La noche que humillaron a mi padre
()
Información de este libro electrónico
Todo empezó con el inocente roce de un púgil musculoso con un zapato femenino... y terminó con el desafío de dos finos caballeros bogotanos a combatir cara a cara con un par de rudos campeones de lucha libre. Por fortuna la Policía llegó a tiempo. Con el apasionante relato "La noche que humillaron a mi padre" se inicia este nuevo e inédito libro de Daniel Samper Pizano, decano de los humoristas nacionales.
Luego de exitosas y risueñas aventuras por el mundo de la historia, que lo condujeron a rescatar y retratar inolvidables épocas y personajes, Samper Pizano regresa a los libros de su humor inesperado, original e inteligente que ha vendido docenas de títulos y miles de ejemplares durante casi medio siglo. Los lectores encontrarán, entre otros golpes de risa, la maldición de Bochica, las ruidosas madrugadas del Arca de Noé, la era de los excusados atómicos, el elogio de los malos polvos, sabios consejos para no dejarse retocar y casi cuarenta temas más.
Daniel Samper Pizano
Daniel Samper Pizano (Bogotá, 1945) es un periodista, humorista y escritor colombiano. Colaborador de varios medios de comunicación y libretista de series de televisión, fundó la revista Cambio 16 en Colombia y trabajó en la Casa Editorial El Tiempo, de la que fue editor y columnista durante más de cincuenta años y donde creó la unidad investigativa. Es autor de más de treinta libros, muchos de ellos de humor. En 2022 cofundó el portal periodístico Los Danieles.
Lee más de Daniel Samper Pizano
Jota, caballo y rey Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLes Luthiers: de la L a las S Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa mica del Titanic Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesViagra, chat y otras pendejadas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLecciones de histeria de Colombia (Edición Bicentenario) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBreve historia de este puto mundo: La tremenda biografía de la tierra contada con humor y perplejidad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLocos adorables: Personajes geniales que hicieron historia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLocos lindos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesInsólitas parejas: Doce historias auténticas de enamorados famosos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con La noche que humillaron a mi padre
Libros electrónicos relacionados
Poemas del Ring Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones¡Quiero ver sangre!: Historia ilustrada del cine de luchadores Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Rumberas, boxeadores y mártires: El ocio en el siglo XX Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMujeres en las tormentas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHistoria De Un Campeon Ii Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTrayectorias de los estudios de género: Balances, retos y propuestas tras 25 años en la PUCP Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Bichos muertos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos atacantes Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La otra pantalla Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUn perro muerto en la orilla del camino Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCampo de deportes #402 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesProject City Hunters - Los hijos malditos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDamas, bestias y otras Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesGladiadores, mito o realidad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRelatos más allá del ring Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDe mi vida y de otras vidas Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos (de) mentes Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Reinado del Terror Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDerrumbes ajenos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCrónicas del Ocelote y la Venada Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa torería Calificación: 5 de 5 estrellas5/5EL CIELO DE LOS CAÍDOS: EL DESPERTAR Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCrónica De Un Caníbal Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones3 Libros para Conocer Literatura Argentina Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDetrás de la ambulancia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLe Symbolisme de Giraud II et Gireau Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El juguete rabioso Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCianuro para ratones Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Zaquizamí: (2a. Edición) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Puerta Falsa De Los Héroes Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Comedia y humor para usted
Los mejores chistes cortos Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Estoy bien Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesChistes para Niños: Chistes Infantiles, Preguntas Divertidas, Frases Locas, y Diálogos de Risa. Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Maestro del Sexo: Cómo dar orgasmos inolvidables e infalibles y a satisfacerla en la cama como todo un guru del sexo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El efecto de la risa: Construye alegría resiliencia y positividad en tu vida Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNuevo elogio del imbécil Calificación: 5 de 5 estrellas5/5800 chistes cortos y buenos para adultos y niños mayores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas mejores frases y citas célebres Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Casas vacías Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La geografía de tu recuerdo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa enfermedad de escribir Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La luz de las estrellas muertas: Ensayo sobre el duelo y la nostalgia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEL EFECTO DE LA RISA Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDignos de ser humanos: Una nueva perspectiva histórica de la humanidad Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Ceniza en la boca Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Chistes Verdes Y Guarros Para Adultos Que No Se Duchan Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Chavo del 8 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesManual de Borrachos con estilo: El beber me llama Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mi madre Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Obras - Coleccion de Oscar Wilde Calificación: 5 de 5 estrellas5/5CeroCeroCero: Cómo la cocaína gobierna el mundo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5301 Chistes Cortos y Muy Buenos + Se me va + Un Comienzo para un Final. De 3 en 3 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesManual para mandar a la Chingada: ¡Qué bonita chingadera! Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Stand up: Técnicas, ideas y recursos para armar tu rutina de comedia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los cínicos no sirven para este oficio: (Sobre el buen periodismo) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Literatura infantil Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los jinetes del Apocalipsis: Una conversación brillante sobre ciencia, fe, religión y ateísmo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los nombres propios Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Pequeñas desgracias sin importancia Calificación: 4 de 5 estrellas4/5No leer Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Categorías relacionadas
Comentarios para La noche que humillaron a mi padre
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
La noche que humillaron a mi padre - Daniel Samper Pizano
A mi señor padre, Andrés Samper Gnecco
Para la güerita Ledesma
Historia completa de cómo un par de caballeros bogotanos estuvieron a punto de dar una paliza a dos luchadores enmascarados, la guerra familiar que siguió y el histórico acuerdo de paz que ha sido ejemplo para países violentos.
1. El villano de la máscara
Blue Demon sabía que yo llevaba medio siglo buscándolo para cobrarle una deuda de honor, y por eso se escondía.
Estoy seguro de que este sujeto, que trepaba al cuadrilátero a torturar a sus rivales amparado por una máscara azul, recordaba bien cuál era esa deuda. Y presiento que nunca olvidó la tenebrosa noche del 8 de junio de 1955, cuando me convirtió en su acreedor, el hombre dispuesto a perseguirlo hasta el final de sus días. O los míos. Han pasado más de cincuenta años, pero sigo con la imagen de Blue Demon entre ceja y ceja, como si hubiera sido ayer. Ambos sabemos que es una obsesión justificada, porque no se le propina una paliza sicológica en público al padre de un niño de diez años sin ganarse para siempre la enemistad del chico.
Aquella noche del 8 de junio de 1955 era la de mi décimo cumpleaños, y aquel niño que vio maltratar a su señor padre en público soy yo. Por eso busqué a Blue Demon durante más de cinco décadas, por eso él se escondía y por eso he podido, al fin, dar con su cobarde paradero.
Eran los tiempos en que miércoles y sábados se ofrecía doble jornada de lucha libre en la Atenas Suramericana (por eso llamaban así a Bogotá: porque revivía los combates de lucha olímpica, o pancracio, que practicaban los griegos hace 2.300 años). Una de las empresas montaba su espectáculo en la plaza de toros, y la otra en una carpa portátil a la que llamaba con mentirosa pompa Coliseo cubierto
. De la plaza al coliseo mediaban apenas cien metros. Noches espléndidas, noches salpicadas de luceros en el cielo e improvisados mingitorios en la tierra. Si algo abonó la feracidad del Parque de la Independencia fueron esos cerveceros ilustres que acudían a disfrutar de los combates y luego se desahogaban libre y copiosamente en el descampado mientras comentaban el resultado de la pelea estelar entre, por ejemplo, el Águila Israelita y el Alacrán.
La fiebre por la lucha se había tomado a Bogotá. Los niños coleccionábamos caramelos Reyes del Ring, y en todos los colegios intentábamos aplicar a los más pequeños las llaves que aprendíamos en las fotos color sepia de los álbumes. Taxis viejos con altavoces recorrían los barrios y perifoneaban el cartel de la próxima fecha. King Kong versus Carniceros Butcher, barba contra pelo… Penado 14 vs. el Médico Asesino, máscara contra máscara… Gran combate entre rudos sin árbitro ni límite de tiempo: King Brynner vs. el Enfermero.
Es bien sabido que, así como al repostero un día le toca escoger entre elaborar pasteles de sal o bizcochos de dulce, el luchador tiene que optar entre forjarse reputación de asesino (los rudos o malos) o fama de atleta decente (los buenos o técnicos). Los sucios no respetan normas, trampean y encarnan el mal; los técnicos son tan nobles que a veces llegan a ser pendejos y encarnan el bien. Unos y otros se equilibran maravillosamente, como ánodos y cátodos, y tienen claro que sin los otros no existirían los unos.
Inventario de rudos
En la Bogotá de entonces los rudos más sobresalientes eran King Kong, el Penado 14, el Caníbal, el Lobo de Galicia, Plutarco, la Momia, Renato el Hermoso… Entre los buenos brillaban el Santo, el Tigre Colombiano, Chorro de Humo, Huracán Ramírez…
Me ha ayudado a reconstruir el elenco mi compadre Humberto Dorado, del cual sospecho que alcanzó a debutar y morder el polvo de la colchoneta como precoz enmascarado con el nombre de Garrick el Terrible.
King Kong era un inmigrante libanés, Antonio Cantús. Pesaba lo que un tren y, de hecho, cierta vez arrastró una locomotora con los dientes sin que se le aflojara un solo canino a él ni una sola rueda a la máquina. En otra ocasión se enfrentó al campeón mundial de boxeo Primo Carnera y lo derrotó en tres asaltos. Carnera era ya tan viejo que no parecía un primo sino un tío, y optó por la lucha de manos libres porque se le habían roto los guantes de tanto dar coñazos mundo arriba y mundo abajo.
A tono con su alias tanguero, Penado 14 era malo, malísimo, pero fue ídolo de la masa perversa que celebraba con aplausos delirantes su formidable hipocresía sobre el ring. Taimado, traidor, desleal, sibilino, culebrero, se acercaba a dar la mano al rival caído y le arrojaba arena en la cara o le arrimaba al árbitro sediento una cantimplora con ácido sulfúrico. Una joya, el buen Penado…
El Caníbal, salvaje entre las cuerdas y pedagógico en el gimnasio, fue profesor de lucha libre de cierto amigo mío de cuya identidad solamente diré que se llama Enrique Santos Calderón. Gracias a las artes aprendidas con tan tremendo maestro, fue rebelde en los años sesenta, se graduó en Filosofía y Letras y luego consolidó bruñida carrera de periodista. En los momentos difíciles ha sabido exhibir la dureza de su antropofágico maestro de lona.
El Lobo de Galicia respondía solo a medias a su mote de combate: era lobísimo, pero no era gallego. Posiblemente de Zapatoca, Santander. Observa Garrick el Terrible: "Tenía un perro que subía al ring con él, por si las moscas". Convendría precisar que más bien subía al ring con las moscas.
Cuando no estaba aplicando una Doble-nelson en la tarima, Plutarco fungía de portero en el Teatro Chile. Fue él la única autoridad que llegamos a respetar los estudiantes asiduos de aquella inolvidable sala de cine. Nunca supe por qué ese varón de hierro escogió como combatiente el nombre de un blando autor de biografías. Alguien debió de mencionarle las Vidas paralelas y él las confundió con las barras paralelas, que permiten desarrollar los bíceps, para mayor despliegue y tenaz ahogo de la Doble-nelson.
La Momia subía al tablado entre un catafalco que cargaban cuatro monosabios egipcios en medio de antorchas y con las luces del escenario apagadas. Tenía que hacerlo quince minutos antes de su rival, porque revivirlo y despojarlo de las vendas tomaba un prolongado tiempo. Era implacable hasta tal punto que, terminada la pelea, el que solía salir en catafalco era el enemigo.
Renato el Hermoso fue una fascinante anticipación del poder gay. Lo precedían alfombras rojas, lluvias de pétalos y efluvios perfumados que varios ujieres de remendado disfraz esparcían por los aires. Pasados unos minutos de expectativa aparecía Renato contoneándose bajo una capa de falso armiño; el pelo (cabello, en el caso de él) le llegaba a los hombros; las pulquérrimas manos, agobiadas de anillos y perendengues, hacían carantoñas al respetable público y castigaban los alaridos insultantes tirando chocolatinas. Muchos provocadores de galería le gritaban de todo, pero Renato respondía a los agravios con lejanos besos que los irritaban más. Después sonaba la campana, y ese maricón de playa se injertaba de fiera y aplastaba sin compasión al contrincante de turno. Una vez sepultado el rival, Renato vestía de nuevo su capa, recuperaba la sonrisa para decir a los presentes Chau, muchachos, chau…
y se alejaba haciendo volar besos en dirección al rugiente gentío.
Al final de la temporada regresaba a su casa, pues era un tipo normal a quien esperaban una mujer y cinco hijitos. Me cuenta Garrick el Terrible que en Venezuela funcionó un autodenominado Iván el Exótico, la versión perrata de Renato el Hermoso. Era rudo, bastante populista y no había captado muy bien el delicado mensaje de Renato, pues lanzaba al público hallacas y se hacía fumigar las axilas con insecticida anticucarachas.
El álbum de los buenos
El escuadrón de los buenos —todos ellos raudos, todos ellos nobles, todos ellos atletas formidables— llegó a contar con verdaderas estrellas. El Tigre Colombiano era la patria en los cuadriláteros, nuestro oh gloria inmarcesible en el arte del pancracio. Rapidísimo, agilísimo, fulminante, conquistó en no-sé-dónde el campeonato mundial de no-sé-qué, y después fue empresario de lucha libre. Su genuina popularidad y el hecho de ser dueño de la compañía le permitían reservarse para las peleas de fondo. Los altavoces acompañaban su salida a la arena con un disco de guerra: Tú lo que quieres es/ que me coma el tigre,/ que me coma el tigre,/ que me coma el tigre
. Y el Tigre se los comía.
Miércoles y sábados, el criollo Chorro de Humo asombraba por su calidad de velocísimo gladiador negro que se escabullía por entre las piernas de sus rivales y los sacudía a punta de Patadas Voladoras. Chorrito, como lo llamaban sus hinchas con cariño, despertaba admiración, respeto y ese especial cariño que uno tiene por lo suyo. Durante el resto de su vida, el felino luchador se transformaba en un juicioso funcionario de apellido Lozano con cédula de ciudadanía expedida en Quibdó. Trabajaba en una empresa distrital de servicios (creo recordar que era el Acueducto) y atendía al público con un chorro de paciencia y un humo de amabilidad.
En cuanto a Huracán Ramírez, fue el gran favorito del público bogotano. Su leyenda, cuidada con esmero a través de carteles y perifoneo, decía que se trataba de un mexicano pacífico a quien un maldito villano le había robado una mala mujer, como en cualquier ranchera de cantina. ¿Dice su leyenda
? Seguramente. Lo único comprobable es que había nacido en lo que los locutores cultos llamaban el País Azteca. Desde la adolescencia ocultaba bajo una máscara su rostro adolorido y, enfurecido como un huracán, descargaba de gallarda manera su despecho en todos los malos que se encaramaban al proscenio. A ojos de los cachacos, la musculatura, la bonhomía y la habilidad de Huracán Ramírez no tenían par. Lo queríamos más que al Santo. Incluso más que al Tigre Colombiano. Por eso fue una frustración general cuando el infame Penado 14 lo despojó de la máscara aprovechando un desmayo efímero. Desprovisto de la careta, su rostro era el de un hombre atribulado y tristón. Como por un milagro, los cuernos habían desaparecido.
Yo estaba allí, y esa jornada figura aún entre las peores de mi vida. Casi tan tétrica como la noche de Blue Demon y mi taita.
Hubo otro enmascarado que también conquistó el favor y el fervor del público. Se decía que procedía de Turquía, un país lejano, y había peleado en la reconquista de Constantinopla. La ignorancia popular en torno al bagaje histórico impedía saber que, para que semejante mito fuera verdad, el púgil debería de haber nacido en la primera mitad del siglo XV. No importa. Era ligero, caballeroso y cubría la cara con un embozo oscuro sobre el que brillaba la media luna roja. El Sultán también perdió el antifaz en una apuesta de pelo contra máscara. Lo vi desde las filas delanteras, y mi frustración fue doble, porque reconocí en esa cara expuesta por los reflectores la de un señor manizalita de apellido Useche que trabajaba en el almacén de abarrotes de mis primos Giraldo.
Este hombre es un Santo
El Enmascarado de Plata, llamado el Santo por extraña antonomasia, fue el gran señor del espectáculo mexicano cuando el cine de charros entró en declive. Sus películas, más de treinta, son uno de los tesoros de la cinemateca de París. Cumplía una o dos giras continentales al año, y adonde quiera que llegaba provocaba sensación, porque le habían despejado el camino de la fama sus apariciones en pantalla, los cómics y las fotonovelas. Alguna vez me escribió un amigo argentino para informarme que el Santo estaba presentándose en Buenos Aires. Y como ese mismo día el cartel lo anunciaba en Bogotá, deduje sin muchas lucubraciones que el Santo era una industria y que había tantos Enmascarados de Plata cuanta plata hubiese para pagar enmascarados. Y que justamente por eso se enmascaraba.
Hace un tiempo supe muchas más cosas sobre él merced a un libro y una exposición sobre lucha libre mexicana que se realizó en Madrid. La cámara de Lourdes Grobet ha dejado un delicioso testimonio sobre los ases del ring y el tomo Espectacular de lucha libre, que recoge muchos de sus retratos y unos cuantos textos, evoca la época en que éramos felices fingiendo que nos golpeábamos.
El auténtico Santo se llamaba Rodolfo Guzmán Hidalgo. Era mexicano, ¡pos cómo no!, nacido en familia pobre pero buena en Tulancingo, Hidalgo, el 23 de septiembre de 1917. Tuvo varios hermanos luchadores. Uno de ellos, la Pantera Negra, murió sobre un cuadrilátero la única vez que un rival se equivocó y apretó de veras una de esas llaves que solo pueden aplicarse de mentiras. El Santo debutó en 1934 con el apodo de Rudy Guzmán. Exhibió después nombres de guerra más sofisticados y escogió la identidad oculta que permite la máscara —el Hombre Rojo, el Murciélago II— hasta que se asentó como el Enmascarado de Plata. Entre 1941 y 1962 fue un demonio: canalla, rudísimo, tramposo, pésima gente… y, como todo malvado técnico, sumamente popular. Un buen día decidió cambiar de bando. Se volvió bueno, le salió aureola y pasó a llamarse el Santo, sin que se alterara en lo más mínimo su prestigio.
Semejante hazaña, que solo han conseguido algunos políticos, lo convirtió en el gran ídolo latinoamericano del ring. Años antes yo lo había visto doblegar en la Plaza de Santamaría al Médico Asesino (asesinado, a su vez, más tarde, pero no por un médico). El Enmascarado de
