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Los Pájaros que Cantan
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Libro electrónico125 páginas1 hora

Los Pájaros que Cantan

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Cecilia Sheser es una valiente y ejemplar mujer policía que tras una difícil pero acelerada carrera plagada de prejuicios y celos por partes de sus colegas finalmente logra ser reconocida y respetada dentro de la Comisaría distrital donde trabaja. El sueño de toda su vida de ocupar un importante puesto dentro de la Insitución por fin se había vuelto realidad hasta que un día en en una interrogación rutinaria un delincuente desconocido arrojaría misteriosas pistas que desembocarían en una investigación que no sólo pondría a prueba su flamante cargo sino también a sí misma.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento4 nov 2013
ISBN9781483512396
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    Los Pájaros que Cantan - Desireé Arce

    Capítulo I

    El casamiento

    26 años atrás un soleado día de primavera, una suave brisa matutina mecía las flores y plantas del jardín de la gran casona de Las Lomadas que por aquellos días lucía delicadamente cultivado.

    Esa mañana muy temprano dos lujosos automóviles irrumpieron velozmente por el camino pedregoso que conducía a su entrada principal. Los rayos del sol resplandecían sobre las pulidas cubiertas de los coches.

    Al cabo de un rato la puerta principal se abrió y un grupo de personas encabezado por una flamante novia egresaron de la residencia. Aparentemente estaban llegando tarde a la ceremonia.

    De lejos era notoria la elegancia de la esbelta prometida ataviada en satén y gasa de seda natural, pero sólo de cerca la lozanía de su rostro juvenil revelaban la corta edad de una muchacha casi adolescente.

    De su lado no se despegaba una mujer mayor, levemente más robusta, que daba indicaciones a los demás mientras la ayudaba a subir al vehículo acomodando la inmensa falda inmaculada.

    Las puertas de los automóviles se cerraron, el inmenso portón de la gran casona rugió suavemente al abrirse y los vehículos se alejaron velozmente por un camino de tierra.

    Durante el trayecto la mujer mayor no pudo evitar reparar en el rostro inexpresivo de la joven que, distraída, no hacía más que observar el vacío.

    - Lucía… ¿te sientes bien? – Preguntó la mujer.

    La joven pestañeó como si aquella pregunta la hubiera devuelto a aquel momento espacio-temporal.

    - Si…  estoy bien.- Respondió con voz pausada y lentamente  volvió a girar su rostro hacia la ventanilla.

    La mujer permaneció mirándola algo preocupada.

    La Iglesia de Santa Ana, ubicada a unas cuantos kilómetros de allí, había sido decorada especialmente para la ocasión. Frescos tocados de rosas blancas adornaban las bancas de madera, los candelabros de bronce iluminaban el reluciente piso de azulejo y una elegante alfombra roja que cubría el pasillo central agregaba aquel toque ceremonial al enlace religioso.

    Los invitados ya se encontraban ubicados en sus lugares designados, como de costumbre de un lado los invitados del novio y del otro, los de la novia.

    Incluso el prometido, un muchacho delgado e igual de joven que la novia, se encontraba cerca del altar conversando con su padre.

    El mismo lucía un traje azul marino que resaltaba su porte juvenil y enmarcaba su rostro de niño.

    El padre del novio, un hombre más bien robusto y de un porte elegante que distaba de la de su hijo, lo rodeaba con el brazo a la altura del hombro en un gesto de aprobación y orgullo.

    En determinado momento la puerta principal de la Iglesia se abrió de par en par y al fondo aparecieron las siluetas de la novia y su padre preparados para el desfile nupcial. Al son del Ave Maria de Schubert entonada por una soprano oculta en alguna parte del templo ambos avanzaron lentamente sobre el sendero alformbrado mientras curiosos los invitados volteaban a observarlos.

    Pero el rostro de la muchacha  mucho distaba de la alegre emoción que embarga a las futuras esposas.

    Bajo el velo  de tul de ilusión que cubría su cabeza sus labios no asomaban ninguna sonrisa.

    Su padre, sin embargo, avanzaba junto a ella con aire complacido mientras saludaba a los invitados con una sutil reverencia cuando los reconocía.

    Al llegar al altar el padre entregó su hija a su futuro yerno que la tomó descubriendo tímidamente su rostro. Acto seguido  la pareja se ubicó frente al sacerdote que se dispuso a iniciar la celebración.

    La joven observaba la escena distraía como si lo que estaba ocurriendo en ése momento se tratara sólo de una ilusión o una película de la cual ella era tan solo una mera espectadora.

    Finalmente cuando el sacerdote se dirigió a ella para que tomara la palabra en el intercambio de los votos, la expresión de la muchacha se tornó inesperadamente melancólica, como a punto de llorar. 

    - Lucía… - Le susurró  el novio al observar que una fina lágrima descendía por su mejilla derecha.

    Con los ojos húmedos ella lo observó un instante y respondió con una sonrisa forzada en un intento por recuperar la compostura.

    El joven la miró confundido y sin mediar palabra se dispuso a seguir oyendo al sacerdote, o al menos a demostrar que lo hacía.

    Fue entonces cuando el sacerdote procedió a preguntar a la joven  Lucía Esmeralda Sheser si aceptaba como esposo al señor Tomás Miguel Aguirre. Y ella aceptó.

    - La señorita Lucía es tan joven y bonita… - Comentó emocionada una vecina del pueblo a otra invitada que estaba sentada a su lado.

    -  Pero es evidente, querida, por qué crees que todo fue organizado tan rápido...? -  respondió la otra mirándola con escepticismo. Y luego de una pausa agregó disimuladamente. – Se rumorea que está de encargue.-

    Ésta la miró sorprendida. Oh! No, no lo creo.-

    - No  sé que en qué mundo andas Elvira. Todo el mundo sabe lo de la hija de Don Sheser con el hijo del Juan. Nada mas que lo mantuvieron en secreto.-

    - La otra mujer se encogió de hombros y respondió. – Bueno, yo ni siquiera sabía que estaban de novios. De todos modos hacen una hermosa pareja y les deseo toda la felicidad del mundo. – Agregó emocionada.

    La ceremonia culminó sin contratiempos y llegó el momento  del beso entre los flamantes esposos.  Los dos jóvenes  posaron para el fotógrafo  mientras desde un costado, sus padres visiblemente orgullosos,  los observaban.

    Pasaron los meses y una fría tarde de invierno la joven Lucía dió a luz a una saludable y hermosa beba.

    La nueva integrante llenó de regocijo a sus padres y a sus abuelos que la observaban maravillados por su perfección.

    Sin embargo, en la residencia  Sheser corrían tiempos difíciles.

    Una crisis en el campo estaba produciendo estragos en el negocio familiar que no estaba pasando por un buen momento. Fueron meses de pérdidas y la situación no parecía mejorar.

    Al mismo tiempo con el paso de los años las relaciones familiares también se vieron afectadas. Por diversas y confusas razones las antes tan unidas familias Sheser-Aguirre comenzaron a distanciarse.

    Cierto día Lucía y su esposo Tomás salieron a hacer unos trámites a la ciudad, mientras que su pequeña beba, que ya contaba con un año de edad permaneció en la casa al cuidado de su madrina.

    Unas pesadas y grises nubes cubrían gran parte del firmamento, pero aún así aquel día Tomás se negó a que manejara el chofer, según él por la brevedad del viaje.

    Iban a una velocidad bastante alta pero Tomas tenía prisa.

    Al llegar a una curva suntuosa, nadie supo a ciencia cierta si la pareja iba conversando distraídamente o tal vez discutiendo, pero lo cierto es que el automovil dió un brusco giro y después se enterró en el vacío. El auto se incendió al instante en una ardiente llamarada.

    Aquella misma tarde, la casa de los Sheser-Aguirre recibiría la llamada más triste de su historia.

    Capítulo II

    La Pista

    Aquel día en la Comisaría distrital de la ciudad de Río Grande había mucho trabajo. Ya ni siquiera conscientes del sofocante calor estival los agentes iban y venían en un intenso trajín.

    La oficina del Comisario no era la exepción. Un uniformado de buen porte ingresó al despacho del jefe de la policía distrital y golpeó con sus nudillos la puerta semiabierta. Al instante lo atendió su eficiente secretaria.

    -Buen día oficial Rodriguez. Qué necesita?- Saludó la joven que trabajaba en la computadora.

    Buen día teniente Aguirre. – Respondió el uniformado acercándose al escritorio. - Necesito autorizar estos documentos…- 

    Oh, si, déjelos aquí, por favor. – Señaló ésta. - Enseguida se los llevo al Comisario. –

    -  Parece que empezamos la semana con mucho trabajo, no? - comentó el oficial mientras depositaba los papeles en el escritorio intentando iniciar conversación.

    – Así es, - respondió la joven haciéndose la distraída. - El fin de semana largo fue particularmente movido. –  Dijo concentrándose en el ordenador.  Luego de un silencio algo incómodo agregó. – Se le ofrece algo más Oficial Rodriguez? 

    – No, nada más. – Respondió éste vencido. - Muchas gracias. – Dijo retirándose.

    La secretaria lo vió salir tras la puerta esbozando una sonrisa. Como la mujer joven y bonita que era la teniente Cecilia Aguirre ya estaba acostumbrada a los galanteos de diversas intenciones por parte de sus colegas masculinos.

    Sin embargo no siempre fue así. En realidad no había sido fácil para aquella joven mujer llegar a tan importante puesto en una institución que por muchos años fue marcadamente machista. Sus primeros años de entrenamiento no le dejaron más que amargos recuerdos de fríos tratos con sus compañeros y difíciles momentos que la llevaron a dudar de su continuidad en la carrera que había elegido como profesión. Pero con el tiempo sus aptitudes fueron finalmente valoradas, principalmente en su excelente  desempeño académico. Luego de terminar la carrera de derecho, con una tesis sobresaliente, la oficial Aguirre fué directamente derivada a cumplir con tareas de administración. Se destacaba por ser una joven atenta, organizada y  detallista  pero a la vez muy reservada y obediente. A medida que ascendía vertiginosamente de rango, fue ganándose el respeto de sus colegas y hasta la amistad del más alto jefe de la comisaria.

    Cuando ingresó a ésa seccional no fué difícil para el experimentado Comisario Pellegrini, un hombre imponente y algo canoso, en un poco más que la mitad de su carrera, descubrir en la joven su notorio potencial.

    Fue así que hacía tan sólo un par de meses el mismo la había designado como teniente y de ésa manera Cecilia obtuvo uno de los puestos mas codiciados de la comisaría distrital siendo tan joven.

    Y ella se sentía orgullosa por tan importante

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