El Secuestro
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¿Alguna vez has notado que tus sueños o tus objetivos no se cumplen porque tu diligencia, motivación, aptitudes, te han sido arrebatadas?. Esta bella historia sido escrita para todos aquellos que han sido víctimas de un secuestro, y se han visto sumidos en la derrota, en el fracaso y en la culpa. Ha sido escrito para todos aquellos que estan dispuestos a forjar su futuro con valor ante los problemas.
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El Secuestro - Enrique Villarreal
Cuando escribí este libro, pensé en todas aquellas personas que tienen un cúmulo de sueños y fantasías que no han hecho realidad, porque, sin querer, han sido víctimas de un secuestro.
Así es, de un secuestro de sus aptitudes —como la diligencia, la automotivación, la preparación, el estudio, el deseo de superación, la presteza, el orgullo por demostrar la valía—, que han encerrado en lo más profundo de su ser; que han vendado sus ojos y se manifiestan a través de sus actitudes más temerosas, perezosas y pusilánimes, convirtiéndose en seres serviles, aduladores y sin la menor aspiración de demostrarle al mundo su potencial; como si el éxito sólo estuviera reservado para unos cuantos y ellos no fueran más que víctimas de las circunstancias o del destino, en el que todos son culpables de sus fracasos y derrotas, excepto ellos mismos; en el que la comodidad se antepone al esfuerzo y la dedicación; en el que la autocompasión tiene mayor crédito que el orgullo y el coraje para sacar a flote su espíritu de triunfo.
Este libro está dirigido a todas las personas que están cansadas de permitir que la vida los lleve por donde le place y que, a partir de ahora, forjarán su futuro con trabajo y preparación y jamás se intimidarán ante los problemas. Asimismo, es para aquellos que han demostrado al mundo que son más fuertes que el destino, y que a pesar de las circunstancias, han alcanzado sus sueños o, al menos, se han acercado a ellos con la firme convicción de que nunca se sentirán derrotados y un hálito de optimismo los llevará a las cumbres más elevadas.
Dedico también esta obra a los jóvenes que tienen sueños y que desean un futuro promisorio, para que el mundo les abra el camino hacia el éxito y no sucumban ante las actitudes que han llevado a la mayoría de los hombres al fracaso.
Enrique Villarreal Aguilar
1. La vida de los mediocres
Aquí estoy, una vez más, con mis sueños truncados, sin futuro, trabajando duro para ganar una miseria de sueldo y llevar poco dinero a mi familia. Apenas alcanza para comer, pagar los servicios —la televisión por cable, el Internet, el agua, la luz—, las colegiaturas, la hipoteca, etcétera. Mi esposa, como siempre, hace milagros con los pocos ingresos que percibo. Debería darme vergüenza por todo aquello que no he conseguido en la vida y, aunque en estos momentos me siento triste, mañana en la fiesta de mi compadre me olvidaré de la tristeza y, ya borrachos, soñaremos que nos sacamos la lotería o que mi jefe el poderoso
se da cuenta de mis cualidades, me protege y me vuelvo millonario o que realizo el negocio de mis sueños Total, soñar no cuesta nada.
En fin, siempre tendremos algo que soñar Y si no hay nada que soñar, me siento a ver los partidos de futbol y me olvido de lo que me falta por hacer; basta con que mi equipo gane para sentirme satisfecho.
A veces me pregunto por qué no estudié una carrera. Mis malos hábitos ocasionaron que no culminara nada de lo que empezaba.
Por supuesto, sigo cultivando dichas costumbres hasta la fecha. Me aburren tanto mis deberes, que ciertos distractores, como las revistas de chismes, rápidamente me apartan de mis planes y objetivos y me conducen a rutinas cómodas y divertidas.
El trabajo no me llena; es más, me aburre. Me llama más la atención la televisión o, simplemente, perder el tiempo. Por la mañana no tengo ánimos para despertarme; me levanto tarde y medio desayuno. Hay días en que no lo hago: me baño rápidamente, llevo a mis hijas a la escuela, manejo como bestia y, por supuesto, siempre somos los últimos en llegar. Camino al trabajo, conduzco lento, y no falta quien me grite: ¡Maneja más rápido, tortuga!
, a lo que respondo irónicamente: ¡Pues levántate temprano, flojo!
Llego tarde y mi jefe, para variar, me llama la atención. Obviamente, yo siempre tengo un pretexto. A veces me pregunto si no debería ser actor, creo que ya me habría ganado un Oscar.
Tras la llamada de atención, acostumbro pedir algo de desayunar, al tiempo que platico sobre el partido o las telenovelas con mis compañeros de trabajo. Después de una o dos horas de plática, comienzo mis deberes. No entiendo por qué nunca me alcanza la jornada laboral para terminarlos. Cabe aclarar que siempre soy el último en llegar, pero el primero en irme. Y del tiempo extra, ni hablar; jamás me lo pagan. ¿Por qué tengo que hacer un esfuerzo extra si ellos no agradecen nada?
Trato de servir a