El mercado de los vehículos eléctricos está al rojo vivo. Las ventas siguen al alza, pero aún representan un porcentaje muy pequeño de todo el parque automovilístico. Los grandes fabricantes han ido anunciando a lo largo de los tres últimos años planes para electrificar toda la gama, pero la realidad se ha interpuesto en esos planes que quizá eran demasiado ambiciosos. Hay interés por el vehículo eléctrico entre los compradores, pero no tanto como pensaban. Hace dos meses General Motors informó que abandonará su objetivo de fabricar 400.000 vehículos eléctricos para 2024. Esta decisión no sorprendió al mercado, en julio Ford también moderó sus expectativas escudándose en que los tipos de interés elevados encarecen aún más los ya costosos automóviles eléctricos para muchos compradores.

Lo cierto es que el crecimiento en las ventas de vehículos eléctricos se ha desacelerado y las unidades no vendidas se acumulan en los concesionarios esperando un comprador que, por lo general, se decanta por los mucho más asequibles modelos de combustión interna. General Motors es, junto a Volkswagen en Europa, uno de los más entusiastas defensores de la transición hacia la movilidad eléctrica. En 2021 anunció que eliminaría de forma gradual los modelos movidos por gasolina o gasóleo hasta que en 2035 no le quedase ya ninguno en el catálogo. Volkswagen, por su parte, informó en marzo del año pasado que tienen intención de invertir 200.000 millones de dólares en los próximos cinco años para recuperar el liderazgo de algunos mercados como el chino. El 70% de esos 200.000 millones de dólares irá destinado al desarrollo de vehículos eléctricos y las tecnologías digitales que incorporan.

Pero Volkswagen, que en alemán significa literalmente “vehículo del pueblo”, no termina de dar con la tecla adecuada y fabricar el vehículo eléctrico del pueblo. No ha conseguido hasta la fecha diseñar y poner en el mercado el equivalente eléctrico del mítico Escarabajo o del popular Golf. En su lugar lanzaron en 2019 el ID.3, pero sus ventas han decepcionado. En septiembre la compañía anunció que reduciría la producción del modelo debido a una demanda más baja y a que el Gobierno alemán decidió poner fin a los subsidios para las flotas eléctricas corporativas. Ese enfriamiento no sólo afecta a Volkswagen. El interés por los vehículos de propulsión eléctrica se ha frenado en los últimos meses por el alto precio de la energía, la inflación, la falta de infraestructura de carga, la duración de las baterías y el precio elevado de los modelos, incluso de los más baratos.

Para colmo de males, a la industria automotriz de Europa, Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, que dominaban de forma incontestable el mercado mundial, les ha salido una competencia muy dura. Marcas como BYD, Polestar o MG, que hasta hace no mucho tiempo eran completamente desconocidas, empiezan a verse por las calles. Sus precios son mucho más contenidos y ofrecen prestaciones similares o incluso superiores a las de los modelos de los fabricantes europeos y estadounidenses. Empresas como Volkswagen, General Motors, Stellantis o Nissan necesitan dar con el santo grial, un modelo económico y fiable al mismo tiempo que se extiende la infraestructura de carga y mejora la autonomía de las baterías. Esto último no depende enteramente de ellos, sino de la administración, de las compañías energéticas y de los fabricantes de baterías. En lo que eso llega el mercado de los vehículos eléctricos seguirá creciendo, pero quizá no a la velocidad que se esperaba.

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