Inmediatamente después, me preparé para hacer un poco de qi gong.

El qi gong —o chi kung— se compone de movimientos rítmicos, lentos y sincronizados con la respiración. Se inhala cuando los brazos se separan del cuerpo y se exhala en sentido opuesto. Se inhala al moverse hacia arriba, se exhala al moverse hacia abajo. Son similares a los movimientos del tai chi, más conocidos en Occidente, pero el qi gong incorpora un enfoque terapéutico o hacia la salud.

En mi caso particular, la orientación de mis ejercicios (hacia el sur), la orientación de las palmas (hacia arriba) y los tipos de movimientos eran especialmente indicados para mi problema cardíaco. Idealmente se tienen que hacer en la naturaleza, rodeados de árboles. Sintiendo los pies en la tierra y el viento en la cara. También hay ejercicios simplificados, indicados para hacerlos en casa cuando no hay tiempo ni posibilidad de estar al aire libre.

Completé las series y pude sentir ese cosquilleo que yo, particularmente, siento en los antebrazos y en las manos y que, en días de alta intensidad, puede llegar a los hombros. Es parecido a lo que se siente si uno sacude los brazos rítmicamente por un rato y, de repente, se queda quieto. ¿Parece estar relacionado con la circulación de la sangre? O, como creen los chinos ¿es chi, la fuerza vital?

Sacando el aspecto sensorial, al terminar la práctica hay una sensación de paz, de liviandad. Para finalizar se realiza un cierre idéntico a la apertura, pero en secuencia invertida, se concluye con las manos apoyadas justo debajo del ombligo. Los chinos creen que es entonces cuando almacenamos la energía que fuimos acumulando durante la práctica.

En este caso —como en muchos otros a lo largo de mi vida— el orden de los factores altera el producto. No es recomendable hacer qi gong e inmediatamente después ponerse a saltar a la soga. Mi secuencia ¿era la que correspondía?, ¿era la correcta? ¿O debiera, en cambio, hacer qi gong apenas levantado y dejar el ejercicio cardiovascular para más tarde?

Preparé el desayuno: doscientos gramos de espinacas y un par de huevos hervidos con un poco de aceite de oliva. ¡Cómo habían cambiado las cosas! Algún tiempo atrás hubieran sido cereales con yogurt. Diez años atrás, en Japón, el desayuno en la fábrica donde trabajaba consistía en una cajita feliz llamada Bento box, con pescado crudo, al-gas y erizo. Y en la Argentina, antes de eso, comía medialunas rellenas con dulce de leche⁴ o galletitas con queso untable y mermelada. Hacía unos meses había dejado los cereales y toda otra comida industrializada. No totalmente, pero sí en un setenta u ochenta por ciento. Un largo camino había recorrido desde las facturas y alfajores⁵ que dominaron mi dieta la mayor parte de mi vida.

Eran ya las nueve de la mañana y la actividad hasta las diez consistía en trabajar (ahora, desde casa) para ver si el estrés laboral afectaba a las palpitaciones. Tenía que hablar con un cliente con algunos problemas en Borneo, Indonesia. Una buena oportunidad para ver si el trabajo era un factor disparador de palpitaciones.

En 2004 fundé Axis Trading, una empresa que exporta maquinaria de construcción, autopartista y de todo tipo, desde China hacia el mundo. Axis nació luego de desvincularme de un grupo industrial argentino muy grande, en su momento responsable de mi traslado a Japón.

Las máquinas trabajan en lugares aislados y hay que asegurar la provisión de repuestos, la presencia de técnicos y un funcionamiento sin interrupciones. Así que elegí tener el holter puesto para ver cómo latía mi corazón cuando tenía en una línea a un cliente con urgencias y, simultáneamente, en el otro teléfono, a una fábrica china sin mayores apuros.

Yo disfruto de estos momentos de adrenalina en el trabajo. Me hacen sentir vivo, que lo que hago tiene un impacto en el mundo que me rodea. Me gusta sentir que las acciones que emprendo muestran un resultado visible. Pero, como los doctores enfatizaban que el estrés y demasiado trabajo eran factores causales de la arritmia, tenía curiosidad por ver los resultados y por saber si, efectivamente, trabajar era contraproducente para mi salud.

Después de asegurarme de que los repuestos estaban en camino al cliente, enfilé para el Victoria Peak, una montaña de 550 metros en la isla de Hong Kong. Es muy verde y se puede subir caminando por unos senderos asfaltados de un par de metros de ancho. Estos senderos, cortados sobre el borde de la montaña, no están hechos al azar. Los chinos creen que, al igual que el cuerpo humano, la tierra tiene meridianos de energía. Estos surcos equivalen a los meridianos sobre los que los médicos chinos aplican acupuntura.

En la antigüedad, los chinos, en especial los taoístas, siempre ubicaban sus casas y templos sobre estos puntos y los senderos sobre estos meridianos. De hecho, si uno mira la isla de Hong Kong desde el aire verá que la mayoría de la edificación se encuentra sobre el borde norte, que coincide con el meridiano más auspicioso y que ellos localizan sobre la columna vertebral del dragón.

¿O está hecho así por conveniencia y todo el resto es una colorida fábula?

Hoy por hoy, las necesidades de construir y de desarrollo económico van en contra de la comunión completa del taoísmo con la naturaleza. Sin embargo, estas prácticas de geomancia siguen vigentes y no se construye edificio en Hong Kong sin los lineamientos de un maestro de feng shui. Sin las guías del feng shui master, ningún arquitecto puede pensar en hacer los cimientos o poner un solo ladrillo. Los ejemplos más visibles son el edificio del Banco de China y el del HSBC.

La zona financiera parece un campo de batalla feng shui. El edificio del HSBC es famoso por ser considerado el más auspicioso. La planta baja está completamente abierta para que no haya una obstrucción de la energía que fluye entre la montaña, que está hacia su lado sur, y el mar, a unos cien metros en dirección norte. Además, el edificio es hueco, de manera que esta energía que fluye entre el mar y la montaña puede ascender y llenar todos sus niveles.

Su archirrival es el edificio del Banco de China, el Darth Vader del feng shui. Tiene dos antenas en la parte superior para captar chi desde el cielo, y unas líneas diagonales a lo largo para canalizar esta energía en toda su extensión. La controversia con este edificio es que tiene una punta angulosa direccionada exactamente hacia la Legislatura de Hong Kong. En la cultura local, se cree que esta punta hace de espada y corta, con malas energías, en esa precisa dirección. ¡Por muchos años se ha responsabilizado a este edificio por los males de la política en Hong Kong! La solución llegó de la mano de unos maestros de feng shui que han rodeado el edificio de agua y árboles para contrarrestar el mal.

Hong Kong tiene un clima tropical y ese día de septiembre, en medio de la vegetación, rondaba los treinta grados. El camino es sinuoso, empinado, con una baranda sobre el barranco y un tupido techo verde con plantas frondosas y cascadas. La temporada de lluvia ya había pasado, pero la humedad no bajaba del noventa por ciento. Aquí se siente el doble que en Mar del Plata; es otro tipo de humedad, mucho más pesado. Usualmente me toma treinta minutos llegar desde la puerta de casa al nivel superior. Una vez arriba, un anillo recorre la circunferencia de la montaña.

Ese día decidí hacer el camino completo. Los primeros treinta minutos fueron intensos, con pulsaciones entre 130 y 150 lpm. Luego, en la parte plana, se estabilizaron, bajando a un promedio de 95 lpm.

Lpm son los latidos promedio por minuto y los veo en un reloj con medidor de frecuencia cardíaca. Son las típicas pulsaciones que te tomás cuando contás el pulso en diez segundos y después multiplicás ese valor por seis. El holter no me los muestra en tiempo real, solo luego, cuando veo los resultados.

El camino no era tan solo para hacer ejercicio. Había algo especial en ver a Hong Kong desde esa altura. Por un lado, la recompensa por el esfuerzo en subirlo; por otro, la posibilidad de divorciarse, aunque sea por un rato, de la jungla de cemento. La ciudad se transforma, así, en una maqueta hermosa. Caminar en una cinta en el gimnasio no otorga esta satisfacción.

La isla de Hong Kong es equivalente a Manhattan en Nueva York. Del otro lado del puerto, hacia el norte, se encuentra Kowloon que, junto con los Nuevos Territorios, son parte del continente. De Hong Kong a Kowloon se puede cruzar en ferry, subte o a través de tres túneles para tráfico automotor. Es similar a cruzar de Manhattan a Brooklyn, excepto que en lugar de puentes, hay túneles.

Todos estos territorios conforman una zona administrativa especial dentro de China, pero con una frontera que los habitantes de la China continental no pueden cruzar.

Este control de flujo migratorio se cumple a lo largo y a lo ancho de toda China. Las autoridades controlan el tránsito de la población para evitar acumulaciones y desbalances. El este de China es diez veces más rico que el oeste. Los grandes puertos del este concentran las exportaciones, gozan de un mejor clima y alojan grandes ciudades costeras como Shanghai, Ningbo y Tianjin que se caracterizan por su desarrollo industrial, mucho más poderoso que en las provincias del oeste. Para que la gente del oeste no emigre al este, generando polos de pobreza, hay estrictas condiciones de tránsito y asentamiento. Alguien que nace en el oeste puede viajar a Shanghai, pero pierde sus beneficios sociales y de salud, válidos solo donde está radicado (por lo general, donde nació). O tiene que pagar gastos extra al comprar o patentar un auto. Como resultado, la población crece de forma equilibrada. Y para no generar otro desbalance, Hong Kong y Shenzhen no solo están separadas por un angosto río, sino también por dos fronteras: de un lado del río está la inmigración china y del otro la de Hong Kong. Un país, dos sistemas.

Aunque muy diferente a mi Mar del Plata natal, Hong Kong, a esa altura, había sido mi casa por más de siete años y medio. Fue amor a primera vista: con la ciudad, su clima, su orden y su gente. Y estoy agradecido de que la vida me haya traído en esta dirección.

Tengo una relación consolidada con Hong Kong. Creo que, al igual que en las relaciones de pareja, si uno sobrevive los primeros cuatro años, es probable que el vínculo prospere adecuadamente. La relación con la ciudad se transforma en algo permanente. Pero, hay que pasar esos cuatro años. En mi caso, Tokio fue una muy buena novia, pero Hong Kong fue mi elección final.

Durante la caminata me sentí desconectado de los edificios y enchufado a los árboles. A las dos de la tarde tenía que devolver el holter en el hospital y podría finalmente darme una ducha.

Repasé las actividades del día anterior: había trabajado desde la oficina, había ido al gimnasio a correr en la cinta, había hecho ejercicios de musculación. Y había cerrado con una sesión de yoga. Al día siguiente, nos íbamos de vacaciones con mi novia, Rachel, a Europa por dos semanas. Teníamos un casamiento en Niza, y luego recorreríamos Francia y España.

Me estaba sintiendo físicamente impecable y hacer el holter justo el día antes de viajar iba a ser, suponía, una razón para festejar y disfrutar el doble durante las vacaciones. No pretendía una reducción completa, pero sí ver que todos los esfuerzos de los últimos cuatro o cinco meses mostraban alguna disminución en las palpitaciones. Sin embargo, unos meses atrás había decidido no chequearme el pulso para no generar ansiedad y por esos días no escuchaba a mi cuerpo. Vivía a fondo, hiperactivo, no descansaba nunca. La canción de Kasabian, Club Foot es una perfecta representación de cómo me levantaba cada mañana. El resultado era incierto.

El hospital de Happy Valley en Hong Kong es uno de los más prestigiosos y avanzados. Por la calidad de las instalaciones y por el costo de sus servicios estimo que tiene que ser así. Llegué de muy buen humor e inmediatamente me sacaron el holter. Les expliqué que iba a viajar al día siguiente, y les pregunté si era posible tener una impresión pronto; al menos de las hojitas de resumen del informe, las primeras páginas. Para festejar que

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