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Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos
Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos
Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos
Libro electrónico145 páginas2 horas

Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos

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Cuántos errores hemos cometido porque no nos enseñaron a ser padres?. Nos pasamos la vida tratando de que nuestros hijos sean felices, pero perdemos de vista los elementos esenciales que realmente les procuran esa felicidad. Muchos creemos que con ofrecerles cosas materiales ya cumplimos, sin embargo muchas veces lo que nuestros hijos piden a gritos es amor, tiempo, atención, guía, disciplina, la visión de un presente amoroso y un mañana promisorio. Este libro nos permite detenernos un momento y valorar todo eso que podemos hacer para impulsarlos a salir adelante.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 oct 2013
ISBN9781940281452
Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos

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    Es una enseñanza de vida muy completa, reglas básicas de vivir con las cuales le podré transmitir a mi hija todo lo positivo.
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    muy bueno
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    4/5
    Muy bueno y lo voy a comprar

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Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos - Enrique Villarreal

Cuando era pequeño tenía un buen padre, y mi mejor amigo tenía un padre bueno.

Su padre, padre bueno, trabajaba día y noche y casi nunca lo veía debido a sus múltiples ocupaciones; pero claro, a mi amigo nunca le faltaba nada material: era el primero que estrenaba los tenis que estuvieran de moda, lo último en tecnología lo tenía en su habitación; sus televisiones y audios avanzados nos deslumbraban a todos. Era un lujo visitar su casa, lástima que pareciera que ni su padre ni su madre vivían ahí, ya que rara vez los veíamos; eran demasiado importantes para dedicar un poco de tiempo a su hijo.

En cambio, mi padre, un buen padre, siempre nos dedicaba tiempo, platicaba con nosotros y nos aconsejaba, pero no podía darnos todos los lujos que otorgaba el padre bueno de mi amigo. Sin embargo, podíamos salir con él los fines de semana al parque o a visitar un lugar distinto en la República. Mi padre y mi madre estaban siempre unidos y al pendiente de todo lo que nos sucediera.

A mi amigo lo veías en todas las fiestas. Su padre bueno siempre lo dejaba y no tenía problemas con los horarios, ya que era muy complaciente. De hecho, mi amigo podía llegar hasta altas horas de la noche, ni siquiera se enteraban en su casa y menos que llegaba tomado, embrutecido por el alcohol.

El cambio, mi buen padre me iba a recoger a las fiestas y fijaba una hora para pasar por mí. Si no salía a tiempo me castigaba y establecía normas en el hogar; cuidado y llegara tomado porque entonces me castigaba de por vida.

Mi amigo creció con vicios y sus padres buenos ni se inmutaron, decían que todos tenemos vicios, que eso es normal. Así que el alcohol, los videos pornográficos y las drogas eran algo normal, no eran tanto como para armar un escándalo; claro, ellos ni enterados estaban.

En cambio, mi buen padre estableció valores en el hogar y nos comentó acerca de los peligros en los que podíamos caer cuando algún vicio se apoderaba de nuestro ser. Frecuentemente nos hablaba de las personas que podían influir en nosotros para atraernos a los vicios, y como incluso te amenazaban para que tomaras o como tus amigos se burlaban de ti porque no hacías lo que ellos hacían. La comunicación era una constante en mi hogar.

Mi amigo decía que en la vida había clases y que no podías intimar con cualquiera, que la posición económica te ponía por encima de los demás, a los cuales había que pisotear para que no abusaran de ti. Los valores no importan cuando hay dinero, decía. Su padre bueno lo había aleccionado bien.

En cambio, mi buen padre me educó con valores, a respetar a mis semejantes, sin importar su sexo, raza o posición económica. En la vida, me decía, todos somos importantes. En la medida que nos ayudemos unos a otros, está va a ser más placentera. Los valores eran el puntal de nuestro hogar y teníamos que respetarnos unos a otros.

Mi amigo no estudiaba ni se esforzaba en nada. Su padre bueno lo protegía de todos y se peleaba con los maestros cuando su hijo no sacaba buenas calificaciones. En ocasiones corrieron a varios maestros por la influencia de su padre bueno. Cómo iba a permitir que ningunearan a su hijo que nunca estudiaba, aunque tuviera que comprar su calificación por supuesto, que no iba a reprobar.

Su padre bueno era sobreprotector, no permitía que nadie le llamara la atención, aunque éste estuviera mal. Él era el único que podía hacerlo y nunca lo hacía. Mi buen padre dejaba que yo asumiera las consecuencias para madurar. Claro, si veía que la otra persona estaba abusando, entonces me defendía y externaba su opinión.

Mi amigo hizo lo que quiso, no avisaba a qué hora llegaba de las fiestas, asistía a todas, se iba a todos los viajes, disfrutaba todas las reuniones, estaba en todas las casas y podía reprobar materias sin que nadie le dijera nada. Hacía lo que quería; tenía un padre bueno.

En cambio, yo tenía que decir a qué hora llegaba, sólo asistía a unas cuantas fiestas, no podía viajar si los padres de mis amigos no pedían permiso para que fuera, no disfruté de todas las reuniones, tenía la obligación de esforzarme, de obtener buenas calificaciones, actitudes correctas, fortalecer mis conocimientos y aptitudes, obedecer y aprender. Yo no hacía lo que quería, tenía un buen padre.

Después de muchos años, los negocios no salieron bien para el padre bueno de mi amigo y, como no tenía estudios ni quién lo mantuviera, el fracaso, el hambre y el arrepentimiento tocaron a sus vidas. Lástima que fuera demasiado tarde: unos años después, las drogas y el alcohol terminaron con su existir.

Yo terminé mi carrera. Los que están a mi lado me quieren y admiran, y actualmente gano un excelente sueldo, tengo proyectados varios negocios donde funjo como director y me dedico a dar conferencias.

Saben, hace años murió mi buen padre. Jamás vio cómo me realicé y el bien que hizo en mi vida. No se imaginan cuánto lo extraño, cómo anhelo sus consejos. Gracias a la manera en que me educó ahora tengo la vida, los hijos y la pareja que quiero. Ojalá que pueda ilustrar a mis hijos como él me educó a mí.

¡Que en paz descanses, viejo!

Error del tiempo

En un sinnúmero de ocasiones, hemos escuchado en las conversaciones de los padres una justificación que todos comentan para deslindar su responsabilidad como tales, señalando: Cometí este y aquel error, ¿por qué nadie me enseñó a ser padre o madre?, ¿no existe una escuela para padres?

Mientras, ya le fastidiaron la vida a sus hijos. En Derecho existe una máxima que señala: la ignorancia no exime de responsabilidad.

De alguna manera, nosotros somos los responsables de la educación de nuestros hijos; somos los garantes de su futuro y el aval de su porvenir. Cuando nos casamos pensamos en lo que vamos a hacer como pareja; pero casi nunca pensamos en los que vamos a hacer como familia. Una vez que nazcan nuestros hijos, ¿cómo los vamos a educar?, ¿cuáles son las reglas que vamos a tener en el hogar?

Mis padres, como muchos de nuestros padres, fueron intolerantes ante nuestros caprichos y la educación que nos proporcionaron fue demasiado estricta. Sin embargo, a pesar de sus restricciones, salimos adelante y fuimos felices. Sin querer, nos volvimos audaces y esa audacia de algún modo se ha perdido con la juventud de ahora y ha cambiado en forma de agresión.

Los menos quieren educar a sus hijos como los educaron sus padres, volviéndose autoritarios e intransigentes; otros quieren cambiar drásticamente la forma en que los educaron y darles a sus hijos todo los que ellos no tuvieron, volviéndose permisivos y tolerantes. Lo peor es que mientras el autoritarismo asfixia, el permisivismo liquida. Eso en el mejor de los casos, cuando los padres piensan en sus hijos, porque otros ni siquiera piensan en ellos, simplemente se vuelven proveedores materiales y creen que con eso ya cumplieron.

En una conferencia que impartí hace algunos años sobre superación y escuela para padres, un destacado autor de libros de historia vociferó ante unos quinientos espectadores:

—A mí no me sirven de nada las conferencias de escuela para padres, son obvias.

Y le pregunté, interrumpiendo mi conferencia:

— ¿Le parece obvio el tema?

Me contesto:

— ¡Sí, por supuesto!

Le volví a preguntar:

— ¿Eres casado?

Me contestó que no.

— ¿Cuántas veces te has casado?

Tres, fue su respuesta.

— ¿Tienes hijos?

Contestó que una niña.

— ¿Es feliz? —volví a preguntar.

Y su respuesta fue:

— ¡Qué te interesa!

Volví a preguntar,:

— ¿Es feliz?

—No sé —respondió.

Y le contesté:

—Precisamente para eso sirven estas conferencias, para que no existan padres como usted, ya que nuestro principal interés es que nuestros hijos sean felices.

Se puso de pie y se fue entre el aplauso de la multitud.

Muchos creemos que con ofrecerles cosas materiales a nuestros hijos ya cumplimos como padres, ya que les estamos dando todo lo que nosotros no tuvimos, cuando lo que ellos piden a gritos es nuestro amor, que los escuchemos y que los entendamos. El dinero pasa a un segundo término.

Cuando el dinero ya cumplió su cometido, el amor grita, desesperado: te necesito. Todo hombre sabio ama a su familia.

Escúchenlo una vez más, papás que sólo proporcionan dinero en el hogar:

Cuando el dinero ya cumplió su cometido, el amor grita desesperado, te necesito. Todo hombre sabio, ama a su familia.

Estimados padres: nos pasamos toda la vida tratando de que nuestros hijos sean felices; trabajamos día y noche para que no falte nada en nuestra casa, pero nos olvidamos de lo más importante: nuestros hijos.

Sócrates decía al respecto: Si yo pudiera escalar al lugar más alto de Atenas, proclamaría con mi voz: ‘Ciudadanos, ¿por qué trabajan tanto para buscar riqueza y toman tan poco tiempo con los niños, quienes un día lo heredarán todo?’.

Ésta es una de las grandes contradicciones en la vida: trabajamos para nuestros hijos pero no les damos lo más importante: nuestra presencia y atención, que es lo primero que reclaman.

Damos tiempo de cantidad, pero no tiempo de calidad. Rara vez comemos con nuestros hijos y casi nunca los escuchamos. A veces platicamos con ellos en la comida o algún fin de semana con toda la familia, pero casi nunca salimos con ellos y les dedicamos tiempo.

Dale Carnegie señala: Cada semana debemos dedicarle tiempo a cada uno de los miembros de la familia, donde se haga lo que ellos quieran, no lo que quieran los demás. Así que un día del fin de semana es el de alguno de la familia y él decide lo que vamos a hacer todos en ese día, pero también hay que brindarle su espacio a cada uno de nuestros hijos y pareja, donde nos cuenten sus sueños, sus pretensiones, sus anhelos para poderlos guiar y enseñarles el camino.

Eso es lo primero que debemos de entender los padres; somos guías de nuestros hijos, no son de nuestra propiedad, nos los han prestado para después dejarlos ir.

Un hermoso proverbio hindú señala: A los hijos les dejamos dos cosas: raíces y alas.

Las raíces son los principios bajo los cuales van a regir su vida, las alas las tendrán para volar e irse de la casa para formar su propia vida.

Cuántos errores hemos cometido porque no nos enseñaron a ser padres.

Éste es el momento de establecer un parte aguas en nuestra

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